TRAVESÍA; JESÚS ANDA SOBRE EL MAR
47 Caída la tarde estaba la barca en medio del mar y él sólo en tierra.
48 Viendo el suplicio que era para ellos avanzar, porque el viento les era contrario, a eso del último cuarto de la noche fue hacia ellos andando sobre el mar, con intención de pasar a su lado.
49 Ellos, sin embargo, al verlo andar sobre el mar, pensaron que era una aparición y empezaron a dar gritos,
50 porque todos lo vieron y se asustaron.Pero él habló en seguida con ellos diciéndoles: “Ánimo, soy yo, no teman”.
51 Subió a la barca con ellos y el viento cesó. Su estupor era enorme,
52 pues no habían entendido cuando los panes. Al contrario, su mente seguía obcedada.
53 Atravesaron, tocaron tierra en Genesaret y atracaron.
47 Caída la tarde estaba la barca en medio del mar y él sólo en tierra.
La expresión inicial “caída la tarde” que indica el momento en que se sitúa el episodio, ha aparecido ya dos veces en el evangelio. En 1,32, como introducción a las curaciones en Cafarnaún, y en 4,35, en la primera travesía. Como se ha explicado en esos pasajes, el sentido de la expresión rebasa el aspecto meramente cronológico. La oscuridad que prevalece tras la puesta del sol (1,32) le confiere un sentido figurado. Como en 4,35 significa aquí la incomprensión de los discípulos que están en la barca, hecho que será afirmado explícitamente al final de la perícopa (v52). La disposición de los discípulos al principio de esta travesía es la misma que Marcos, señaló en la primera.
Jesús y los suyos están separados, sin contacto, por iniciativa de Jesús. Él ha querido alejarlos de la multitud y los ha enviado solos en dirección a Betsaida. Quiere sacarlos fuera de Israel y que vayan a territorio no judío. La expresión “en medio del mar” se usa en el contexto del éxodo de Egipto (Ex. 14,16-29; Neh. 9,11). Indica que Jesús pretende liberar a los discípulos de su situación de opresión, en este caso de la opresión ideológica que ejerce sobre ellos la sociedad judía y que causa su incomprensión del mensaje. Salir del territorio judío equivale a salir de las categorías del judaísmo.
En la primera travesía (4,35-5.1), de territorio judío a Gerasa, los discípulos desaparecieron de la escena al tocar tierra y Jesús actuó solo. Posteriormente Jesús los había enviado a un territorio de población mezclada, sin duda Galilea, pero ellos se habían dedicado solamente a los judíos (6,7-13). Ahora quiere de nuevo que salgan del ambiente judío y afronten otro ambiente completamente pagano. Pero este éxodo está interrumpido (“la barca estaba en medio del mar”), está en suspenso, sin eficacia. La intención de Jesús, por el momento fracasa.
El evangelista resalta el contraste: Jesús está solo en la tierra[1], figura de la definitiva tierra prometida, la nueva realidad terrena y celeste (“el monte”) donde se encuentra Él y que ha de ser el ámbito de su comunidad. Los discípulos que no aceptan su mensaje, se encuentran en medio del mar, lejos de Él y solos.
48a Viendo el suplicio que era para ellos avanzar, porque el viento les era contrario...
Jesús, en la oscuridad, los ve a distancia. Este es un nuevo dato históricamente inverosímil que subraya el sentido figurado de la narración. Jesús deja que pase la mayor parte de la noche. Quiere que experimenten ellos mismos su propia dificultad para cumplir su orden, dificultad que es prueba de la falta de sintonía de los discípulos con su mensaje.
El término “suplicio” ha aparecido en 5,7, a propósito del endemoniado geraseno. Aquél individuo interpretaba la expulsión del espíritu de violencia que lo poseía como la voluntad de Jesús de someterlo de nuevo al suplicio de la esclavitud (5,7). Los discípulos, por su parte, que se resisten a abandonar su espíritu nacionalista, sienten como un suplicio cumplir la orden de Jesús, contraria a la ideología que los domina.
