JUAN EL MENSAJERO PROMETIDO
2 Como estaba escrito en el profeta Isaías: “Mira, envío a mi mensajero delante de ti; él preparará tu camino”.
3 Una voz grita desde el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”.
4 Se presentó Juan Bautista en el desierto proclamando un bautismo en señal de enmienda, para el perdón de los pecados.
5 Fue saliendo hacia él todo el país judío, incluidos todos los vecinos de Jerusalén, y él los bautizaba en el río Jordán, a medida que confesaban sus pecados.
2 Como estaba escrito en el profeta Isaías: “Mira, envío a mi mensajero delante de ti; él preparará tu camino”.
Bajo el nombre del profeta Isaías reúne Marcos, dos textos distintos. El primero (1,2) está tomado de Ex. 23,20, aunque su final revela el influjo de Mal. 3,1. El segundo (1,3) efectivamente tomado de Isaías 40,3. La yuxtaposición de los dos textos bajo un título sigue la costumbre judía del tiempo de no citar un pasaje profético sin apoyarlo en un texto de la Ley, del que se consideraba comentario. Marcos utiliza este recurso para interpretar la figura y actividad de Juan (1,2.4). Al mismo tiempo, las citas bíblicas ofrecen datos sobre otro personaje, del que el primer mensajero será precursor, y que se identificará con Jesús.
Comparando el texto de Marcos 1,2 con la traducción griega del Antiguo Testamento se aprecia que Marcos 1,2b[1] reproduce casi exactamente el texto de Ex. 23,20[2], en el camino de Israel hacia la tierra prometida. La frase siguiente está, por el contrario, más cerca de Mal. 3,1b que del texto del Éxodo. Sin embargo, Marcos, cambia el destinatario[3]. Es decir, para Marcos, el camino de Dios se realiza en el de Jesús.
En el texto del Ex. 23,20 + Mal. 3,1, tal como está citado en Marcos, 1,2, Dios se dirige a un personaje innominado que, por lo expresado en el título de la obra, se identifica con Jesús, Mesías Hijo de Dios. Dios le informa que un mensajero suyo va a prepararle el camino. Se habla de “tu camino”, un camino determinado, implicando una meta perfectamente definida en la mente del que habla, y conocida por el personaje a quien se dirige.
Este camino es un éxodo (Ex. 23,20), es decir, supone la liberación colectiva de un estado de opresión y la llegada a una tierra prometida, prevista en el plan divino. El Mesías no actuará al azar. Se va precisando el sentido de la buena noticia.
Al mismo tiempo, conforme al texto de Mal. 3,1, que se conecta con Mal. 3,23, el mensajero se identifica con el profeta Elías, precursor de la llegada del Mesías. La misión de este ángel o mensajero precursor queda así caracterizada como un juicio contra los defraudadores, explotadores y opresores, para que el pueblo, volviendo a la rectitud de vida, restablezca su relación con Dios (Mal. 3,1). La figura del ángel/mensajero de Marcos 1,2 se identificará en 1,4 con Juan Bautista; es pues una figura humana.
3 “Una voz grita desde el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”.
El texto siguiente está efectivamente tomado de Is. 40,3. Introduce un cambio de escena. Sin transición, el mensajero anunciado se hace presente y eleva su voz, localizado en un desierto. Su misión no se realiza por la imposición o la violencia, sino por la exhortación. También esta cita, que se refería en el profeta Isaías a la salida de Babilonia, anuncia un éxodo. Será el definitivo, porque va guiado por Dios mismo. Pero el camino del Señor queda identificado con el camino del Mesías que asume un papel divino; él llevará a cabo lo que, según la profecía, habría de ser obra de Dios.
La voz grita desde el desierto, el lugar estéril y deshabitado, separado de la civilización y de la vida social. Desde Oseas (Os. 2,16-18), el desierto, lugar del éxodo, era símbolo de la fidelidad de Israel a Dios.
Desde ese desierto se exhorta a la sociedad a un cambio de vida. La exhortación se hace en plural: enderecen, preparen, señalando a todos un mismo cometido. La sociedad entera es responsable de la injusticia que en ella existe y debe rectificar. El Señor que viene podrá alcanzar su objetivo si los oyentes responden al llamamiento del que grita. La salvación no es cosa de Dios solo, ni tampoco del mensajero; todos deben de poner de su parte.
Este texto profético, que se aplica a Juan, lo muestra como precursor del Mesías y anunciador de un nuevo éxodo liberador. En su misión se resume la función de todo el Antiguo Testamento. Juan prepara la misión del Mesías invitando a Israel a cambiar de vida. El Mesías, Jesús, ha de llevar a término el éxodo definitivo que conducirá a la nueva tierra prometida. Su obra será la de Dios mismo.
4 Se presentó Juan Bautista en el desierto proclamando un bautismo en señal de enmienda, para el perdón de los pecados.
Juan bautista es el ángel/mensajero anunciado y la voz que grita. Al ser enviado por Dios, su voz es la de un profeta, y su presencia y pregón equivalen a una intervención divina en la historia.
