Marcos 5, 24b-34

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LA MUJER CON FLUJOS
EL ISRAEL MARGINADO.


24b Lo seguía una gran multitud que lo apretujaba.

25 Una mujer que llevaba doce años con flujo de sangre,

26 que había sufrido mucho por obra de muchos médicos y se había gastado todo lo que tenía sin aprovecharle nada, sino más bien poniéndose peor,

27 como había oído hablar de Jesús, acercándose entre la multitud le tocó por detrás el manto,
28 porque ella decía -si le toco aunque sea la ropa, me salvaré-.

29 Inmediatamente se secó la fuente de su hemorragia, y notó en su cuerpo que estaba curada de aquel tormento.

30 Jesús, dándose cuenta interiormente de la fuerza que había salido de Él, se volvió inmediatamente entre la multitud preguntando: -¿Quién me ha tocado la ropa?-

31 Los discípulos le contestaron: -Estás viendo que la multitud te apretuja y sales preguntando ¿quién me ha tocado?-

32 Él miraba a su alrededor para distinguir a la que había sido.

33 La mujer, asustada y temblorosa por ser consciente de lo que había ocurrido, se acercó, se postró ante Él y le confesó toda la verdad.

34 Él le dijo:- Hija, tu fe te ha salvado; márchate a la paz y sigue sana de tu tormento-. Cuando Jesús atravesó de nuevo al otro lado, una gran multitud se congregó adonde estaba Él, y se quedó junto al mar.


24b Lo seguía una gran multitud que lo apretujaba.

La ausencia del artículo impide identificar a esta multitud con la que acudió a Jesús en la orilla del lago (5,21). Se repite pues el tema de las dos multitudes[1] , una judía que simpatiza con Jesús y espera de Él la liberación, pero que no comprende la novedad radical de su mensaje (“se congregó”). Y otra “que lo sigue”, es decir, que le da su adhesión y comprende y acepta su mensaje.

Así, en el evangelio aparecen periódicamente tres grupos que están con Jesús o se acercan a Él. En primer lugar el grupo de “Los Doce”, o el Israel mesiánico, llamado también el grupo de “los discípulos” (5,31) en cuanto son seguidores de Jesús, procedentes del judaísmo, quienes no acaban de desprenderse de las categorías nacionalistas. En segundo lugar, una multitud judía que ve en Jesús una esperanza, pero en la línea de la reforma de las instituciones (5,21). Finalmente un numeroso grupo o multitud de gente “impura” (2,15; 3,32), marginada o excluida por la institución judía, que había dado plena adhesión a Jesús, comprende su programa y lo sigue (5,24b).

Aunque Jesús se ha marchado con Jairo (5,24a), la gran multitud no los sigue a los dos, sino solamente a Jesús, lo que indica el sentido técnico del verbo “seguir” en este contexto. Pero además, sigue a Jesús “apretujándolo” sin que Jesús proteste por ello. De hecho, este detalle no es peyorativo; es una figura con la que Marcos, señala la continua y estrecha cercanía a Jesús de estos seguidores, expresada anteriormente con la frase “estar sentados en torno a Él” (3,32.34). Ambas figuras, usando la imagen de la cercanía e incluso del contacto físico, expresan lo que es propio de todo seguidor: “estar con Jesús” (3,14), es decir, su adhesión incondicional y permanente, base del verdadero seguimiento.

25 Una mujer que llevaba doce años con flujo de sangre,

Un incidente interrumpe la marcha del cortejo que va a casa de Jairo: hay una mujer enferma que busca curación en Jesús, Contrasta esta figura de mujer adulta y, por tanto responsable, con la de la hija de Jairo, niña y dependiente.

La enfermedad de la mujer se describe como una metrorragia crónica, que además de atormentarla físicamente, la hacía legalmente impura y transmisora de impureza. Estaba obligada por la Ley a evitar todo contacto con las demás personas, y éstas a evitarlo con ella.  En Ez. 36,17 la impureza del flujo menstrual es figura de la infidelidad del pueblo[2] . La enfermedad representa la acusación que hacen los círculos rigoristas al pueblo no observante, manteniéndolo en situación permanente de inferioridad y marginación.

