LO PROFANO: JESÚS RECHAZA LAS TRADICIONES
1 Se congregaron alrededor de Él los fariseos y algunos letrados llegados de Jerusalén
2 y, notando que algunos de sus discípulos comían los panes con manos profanas, es decir, sin lavar...
3 (es que los fariseos y todos los judíos, si no se lavan las manos hasta la muñeca, no comen, aferrándose a la tradición de sus mayores;
4 y, lo que traen de la plaza, si no lo remojan no lo comen; y hay otras muchas cosas a las que se aferran por tradición, como enjuagar vasos, jarras y ollas).
5 Le preguntaron entonces los fariseos y los letrados: ¿Por qué razón no proceden tus discípulos conforme a la tradición de los mayores, sino que comen ese pan con manos profanas?
6 Él les contestó: ¡Qué bien profetizó Isaías acerca de ustedes los hipócritas! Así está escrito: “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí.
7 En vano me dan culto, pues enseñan como doctrinas preceptos humanos”.
8 Dejan el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres
9 Y añadió: ¡Qué bien echan a un lado el mandamiento de Dios para implantar su tradición!
10 Porque Moisés dijo: “Sustenta a tu padre y a tu madre” y “el que deje en la miseria a su padre o a su madre tiene pena de muerte”;
11 en cambio ustedes dicen: Si uno le declara a su padre o a su madre: es korban, es decir, ofrenda, eso mío con lo que podría ayudarte,
12 ya no lo dejas hacer nada por el padre o la madre,
13 invalidando la palabra de Dios con esa tradición suya que han transmitido. Y de estas hacen muchas.
1 Se congregaron alrededor de Él los fariseos y algunos letrados llegados de Jerusalén
2 y, notando que algunos de sus discípulos comían los panes con manos profanas, es decir, sin lavar...
No se explicita el tiempo ni el lugar en que acontece lo narrado[1], aunque puede localizarse en Galilea, dado que los letrados llegan de Jerusalén. Por otra parte, en el original griego, la perícopa comienza con la conjunción “Y se congregaron...”, indicando así que está en relación con lo narrado anteriormente. Esta relación será especificada más adelante por la mención de los panes.
Como en ocasiones anteriores (2,2; 4,1; 5,21; 6,30), al usar el verbo “congregarse” que está emparentado con “sinagoga”, el evangelista, señala que la ideología de los que se acercan a Jesús es la propia del judaísmo. Esto prepara la atmósfera en que va a desenvolverse la narración. Por otra parte, el empleo del presente histórico “se congregan”, como aparece en el original griego, indica que la cuestión aquí tratada tenía aún vigencia en tiempo del evangelista.
Los fariseos -expresión que denota totalidad- son los observantes escrupulosos de la Ley (2,23) y los que dominan la sinagoga (3,2.6). Los letrados son los maestros reconocidos (1,22). Los fariseos se mencionan en primer lugar como un grupo genérico; en Marcos, los letrados pertenecen a esa misma facción religiosa (2,16), como lo demuestra aquí su asociación para oponerse a Jesús en una cuestión típica de la praxis farisea.
Es la segunda vez que aparecen letrados llegados de Jerusalén (3,22). El centro de la institución judía, que no pierde de vista a Jesús, está alarmado por su reciente actividad con el pueblo, expresada sobre todo en el episodio de los panes (6,34). Posiblemente, a petición de los fariseos de Galilea, el centro manda una delegación cualificada, capaz de dar un juicio autorizado sobre esa actividad.
Los dos grupos notan que algunos discípulos “comían los panes” con manos profanas, es decir, sin lavárselas antes. La expresión es extraña, pues en el lenguaje judío, la expresión que se utilizaba de manera ordinaria era “comer pan” (3,20), sinónimo de alimento. De ahí que la determinación “los” y el plural “panes” le confieran un significado diferente, que no puede ser más que el que se deriva de la relación de este episodio con el anterior reparto de “los panes” a los cinco mil (6,34). En aquella ocasión Jesús no exigió a nadie pruebas de pureza ritual para participar en la comida, admitió a toda aquella multitud sin poner condiciones. Por eso algunos discípulos prescinden ahora de los ritos purificatorios antes de comer “los panes”.
