“RESISTENCIA DE LOS DISCÍPULOS.
EL SORDO TARTAMUDO”
32 Le llevaron un sordo tartamudo y le suplicaron que le aplicase la mano.
33 Lo tomó aparte, separándolo de la multitud, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.
34 Levantando la mirada al cielo dio un suspiro y le dijo: -Effata- (esto es: “ábrete del todo”).
35 Inmediatamente se le abrió el oído, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
36 Les advirtió que no lo dijeran a nadie, pero cuanto más se lo advertía, más y más lo pregonaban ellos.
37 Extraordinariamente impresionados decían:
¡Que bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
El episodio se localiza en la orilla oriental del mar de Galilea, en territorio pagano. Trata de la restitución del oído y el habla normal a un sordo tartamudo, figura representativa de los discípulos (los Doce), por la resistencia que presentan al mensaje universalista de Jesús, es decir, a la apertura del Reino a los paganos. Prolonga la situación descrita en 7,17-23, donde mostraban no haber entendido el principio expuesto antes por Jesús sobre lo que hace profano al hombre (7,14-15) y seguir en las categorías del judaísmo. Ante la labor con los paganos (8,1-9), anunciada en la perícopa de la sirofenicia (7,27), Jesús ha de vencer su resistencia y hacerles captar el mensaje de la universalidad del Reino.
La perícopa puede dividirse de esta forma:
7,32 | Presentación del sordo tartamudo y súplica a Jesús |
7,33-35 | Intervención de Jesús |
7,36-37 | Prohibición de hablar y reacción entusiasta |
32 Le llevaron un sordo tartamudo y le suplicaron que le aplicase la mano.
Jesús se encuentra en territorio pagano (7,31: La Decápolis), en la orilla oriental del mar de Galilea. Unos sujetos indeterminados “le llevan” un sordo tartamudo. Aparecen otra vez los anónimos colaboradores de Jesús que han aparecido ya en otras ocasiones (1,30.32; 6,54) y que materializan el servicio “de los ángeles” en el desierto (1,13). Son individuos que sienten interés por el sordo tartamudo y compasión por su estado. Saben que la sordera le impide escuchar a Jesús. Y al mismo tiempo tienen confianza en éste y conocen su poder; están seguros de que puede remediar esa incapacidad. El verbo está en presente histórico, indicando así la actualidad del hecho. Marcos está hablando de algo que sigue sucediendo todavía en su tiempo.
Al contrario que otros personajes del evangelio (el leproso 1,40; el paralítico 2,3; el geraseno 5,2; la mujer con flujos 5,25), el sordo tartamudo no se acerca por sí mismo a Jesús ni le pide remedio a su invalidez. Esto indica que no es consciente de su estado o bien que no siente necesidad de cambio. Hay otros que abogan para que Jesús remedie su situación. El sordo tartamudo por sí mismo nunca saldría de lamentable situación; si Jesús no interviene de modo especial, no hay solución para él.
La sordera, junto con la ceguera, se usan continuamente en los profetas como figura de la resistencia de Israel a escuchar lo que Dios le dice[1]. Nunca en el Antiguo Testamento se relata la curación de sordos o mudos. El sentido de estos términos es siempre figurado.
También en este evangelio, la primera vez que se aludió a la sordera y a la ceguera (4,12[2]) tenía un claro sentido figurado que domina la interpretación de estas carencias en el resto del evangelio (8,18). El individuo sordo representa a uno que no entiende o no quiere entender; en cuanto tartamudo, a uno cuyo lenguaje es confuso o ininteligible.
Al no indicarse el nombre ni el lugar de origen del sordo tartamudo, éste aparece como un personaje representativo. Por otra parte, el término tartamudo se encuentra solamente aquí en el NT y también una sola vez en el AT, en el contexto del éxodo de Babilonia (Is. 35,5), unido como en el pasaje de Marcos a los términos “sordo”, “oídos” y “lengua” (Mc. 7,35). Esta clara alusión de Marcos, al texto de Isaías muestra que el sordo tartamudo es figura de Israel en cuanto necesitado de liberación (éxodo). Dado, sin embargo, que desde la constitución de los Doce (3,13-19), el único Israel existente para Marcos, es el fundado por Jesús y que está formado por los seguidores suyos procedentes del judaísmo (los Doce/los Discípulos), el sordo aparece como figura representativa de ese grupo, en cuanto éste presenta resistencia al mensaje de Jesús (8,17). Consecuencia de esta cerrazón mental es que los discípulos/los Doce no pueden exponer un mensaje inteligible (tartamudo), pues pretenden hacer concordar el de Jesús con las categorías judías tradicionales.