La enfermedad duraba ya “doce años”. Esta innecesaria precisión crea una clara alusión a Israel. El mismo número señalará más adelante, la edad de la hija de Jairo (5,42). Se confirma así, que ambas figuras, anónimas y sin rasgos personales, designan de algún modo al pueblo judío. De hecho, cada una de ellas representa a un sector de ese pueblo que, en la época de Jesús, sufre la opresión por parte de la institución religiosa: la hija de Jairo, al de los integrados en ella; la mujer con flujos de sangre, a los que ella relega a la marginación.

En el caso de la mujer, como en el del leproso (1,39-45) es la enfermedad que la hace legalmente impura, la que la constituye en representante de los sectores marginados de Israel. El motivo de su discriminación es religioso: es la Ley de Moisés la que impide su integración en la estructura cultual y en la comunidad del pueblo escogido, y la que en último término, los excluye de la salvación, pues la impureza no le permite el acceso a Dios.

Al mismo tiempo, la enfermedad que se atribuye a la mujer hace imposibles las relaciones sexuales. Este sector del pueblo está, por consiguiente, condenado a la esterilidad. Dentro del lenguaje figurado del evangelista, este sector está fuera de la alianza, separado de Dios, y sin posibilidad de futuro.

El flujo de sangre simboliza la pérdida incontrolable de la vida. Lo prolongado de su enfermedad indica la gravedad de su estado. La Ley, que la declara impura, mantiene a este sector del pueblo, privado de Dios; lo obliga a vivir marginado y no le ofrece vida, sino muerte. 

26 ...que había sufrido mucho por obra de muchos médicos y se había gastado todo lo que tenía sin aprovecharle nada, sino más bien poniéndose peor...

En el marco del carácter representativo de la mujer, el recurso a muchos médicos y el gasto de todos sus bienes, son figuras del vivo deseo de estos oprimidos, que no han escatimado medios para encontrar una salida a su situación.

Se hace patente el fracaso de sus numerosas iniciativas ante la inflexibilidad de los intérpretes de la Ley. Cada vez que ha intentado obtener la salud, sólo ha conseguido agravar su enfermedad. El valor supremo por el cual lo ha intentado todo y ha derrochado sus bienes, era obtener la relación con Dios, la salvación y la integración en el pueblo de la promesa, que su impureza/marginación le impide.

Muchos se han ofrecido a sacarla de su situación (“médicos”), pero las numerosas soluciones propuestas eran todas falsas. Los que se llaman expertos en restaurar vida/salud lo han sido solamente en causar dolor, no han detenido la pérdida de vitalidad. Por otra parte, la búsqueda ha hecho perder a la mujer/pueblo incluso sus medios de vida, quedando reducida a la miseria (“todo lo que tenía para vivir”). A cambio de su esfuerzo y de su dinero no ha obtenido más que un empeoramiento de su situación. Los mediadores (“médicos”) que prometían salvación aparecen así como meros explotadores de las aspiraciones del pueblo marginado.

La figura de la impureza conecta estos medios buscados por la mujer con los costosos ritos y sacrificios de purificación mencionados en el caso del leproso (1,44). Se trata, en ambos casos, de una situación de explotación religiosa.  A la mujer le han prometido una purificación y una reinserción que nunca llegan. Las condiciones de observancia legal que se exigen para ello son tan estrictas que resultan imposibles de cumplir y, por otra parte, fomentan el sentido de culpabilidad de los marginados.

El conjunto de detalles que acumula Marcos, sobre la situación de la mujer describen un estado de profundo desengaño e irremediable fracaso. Lo ha probado todo y todo le ha salido mal; ya no le queda nada que perder. Por sí misma ha llegado a la convicción de que dentro del sistema religioso no hay solución para ella.

La mención del recurso a “muchos médicos” ha de asociarse con el dicho de Jesús en 2,17: “No sienten necesidad de médico los que son fuertes sino los que se encuentran mal”. Este dicho hace ver que la mujer pertenece al grupos de los “que se encuentran mal”, expresión que designa a los oprimidos de Israel y a los “pecadores”, excluidos del pueblo y de la alianza, por los fariseos y letrados, custodios de la observancia (2,16). Se ve que en Israel la opresión se ejercía sobre todo con la marginación religiosa y social.