Para fariseos y letrados, el contacto con paganos y con ciertas cosas u objetos era causa de impureza, pero, además, los judíos que no observaban la Ley eran considerados profanos, como si no formaran parte del pueblo santo de Israel, equiparándolos así a los paganos. Tratar con ellos les ponía en peligro de contraer impureza y de ser excluidos del pueblo de la alianza. Por eso, comer con manos profanas, significaba no tomar las precauciones necesarias ante este peligro, antes de realizar una acción sacra, como ellos consideraban la comida, precedida como lo estaba, de una bendición. El lavado ritual de las manos era una precaución que les deba seguridad sobre su pertenencia al pueblo consagrado.
El texto, sin embargo, va más allá. Interpretando la mentalidad de fariseos y letrados, el narrador identifica lo profano con lo impuro, puesto que el rito de lavarse las manos tenía por objeto eliminar la impureza. Las manos son profanas/impuras porque no se han lavado. El fariseo calificaba de impuro todo lo profano.
Al no lavarse las manos antes de comer, algunos discípulos se comportaban como si no consideraran fuente de impureza el trato con los israelitas no observantes. A raíz del episodio de los panes, esos discípulos han sacado una conclusión en realación con Israel: todo el pueblo está en la esfera de Dios, todo es pueblo santo. Como originalmente en tiempos de Moisés, no hay israelitas de primera y de segunda categoría. No reconocen un ámbito profano dentro del pueblo; vuelven a lo preexílico, antes de la constitución de los fariseos y de la sinagoga. Daban así a entender que no admiten dentro del pueblo de Israel la discriminación religiosa practicada por los fariseos. Esto es lo que alarma a fariseos y letrados. Está en juego su concepción de la sacralidad del pueblo, que para ellos depende de la observacia de los proceptos legales. El hecho de que Marcos use presentes históricos, traslada el problema a su época, dando a entender que continúa la controversia con los judíos observantes. Esto permite suponer que, en tiempo del evangelista, algunas comunidades cristianas procedentes del judaísmo habían roto con la tradición judía, mientras que otras, en cambio, seguían adheridas a ella, se mencionan en primer lugar; en Marcos, los letrados ominami la Ley (2,23) y los que dominan la sinagoga (3,2.6).
3 (es que los fariseos y todos los judíos, si no se lavan las manos hasta la muñeca, no comen, aferrándose a la tradición de sus mayores...
La práctica ritual de purificación es común a los fariseos y, según Marcos más en general, a todos los judíos, lo que hace pensar en los judíos del mundo entero. El autor del evangelio subraya así la separación de este pueblo, su falta de contacto con la gente de las naciones donde se encuentra, la vida de gueto que lleva en territorio pagano. Era una característica del pueblo judío, que consideraba impuro todo lo exterior a él.
Nótese que en su modo de hablar, Marcos no se incluye entre los judíos; se expresa como un cristiano no vinculado a las prácticas judías.
La especificación “los fariseos”, que son parte de los judíos, hace ver que son ellos con su influjo y con la imposición farisea los que pretenden que todo el puebo siga esa pauta. No se menciona ahora a los letrados, lo que supone que están incluidos en la denominación “fariseos”. En este pasaje, la denominación “los judíos” designa a los que acatan la Ley, excluyendo a los marginados impuros dentro del pueblo. No es pues, una denominación étnica, sino que se aplica a los que en virtud de su observancia, se consideran el verdadero Israel. Son los fariseos y sus secuaces, que con ideologías religiosas quieren dominar al pueblo.
Los fariseos se presentan como observantes estrictos: “Se lavan las manos hasta la muñeca”. Para ellos es más importante cumplir la tradición que comer. El comer es peligroso o abominable si no se han lavado las manos, pues puede ser ocasión de impureza. La mano puede contaminar el alimento, y esa impureza pasar al hombre, impidiéndole el acceso a Dios. La usanza tiene, pues, un fundamento teológico. Para ellos, el contacto con las cosas de la vida ordinaria separa de Dios. El acto de comer los panes, es un caso particular de todo un mundo que amenaza al judío con romper su relación con Dios. Primero hay que afirmar la separación, despegarse de lo cotidiano, luego comer.
