Marcos 7, 24-31

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LA INJUSTICIA DE LA SOCIEDAD PAGANA.
LA SIROFENICIA

  • 24 Se marchó desde allí al territorio de Tiro. Se alojó en una casa y no quería que nadie se enterase, pero no pudo pasar inadvertido.
  • 25 Una mujer que había oído hablar de Él y cuya hijita tenía un espíritu inmundo, llegó y enseguida se echó a sus pies.
  • 26 La mujer era una griega, sirofenicia de origen, y le rogaba que echase al demonio de su hija.
  • 27 Él le dijo: -Deja que primero se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos-
  • 28 Reaccionó ella diciendo:  -Señor, también los perrillos debajo de la mesa comen de las migajas que dejan caer los chiquillos-
  • 29 Él le dijo: -En vista de lo que has dicho, márchate; ya ha salido el demonio de tu hija-
  • 30 Al llegar a su casa encontró a la chiquilla tirada en la cama y que el demonio ya había salido.
  • 31 Dejando el territorio de Tiro y pasando por Sidón llegó de nuevo al mar de Galilea por mitad del territorio de la Decápolis.

Una vez resuelta la cuestión de lo que profana al hombre (7,1-23), con lo que dejaba la puerta abierta a la admisión de los paganos en el Reino, en la presente perícopa se propone un juicio sobre la injusticia de la sociedad pagana desde el punto de vista de Jesús. Al mismo tiempo se anuncia la admisión de los paganos a participar de “el pan de los hijos”, es decir, pertenecer al Reino de Dios, preparando así el segundo reparto de los panes (8,1-9). De este modo se abre el tema de la segunda secuencia de la sección.

La perícopa puede dividirse de esta forma:

7,24Viaje de Jesús a la región de Tiro
7,25-30La mujer sirofenicia y su diálogo con Jesús
7,31Viaje de Jesús hasta el mar de Galilea

24a Se marchó desde allí al territorio de Tiro.

Jesús abandona el territorio judío, lugar de los letrados y fariseos. Como en el episodio del geraseno (5,2-20), no aparecen los discípulos. También está ausente aquí el otro grupo de seguidores, representado antes por “la multitud” (7,14.17)

Tiro era una gran ciudad comercial que estaba situada en una isla próxima a la costa y tenía un pequeño territorio en el continente, cuya producción no bastaba para el suministro de la ciudad. Por esta razón existía un gran comercio entre Tiro y Galilea, región limítrofe de la que dependía la ciudad de Tiro para la adquisición de productos agrícolas.  En la tradición judía, Tiro era el prototipo de una ciudad pagana y un enemigo al que se reprochaba su arrogancia[1]. Jesús va directamente al territorio de Tiro, aunque no entra en la ciudad, sino que se queda en el campo que a ella pertenece. Contra la costumbre judía de no pisar territorio pagano, Jesús entra en él, como había hecho en Gerasa (5,1).

Marcos describe así este viaje de Jesús a Tiro como algo realizado por propia iniciativa suya, en consonancia con la índole universal de su mensaje[2]

24b Se alojó en una casa y no quería que nadie se enterase, pero no pudo pasar inadvertido.

Alojarse en una casa, con una familia del lugar, sin especificar religión ni raza, era lo que había encomendado Jesús a los Doce cuando los envío (6,10). El contacto de Jesús con la sociedad pagana empieza entrando sin ruido en la vida ordinaria, no en un ambiente sacro ni oficial. Tampoco aquí explicita Marcos que la casa donde Jesús se aloja fuera de paganos o de judíos. No hace distinción étnica ni religiosa entre los seres humanos, lo que hace que el episodio esté en relación directa con el anterior dicho de Jesús, con el que declaraba puros todos los alimentos, aboliendo así una importante distinción entre judíos y paganos. A los judíos no les estaba permitido entrar en casa de paganos, para no contraer impureza. El texto implícitamente deshecha este tabú[3]

Sin embargo, a continuación, se afirma que Jesús quiere quedar oculto: “no quería que nadie se enterase”. Con este dato, a primera vista desconcertante, Marcos introduce a Jesús de incógnito en la sociedad pagana, como un simple observador. De hecho, esto muestra que el viaje de Jesús no tiene un carácter misionero. Así podemos concluir que el objetivo primario de la perícopa es presentar el juicio que hace Jesús de la situación de la sociedad pagana. Por eso no toma ninguna iniciativa, ni se describe acción alguna suya; sólo se registran sus palabras.