La escena está pues, en relación con 7,17, lugar en el que Jesús reprocha a los discípulos su falta de comprensión[3], igual a la de la multitud que escuchó las parábolas (4,12). Con la figura del sordo tartamudo, Marcos, subraya que la incomprensión de los Doce/los discípulos es algo que permanece y continúa aún en sus tiempos.
En las invectivas de los profetas contra el pueblo se usan las figuras de la ceguera y la sordera, pero no la de la mudez o la tartamudez. Hay aquí un elemento añadido que empeora la situación y que se deriva en la resistencia al mensaje (sordera).
El verbo “suplicar” denota mayor insistencia que el simple pedir, y señala el gran interés de los intermediarios por el sordo y la gravedad de su situación. De hecho, aún cuando Jesús ya ha hechado abajo la distinción entre judíos y paganos (7,15), una parte de su comunidad, el grupo de los discípulos, está aún completamente cerrada a ese planteamiento. Es decir, sigue fracasando el objetivo de Jesús al constituir a los Doce: que el nuevo Israel asumiese como misión el servicio a la humanidad entera (3,14). El nuevo uso del presente histórico (“le suplican”) confirma la vigencia del problema en tiempo de Marcos.
Los intermediarios suplican a Jesús que “le aplique la mano” al sordo tartamudo, gesto que simboliza la transmisión de una fuerza vital (5,28-30). Piensan que eso bastará para eliminar el defecto. Sin embargo, en el evangelio se habla ordinariamente de la aplicación “de las manos”, en plural (5,23; 6,5; 8,23). La petición de los innominados, que usa el singular, delata por tanto, que consideran muy fácil para Jesús poner remedio a esta sordera.
La escena tiene lugar en la orilla pagana del lago y revela la mentalidad judía de los discípulos, cerrados al mensaje universalista de Jesús e indiferentes a la suerte de los demás pueblos[4]. No quieren oír ese mensaje (sordera). De ahí que lo que ellos comunican sea un mensaje deformado (tartamudez), que pretende hacer compatible la persona de Jesús con los ideales del nacionalismo judío.
El apego de los discípulos a las ideas del judaísmo, que les impide escuchar a Jesús (sordo) y hace que deformen su mensaje (tartamudez), se funda en una creencia teológica que es la base del nacionalismo judío: que el designio de Dios pretende la gloria de Israel por encima de los demás pueblos. En consecuencia, los discípulos/los Doce no reconocen la misión divina de Jesús o, al menos, la subordinan a lo que piensan ser una revelación divina inamovible.
33 Lo tomó aparte, separándolo de la multitud, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.
Jesús no ha tomado la iniciativa respecto al sordo, pero está disponible para intervenir. Cuando se lo presentan, actúa sin tardar.
La precisión “aparte”, que en los otros seis pasajes en que aparece está referida a los discípulos[5], indica que la falta de comprensión de todos o parte de ellos hace necesaria una explicación de Jesús (4,34). Al aplicarse al sordo, confirma que éste retrata la situación de los discípulos.
Jesús separa al sordo/discípulos “de la multitud”, que aparece de improviso en el texto, sin que haya hecho mención de ella al presentar al sordo tartamudo. Como en 7,14, “la multitud” designa al grupo de seguidores que no proceden del judaísmo. Jesús no quiere involucrar a estos seguidores en las dificultades que atañen al grupo israelita y que dependen de su apego a los ideales nacionalistas judíos. La situación es paralela a 7,17, donde Jesús se separó de “la multitud” para entrar en “la casa” donde se encontraban los discípulos, que no habían entendido el dicho sobre lo que hace profano al hombre (7,14-15).
Jesús quiere eliminar las dos taras, la sordera y la tartamudez. Respecto a la primera, en vez de aplicar la mano al sordo, como le habían pedido, le mete los dedos en los oídos[6]. Respecto a la segunda, le toca la lengua con su saliva.
Al respecto hay que recordar que las culturas antiguas atribuían a la saliva propiedades terapéuticas, en particular para las enfermedades de los ojos. Cuando se trataba de curar una herida, se escupía directamente sobre ella. Estas técnicas de curación eran frecuentes entre los curanderos griegos y judíos. Ninguna de las acciones descritas en la perícopa es mágica ni ha de considerarse como tal. Jesús usa medios extraordinarios: meter los dedos, escupir en los dedos y tocar la lengua, mirar al cielo, suspirar, además de la palabra de curación, mucho más que la imposición de manos que le habían pedido. La acción de Jesús está muy lejos de las fórmulas verbales y los brebajes propios de la magia helenista.
Por otra parte, la acción de meter los dedos en los oídos, como si los perforara, significa que Jesús tiene que vencer una fuerte resistencia. Quiere hacerse oír eliminando el obstáculo, haciendo llegar a la mente de los discípulos el mensaje del universalismo, para que adopten una nueva actitud respecto a los paganos.