Para el fariseo, el lavado elimina la impureza que se haya podido contraer; el que no lo practica no se comporta como judío, no valora su pertenencia al pueblo santo.
Nótese que cuando se habla de lavado de los fariseos no dice el texto que no coman el pan o los panes sin lavarse antes, sino sencillamente que “no comen” sin lavarse, pues se trata de la comida material. Esto confirma el doble sentido, material y figurado de la acción de los discípulos, que sin lavarse, comen los panes.
La práctica que los fariseos imponen ha sido transmitida por los mayores o ancianos, es decir, por rabinos de prestigio, los doctores de la Ley. Pertenece a la tradición oral, a la que ellos se aferran, es decir, a la que profesan una fidelidad a ultranza, intransigente y obstinada, y en la que encuentran su seguridad e identidad.
Para los fariseos no había diferencia entre un mandato de la Ley y una prescripción de la tradición. De hecho, la opinión corriente entre ellos afirmaba que las tradiciones orales habían sido reveladas por Dios a Moisés en el Sinaí, como interpretación de la Ley escrita; se habían transmitido junto con la Ley, primero a Josué y a los sucesivos jefes, más tarde de un doctor de la Ley a otro. Los Letrados eran los depositarios de esta revelación. El vínculo de unión entre Moisés y ellos (los Doctores de la Ley) fueron los profetas, a quienes los letrados concebían ante todo como intérpretes de la Ley sobre la base de esta tradición. Los preceptos de la tradición no sólo tenían el mismo valor que los preceptos escritos, sino incluso mayor, hasta el punto de que una transgresión de la Torá era menos grave que una de la tradición.
4 ... y lo que traen de la plaza, si no lo remojan no lo comen; y hay otras muchas cosas a las que se aferran por tradición, como enjuagar vasos, jarras y ollas).
El evangelista describe el contenido de otras tradiciones, también relativas al campo de la comida, a las que los judíos se aferran y que consideran inviolables. Después de la purificación de las manos tienen que purificar los víveres que traen de la plaza, sumergiéndolos en agua, por si el contacto con otras personas u objetos les han transmitido impureza. Por último, también someten a estos rituales los utensilios de cocina que aunque estando en la casa no han sido tocados por otros. Llevan así el escrúpulo y la minuciosidad al extremo. Hay que tomar precauciones con todo lo que pueda tener relación con la comida, pues esta es la penetración del mundo exterior en el hombre y, para ellos, ese mundo está manchado. La comida, que mantiene la vida, se ve amenzada constantemente por el contagio de la mancha. La tradición regula la relación con el exterior; no deja lugar a la libertad ni a la espontaneidad.
Para la purificación de los alimentos y de los utensilios, Marcos utiliza términos que recuerdan los empleados antes para describir la actividad de Juan el bautista. Para Juan, lo que hacía santo al pueblo de Israel era la ruptura con la injusticia. Él bautizaba a las personas como señal de un cambio de vida. Para los fariseos, su permanencia en el pueblo santo depende de ciertos ritos purificatorios de cosas y objetos, como si el mal estuviera fuera y no dentro de las personas.
5 Le preguntaron entonces los fariseos y los letrados: ¿Por qué razón no proceden tus discípulos conforme a la tradición de los mayores, sino que comen ese pan con manos profanas?
Se reanuda la narración, interrumpida por el paréntesis explicativo y que continúa en presente histórico, indicio de la actualidad que tenía en tiempo del autor del evangelio, la cuestión que en ella se plantea. Los fariseos y letrados se dirigen a Jesús con el mismo tono exigente, usado por los discípulos de Juan y los fariseos discípulos en 2,16: “¿Por qué razón tus discípulos no ayunan...?”.