25 Una mujer que había oído hablar de Él y cuya hijita tenía un espíritu inmundo, llegó y enseguida se echó a sus pies.

Para exponer el diagnóstico que Jesús hace, Marcos utiliza un artificio literario. Introduce la figura de una mujer que acude a Jesús. El diálogo entre los dos personajes hará ver la injusticia estructural que domina la sociedad pagana.

Esta mujer, como antes la mujer con flujos (5,27), ha oído hablar de Jesús. De hecho, Jesús no era un desconocido para muchos habitantes de las comarcas de Tiro y Sidón, pues habían acudido a Él en gran número después de su ruptura con la sinagoga (3,8), esperando que se erigiera en líder político-religioso.  Estos son testigos de que Jesús acoge lo mismo a paganos que a judíos (3,7); que no hace distinción de pueblos, razas o religiones. Muchos otros, sin duda, como la mujer, lo conocían de oídas. Ella sabe que no será rechazada.

Antes de que la mujer hable, el evangelista menciona lo que a ella le preocupa: su “hijita” que tiene un espíritu inmundo. Como esta descripción pertenece al narrador y no a la mujer, el diminutivo “hijita” no tiene connotación de ternura, sino simplemente de minoría de edad. El personaje infantil aparece como dependiente y menor de edad respecto al adulto (mujer). Esto muestra claramente una relación entre desiguales, con superioridad y dominio manifiesto del adulto. La “hijita” es pues una figura dependiente, pasiva, a la que no se le reconoce responsabilidad ni derechos. El problema de la mujer es que su “hijita” no se encuentra en paz, sino poseída por un espíritu de odio y de violencia destructora (“espíritu inmundo”).

La mujer se echa a los pies de Jesús, mostrando su angustia e impotencia y haciendo evidente la gravedad y urgencia de su necesidad. Con su gesto reconoce la superioridad de Jesús. El texto está en paralelo con otros dos: con la reacción de los espíritus inmundos que acudieron a Jesús (3,11) y con la de Jairo (5,22). El primero sugiere que la mujer, como aquéllos, no comprende la misión de Jesús. El segundo, que su angustia es semejante a la del jefe de la sinagoga. También ella está preocupada por la suerte de su hijita, pues el espíritu que posee a ésta la lleva a la destrucción.

26 La mujer era una griega, sirofenicia de origen, y le rogaba que echase al demonio de su hija.

Marcos presenta a la mujer con dos trazos: su clase social y su linaje. Pertenece al círculo de los griegos o helenos, de lengua y cultura extranjera, pero de origen es una indígena, una fenicia de Siria. No es una fenicia de Libia, como se llamaba a los fenicios que habían fundado y vivían en Cartago, al norte de África. No tiene nombre, como es habitual en los personajes que tienen una carga representativa.

La denominación “griega” o “helena”, indica desde luego que la mujer ha adoptado la refinada cultura griega, considerada superior a la suya original, la de su país de origen. Pero significa también su pertenencia a una clase social privilegiada, a una elite ilustrada y poderosa, a la clase dominante en la sociedad de Tiro. La sirofenicia era una indígena helenizada que pertenecía a la capa social alta. Representa a la clase social dirigente. La añadidura “sirofenicia” hace comprender al lector que no se trata de una judía helenista, sino de una pagana de la región.

El episodio está construido según un esquema compuesto por dos figuras: la de un adulto (la madre) y la de una niña, esquema ya utilizado ya dos veces por el evangelista (5,21-6,1a: Jairo/padre-hija; y 6,21-29: Herodías/madre-hija), para caracterizar la relación de una clase dominante y una dominada.

Mientras que en el episodio del geraseno (5,2-20) aparecían en primer plano los esclavos o, más en general, los oprimidos y sólo por alusión la clase dominante, ahora esta clase (la mujer griega) se presenta en primer plano y en el trasfondo, la dominada u oprimida (la hijita) que, como en el caso del geraseno, está poseída por un espíritu destructor.

La mujer pide a Jesús que expulse “el demonio” de “su hija”. Nótese como cambia la denominación anterior de “espíritu inmundo” por la de “demonio”. Este término designa una fuerza de odio que se manifiesta habitualmente al exterior por actos de fanatismo y de violencia y que por eso es reconocible. La mujer tiene experiencia de esa conducta de “su hija” y por eso llama “demonios” al “espíritu inmundo”.

