ENSEÑANZA EN LA SINAGOGA DE CAFARNAUM:
EL FANÁTICO
21b El sábado entró en la sinagoga e inmediatamente se puso a enseñar.
22 Estaban impresionados de su enseñanza, pues les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados.
23 Había en la sinagoga de ellos un hombre poseído por un espíritu inmundo e inmediatamente empezó a gritar:
24 ¿Qué tienes tú contra nosotros, Jesús Nazareno?
¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú, el Consagrado por Dios.25 Jesús lo conminó: ¡Cállate la boca y sal de él!
26 El espíritu inmundo, retorciéndolo y dando un alarido salió de él.
27 Se quedaron todos ellos tan desconcertados que se preguntaban unos a otros: ¿Qué significa esto? ¡Un nuevo modo de enseñar, con autoridad, e incluso da órdenes a los espíritus inmundos y le obedecen!
28 Su fama se extendió inmediatamente por todas partes, llegando a todo el territorio circundante de Galilea.
21b El sábado entró en la sinagoga e inmediatamente se puso a enseñar.
El episodio anterior terminó con el camino de Jesús y el grupo de seguidores hasta Cafarnaúm, sin indicar el día de la semana. En este episodio, por el contrario, se señala un día determinado: el sábado. Desaparecen de la escena los seguidores.
El día sábado ofrecía a Jesús la oportunidad de encontrarse con toda la población israelita observante. La sinagoga era un centro religioso y cultural y representaba la institución judía a nivel local. Allí, cada sábado se congregaba el pueblo para participar en el servicio divino y escuchar la enseñanza de los letrados que tenía carácter oficial[1].
La asistencia a esta reunión semanal se había hecho obligatoria. Asistir a ella significaba obedecer a lo que se presentaba como voluntad divina. Así, los que están en la sinagoga son judíos integrados en la institución religiosa y observantes de la Ley.
Jesús entra en la reunión cuando ésta ya está constituida. Él, por tanto, no forma parte de ella (“en la sinagoga de ellos...”). No hay intervalo entre la entrada de Jesús y el comienzo de su enseñanza (“inmediatamente se puso a enseñar”), de lo que se puede afirmar que no entró para participar en el servicio religioso, ni espera ser invitado por el jefe de la sinagoga a tomar la palabra. Incluso es de notar que el jefe de la sinagoga, ni siquiera es mencionado. De esta forma, Marcos resalta la autoridad de Jesús. Con su presencia en la sinagoga, Jesús entra en contacto con las personas integradas en el sistema religioso. Va a enseñarles, a comunicarles un conocimiento que amplíe su horizonte y les presente una verdadera opción. Va a intentar despertar su espíritu crítico para que puedan abrirse a la alternativa del Reino.
Para el autor de este evangelio, “enseñar” significa exponer un mensaje partiendo del Antiguo Testamento. De ahí que este verbo se utiliza sólo cuando Jesús se dirige a un auditorio exclusivamente judío, ya que para el evangelista la acción de enseñar que Jesús realiza, es en cumplimiento de Is. 54,13 en donde se lee: “Tus hijos serán todos discípulos de Dios”.
Jesús, que ejerce funciones divinas en la tierra, tiene a los israelitas por discípulos. Eso explica que se presente ante el público de la sinagoga como quien, por su autoridad propia y sin necesidad de delegación alguna, tiene el derecho de enseñar. Él es el Maestro de Israel.
El texto aunque no dice sobre qué enseñó, lo da por supuesto a partir de la frase de 1,15, que resume toda la predicación de Jesús en Galilea. La enseñanza versa sobre la cercanía del reinado de Dios y sobre las condiciones que éste exige: la necesidad de enmienda y la confianza en la buena noticia. Jesús pretende que cambien de actitud y de conducta y que descubran la posibilidad de una alternativa.
Esta actividad de Jesús forma parte del programa de liberación/salvación de la humanidad que Jesús asumió en el bautismo y que está dispuesto a seguir, aún a costa de su vida (1,9) y para el que ha sido capacitado por el Espíritu. El programa que se formula en términos de éxodo (1,2.3.12) implica dos realizaciones complementarias: sacar de un estado de esclavitud y llevar a la nueva tierra prometida que es el Reino de Dios
Hasta ahora, los fieles de la sinagoga han vivido sometidos al influjo de los letrados, maestros oficiales aprobados por la institución judía. A este influjo y enseñanza corresponden la conciencia de obligación y la sumisión a la Ley que se manifiesta en la observancia del sábado y en la asistencia a la sinagoga.