Avanzar remando hacia Betsaida significa dirigirse a territorio pagano. El obstáculo para ello es doble. Uno personal, la resistencia interior de los discípulos, a los que Jesús ha tenido que obligar a dirigirse allí (6,45). Y otro externo, el viento. Pero los dos obstáculos se reducen a uno. En paralelo con lo narrado en la primera travesía (4,37), el viento es figura del mal espíritu que anima a los discípulos. De hecho, lo que les impide avanzar es su misma resistencia interior a la orden recibida; no quieren salir del territorio de Israel. En el éxodo, el viento de Dios, que también soplaba durante la noche (Ex. 14,21; 15,8), favorecía el paso del mar (Ex. 14,21). Aquí, el viento es contrario a Dios, porque impide atravesar el mar y realizar el éxodo liberador.
El gran lapso de tiempo que Marcos hace mediar entre la notación inicial (“caída la tarde”), cuando la barca ya estaba en medio del mar (v47) y el momento en que Jesús se acerca a ellos (“el último cuarto de la noche”) es decir, entre las 3 y las 6 de la mañana, en el que la barca seguía inmóvil, pone de relieve la fuerza del viento, es decir, la resistencia obstinada de los discípulos a alejarse de territorio judío, donde apoyados por la multitud, ellos pensaban que se ofrecía la posibilidad de comenzar la restauración de Israel. Los que debían seguir a Jesús (1,17) quieren en realidad que Jesús los siga a ellos. No avanzan porque su actitud les impide la apertura a los demás pueblos, porque no rompen con el exclusivismo judío.
En la primera travesía, el torbellino de viento desató un oleaje que amenazaba con destruir al grupo, haciendo naufragar la barca (4,38). El oleaje representaba la ira del paganismo ante la pretensión de superioridad judía. En este caso, en cambio, no hay oleaje, no hay peligro de la vida, solamente la resistencia al plan señalado por Jesús.
48b ... a eso del último cuarto de la noche fue hacia ellos andando sobre el mar, con intención de pasar a su lado.
Había dos maneras de dividir la noche. Los judíos y los griegos la dividía en cuatro partes (13,35). Al señalar el evangelista que Jesús se acerca a los discípulos “a eso del último cuarto de las noche” está usando la división romana. Este dato, narrativamente superfluo, porque podría haber dicho simplemente, “al final de la noche” o “en la madrugada”, pone la escena en el contexto de la misión pagana, en consonancia con el destino señalado por Jesús: Betsaida.
En el Antiguo Testamento, “caminar sobre el mar” es una acción que se considera propia y exclusiva de Dios[2] (Job. 9,8). Jesús va a mostrar su condición divina a los discípulos, buscando que éstos salgan ya de las categorías del judaísmo y acepten su mensaje. A la autoridad divina que ellos atribuyen a las enseñanzas que han recibido en la sinagoga y a los ideales judíos, va a oponer Jesús la verdadera autoridad divina, la suya, para ver si logra hacerles aceptar el designio universal de Dios. Este ha sido el contenido de su oración en el monte (6,46). Jesús desea que “los que Él quería” (3,13) comprendan el secreto del reinado de Dios (4,11).
Jesús “fue hacia ellos”. El presente histórico que usa el evangelista indica que Jesús no abandona a los seguidores que, aferrados a determinadas ideologías, no llegan a admitir la autoridad divina de su mensaje. Como signo de su amor, en toda época estará dispuesto a dar pruebas de su calidad de Hombre-Dios.
La frase “con intención de pasar a su lado”, inspirada en Ex. 34,6 (“Y el Señor pasó ante Moisés...”), subraya el carácter divino de la manifestación de Jesús. Pero hay una diferencia. En Ex. 33,22, se expone anticipadamente cómo va a producirse la manifestación de Dios a Moisés[3]. Ahí la revelación de Dios a Moisés fue parcial, pues Él le ocultó su rostro. Aquí Jesús no va a ocultarse de los discípulos, quiere que lo vean pasar y que la manfiestación sea completa.
49 Ellos, sin embargo, al verlo andar sobre el mar, pensaron que era una aparición y empezaron a dar gritos,
50a porque todos lo vieron y se asustaron...
Ya en la travesía anterior, Jesús, al calmar el viento y el mar, había manifestado su condición divina, pero los discípulos se habían resistido a comprenderla (4,41). Tampoco ahora les entre en la cabeza que un hombre posea esa condición, pues esa idea era contraria a la tradición del judaísmo que, insistiendo en la trascendencia divina, había excavado un abismo entre Dios y el hombre. Por eso, espontáneamente lo interpretan como algo irreal, una aparición o un espectro anunciador de desgracias. Reconocen a Jesús pero para ellos, un Hombre-Dios no puede ser más que una ilusión[4].