Juan entra en la narración como un personaje conocido, pero únicamente por su nombre (Juan) y actividad (el bautista). No se menciona su origen, familia ni profesión. Su figura no suscita el interés del evangelista más que en cuanto ejecutor de la misión para la que Dios lo enviaba.
Como la voz anunciada (1,3), Juan proclama desde el desierto. Se mantiene fuera de las estructuras sociales, lo mismo políticas que religiosas. Pero, además, dado el paralelo que establecían los rabinos entre Moisés y el Mesías, se relacionaba el desierto con la expectación mesiánica y se había idealizado la época del desierto, identificándola con el tiempo de la fidelidad de Israel a Dios. Nada tiene pues de extraño, que los líderes de los movimientos renovadores, mesiánicos o proféticos, que surgieron en aquel tiempo lanzaran su proclama situándose en el desierto.
El objetivo de la misión de Juan era la reconciliación con Dios (“el perdón de los pecados”). Para obtenerla, la religión judía ofrecía medios, entre ellos los sacrificios de expiación. Juan no los toma en consideración e invita a un gesto simbólico: el bautismo en el río. El mensajero de Dios prescinde de la institución religiosa.
En este contexto, bautismo y bautizar significan inmersión/sumergir, y está asociados a la idea de muerte. En los evangelios, la inmersión o bautismo se utiliza como metáfora de la muerte de Jesús (Marcos 10,38; Lc. 12,50) Sobrevive en el bautismo el concepto de agua destructora.
Dejando aparte el baño como rito de purificación legal (Lv. 14,8;15,16), el bautismo o inmersión se usaba en el judaísmo como símbolo de un cambio decisivo en la vida, tanto religiosa como civil. El símbolo subyacente era el de morir a un estado anterior para empezar una vida diferente. Existía, por ejemplo, la inmersión/bautismo, que indicaba el paso de la esclavitud a la libertad. Para los prosélitos del judaísmo significaba el abandono de las prácticas y creencias paganas y la adhesión a las judías. En estos casos, el bautismo expresaba un cambio de lealtades o de dueño, especificado por la circunstancia.
A la luz de este significado del bautismo/inmersión, se entiende el bautismo de Juan, asociado a la enmienda. La inmersión, símbolo de muerte, es expresión máxima de ruptura; muestra la voluntad del hombre de sepultar su pasado pecador (1,5). De este modo indica cada uno que rompe definitivamente con su conducta anterior injusta para emprender una vida nueva. El acto exterior manifiesta el cambio interior de actitud y se convierte en compromiso público de enmienda.
Es decir, Juan no se limita a exhortar a un arrepentimiento privado, pide que cada uno se reconozca púbicamente cómplice de la injusticia y exteriorice su ruptura con ella. No centra su denuncia en la injusticia o corrupción de las instituciones; se dirige a todo Israel, a la sociedad entera y a cada uno de sus miembros; no deja que se descargue la culpa de la injusticia en otros. Cada uno ha de reconocer la parte de culpa que le corresponde y rectificar la mala conducta propia.
Con su exhortación se inserta Juan en la tradición profética de Israel. La promesa de borrar los pecados se encuentra, por ejemplo, en Is. 1,16-18, aunque usando lenguaje religioso propio de ciertas acciones rituales propias de los judíos.
Este texto de Isaías define exactamente el significado de la enmienda: cesar de obrar mal y aprender a obrar bien. De hecho, el término griego para enmienda denota un cambio de actitud hacia los demás, que se traduce en un cambio de conducta. No contiene referencia a Dios, sino al hombre. En eso difiere de la conversión, que implica la vuelta a Dios. Como en el texto de Isaías, para perdonar los pecados pide Dios el cambio de actitud hacia el ser humano.
Por eso el texto no necesita explicitar la calidad de los pecados; dada la tradición profética anterior, se da por sabido que pecado significa injusticia, daño habitual e intencionado al prójimo, especialmente a los más débiles.
Es decir, el término “pecados” no denota acciones meramente ocasionales que se designan en Marcos, con otros términos, sino las que se derivan de una mala actitud hacia los demás y necesitan, para ser corregidas, un cambio de actitud (arrepentimiento) y de conducta (enmienda). El bautismo/inmersión, sepultura simbólica del pecado, subraya lo radical de la enmienda, expresando su carácter irrevocable.
Juan promete el perdón divino a los que cambien de actitud hacia el prójimo. No hay amistad con Dios sin amistad con el ser humano. Preparar el camino del Señor significa, por tanto, abandonar la práctica de la injusticia.
5 Fue saliendo hacia él todo el país judío, incluidos todos los vecinos de Jerusalén, y él los bautizaba en el río Jordán, a medida que confesaban sus pecados.
La predicación de Juan tiene enorme resonancia. Se produce un movimiento de masas procedentes de toda Palestina, incluida la capital.
