EN LA PLAYA
PETICIÓN DEL JEFE DE LA SINAGOGA
EL ISRAEL SOMETIDO A LA INSTITUCIÓN.
21 Cuando Jesús atravesó de nuevo al otro lado, una gran multitud se congregó adonde estaba Él, y se quedó junto al mar.
22 Llegó un jefe de sinagoga, de nombre Jairo, y al verlo cayó a sus pies
23 rogándole con insistencia: “mi hijita está en las últimas; ven a aplicarle las manos para que se salve y viva”.
24a Y se fue con Él
21 Cuando Jesús atravesó de nuevo al otro lado, una gran multitud se congregó adonde estaba Él, y se quedó junto al mar.
La travesía de Jesús termina en un lugar innominado, cercano a una población donde hay una sinagoga (“un jefe de sinagoga...”). La omisión de toda indicación geográfica expresa que la narración está sucediendo en cualquier lugar de Galilea.
Al partir para Gerasa, Jesús había dejado a la multitud a la orilla del mar (4,35); su vuelta a territorio judío atrae de nuevo una gran multitud.
Jesús está en situación de ruptura con la institución judía. La multitud, al acudir a Él, muestra estar en desacuerdo con esa institución y no hace caso de la excomunión pronunciada contra Jesús por los letrados de Jerusalén (3,22). Por otra parte, la insistencia del texto en señalar la travesía indica que esta multitud no puede ignorar que Jesús vuelve de territorio pagano, donde ha mostrado el camino de la liberación a los oprimidos de aquella sociedad.
Ahora, en territorio judío, se trata de una multitud de personas oprimidas por la institución religiosa judía, que ven una esperanza de liberación en Jesús. Al saber que éste se ha interesado incluso por los oprimidos paganos, deducen que su propia expectativa de liberación no quedará frustrada[1]. Sin embargo, la “gran multitud” que acude, comparada con la “multitud grandísima” de 4,1, hace ver que la apertura de Jesús a los paganos ha alejado de él a una importante parte del pueblo.
Con todo, el uso del verbo “congregarse” que hemos dicho está relacionado con “sinagoga”, señala que estos oprimidos, que ponen su esperanza en Jesús, no perciben aún la novedad de su mensaje (4,26), sino que lo consideran un reformador y restaurador de las instituciones tradicionales judías.
Jesús “se queda junto al mar”, que es el lugar de paso, o puente hacia los países paganos y es figura del horizonte universal del mensaje. Así se reafirma su postura en oposición al etnocentrismo y exclusivismo (“se congregó”) de la multitud judía.
22 Llegó un Jefe de sinagoga, de nombre Jairo, y al verlo cayó a sus pies,
23 rogándole con insistencia: “mi hijita está en las últimas; ven a aplicarle las manos para que se salve y viva”.
24a Y se fue con él, (v23: un jefe de sinagoga...). La omisión del nombre,significa un amor que abraza a toda la humanidad que acoge a todos los hombres.
La gran multitud de oprimidos por el régimen judío va a ser representada en el relato por dos personajes. El primero, que aparece en la presente perícopa, es la hija del Jefe de la sinagoga. Ella es figura del Israel sometido a la institución, cuya situación es extrema. El segundo, que aparecerá en la perícopa siguiente, la mujer con flujos, que será figura del Israel marginado por la institución. Veamos la exposición del primer caso.
Mientras Jesús sigue a la orilla del lago, se le acerca el jefe de la sinagoga. Este personaje no ejerce un poder religioso, sino una función administrativa. Es el responsable de la organización de la sinagoga y es figura importante de la institución judía local[2]. Al no estar cegado por el legalismo fariseo, puede darse cuenta del estado del pueblo.
Es sorprendente que un hombre, representante máximo de la institución sinagogal se acerque a Jesús, que ha roto públicamente con ella (3,6) y se ha propuesto sacar al pueblo fuera del dominio de la institución religiosa judía (3,27). Es más, con la constitución de los Doce, Jesús ha declarado la novedad absoluta de su programa y su independencia respecto a las instituciones anteriores. A los ojos del sistema religioso judío, Jesús es un poseído por Belcebú (3,22), es decir, un enemigo de Dios. Su enfrentamiento ha sido tan fuerte que ya han empezado a planear su muerte (3,6).