En la cultura judía, la saliva como la sangre, se consideraba “aliento condensado”[7]. Aquí Jesús la aplica al individuo en la lengua, con sus propios dedos (“le tocó la lengua”). El contexto cultural judio hace ver que la fuerza que transmite Jesús con su saliva es su aliento/Espíritu. Tocar la lengua con la saliva, es decir, impregnarla del Espíritu, representa el deseo de Jesús de que sus discípulos proclamen el mensaje universalista sin ambages[8] y con valentía. Jesús quiere liberarlos de las doctrinas que han enseñado (6,32) sobre la restauración de Israel. Quiere que hagan suyo su mensaje y que hablen conforme a él.
34 Levantando la mirada al cielo dio un suspiro y le dijo: -Effata- (esto es: “ábrete del todo”).
Como en el anterior reparto de los panes, Jesús levanta la mirada al cielo (6,41). En aquel pasaje el gesto preparaba la bendición a Dios por el alimento. Aquí, en cambio, precede a un suspiro, expresión de sentimiento. Puede equivaler a una petición a Dios o al propósito de asociarlo a su acción[9]. En todo caso, el gesto de Jesús subraya la importancia de la acción que va a cumplir. En 6,41 se trataba del programa mesiánico, del nuevo éxodo para Israel. Aquí prepara el éxodo liberador en favor de los paganos, que Jesús va a proponer (8,1-9) y al que los discípulos se resisten. Ante la cerrazón de éstos, hace falta la ayuda divina.
El suspiro, por su parte, expresa pena o tristeza por la prolongada obstinación de los discípulos, quienes continúan aferrados a los ideales del judaísmo, que impiden la liberación de toda la humanidad (éxodo mesiánico pleno).
La orden de Jesús va precedida de un presente histórico: “le dice”, indicio de la actualidad del problema en la época del evangelista. Se expresa en arameo “Effata” y en singular, lo que hace ver que Jesús se dirige a la persona y no a los órganos del cuerpo humano. Esto lo libera del riesgo de ser una fórmula mágica de la cultura del tiempo. Esto indica, como es usual en Marcos, que el sentido figurado del episodio se refiere a Israel (cfr. Mc., 5,41; 7,11; 10,46.51), en este caso, al nuevo Israel (los Doce/los discípulos). Marcos, sigue acumulando indicios que identifican al sordo con el grupo de los seguidores israelitas.
La orden que significa “ábrete del todo” expresa el efecto deseado de la acción anterior. La orden va dirigida al oído, pero fundamentalmente interpela al hombre entero; es éste el que tiene que abrirse, cambiando de actitud.
35 Inmediatamente se le abrió el oído, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
En esta ocasión Marcos, utiliza ahora un término diferente para designar “el oído”[10] y que se presta a referirse al sentido figurado del término “el entendimiento”. Aunque el verbo que indica el resultado de la acción de Jesús (“se le abrió”) es menos fuerte que el usado antes por él (“ábrete del todo”), expresa el cumplimiento de su orden.
Marcos, señala metafóricamente que “se le soltó la traba de la lengua” y que “hablaba correctamente”. Con ello quiere indicar que el antes tartamudo puede exponer ahora claramente el mensaje de Jesús.
El que era sordo es ahora capaz de escuchar y entender; se le abren los oídos y se subraya el nuevo modo de hablar. Antes hablaba mal, lo que equivalía a no transmitir un mensaje auténtico. En el “hablar correctamente” resuena de nuevo el texto de Is. 35,6: “clara será la lengua de los tartamudos”.
36 Les advirtió que no lo dijeran a nadie, pero cuanto más se lo advertía, más y más lo pregonaban ellos.
37 Extraordinariamente impresionados decían: ¡Que bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
A los que deseaban ver remediada la situación del sordo y que ahora ven cumplidos sus deseos, Jesús les advierte que guarden silencio. Se refiere sin duda a aquellos innominados que se lo han llevado, interesados en que el nuevo Israel está a la altura de su misión[11]
No es la primera vez que Jesús impone silencio respecto a una actuación suya. En el caso del leproso, la orden de silencio se debió a que el individuo dudaba aún de que su marginación no fuera voluntad de Dios (1,44). En el de la hija de Jairo se debe a que la chiquilla/pueblo no estaba todavía madura para afrontar las consecuencias de una adhesión pública a Jesús (5,43).
En el caso presente confirma los indicios que Marcos, ha ido poniendo anteriormente para indicar que episodio expone un problema aún no resuelto, una necesidad de cambio que continúa en su época. De hecho, como aparecerá en episodios posteriores, los discípulos seguirán sin comprender[12]
Con la orden de silencio, Jesús advierte con insistencia que el problema de la aceptación de su mensaje universalista sigue existiendo. Sin embargo, hay quienes con excesiva alegría están persuadidos de que ya han sido solucionados.