El verbo “salir” utilizado por Marcos, se usa en el AT para designar el éxodo de Egipto. Como lo anunciaban los textos citados antes por Marcos 1,2-3, el pregón de Juan provoca un éxodo. La tierra de opresión de donde parte este éxodo es precisamente el país judío, con su capital Jerusalén, lugar del templo y sede de las instituciones religiosas y políticas.
El desierto donde actúa Juan y la sociedad judía, están pues contrapuestos. Para encontrar el perdón hay que salir, hay que alejarse de esa sociedad y de sus instituciones, representadas por Jerusalén. La religión y el culto oficial no reconciliaban con Dios, por no sanar la injusticia existente.
Con su respuesta al pregón de Juan, el pueblo mismo reconoce implícitamente la inautenticidad del culto y la ineficacia de la Ley. También los habitantes de la capital acuden a Juan. El desierto está más cerca de Dios que el templo.
La gente ha tomado conciencia de la situación en que vive. La voz del mensajero ha despertado la conciencia del pecado. La respuesta masiva indica que la injusticia invadía la sociedad a todos sus niveles. La sociedad judía se reconoce culpable en cada uno de sus miembros.
Van hacia Juan, no como comunidad organizada sino como totalidad anónimas, donde los vínculos sociales no tienen vigencia. Son una masa de individuos que sienten colectivamente su condición pecadora y la necesidad de reconciliarse con Dios.
La vasta respuesta suscitada por la llamada de Juan da al fenómeno gran importancia social. El carácter público de la ruptura revelaba a cada individuo el enorme descontento que reinaba. De una situación de conformismo se pasa a un anticonformismo de masa, que experimenta la necesidad de un cambio, de una salvación. Así prepara Juan el camino del Mesías. Es innegable la importancia que tuvo el Jordán en la historia de Israel, como frontera que hubo de atravesar para entrar en la tierra prometida: En el Jordán sucedió lo mismo que en el Mar Rojo: las aguas se retiraron para permitir el paso del pueblo (Jos.3). El Jordán señala, por tanto, el final de un éxodo; anuncia el don de la tierra prometida, meta de la liberación.
Este sentido está indicado en el texto de Marcos, por la fórmula “el río Jordán” (única vez que aparece así en el evangelio), que se encuentra sólo en tres pasajes del AT[4], señalando la frontera de la tierra prometida.
El hecho de que el pueblo salga del país judío para acercarse al Jordán, donde Juan bautizaba, indica que la tierra de opresión está en la sociedad judía. La que fuera tierra prometida se ha convertido en tierra de opresión, en paralelo con el antiguo Egipto. La nueva tierra prometida se encuentra fuera de los límites de Israel, pues el río constituye la frontera que separa a Israel de las demás naciones (Dt. 3,17). El éxodo se realizará recorriendo el camino inverso del anterior. No se pasaré el Jordán para entrar en la tierra de la antigua promesa, sino al revés; Israel tiene que salir de sí mismo, abrirse al mundo que está fuera de él.
Pero Juan, que sitúa al pueblo a la entrada de la nueva tierra, no puede hacerlo entrar en ella. Será esta la misión del Mesías que viene. Juan no es sólo testigo, sino agente del bautismo. Los que se hacen bautizar por él como respuesta a su mensaje lo aceptan como enviado de Dios y ven en el cambio de vida una exigencia divina.
El mensaje de Juan no ha sido de amenaza, sino de misericordia. Dios quiere cancelar el pasado pecador de quienes se propongan practicar la justicia. Aunque la proclamación de Juan tiene gran resonancia social, atañe sobre todo al individuo. No manifiesta propósito de fundar una escuela ni una comunidad de ningún tipo. Se dirige a todos, para que cada uno cambie de conducta. Ahí termina su misión.
El antiguo éxodo había consistido en la salida del pueblo como tal. En este que anuncia Juan, participarán los que respondan a su invitación.
El movimiento popular suscitado por Juan se encuadra dentro de los muchos movimientos mesiánicos o renovadores de que hubo en su época. En todos ellos, un cabecilla convocaba al pueblo prometiendo un cambio de sociedad, una vuelta a los idealizados orígenes de Israel, confiando ordinariamente en el uso de la violencia armada. El descontento con la situación existente hacía que estas proclamas tuviesen un notable eco en la población. Cuando el cabecilla era apresado o eliminado, como sucedía siempre el movimiento se disolvía como la sal en el agua.
Sin embargo, tal como lo presenta Marcos, hay una notable diferencia entre la predicación de Juan y las arengas de los cabecillas habituales. Juan no exhorta a una sublevación contra el orden existente ni promete la ayuda divina para ella. Él mismo no se hace cabecilla del movimiento que suscita. Por el contrario, ataca la injusticia en cada individuo, haciendo comprender la complicidad de todos en la situación existente y la necesidad de un cambio personal, previo e indispensable para el cambio social.
1] “Mira, envío mi ángel/mensajero delante de ti”
[2] “Mira, yo envío mi ángel/mensajero delante de ti”
[3] “y preparará el camino ante mi”; Marcos 1,2: “preparará tu camino”.
[4] Num. 13,29; Jos. 4,5 y 5,1