El ardiente deseo de mejora de la mujer/pueblo se había mantenido hasta ahora , dentro de las categorías de la Ley/institución, pensando que su marginación estaba justificada. Este sector del pueblo tiene mala conciencia por no ser capaz de observar la Ley al modo como se le exige; en el fondo, cree que el sistema tiene la razón. No ha recurrido a Dios que, según la Ley, no aceptaba por su impureza, sino a hombres. Dentro del ámbito de la Ley ha probado mil veces y mil veces ha fracasado. Quiere la reconciliación con Dios pero la Ley se la niega. No hay solución desde dentro.

La Ley de lo puro y lo impuro quita la vida a los que excluye del pueblo (“mujer”), a los que se integran a la institución religiosa, se la quita el legalismo fariseo (“hija de Jairo”).

En el caso del leproso (1,39-45), era la Ley la que causaba la lepra/marginación, convenciendo al individuo de su impureza. También aquí es la Ley la que causa la pérdida de vida.  Como en el caso del geraseno (5,2-20), una vez aceptadas las categorías del sistema, todos los esfuerzos son inútiles a causa del poder de la institución, Hasta ahora no ha habido alternativa a la institución judía. La alternativa empieza con Jesús.

27 como había oído hablar de Jesús, acercándose entre la multitud le tocó por detrás el manto,

28 porque ella decía -si le toco aunque sea la ropa, me salvaré-

La mujer ha oído hablar de Jesús, luego no lo conoce personalmente. Esto significa que más y más grupos marginados de Israel se van acercando a Jesús, atraídos por su fama. Las noticias que la mujer ha tenido de Él le han abierto un horizonte nuevo, y en consecuencia una nueva línea de acción. Todo esto ha producido en ella una confianza absoluta en la potencia de Jesús, hasta el punto de estar convencida de que no hará falta siquiera pedirle que la cure ni llegar al contacto directo con su persona. Cree que de Jesús no puede salir más que vida.

La mujer se confunde con la multitud de marginados que siguen a Jesús; Él no ha venido para salvar justos sino pecadores, tirando abajo la barrera erigida por la Ley (2,17).

En un gesto cargado de clandestinidad, la mujer le toca el manto por detrás. No quiere manifestar públicamente su ruptura con la Ley, ni que Jesús se dé cuenta de que lo toca, (“entre la multitud, por detrás”), temiendo un posible reproche. El contacto físico es figura de la adhesión íntima a Jesús, que incluye la confianza en su fuerza. Piensa que el contacto, incluso mínimo (“aunque sea la ropa”)[3], le hará salir de su penoso estado. Su certeza es total (“me salvaré”). Esto es lo que después Jesús, llamará “fe” (v34).

Pero el mismo acto que puede salvarla dándole la salud, a los ojos de la Ley le puede condenar. El contacto que ella ve como transmisor de vida, la Ley le dice que transmite impureza. Al prohibirle tocar a Jesús, la Ley le impedía obtener la curación. El sistema judío, imponiéndose en nombre de Dios, no permite que nadie se sustraiga a su dominio.

Pero esta mujer adulta, se ha emancipado del tabú; quebranta conscientemente la Ley de lo puro y lo impuro, que Jesús mismo había violado tocando al leproso (1,42). Se ha encontrado como Jairo, ante una alternativa. Ha tenido que optar entre el amor a la vida y el respeto a la Ley. Al final, ha elegido la vida.

Hasta ahora las curaciones han ido precedidas de una petición o una presentación del enfermo a Jesús (1,30.40; 2,1). En cambio cambio, como los oprimidos de 3,9, a los que Jesús no llegó a curar, esta mujer toma por ella misma la iniciativa de tocarlo.

29 Inmediatamente se secó la fuente de su hemorragia, y notó en su cuerpo que estaba curada de aquél tormento.

La eficacia de su acción es inmediata. El contacto con el manto de Jesús, es decir, su adhesión y confianza en él, rompiendo el muro de la Ley, la cura. Su confianza no ha sido engañada.