En el relato de Marcos han aparecido dos encuentros de Jesús con los fariseos y otro con los letrados bajados de Jerusalén. En los dos primeros casos se trataba de la observancia de la Ley y de la promoción del hombre, en el tercero de su liberación de los fanatismos representados por los demonios. Fueron los letrados llegados de Jerusalen quienes difamaron a Jesús afirmando que estaba poseído por Belcebú y que Él era un agente del jefe de los demonios (3,22). El hecho de que ahora vuelvan a tratar con Él parece indicar que han encontrado una nueva acusación, ahora más grave que la anterior.
En el caso presente, los letrados no actúan basándose en referencias, como sucedía en 3,22, sino que parten de un conocimiento inmediato. La causa de que fariseos y letrados se acerquen a Jesús es lo que han visto, y protestan contra ello. Posiblemente los fariseos habían avisado al centro religioso en Jerusalén y de ahí han mandado una comisión investigadora, la cual ha constatado la veracidad de la denuncia. Se alían los dos grupos y van a centrarse en censurar el modo de proceder de los discípulos.
Ellos han visto a algunos discípulos, pero la pregunta los engloba a todos, reprochando a Jesús que sus seguidores actúen al margen de la Ley. Aunque sólo les consta que algunos discípulos, piensan que eso es lo que Jesús quiere de todos ellos.
La primera acusación es de principio y consiste en que los discípulos no se atienen a la tradición de los mayores, ya mencionada al describir los minuciosos rituales de purificación practicados por los fariseos antes de comer.
Esa falta de fidelidad a la tradición se muestra en que los discípulos comen el pan con manos profanas. No respetan la distinción entre lo sagrado y lo profano, sobre la que se funda la religión judía. Los fariseos y los letrados se dirigen a Jesús, pues piensan que los discípulos actúan así por su culpa; Él no enseña esa distinción, ni que la cercanía a Dios exige condiciones particulares. Para ellos, el pueblo es profano, además de impuro; no es parte de Israel, el pueblo consagrado, porque no observa la Ley, que es el único medio de mantenerse en la esfera de lo sagrado. Esa porción del pueblo, como los paganos, es ajeno a la alianza, el espacio divino. En el momento en que se pone en tela de juicio esa distinción, los fariseos piensan que la religión judía cae por su base.
Interpelan a Jesús como maestro, responsable de la conducta de los suyos. Él les permite libertad frente a las tradiciones (2,18); es causa de que sus discípulos vivan como si no fueran judíos, pues no se atienen a la tradición de los mayores, cuyas prescripciones, transmitidas oralmente y desarrolladas con el tiempo, circundaban la ley como un cerco protector y tenían la misma autoridad que ella.
En este lugar, los fariseos y letrados no hablan ya de “comer los panes”, sino de comer “el pan”, desprendiendo la acción de la circunstancia concreta y elevando la cuestión a principio.
Al comer “el pan” con manos profanas, los discípulos manifiestan no creer que el trato con personas o el contacto con objetos de la vida ordinaria sea causa de impureza. No admiten, por tanto, la marginación religiosa dentro de Israel ni que el acceso del pueblo a Dios necesite de tantas observancias, requisitos y precauciones. Para los fariseos y letrados esto es motivo de gran escándalo, pues invalida, según ellos, el principio de que la observancia de la Ley escrita y oral (tradiciones) es condición para pertenecer al pueblo santo.
En este modo de obrar se refleja un aspecto del mensaje expuesto por Jesús en Cafarnaún a partir de la curación del leproso (1,45-3,7) y que luego sintetiza en la expresión “el secreto del reino de Dios” (4,11). Este secreto, ahora ya conocido, es el del amor universal de Dios que quiere comunicar vida plena a todos los seres humanos, sin distinción de pueblos y razas. Fue en el episodio del leproso donde Jesús tiró abajo la primera barrera, afirmando que también el leproso, prototipo de los marginados de Israel, era objeto del amor de Dios. Al menos algunos discípulos han captado este aspecto, por eso no consideran que el pueblo despreciado por los fariseos sea profano, es decir, esté fuera del ámbito divino. El contacto con ese pueblo -la multitud alimentada con los panes- no hace profano ni impurifica. Es un primer paso en la línea del amor, aunque compatible aún con el exclusivismo judío que los discípulos profesan.