Sólo un motivo poderosísimo ha podido inducir al jefe de la sinagoga a buscar ayuda en Jesús. Además, el paso que da es plenamente deliberado: Jesús está fuera de la ciudad, “junto al mar”, y él tiene que ir expresamente a buscarlo.
Marcos, menciona el nombre de este personaje: “Jairo”[3], estableciendo una oposición entre el cargo y la persona. El personaje se convierte en un paradigma de dualidad entre función y persona.
El Jefe de la sinagoga consigue encontrar a Jesús (“al verlo”), e inmediatamente hace un gesto inesperado: “cayó a sus pies”. Esto es un reconocimiento de la superioridad de Jesús que contrasta fuertemente con la posición social del hombre que lo realiza. El que es jefe de la institución religiosa local y de la comunidad de la sinagoga se echa a los pies del rechazado por esta institución.
El gesto prepara la súplica que sigue, subrayando su importancia. Mc., no utiliza el verbo “pedir”, sino “rogar”, y además afirma que lo hace “con insistencia”. Así indica el gran interés del Jefe de la sinagoga y la urgencia de su petición.
No ha encontrado solución dentro de su sistema legal, y va a buscarla en Jesús. De su ruego se trasluce la certeza de que éste puede sacar a su hija del peligro y devolverle la vida.
Jairo expone a Jesús el motivo de su angustia, mismo que explica su proceder: “Mi hijita está en las últimas”. Se encuentra en una situación extrema y es una hija única (“mi hijita”). Es evidente que ha utilizado ya todos los medios a su alcance para resolver la situación y que todos los intentos han fracasado.
La expresión “mi hijita” denota, por una parte, pequeñez/inferioridad y ternura/afecto, pero también posesión y dependencia. Existe, pues una doble relación: de inferioridad-dependencia y de posesión-afecto.
Para acudir a Jesús, Jairo ha esperado hasta el último momento, hasta que la hija está a punto de morir (“en las últimas”). Su decisión era tan grave que la ha tomado hasta ver cerrados todos los caminos. Pero, al retrasar tanto el recurrir a Jesús, por no romper con la institución, ha puesto en mayor peligro la vida de su hija.
La frase “aplicar las manos” implica tocar con un propósito determinado. En la cultura judía significaba la transmisión de una fuerza o energía personal y se usaba para curar o para bendecir, lo que en ambos casos se interpretaba como comunicación de vida.
El verbo “salvar” ha aparecido sólo una vez antes de este episodio, en el hombre con el brazo atrofiado en la sinagoga (3,1-7), figura del pueblo sometido a la institución religiosa. Ante la lamentable situación de éste, Jesús preguntó a los fariseos qué estaba permitido hacer en sábado, si “salvar una vida” o “matar” (3,4), y demostró estar dispuesto a “salvar” la vida del hombre, aún con riesgo de la suya propia.
La mención de la sinagoga (“jefe de la sinagoga”) y el uso del verbo “salvar” en boca de Jairo, enlazan los dos episodios y la figura de la hija con la del hombre del brazo atrofiado. Así, se destaca el carácter representativo de los dos personajes: el Jefe de la sinagoga y su hija representan, respectivamente, a los responsables de la institución sinagogal y al pueblo integrado en ella. En Jairo, se plasma el caso ideal de un dirigente que ha comprendido que la institución religiosa (dominada por los fariseos) impide la vida del pueblo y que sólo Jesús puede dársela.
La petición de Jairo en favor de su hija es doble: “que se salve” y “que viva”. El primer verbo mira sobre todo a salir de una situación negativa. El segundo, a entrar en la situación positiva subsiguiente. En la intención teológica de Marcos, ambos verbos son complementarios y un recurso para marcar de nuevo el principio y el fin del éxodo: la salida de la opresión (“se salve”) y la entrada en la tierra prometida (“viva”; “empiece a vivir”).