El texto describe el hecho desde un punto de vista objetivo: “Se secó la fuente”, y desde un punto de vista subjetivo: “notó en su cuerpo”. Ha cesado la pérdida de vida. La experiencia es de curación definitiva (“estaba curada”). El hecho objetivo; “se secó la fuente”, indica que el desentenderse  de la Ley ha eliminado la causa de su mal. La experiencia subjetiva (“notó en su cuerpo”) marca la conciencia del nuevo estado de libertad y de vigor.

La curación se opone al historial médico relatado antes. A los sufrimientos provocados por los falsos médicos se opone la facilidad con que se cura recurriendo a Jesús; a los gastos que la han dejado en la miseria, la gratuidad; al prolongado proceso, la inmediatez. El deseo de vivir de la mujer, continuamente frustrado por la ley, se ha encontrado con el deseo de Jesús de comunicarla.

El jefe de la sinagoga ha tenido que romper con su institución para acudir al heterodoxo Jesús; la mujer rompe con la Ley para obtener la salud. En ambos casos, la posibilidad de vida está ligada a la ruptura con el sistema religioso opresor.

El término “tormento” ha aparecido en 3,10, referido a la opresión social que padecía la muchedumbre que acudía a Jesús. Aparece la relación entre las dos perícopas: la mujer representa al Israel oprimido por el sistema socio-religioso, con el arma de la Ley. La cesación del tormento significa que ha cesado la opresión.

30 Jesús, dándose cuenta interiormente de la fuerza que había salido de Él, se volvió inmediatamente entre la multitud preguntando: ¿Quién me ha tocado la ropa?

Jesús tiene conciencia de que la fuerza que Él posee se ha comunicado; es una experiencia de Jesús (“dándose cuenta internamente”) en paralelo con la que se ha descrito de la mujer (“notó en su cuerpo”). A la fuerza comunicada corresponde la cesación de la hemorragia.

Estos paralelos establecen una relación oculta entre Jesús y la mujer. Los dos conocen al mismo tiempo, y ambos conocimientos se verifican a través del contacto de la mujer con la ropa de Jesús. Es decir, a través de una comunicación indirecta, no personal. Jesús ha curado sin pretenderlo pero no sin tener conocimiento de ello. Es portador de una vida disponible para todos y el menor contacto con Él comunica vida.

La curación de la mujer es efecto de la “fuerza” que sale de Jesús. Hasta ahora, los relatos de curación sólo narraban los efectos en los enfermos. Esta es la única vez que Marcos, describe el proceso interno, el modo como salva/cura Jesús. No solamente pone en movimiento la fuerza vital de la persona misma, esta recibe además una fuerza de vida que procede de Él. Según el significado de “fuerza”, en este evangelio, es la fuerza de vida de Dios mismo, su Espíritu[4]  comunicado por Jesús, que lo tiene en plenitud (1,10).

El contacto físico es el símbolo de la adhesión y la confianza, condición necesaria y suficiente para que se establezca la comunicación. Quien tiene fe en Jesús obtiene vida. Se confirma el significado de la fe como adhesión a Jesús y absoluta confianza en Él como salvador, es decir, como dador de vida.

Tan inmediata como la curación es la reacción de Jesús: “Inmediatamente se secó”... “se volvió inmediatamente”.  Él interrumpe su marcha para poner de manifiesto la relación que se ha establecido entre Él y la mujer. Se vuelve hacia atrás, entre la multitud. La pregunta de Jesús no es un reproche. Aunque no la conoce, se dirige a la persona que lo ha tocado para que ella misma haga pública su ruptura con el pasado y su opción por Él.  

31 Los discípulos le contestaron: Estás viendo que la multitud te apretuja y sales preguntando ¿quién me ha tocado?

Reaparece el grupo de los discípulos, distinto de la gran multitud de seguidores. No ha participado en la misión con los paganos, no se ha mencionado su vuelta ni su presencia en la playa (5,21). En los sucesos descritos por Marcos, no tenían nada que aportar. Ahora muestran de nuevo su incomprensión.