Los fariseos y letrados, por el contrario, que excluyen de su interés a ese pueblo, y que establecen cada vez más separaciones respecto a los demás seres humanos, actúan contra el amor universal de Dios, y cuanto más pretenden subrayar su separación por medio de purificaciones, más se alejan de Él.
6 Él les contestó: ¡Qué bien profetizó Isaías acerca de ustedes los hipócritas! Así está escrito: “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí. 7En vano me dan culto, pues enseñan como doctrinas preceptos humanos”.
Jesús responde a la pregunta de fariseos y letrados con una fuerte afirmación. El hecho de que ésta se dirija conjuntamente a los dos grupos muestra una vez más que también los letrados bajados de Jerusalén pertenecen al partido de los fariseos.
Para empezar, utiliza un texto del profeta Isaías, el profeta ya mencionado por Marcos y que habló de preparar el camino al Mesías, enderezando sus sendas, es decir, suprimiendo la injusticia y restableciendo la buena relación entre las personas (Is. 40,3; Mc. 1,2).
En este caso va a usar el texto de Is. 29,13, pero antes, resumiendo su contenido, caracteriza a sus adversarios como hipócritas y los hace destinatarios de la denuncia del profeta. Profetizó no quiere decir que Isaías tuviera en vista a estos hombres, sino que el texto inspirado dura hasta el momento presente y es así un testimonio actual, vivo, que sirve para describir la actitud y el proceder de los fariseos y letrados. Ellos son los representantes de lo peor de Israel.
La palabra hipócrita designaba en el mundo griego a un actor, aquel que simula actitudes o sentimientos ante un público. Fuera de la escena equivale a “farsante”.
El texto de Isaías habla de “este pueblo” englobando a todo Israel. En el contexto de Marcos sin embargo, designa a los que siguen la doctrina de los fariseos y letrados. Esta es la única vez que aparece en este evangelio la palabra “pueblo” en boca de Jesús y no precisamente en sentido favorable.
El texto profético opone por una parte “los labios”, la palabra, la exterioridad, al “corazón”, la adhesión interior. Los fariseos y letrados hablan siempre de fidelidad a Dios pero su actitud interior que desprecia a los que no siguen su interpretación de la Ley y que evita el contacto con la mayor parte del pueblo y con los paganos, no puede ser más opuesta a la idea del Dios rico en misericordia y al mandamiento “amarás a tu prójimo como a tí mismo”. Esta discordancia entre la apariencia y la interioridad es lo que constituye la hipocresía.
De ahí que su piedad y su observancia estén vacías, porque lo que ellos proponen para honrar a Dios no es lo que Dios quiere; no es un corazón sincero y cercano a Él por el amor a todos, sino el cumplimiento de una variedad de preceptos y enseñanzas humanas. La piedad farisea no nace de lo interior; se ha convertido en una rutina ritual.
8 Dejan el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres
Sin transición pasa Jesús del texto profético a una grave acusación personal: ellos, abandonan la observancia del mandamiento de Dios, poniendo en su lugar normas humanas.
En contexto judío, el mandamiento de Dios puede sintetizarse en el amor al prójimo como a uno mismo (Lev. 19,18), o más en general, en el bien del hombre por encima de todo (Mc. 3,4)
Jesús, en primer lugar, devalúa el valor de la tradición. Ellos la han llamado reverentemente “la tradición de los mayores”, pero Jesús la denomina “la tradición de los hombres”. Ellos le atribuyen autoridad divina; Jesús la califica de meramente humana, sin origen ni autoridad divina alguna. La tradición oral pretendidamente comunicada por Dios a Moisés no es más que un invento de hombres. Así, Jesús enlaza esta afirmación con el texto profético, “pues las doctrinas que enseñan son preceptos humanos”. De ahí que pretender honrar a Dios con esas observancias es empresa vana.
La afirmación “la tradición de los hombres” equipara de hecho a Israel al resto de la humanidad. Lo que hacen ellos, separar el honor a Dios de la fidelidad al hombre, es común a las otras religiones, aunque precisamente en eso debería estribar la diferencia entre los falsos dioses y el Dios de Israel.