En el libro del Deuteronomio se afirmaba repetidamente que la observancia de los preceptos de la Ley daría al pueblo vida, lo haría crecer y lo llevaría a poseer la tierra prometida (Dt. 4,1; 8,1; 11,8; 30,16). Sin embargo, el legalismo fariseo y la absolutización de la Ley, desdeñando el bien del ser humano, llevan al pueblo a la esterilidad y a la muerte.
La mención del cargo en primer lugar y del nombre propio a continuación, así como la exposición del problema personal de Jairo, muestran que este funcionario-hombre se ha encontrado ante un dilema y que ha tenido que optar entre dos fidelidades: fidelidad a la institución de la que es representante, y fidelidad-amor al pueblo/hija que considera suyo y dependiente de él.
La fidelidad a la institución le impedía acudir a Jesús, a quien la sinagoga había excomulgado. Pero esa institución no salva al pueblo de la muerte, sino que se la procura. De hecho, ante la pregunta de Jesús en la sinagoga (3,4) los fariseos que la dominan, se pronunciaron en favor de su legalismo de muerte y en contra de la vida. Al acudir al excomulgado, Jairo muestra hasta qué punto está dispuesto a saltarse los condicionamientos religiosos y sociales, con tal de conseguir la salvación de su hija.
En el dilema entre fidelidad a la institución y amor al pueblo, Jairo ha optado por romper con una institución inhumana. Al contrario que los fariseos, ha hecho suyo el principio puesto en práctica por Jesús en la sinagoga (3,1-7a): que lo primero es el bien del hombre. Su opción por la vida lo lleva a la opción por Jesús.
Mc., utiliza en este pasaje verbos en presente histórico, tales como “llega”, “cae a sus pies”, “le ruega”. Como de ordinario, este es un recurso para actualizar el episodio, indicando en este caso, que la posibilidad de salvación para el pueblo oprimido por el legalismo de los fariseos sigue abierta, y que ésta sigue dependiendo de la iniciativa de los dirigentes no fariseos. Este indicio, junto con la ausencia de un nombre de la ciudad en que sucede este encuentro, confirman que las figuras de Jairo y de su hija no denotan en primer lugar, individuos sino prototipos de situaciones.
Jesús no responde con palabras sino con la acción. Resalta el laconismo de la frase “y se fue con él”, después de la detallada exposición anterior. Jesús no duda un momento, está siempre dispuesto a “salvar una vida”. Se hace compañero, “con él”, del que se pone en favor del pueblo.
[1] El hecho de que esta multitud, aunque conservando su mentalidad judía, acepte que Jesús libere a los paganos, la pone en paralelo con los judíos integrados en la gran muchedumbre de 3,7. En aquel pasaje, el deseo de liberarse de la opresión hacía desaparecer la barrera étnica y religiosa entre judíos y paganos. Aquí, la actividad liberadora de Jesús en Gerasa, en vez de ser obstáculo, es un acicate para que la multitud acuda a Él en espera de liberación.
[2] En el país judío había un jefe en cada sinagoga. En la diáspora, en cambio, en donde el cargo de “jefe de sinagoga” había pasado a ser un título honorífico, podía haber varios. El titular del cargo se elegía entre los hombres mas respetados de la comunidad. En el ceremonial tenía preferencia sobre el limosnero, cargo ocupado ordinariamente por uno de los rabinos más famosos. A menudo, si no siempre, era uno de los tres miembros que formaban el consejo directivo de la comunidad. Estaba encargado de dirigir el servicio religioso, designar a los que debían recitar las oraciones y leer la Escritura, buscar predicadores idóneos, vigilar el orden y cuidar de que todo procediese como era debido. Se encargaba también de la conservación del edificio de la sinagoga y de su ornamentación.
[3] El nombre puede significar “Él ilumina” o “resplandece” o bien “Él despierta”.