Su respuesta tiene un tono de insolencia. La pregunta les parece incongruente. El contacto con Jesús es externo y constatable (“estás viendo”). Por no haberla experimentado, aún no comprenden la realidad del cambio interior por la adhesión íntima a Jesús (4,14-20. 26-29). La multitud, por el contrario, que tiene experiencia de su estrecho contacto con Él (“lo apretujaba”), no se extraña de la pregunta.

Los discípulos no dan importancia al término “la ropa” en la pregunta de Jesús y lo suprimen en la suya (“¿Quién te ha tocado?”). No captan los tímidos acercamientos de los que no se atreven a desafiar la opinión ajena. No perciben el fermento que existe entre ciertos grupos marginados, ni su oculta adhesión a Jesús. Por su propia falta de adhesión plena, carecen de sensibilidad para percibir estas situaciones (5,32-34).

32 Él miraba a su alrededor para distinguir a la que había sido.

33 La mujer, asustada y temblorosa por ser consciente de lo que había ocurrido, se acercó, se postró ante Él y le confesó toda la verdad.

34 Él le dijo: -Hija, tu fe te ha salvado; márchate a la paz y sigue sana de tu tormento-

Jesús no hace caso a la impertinencia de sus discípulos. Él sabe el sentido de su pregunta.  Al “estás viendo” de los discípulos, excluyente de toda novedad, opone Él un “mirar a su alrededor” para descubrir al sujeto de la nueva adhesión.

Él sabe lo que busca, pues conoce el anhelo de los oprimidos. Marcos, señala esta conciencia de Jesús indicando que no busca con su mirada a una persona indeterminada, sino a la que lo ha tocado (“a la que había sido”). La mirada de Jesús fuerza a la mujer a salir del anonimato que había mantenido con tanto empeño.

La reacción de la mujer/pueblo al verse descubierta es de temor (“asustada y temblorosa”), por ser consciente de lo que le ha ocurrido y de no haber pedido la autorización de Jesús. Teme la reacción de éste.

El temor es la reacción típica en el judaísmo ante la manifestación divina. El Dios de Israel inspira temor[5]. Estos marginados, parte de la multitud inicial (5,21), se han criado en las categorías religiosas judías. Temen un reproche de parte de Jesús, reflejando un sentido de culpa por la acción realizada, que implicaba la ruptura con la Ley.

Por la salud que experimenta, la mujer sabe que la pregunta de Jesús se dirige directamente a ella. No tiene más remedio que acercarse pues ve que Jesús sabe lo que ha hecho. “Postrarse ante Él” significa reconocer su calidad divina[6]. El gesto refleja al mismo tiempo su temor. Sigue esperando el reproche.

Delante de todos “cuenta toda la verdad” que implica su estado anterior, su situación sin salida bajo el régimen de la Ley, su contacto/adhesión a Jesús prescindiendo de ella y el efecto de curación que ha experimentado[7]. La palabra “verdad” aparece en Marcos, sólo en este pasaje, y atendiendo al contexto, “la verdad” no queda reducida para el hombre a la esfera del conocimiento intelectual, sino que implica una experiencia: la obtención de la libertad y de la vida.

Al gesto y al temor de la mujer, Jesús no responde con un reproche, sino con una palabra de afecto: “Hija”. Esta es la misma palabra que dirigió al paralítico (2,5). Con esto Jesús disipa toda sospecha de indignación por su parte y crea una nueva relación. Antes le había comunicado vida/fuerza, ahora le expresa su amor.

El apelativo “hija” alude sin duda al texto de Jer. 8,22, donde se une a la idea de curación: “¿No hay médico aquí? ¿ Por qué no se ha verificado la curación de la hija de mi pueblo?”.  La expresión “la hija de mi pueblo” designa al pueblo mismo, o a la capital que lo representa[8]. Esta alusión da a la frase de Jesús el sentido de una elección: los marginados por la institución judía son para Jesús, pueblo de Dios. Su aspiración está colmada.