Pero además, la tradición a la que ellos se aferran está en contradicción con el mandamiento de Dios; son de hecho incompatibles. Siendo fieles a la tradición buscan acentuar la separación respecto a la parte del pueblo que no sigue ni practica sus enseñanzas. Así crean un círculo cerrado dentro de pueblo. Es el espíritu de secta, contrario al amor al prójimo que Dios les exige.
9 Y añadió: ¡Qué bien echan a un lado el mandamiento de Dios para implantar su tradición!
10 Porque Moisés dijo: “Sustenta a tu padre y a tu madre” y “el que deje en la miseria a su padre o a su madre tiene pena de muerte”;
11 en cambio ustedes dicen: Si uno le declara a su padre o a su madre: es korbán, es decir, ofrenda, eso mío con lo que podría ayudarte,
12 ya no lo dejas hacer nada por el padre o la madre,
13 invalidando la palabra de Dios con esa tradición suya que han transmitido. Y de estas hacen muchas.
En tono irónico Jesús da un paso más en la crítica. No sólo se desentienden del mandamiento para aferrarse a su tradición, sino que lo echan de lado para implantarla e imponerla a otros. Lo primero se verifica en el terreno subjetivo y personal; lo segundo en el terreno objetivo y social. Para implantar su tradición contraria a Dios, el mandamiento les estorba y lo descartan.
De este modo usurpan el lugar de Dios o se ponen por encima de Él. Anteponen su deseo de poder a los intereses de Dios y a los de los hombres. Pero dado que no pueden presentarse como rivales de Dios, pretenden que esas tradiciones procedan de Dios mismo. La tradición humana que ellos siguen les impide practicar el amor al prójimo que les exige la Ley escrita. Para ponerlo en evidencia, Jesús cita el mandamiento del amor a los padres, los prójimos más cercanos, mandamiento de tal importancia que su violación implicaba la pena de muerte.
La Ley mosaica deja claro que todo israelita está obligado a dar sustento a sus padres (Ex. 20,12; 21,17; Dt. 5,16), evitando que caigan en el deshonor de la miseria. Dios pide una muestra de amor para el prójimo concreto, respondiendo a una necesidad.
La palabra “korbán”, que se traduce como “ofrenda a Dios” (Lev. 2,1; Num. 7,12), se usaba como fórmula votiva para donar al templo algún bien que se poseía, sustrayéndolo así de la posibilidad de darle otro uso o destino. En el caso de los padres significaba considerar que el honor de Dios, un honor que Él no había pedido, es más, contrario a su mandamiento, más importante que el amor a los progenitores.
De este modo, el voto arbitrario era para los fariseos más importante que la obligación natural. El korbán justificaba la injusticia, ofreciendo a Dios lo que por derecho correspondía a los padres. Esto pone a Dios en oposición a su misma Ley; crea la imagen del Dios egoísta, que busca sólo su honor, aún a costa del bien del ser humano.
Los fariseos y los letrados no prohibían el voto del korbán respecto a los padres; no lo declaraban inadmisible y nulo, ni lo consideraban pecado grave al expresar un alto grado de desprecio de los padres. Más aún; no sólo no lo prohibían, sino que lo consentían y lo fomentaban. Son ellos los perpetuadores de esta injusticia. Antes habían aparecido como receptores de esta tradición; ahora son transmiores de ella.
Jesús expone solamente un caso sangrante, pero podría multiplicar los ejemplos. En conjunto, ellos ponen su tradición por encima de la palabra de Dios. Para ellos, lo que vale no es Dios ni la Escritura, sino lo que ellos inventan y dicen. Han sepultado lo esencial de la antigua alianza.
[1] Se supone que el lugar es la región de Genesaret, donde se ha desarrollado la escena precedente (6,54-56), aunque algunos autores afirman que la introducción de la perícopa puede valer como ejemplo de una narración especialmente sin localización, sin vínculo alguno con lo anterior, sino que está colocada aquí en vista del viaje de Jesús a territorio pagano.