22 Estaban impresionados de su enseñanza, pues les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados.
Pero lo que impacta a los hombres de la sinagoga no es el contenido del mensaje, sino el modo de enseñar: “estaban impresionados”.
Esta impresión causada por Jesús se debe a la experiencia directa de su autoridad nacida de la plenitud del Espíritu. Su autoridad no es jurídica, pues no revestía carácter institucional; nacía de la plenitud del Espíritu que poseía; de su calidad de “Hijo de Dios”. No era pues humana o comunicada por hombres, sino divina. Los letrados, en cambio, ostentan una autoridad jurídica, conferida por la institución judía, por lo que eran considerados herederos y sucesores de los profetas, y a su tradición y a las obligaciones que imponían atribuían ellos autoridad divina. Su modo de enseñar se basaba en la cita e interpretación de los textos de rabinos ilustres que constituían una especie de jurisprudencia. No exponían una experiencia personal, se limitaban a repetir una y otra vez lo que los maestros consagrados habían propuesto.
La experiencia de la autoridad de Jesús proporciona a los oyentes un criterio de juicio para distinguir entre autoridad verdadera y falsa. Es la experiencia directa y personal de una realidad presente en Jesús, que precede a la exposición de su mensaje. Jesús no pretende imponer su enseñanza, pues de hecho no apela, para avalarla, a la autoridad divina. Hace ver directamente su autoridad en su modo de enseñar. No presenta credenciales, pero los oyentes intuyen su verdad y concluyen que los letrados no hablan en nombre de Dios.
De hecho, el contraste entre el modo de enseñar de Jesús y el de los letrados lleva a los oyentes a emitir un juicio. Concluyen que Jesús posee autoridad divina y niegan tal autoridad a los letrados, maestros oficiales de la institución judía. Este es un juicio espontáneo, libre, no impuesto por Jesús. Al experimentar la autoridad de Jesús han visto claro que Dios habla por su boca y no por la de los maestros tradicionales.
Como la autoridad de Jesús no pertenece al ámbito jurídico institucional de los maestros, la gente, al reconocerla, lo está equiparando a un profeta. Surge así la oposición entre el verdadero profeta, voz viva de Dios y la institución carente del Espíritu. De esta forma, los oyentes pueden salir de su pasividad y su conformismo, tomando conciencia del engaño en que se encontraban. El magisterio oficial no tiene la autoridad que se arroga. Frente a él, deciden dar su confianza a Jesús.
La consecuencia lógica de la evaluación hecha por los oyentes sería que se aceptasen los contenidos que proponga Jesús en su enseñanza y rechazasen los que propone la institución judía. Todavía, sin embargo, no se menciona este paso. Los juicios de valor afectan a las personas y a su modo de enseñar, no a las doctrinas.
Los elementos descritos antes[2] representan aspectos de lo que puede llamarse el judaísmo institucional. Por el contrario, respecto a Jesús, el entrar y enseñar, muestra que su autoridad no es institucional, sino dada por la fuerza del Espíritu, y la impresión que produce, corresponde al concepto de profetismo.
El judaísmo institucional producía en sus fieles creencias, entendidas como aceptación de su autoridad, y sumisión, es decir, obligación de cumplir lo impuesto por esta enseñanza. Después de la enseñanza de Jesús, la creencia se convierte en escepticismo (negación de la autoridad de los letrados), aunque todavía esos fieles no se liberan de la sumisión, es decir, no rompen el vínculo con la institución ni se hacen autónomos.
La enseñanza de Jesús despierta el espíritu crítico y pone las bases de la autonomía y libertad, llevando a las personas hacia la madurez. Ha invalidado la autoridad del magisterio institucional, pero Marcos no explicita aún la alternativa que hace posible la libertad y la autonomía. Salir de la sumisión será la liberación, primera etapa del éxodo de Jesús. Para ilustrar todo lo anterior, el evangelista presenta la escena del poseído.