Este modo de reaccionar impide a los discípulos captar la manifestación de Jesús, que pretendía “pasar” para que reconocieran su calidad divina. Tienen elementos más que suficientes para captarla, pero no la aceptan[5].
El verbo “dar gritos” ha aparecido antes en Marcos, aplicado al poseído de la sinagoga, que, alarmado dice a Jesús: “¿Qué tienes Tú contra nosotros? ¿Has venido a destruirnos?” (1,23). La alusión a ese pasaje hace comprender que la reacción de los discípulos se debe al miedo. El evangelista explicita el motivo después del hecho. Ven a Jesús y esto los aterra, pues lo que ven pone en cuestión y amenaza los principios del judaísmo y su concepción de Dios. Considerarlo como una aparición irreal es un mecanismo de defensa.
Es el mismo problema que en la primera travesía (4,41): aceptar la autoridad divina del programa universalista de Jesús, concretado aquí en la orden de ir a Betsaida, implicaría renunciar a su identidad judía, que se cifra en su ideal de restauración gloriosa de Israel.
El autor sagrado recalca que todos ven a Jesús y que su reacción es de terror[6]. Ni uno solo de los discípulos comprende la condición divina de Jesús. Sigue en pie la pregunta de 4,41: “¿Quién es éste?”.
50b Pero él habló en seguida con ellos diciéndoles: “Ánimo, soy yo, no teman”.
Ante el fracaso de su primera manifestación visual, Jesús, sin completarla, les habla inmediatamente, manifestando ahora su condición divina en las palabras que pronuncia.
En efecto, la misma expresión “hablar con” usada por Marcos, insólita en griego, se usa con frecuencia en el Antiguo Testamento, cuando Dios se dirige a los hombres [7]. De este modo, el evangelista subraya la autoridad divina con la que habla Jesús, confirmando que la narración expone una manifestación de Jesús como Hombre-Dios.
Las tres expresiones que componen las palabras de Jesús a los discípulos no hacen más que insistir en lo mismo. La exhortación “Ánimo” se encuentra en boca de Moisés dirigiéndose al pueblo (Ex. 14,13; 20,20) y en boca de Dios para dirigirse a Jerusalén (Sof. 3,16).
La fórmula “Yo soy” con la que Jesús se presenta a ellos se pone en el Antiguo Testamento en boca de Dios e indica su presencia salvadora[8]. En boca de Jesús tiene un doble valor; se identifica como el mismo que ellos conocen y, al mismo tiempo, revela que Él es esa presencia salvadora de Dios.
“No teman” aparece en textos teofánicos o de revelación divina (Gn. 15,1; Job 8,1; Dn.10,12-19; Tob 12,17). Estas palabras son el segundo intento de Jesús, a fin de que sus discípulos comprendan. Se presenta dándoles confianza, disipando el miedo. No es una aparición ni representa una amenaza para ellos. Él es el mismo de siempre, el que los ama (3,13) y ha constituido con ellos el Israel mesiánico. No hay motivo para temer.
El uso del presente histórico “Les dice” hace ver que esta revelación de Jesús a los suyos no es coyuntural, sino permanente. Él será para ellos en toda época la presencia amorosa de Dios.
51 Subió a la barca con ellos y el viento cesó. Su estupor era enorme,
52 pues no habían entendido cuando los panes. Al contrario, su mente seguía obcecada.
Jesús les demuestra su identidad subiendo a la barca con ellos. Su cercanía no es sólo de palabra.
La frase “Y el viento cesó” se ha encontrado antes en 4,39, cuando Jesús calmó el torbellino de viento causado en la primera travesía por la mala disposición de los discípulos. La diferencia está en que allí cesó el viento como efecto de una orden de Jesús. En esta travesía, en cambio, el viento cesa por el mero hecho de subir Jesús a la barca. Así el obstáculo para avanzar desaparece.
La sola presencia de Jesús y sus palabras, que demustran su identidad, invalidan los fundamentos de la postura de los discípulos y se quedan sin argumentos que oponer. La presencia de Jesús hace cesar la manifestación del mal espíritu (“el viento”), o sea, de la mentalidad judaizante que los mueve.