La sensación que causa el resultado de la acción de Jesús es extraordinaria, aunque solamente en los circunstantes y no en el afectado. De hecho, sorprende que el antes sordo no muestre su agradecimiento a Jesús ni proclame él mismo su restablecimiento, como había sucedido en otros pasajes (1,45; 5,20.33). Este es un nuevo indicio del sentido figurado del episodio, con el que el evangelista describe la situación negativa en que se encuentran los discípulos de su tiempo, apegados al judaísmo, y afirma que la solución está en Jesús.
La aclamación de los presentes “todo lo ha hecho bien” recuerda la acción de Dios en la creación (Gn 1,31). A pesar del repetido aviso de Jesús (“cuanto más se lo advertía”), los que le han llevado al sordo proclaman con entusiasmo el cambio de actitud de los discípulos o Israel mesiánico. Sin embargo, obran con precipitación; con el uso repetido del presente histórico (vv 32 y 34) Marcos, ha mostrado que desconfía de la apertura y avisa contra el optimismo. Sin embargo, la confianza en el poder de Jesús que manifiestan los circundantes (“hace oír a los sordos y hablar a los mudos”), también en presente, abre una esperanza, expresada en Is. 35,4-6, pasaje en donde se encontraba la palabra “tartamudo” (v32), al que alude la acción de Jesús con el sordo-discípulos: “Dios vendrá en persona y los salvará... los oídos del sordo se abrirán... la lengua del mudo cantará”.
Jesús puede poner remedio a la situación, pero el relato insinúa al mismo tiempo la necesidad de la colaboración humana para que su acción sea eficaz. Por otra parte, el uso del plural (“a los sordos, a los mudos”) en la exclamación admirativa final, cuando ha sido uno solo el beneficiario de la acción de Jesús, confirma que el sordo tartamudo es un personaje representativo.
El relato refleja, sin duda, la experiencia de Mc. En diversas ocasiones se han suscitado fáciles entusiasmos sobre un cambio de postura de los judaizantes, que han sido pronto desmentidos por la práctica.
[1] Is. 6,9 “embota el corazón (la mente) de ese pueblo, endurece su oído, ciega sus ojos; que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan”; Is. 42,18 “Sordos, escuchen y oigan; ciegos, miren y vean”; Jer. 5,22-23 “Escúchalo, pueblo necio y sin juicio, que tiene ojos y no ve, tiene oídos y no oye... este pueblo es duro y rebelde”; Ez. 12,2 “Hijo de Adán, vives en la casa rebelde : tienen ojos para ver y no ven; tienen oídos para oír y no oyen, pues son casa rebelde”.
[2]“Para que por más que miren no vean, por más que oigan no perciban”.
[3] “¿Así que también ustedes son incapaces de entender?”
[4] cfr. Mc., 6,52 y 7,18
[5] cfr. Mc. 4,34; 6,31.32; 9,2.28; 13,3
[6] “El dedo de Dios” en singular, denota metafóricamente el poder de Dios (Ex. 8,19).
[7] En la antigüedad la saliva, junto con el agua, la sangre, el vino y el aceite, se consideraba un extraordinario medio terapéutico, un vínculo de fuerzas psíquicas. En cuanto secreción de la boca, está en relación con el aliento y la respiración. Como la sangre, la saliva es aliento condensado.
[8] Sin rodeos ni divagaciones verbales que hagan incomprensible el mensaje de Jesús.
[9] En este caso puede ser semejante a la oración de Jesús en el monte (6,46), cuando pidió a Dios que sus discípulos comprendiesen. Para otros autores, la mirada al cielo y el suspiro son expresión de la conmoción pneumatológica de Jesús, es decir, de la recepción de potencia en la preparación del milagro. La mirada al cielo (en 6,41 es gesto de oración) es en un relato de milagro un término estilizado para la recepción de fuerza sobrehumana. Lo mismo el suspiro del taumaturgo. Jesús pretende dotar a la orden de abrirse del poder de realización. Al mirar al cielo señala el origen de su fuerza.
[10] Antes dijo: “ta ôta” . Ahora dice: “hai akoiai”
[11] Extraña el hecho de que la orden de guardar silencio, en plural, se dirija a la multitud, incluso después de apartarse de ella, queda cercana. Por lo tanto, otros autores opinan que esta prohibición se dirige a la gente que le ha llevado al sordo. No tendría sentido dar esa orden sólo al sordo tartamudo, pues su sola manera de hablar ya delataba la acción simbólica realizada por Jesús.
[12] Posteriormente vendrá el reproche a Pedro (8,18) y la actitud de Pedro en la transfiguración (9,5)