Hay, sin embargo, una diferencia entre el “espíritu inmundo” o “demonio” de esta figura infantil y el “espíritu inmundo” que domina al geraseno, figura adulta (5,2-20). El endemoniado adulto se había rebelado contra la sociedad; había sacudido su yugo y se había auto marginado de ella, aunque eso lo llevase a su propia destrucción. La figura infantil, en cambio, aunque poseída por un espíritu similar, no se sacude el yugo que la oprime; su rebelión queda en gestos. Estar representados por una figura infantil señala precisamente la falta de iniciativa y de capacidad de los oprimidos para hacerse cargo de su propia vida. No se resignan a su situación, pero no dan pasos para salir de ella. La figura de la hija representa, por tanto, al pueblo oprimido o esclavizado que, por lo prolongado de su condición, ha perdido la capacidad de decisión. Representa a la gente sometida, pasiva ante un poder indiscutido y vive sin ningún tipo de horizonte humano.

En el caso de Jairo, el pueblo, representado también por una figura infantil (“la hija”), mostraba una pasividad total debida a la carencia de desarrollo humano; perdida la capacidad de reacción, muere. En el caso de la sirofenicia, el pueblo (“hija”) está dominado por una desesperación y un espíritu de violencia inútil que lo lleva a un estado de muerte. Los oprimidos se lamentan y agitan, pero son incapaces de buscar solución. Al contrario que el geraseno, no sacuden las bases del sistema, pero crean una insoportable tensión y una continua dificultad[4].

La mujer no pide nada para sí, como si no necesitara cambiar. La que debe cambiar es la niña. Reconoce que, aunque la niña es dependiente, es también consanguínea; es hija del mismo pueblo. En principio es su igual. La diferencia entre la mujer y la hija está en el poder y en el privilegio. El propósito de la mujer es influir en Jesús para que expulse de su hija al demonio que la posee, es decir, para que calme su espíritu de rebeldía. No se da señal alguna de que ella misma se considere responsable de lo que sucede. La situación le resulta no sólo desfavorable, sino insostenible, pero no analiza la causa que provoca la presencia de ese espíritu, para poder eliminarla. Pide simplemente a Jesús que solucione el conflicto.

A diferencia de Jairo, la mujer no invita a Jesús a ir a su casa, es decir, a tomar contacto con la niña poseída. En cambio, la mujer entabla un diálogo con Jesús.

27 Él le dijo: -Deja que primero se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos-

La respuesta de Jesús a la mujer sorprende por el aparente desprecio que implica. Aunque en el lenguaje rabínico puedan encontrarse expresiones referentes a la fidelidad del perro, en general se considera a este animal la más despreciable e insolente de todas las criaturas.  Los perros, como los cerdos, se consideraban frecuentemente animales impuros. Comparar una persona con un perro era y sigue siendo generalmente en todas las culturas, un gran insulto. El diminutivo “perrillo” se aplicaba a los perros domésticos por oposición al perro vagabundo o callejero, pero era siempre peyorativo. El reproche de Jesús expresa el sentido de superioridad propio de los judíos y el desprecio que estos sentían hacia los paganos.

Las palabras de Jesús, sin embargo, aunque establecen una posterioridad, no cierran el horizonte. Podría llegar un momento en que también los perrillos coman el pan. Como es sabido, el pan era una metáfora para designar la Torá o Ley mosáica, cuya posesión era lo que en la mentalidad judía hacía superior a Israel frente a los paganos. Aquí, sin embargo, designa el mensaje y la actividad de Jesús, con alusión al anterior episodio de los panes (6,37). La alusión se descubre no sólo por la mención del pan, sino también por el uso del verbo “saciarse” (6,42). Bajo la figura del pan, Jesús habla por tanto de su mensaje y del éxodo liberador, expuesto en aquel episodio.