23 Había en la sinagoga de ellos un hombre poseído por un espíritu inmundo e inmediatamente empezó a gritar:
En medio de la aprobación general resuenan gritos de protesta. El nuevo personaje no es designado como judío sino como “hombre”, categoría universal. Está caracterizado de dos maneras: es miembro de la sinagoga y está poseído por un espíritu inmundo.
Este hombre formaba parte de la reunión. En cuanto tal, es uno de los que observan la Ley y reciben la enseñanza de los letrados, encontrándose, por lo tanto, en el mismo engaño que los demás fieles. También ha escuchado la enseñanza de Jesús y, en consecuencia, ha experimentado la autoridad que en ella se manifiesta.
Pero este hombre está poseído. El término “espíritu inmundo/impuro” se refiere a un principio activo (espíritu) exterior al hombre, pero interiorizado por él, cuya presencia y actividad sitúan al hombre en antagonismo con Dios (inmundo). Es una fuerza que aliena, que esclaviza y despersonaliza, privando a la persona de su juicio y libertad, y convirtiéndolo en su instrumento. El poseído no actúa de acuerdo a su calidad de hombre.
Puede precisarse el significado del término “espíritu inmundo” por oposición al Espíritu Santo. Este, comunicado a Jesús a raíz de su compromiso de entrega por amor a toda la humanidad, es fuerza de vida que une al hombre con Dios, creando la relación con Él como Padre (1,9-11). El “espíritu inmundo” en cambio, representa el impulso contrario; no el del amor a la humanidad sino el de una violenta hostilidad contra ciertos grupos humanos que buscan el dominio, individual o colectivo. Por eso aparta de Dios (inmundo/impuro) y ejerce una actividad contraria a Él. La oposición entre los dos espíritus es la que existe entre amor y odio, paz y violencia, servicio y dominio.
La asistencia de este hombre a la reunión sinagogal muestra que en la institución religiosa judía está presente la impureza, incluso en el día y en la acción sagrada. Esta impureza radical e interior que posee al hombre, hace impura, es decir, incompatible con Dios, sus diversas actividades. Y esta impureza no se puede lavar con ritos.
La acción de este individuo, inmediata y repentina, interrumpe la enseñanza de Jesús. La interrupción implica un juicio negativo sobre una enseñanza que provoca el desprestigio de los letrados/institución. Como los demás presentes, ha experimentado la autoridad de Jesús, pero discrepa del juicio negativo sobre los letrados, manifestado por el resto de los asistentes. Las palabras que va a pronunciar indicarán que se trata de un adicto incondicional a la institución, representada por los letrados, y que no quiere verla perjudicada.
Para él, conforme a la enseñanza que ha recibido, la institución goza de autoridad divina, es decir, constituye un valor absoluto al que no puede oponerse, ni siquiera la misma autoridad divina que ha percibido en Jesús. Estamos con dos absolutos frente a frente: la autoridad divina de Jesús y la institución judía. De hecho, el carácter dogmático de la enseñanza de los letrados no admitía relativización alguna, por sostener ellos que la tradición oral era de origen divino, al igual que la escrita. De esta forma, la tradición era indiscutible; no admitía crítica ni aceptaba nuevos contenidos que la pusieran en cuestión.
La intervención de este hombre está causada por su adhesión incondicional a la doctrina oficial y al mismo tiempo, por el espíritu fanático que lo posee. Apunta una equivalencia entre “estar poseído” y dar una adhesión incondicional a la institución judía. Como se constatará a continuación, un espíritu inmundo representa precisamente el fanatismo de una ideología de poder o dominio, teñido de odio y de violencia destructora.
24 ¿Qué tienes tú contra nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú, el Consagrado por Dios.
La primera frase admite diversas traducciones. Puede indicar un simple rechazo de la acción de otro, considerada como un ataque, o una amenaza, o bien, extrañeza ante un ataque o amenaza imprevistos. El contexto inmediato precisa que se trata del segundo caso, como se verá a continuación.
La pregunta del poseído contiene un plural inesperado “nosotros”. El hombre interpreta la actividad de Jesús como un peligro o una amenaza, pero no solamente para él, sino para un grupo del que él forma parte. Este grupo no puede ser el público de la sinagoga que al admirarse de la enseñanza de Jesús no lo ve como una amenaza, sino como una experiencia positiva, y que se ha puesto de parte de Jesús. Son en cambio los letrados los que corren peligro de perder su influjo y autoridad sobre la gente. El “nosotros” incluye entonces al poseído y a los letrados mismos. Así, el poseído, adicto incondicional de la institución, se hace su representante y defensor.