Por su impureza, la mujer pensaba estar excluida de la relación con Dios. El apelativo “hija” muestra, en cambio, que aún habiendo violado la Ley, por la adhesión a Jesús es objeto del amor entrañable de Dios.

La falta de la mujer ha sido legalmente grave. Las prohibiciones de la Ley eran severas, pero Jesús no les da importancia alguna, como si la Ley no existiese.

El agente de la curación ha sido la fe, que ha aparecido como la adhesión a Jesús, rompiendo con el pasado, y la confianza de obtener la curación por el contacto con Él.  Antes la curación se atribuía a la fuerza de Jesús; ahora, a la fe. La fuerza está disponible, pero solamente la fe/adhesión  es capaz de abrirle un cauce. La salvación es obra de Dios con la colaboración del hombre.

En contexto semítico, “la paz” incluye la integridad, la salud, el bienestar. Se opone a la situación de “los que se encuentran mal”, representados por la mujer. Las palabras de Jesús: “márchate a la paz” parecen significar una invitación a entrar en la nueva comunidad, designada como “la paz”[9]. Así lo insinúa el paralelo con las figuras representativas del mundo pagano, el paralítico y el geraseno a quienes Jesús dijo “márchate a tu casa”, diferente en ambos casos de “la casa de Israel”. La mujer marginada por la institución judía tiene su lugar en la comunidad de Jesús.

El verbo “salvar” tiene un doble sentido. En el plano narrativo significa curación, comunicación de salud física. En el plano teológico del evangelista, denota la salvación definitiva, efectuada por la comunicación del Espíritu, la vida divina. Con la última frase “sigue sana de tu tormento”, Jesús le confirma a la mujer que su nueva situación es para siempre.

A los años pasados de enfermedad y de angustia se contrapone ahora un futuro de paz y salud. A la esterilidad anterior sucede una nueva posibilidad de ser fecunda, Es la expresión figurada de la alternativa que Jesús ofrece.

La parábola puede resumirse así: Grupos marginados por la institución judía que, a pesar de todos sus esfuerzos siguen siendo tachados de impuros y separados de Dios por no practicar una observancia al estilo de los fariseos, tienen noticia de Jesús, de su actividad y de su mensaje y se persuaden de que en Él pueden encontrar remedio a su situación. Toman entonces la iniciativa; se emancipan de la Ley que los retenía en la marginación; dan su adhesión a Jesús y hacen suyo su mensaje. Aunque no hacen pública su ruptura ni su adhesión, sienten la liberación que ésta efectúa y la vida que comunica.

Jesús, sin embargo, aunque no haya tenido contacto con ellos, sabe de la existencia de estos grupos y quiere que salgan a la luz y que su decisión sea conocida por todos. Es el pueblo adulto y capaz de iniciativa -del que es figura la mujer- que no debe mantener en secreto esta opción, ni debe vivirla clandestinamente. Debe exponer ante todos sus vicisitudes y, desafiando al sistema religioso que condena la actividad de Jesús, integrarse en la comunidad alternativa que Él ha fundado fuera de la institución judía.


[1] Se creía en el poder de quien realizaba curaciones. En su manto o su sobra, los antiguos veían una extensión de su personalidad.

[2] “Como la impureza de una menstruante era su conducta ante mí”

[3] Se creía en el poder de quien realizaba curaciones. En su manto o su sobra, los antiguos veían una extensión de su personalidad.

[4] En Mc., el singular articulado “la fuerza/la potencia” aparece tres veces. De las otras dos una designa a Dios mismo (14,62). La otra, la fuerza divina de vida capaz de hacer superar la muerte (12,26). La comunicación de la fuerza es, por tanto, la comunicación de la vida misma de Dios.

[5] Ex. 15,16; Dt. 2,25; 11,25.

[6] Mc. 5,6; Sal. 95/94, 6

[7] Según Lv. 15,31, violar las leyes de lo puro y lo impuro acarreaba la ira divina y el peligro de perecer.

[8] Se refiere a “La hija de Sion” Sof 3,14; Zac. 9,9

[9] La fórmula no es solamente un modo de despedirse, es la indicación de que todo va bien, que se puede estar tranquilo.

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