Jesús no invoca la voluntad divina para justificar su dicho. Lo hace con unas palabras que recuerdan el lenguaje de la buena sociedad: “no está bien”; es decir, eso que propones contradice lo que la sociedad en la que vives considera conveniente o adecuado. Así, el dicho aparece como algo irónico: “no está bien” para Jesús quebrantar el principio que los judíos practican, como no lo estaría que ella quebrantase el de la buena sociedad pagana: nada para los perros, todo para los privilegiados. Ella cree en el derecho ilimitado de los “hijos” (la elite) y en que no están obligados a compartir. Con ironía, Jesús le dice que no pretende que otros hagan lo que en su sociedad no estaría bien visto, y que ella no está dispuesta a cambiar.

El pan de que habla Jesús tiene una dignidad particular, es el pan de los hijos; los otros (“los perrillos”) son indignos de él. El verbo “echar” es despectivo. No se puede privar a los hijos de lo que es suyo o les corresponde a ellos por derecho. “El pan de los hijos no sólo supone la prioridad de los hijos, sino al mismo tiempo, la indignidad de los perros.

Los hijosy “los perrillos, por los artículos, se presentan como dos grupos conocidos. Nadie duda de su identidad; designan a los judíos y a los paganos respectivamente. Es como si Jesús dijera a la mujer pagana que espere a que su programa se realice totalmente en Israel.

Si Jesús hace uso de la ironía es para provocar una reacción. Sus palabras son un desafío que pone a prueba a la mujer para ver cómo responde. Él ha usado antes el apelativo “hijo con el paralítico, figura de los paganos (2,5). El dicho pues, no refleja su pensamiento, pero habla como si hiciera suya la superioridad y el desprecio propio de los judíos. Que se sacien los hijos es lo prioritario (“deja primero). Mientras los hijos no digan basta, no hay lugar para los perros. Irónicamente, Jesús, con su dicho, se hace cómplice de la mujer, es decir aprueba tanto la praxis judía como la de los dirigentes paganos. De este modo quiere hacer ver la monstruosidad de la conducta de la mujer.

Así hay dos planos en la frase de Jesús. El obvio, que expresa el desprecio de los judíos por los paganos y el profundo, que señala el desprecio y la discriminación que practican los dirigentes paganos hacia la clase baja. Si los judíos, que se consideran privilegiados como pueblo, llaman perros a los paganos, ella, representante de la clase social privilegiada, trata a su vez como perros a los oprimidos que dependen de ella.

Las palabras de Jesús implican que la superioridad y el exclusivismo con que los judíos se presentan ante los paganos y que tanto molestan a éstos, tienen su paralelo en lo que hacen los paganos mismos dentro de su sociedad. Ambos proceden como si hubiera dos especies de seres humanos, los privilegiados y los despreciables.

De hecho, en la praxis de la sociedad pagana, los privilegiados, “los hijos, tienen derecho al pan en la medida que quieran, sin límite, hasta que no necesiten más. El dicho de Jesús no habla de “comer sino de “saciarse, verbo que deja a un lado toda solidaridad y toda capacidad de compartir. Ya se verá lo que se hace con los perrillos, los que carecen de privilegios y no pueden reclamar derecho alguno. La frase de Jesús “deja que primero se sacien los hijos indicaría a la mujer que su petición es inoportuna, remitiendo la cuestión para el futuro.

Con su ironía, Jesús quiere hacer comprender a la mujer que es ella la responsable de la situación. El “espíritu inmundoodemonio que posee a los oprimidos es consecuencia de la actitud de los dirigentes. Si éstos quieren que la situación cambie tienen que rectificar, creando condiciones elementales de convivencia y aceptando para todos, al menos un mínimo de igualdad, de dignidad y de respeto a los derechos humanos de los oprimidos.

Marcos se vale de este artificio literario, el diálogo entre la mujer y Jesús, para poner en evidencia el conflicto que envenena la convivencia de la sociedad pagana, consecuencia de la injusticia estructural que existe en ella, y señala quiénes son los responsables. Es la brutal desigualdad que llega hasta negar a los oprimidos la calidad de persona, la que genera unas relaciones sociales dominadas por el odio, la agitación y la violencia.

En el mundo judío, Jesús ha detectado como la mayor injusticia la discriminación religiosa; en el mundo pagano es la discriminación social.

28 Reaccionó ella diciendo: -Señor, también los perrillos debajo de la mesa comen de las migajas que dejan caer los chiquillos-

La mujer no se marcha al oír la frase despectiva; su necesidad es superior a su orgullo. Aquí “Señor” es título de respeto y no un término teológico. La que representa a la clase dominante, reconoce la superioridad personal de Jesús, un judío, y lo considera más capaz que ella misma para remediar la situación. Reconoce también la superioridad de los judíos sobre los paganos expresada por Jesús en su dicho; admite que Él no es su igual. No pone en duda el principio de que hay superiores e inferiores.