Sin embargo, lo sucedido no los lleva a comprender. La reacción que produce en ellos es la de un desmesurado estupor. Jesús actúa de un modo que se diría divino (andar sobre el mar), pero no pueden reconciliar este hecho con su propia mentalidad. Quedan desconcertados porque en el episodio de los panes no habían sabido interpretar las muestras de la condición divina de Jesús. La nueva manifestación de Jesús resulta inútil; no reconocen su condición y autoridad divina, y siguen aferrados a la supuesta autoridad divina de la tradición judía, que coincide con sus ambiciones e ideales nacionalistas.
Para ellos, Dios no puede cambiar lo que Él mismo ha establecido, la Ley y la tradición, o lo que ha prometido, el Mesías segundo David. Dios está sujeto a la tradición. La realidad que palpan (Jesús en la barca) no les hace rectificar sus pobres categorías sobre Dios y sobre el Mesías.
La obcecación de la mente de los discípulos está en paralelo con la de los fariseos de la sinagoga (3,5), aferrados a la Ley a costa del bien del hombre. También los discípulos tienen una ideología que, por una parte pretende conservar en la nación judía las estructuras opresoras y, por otra parte, aspira a restaurar la gloria nacional, dominando a los demás pueblos.
Siguen profesando los ideales que mostraron en su actividad y que no pudieron ser corregidos en el episodio de los panes, donde no escucharon la enseñanza de Jesús. Al contrario que la multitud, no han visto que la Ley quedaba sustituida por el Espíritu, que lo antiguo queda sobreseído por lo nuevo. No han comprendido que Jesús es el Mesías, porque la actividad de éste no coincide con su idea de Mesías triunfador; no han percibido su condición divina. Su mente sigue obcecada por aferrarse al ideal nacionalista. El intento de Jesús ha fracasado.
En el episodio de los panes no habían reconocido el camino de la renovación y la salvación de Israel, la profundidad de la liberación, el plan divino propuesto por el Mesías, basado en la transformación del hombre y en la constitución de una sociedad solidaria.
La manifestación de Jesus a los discípulos descrita por Marcos, en este episodio tiene enorme fuerza. Así lo indica la acumulación de alusiones al Antiguo Testamento que contiene el texto. El evangelista pretende mostrar que los discípulos debían haber comprendido la condición de Jesús como Hombre-Dios. Desde el punto de vista temático, aparece la congruencia de esas alusiones a la Escritura. Dado que los discípulos están aferrados a la tradición de Israel, las pruebas de su condición divina que les ofrece Jesus están basadas en símbolos o textos del Antiguo Testamento.
53 Atravesaron, tocaron tierra en Genesaret y atracaron.
Una vez que Jesús está en la barca, ésta no se queda en medio del mar, donde estaba antes. Jesús los ha sacado de la situación de inmovilidad, pero no llegan al lugar indicado por él, Betsaida, en territorio pagano, sino a Genesaret, lugar judío. Al no haber aceptado la calidad divina de Jesús y, con ella, la universalidad de su mensaje, no pueden llegar a otros pueblos. Su travesía termina “en la tierra”, en este caso, la de Israel, figura de la mentalidad judía a la que están aferrados (4,1). Jesús no puede hacer por ellos lo que ellos no quieren hacer por sí mismos.
La actividad que sigue va a desarroillarse en territorio judío, pero sólo actuará Jesús. Los discípulos otra vez desaparecerán de la escena.
[1] Así lo afirma el texto griego.
[2] “Sólo Él ha extendido los cielos y camina sobre el mar como en tierra firme”.
[3] “Cuando pase mi gloria te meteré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi palma hasta que haya pasado. Cuando retire la mano podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás”.
[4] El término griego phantasma aparece raramente en la edición de los LXX. En Job 20,8 se refiere a lo efímero, como un sueño. En Sab. 17,14 se trata de los terrores del sueño. En Is. 28,7 son las visions causadas por el vino.
[5] Para ellos, el sentido común decía: “Es Jesús”. Pero la razón decía: “Él no puede andar sobre el agua”, porque eso sólo Dios lo puede hacer.
[6] Tomando en cuenta el conjunto de todo el evangelio de Marcos, se puede afirmar que al temor a Jesús suele asociarse un matiz peyorativo de incomprensión, como sucede en esta perícopa.
[7] Con Jacob en Gn. 35,13-15; con Moisés en Nm 11,17; con Gedeón en Jue. 6,7
[8] Ex. 3,14; Dt. 32,39; Is. 41,4; 43,10; 52,6.