La respuesta que da es brillante; amplía la metáfora utilizada por Jesús añadiendo el elemento “migajas” y subraya la cercanía de los perrillos, aunque también su inferioridad, colocándolos bajo la mesa. Las migajas caen a los perrillos, que así se alimentan al mismo tiempo que los hijos; no hay un antes y un después. La descripción de la mujer no presupone que los chiquillos se sacien: mientras ellos comen, comen también los animales. Invalida así la afirmación de Jesús: “deja que primero se sacien los hijos”. La frase de la mujer “también los perrillos comen”, no es una petición sino una afirmación. Al dicho de Jesús, ella opone un hecho de la vida real; “los perrillos” son de la casa y algo les llega[5].

Jesús ha hablado de los “hijos”; ella habla de “chiquillos”. El cambio indica que la mujer ha comprendido el doble plano del dicho de Jesús. Ella pertenece a la clase de los que están a la mesa, pero, no siendo judía, no se atreve a llamarse “hija”. Jesús ha propuesto el caso judíos-paganos (“hijos”-“perrillos”). Ella capta la alusión y aplica el dicho al caso amos/siervos (“chiquillos”-“perrillos”).

Reivindica el derecho de los perrillos, aunque tan sólo en un mínimo. No hay que echarles los panes; comen lo que cae de la mesa; las migajas, parte ínfima del alimento que no se valora, pero con lo que pueden vivir. A lo que ha dicho Jesús opone la mujer su reconocimiento del derecho elemental de los oprimidos a la vida.

29 Él le dijo: -En vista de lo que has dicho, márchate; ya ha salido el demonio de tu hija-.

La frase de Jesús “en vista de lo que has dicho”, implica que ella en cierto modo ha rectificado. De hecho, la mujer ha salido en defensa de los “perros/despreciados”. Sus palabras, con las que ha reconocido su responsabilidad en lo que sucede, han cambiado la situación. El efecto ha sido inmediato. Una vez que ha aceptado lo mínimo, reconocer como un derecho la aspiración de los oprimidos a la vida, Jesús le que dice que se marche, pues el problema para el que ella buscaba solución ha quedado resuelto; “el demonio ha salido de su hija”. Mientras la clase oprimida no tuviera asegurado el mínimo vital, el descontento y la agitación habrían continuado.

Jesús le dice sólo que se marche, sin añadir como en el caso del geraseno “a tu casa, con los tuyos” (tus iguales 5,19). Sin embargo, recuerda a la mujer que, aunque su cambio de actitud haya procurado de momento una solución al problema acuciante, ésta no puede ser la definitiva. Las distancias han de desaparecer del todo, pues los sometidos deben ser considerados “hijos” (“tu hija”), es decir, de la misma clase que los dirigentes y con derecho a compartir la mesa, la vida y los bienes con ellos.

30 Al llegar a su casa encontró a la chiquilla tirada en la cama y que el demonio ya había salido.

La mujer llega a su casa, a su ámbito social y se encuentra con que la situación ha cambiado. La antes endemoniada ha quedado libre del mal espíritu.

Marcos llama a la niña “chiquilla”, como había llamado la mujer a los que se sientan a la mesa y tienen pleno derecho a comer pan (v28). Suscribe así el dicho anterior de Jesús, quien dirigiéndose a la mujer le habló de “su hija” (v29). En ambos casos se afirma que el oprimido no es un perro que come por condescendencia, sino que tiene pleno derecho a la vida, como la clase dirigente.

Al llegar a su casa, la mujer encuentra lo que Jesús le había dicho: “el demonio ha salido de tu hija”. Ha desaparecido el obstáculo, pero la chiquilla no tiene vitalidad; aparece “tirada en la cama”, sin fuerza. El término “cama” y no “catre”, muestra que se trata de una casa acomodada y confirma la interpretación de la figura de la mujer como representante de la clase dirigente. Se ha solucionado el problema inmediato, pero falta aún el desarrollo humano de los oprimidos (“chiquilla”) y su plenitud de vida, elementos que podrán encontrar en Jesús.

31 Dejando el territorio de Tiro y pasando por Sidón llegó de nuevo al mar de Galilea por mitad del territorio de la Decápolis.

Termina la labor en Tiro. Ahora, a través de territorio pagano llega Jesús a la Decápolis, a la orilla oriental del lago, predominantemente pagana, donde el geraseno ha proclamado el mensaje liberador (5,20).

Pasando por Sidón”, por la costa, al norte de Tiro. La mención de Tiro trae casi inevitablemente a la memoria el nombre de Sidón (Cfr. Is. 23; Jer. 47,4; Jl. 3,4-8; Zac. 9,2). El itinerario que Marcos describe es inverosímil por el gran rodeo que obliga a hacer a Jesús hasta llegar al Lago, pero sirve para indicar que la situación es la misma en toda Fenicia, de la que cita a las dos capitales. También a Sidón se aplica la denuncia hecha en Tiro. Por eso Jesús, aunque es conocido allí (3,8), no se detiene. Es más, la innecesaria mención de Sidón muestra que el evangelista no pretendía tratar de la situación particular de Tiro, sino mostrar que la injusticia allí vigente era propia de todo el mundo pagano.

Jesús llega de nuevo al mar de Galilea, vía de comunicación entre los territorios judío y pagano, pero no sale del territorio pagano, pasa “por mitad” de la Decápolis, evitando de manera intencionada el territorio judío. Toda la región en la que el geraseno proclamó el mensaje de liberación (5,20), tiene acceso a Jesús.

Al final queda claro que el diagnóstico que Jesús hace del mal que aqueja a la sociedad pagana es el siguiente: Existe una desigualdad social extrema que divide a esa sociedad en dos estamentos: el de los privilegiados cultural y económicamente, que constituye la clase dominante, y el de los desposeídos de todo derecho, la clase oprimida.

La desigualdad es tal que los privilegiados no reconocen siquiera los derechos elementales de los sometidos; éstos carecen de toda seguridad y libertad y, en consecuencia, se hace imposible su desarrollo personal. Su situación es tan alarmante que ellos son incapaces de tomar iniciativa alguna que los lleve a salir de su condición o, al menos, mejorarla. Existe, en consecuencia, una tensión social muy fuerte: los oprimidos manifiestan agriamente su enorme descontento, incluso su odio contra los opresores, aunque no logran más que autodestruirse. Para Jesús, la responsable de la situación es la clase dominante. Si quiere ponerle remedio, será necesario ante todo que se establezca un mínimo de igualdad, reconociendo a los oprimidos el derecho a la vida y a los bienes indispensables para asegurarla. Esto podrá lograr que la agitación de los oprimidos se calme y, a partir de ahí, podría comenzar el desarrollo personal de esos seres humanos. Sin embargo, para Jesús eso no basta. Los dirigentes deberán entender que los oprimidos son sus semejantes y que merecen un trato de igualdad plena, gozando de todos los derechos que les corresponden como seres humanos e hijos de Dios.


[1] Cfr. Sal. 83/82, 8; Is. 23,1-18; Ez. 28, 1-10; Zac. 9,3ss

[2] Algunos autores consideran que este no es un viaje misionero, ya que no se menciona a los discípulos. Tampoco es un viaje que Jesús realiza por motivos de persecución de Herodes Antipas. Sin fundamento en el texto algunos afirman que Jesús va en búsqueda de un espacio de soledad para reflexionar sobre la finalidad y el desarrollo de su ministerio. Esta suposición no encuentra fundamento en el texto.

[3] Jesús no refleja el particularismo judío; visita un país pagano, se aloja en una casa sin temor a contaminarse y habla con una mujer pagana.

[4] Tanto en el territorio judío como entre los paganos aparecen dos clases de oprimidos. Unos son los que se rebelan (la mujer de los flujos, el geraseno), adultos que muestran su esperanza en Jesús. El otro formado por los que no se resignan, pero que tampoco se rebelan (están en la casa) porque no ven salida a su situación (la hija de Jairo, la hija de la sirofenicia).

[5] La mujer se contenta con lo que se le ofrece. Si se le asigna la parte de los perros, eso le basta para su argumentación. Las migajas pertenecen al pan de los hijos; es pues verdad que se da a los perros del pan de los hijos. La mujer no niega la verdad de las palabras de Jesús, pero las completa.


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