Ahora bien, como el poseído no es un letrado sino un fiel de la sinagoga, su identificación con ellos no puede realizarse más que en el plano ideológico. Este hombre ha hecho suya la doctrina que los letrados proponen. El hombre grita porque está poseído; grita porque está identificado con la doctrina de los letrados/institución. Posesión y adhesión fanática a esa doctrina son dos modos de expresar la misma realidad.
El “espíritu inmundo” es pues una figura tomada de la cultura de esa época a la que el evangelista cambia el contenido. Para el autor de este evangelio, el espíritu que oprime y despersonaliza al hombre no es un agente externo personal, invisible y maligno, sino, en lenguaje moderno, se trata de un factor alienante que impide al hombre ser él mismo, privándolo del uso de su inteligencia y de su capacidad crítica, y convirtiéndolo en juguete de una ideología de violencia.
En este caso, bajo la expresión “espíritu inmundo” se representa la absolutización de la institución judía y de sus valores. Son los letrados quiénes con su enseñanza y prestigio, provocan la posesión, es decir, alienan al hombre y lo alejan de Dios. El poseído es un caso de alienación total pues, al contrario del público de la sinagoga que conserva su capacidad de crítica (1,22), reacciona impulsado por el fanatismo de su ideología; es la ideología de los letrados, la de un dios legalista y particularista que expresa su voluntad en la Ley y quiere la exaltación y hegemonía de Israel y la humillación y el sometimiento de los pueblos paganos.
Es interesante el término “Jesús Nazareno” en boca del poseído. La expresión destaca que Jesús es oriundo de Nazaret, pueblo de la región montañosa de Galilea, cuyos habitantes eran conocidos por su nacionalismo a ultranza. La pregunta del poseído expresa extrañeza y se convierte en un reproche a Jesús, quien por su origen debería ser un adicto incondicional de la institución. El poseído lo acusa de incoherencia entre su origen y su modo de proceder, exigiéndole que rectifique su postura. La actuación de Jesús debería responder a su calidad de nazareno, defensor de los valores del nacionalismo y de la institución judía.
La segunda pregunta: “¿Has venido a destruirnos?” que usa también el plural, pretende interpretar la intención de Jesús: destruir a los letrados y a sus adeptos, a la institución judía y a sus fieles. El poseído señala el propósito de Jesús como una acción negativa: “destruir”, sin pensar que pueda proponer una alternativa. De hecho, si Jesús independiza a la gente del dominio de los letrados/institución, ésta pierde su base (3,27) y el fanático no puede admitir que exista una alternativa al margen de la institución oficial.
La pregunta reconoce que Jesús es más fuerte (1,8) que la institución judía, y señala la total incompatibilidad entre ésta y la liberación que Jesús efectúa.
En la afirmación final, “sé quien eres Tú...”, el hombre habla en singular, es decir, en nombre propio, y se atribuye un saber que define el papel de Jesús: “el Consagrado por Dios”. Esta expresión equivale a la de Mesías y está en relación con Is. 11,1 y 61,2, en donde se afirma que el Mesías está ungido por Dios con el Espíritu. El título que aplica a Jesús se basa en la experiencia de su autoridad.
La expresión “el Consagrado por Dios” constituye el único contenido doctrinal que aparece en la perícopa, pero corresponde a la ideología del poseído, dependiente totalmente de la enseñanza de los letrados y no de la enseñanza de Jesús. Por eso, en boca del poseído expresa una falsa idea de la consagración que Dios hace. Esto, unido al reproche implícito en el apelativo “nazareno”, muestra que el espíritu inmundo proclama a Jesús como el Mesías de la expectación popular, el que compendia la ideología del judaísmo: gloria de Israel como pueblo, restauración de la monarquía davídica, domino de los pueblos paganos, respecto a las instituciones y a la Ley. El poseído descubre en la autoridad de Jesús la posibilidad de encarnar el mesianismo que el pueblo anhela. Por eso le aplica este título, es decir, se lo ofrece y lo invita a aceptarlo y asumirlo.
Con esta propuesta pretende, en primer lugar, evitar los efectos de la actividad de Jesús. Por un lado, el hombre está identificado con la institución y su doctrina. Por otro, actúa ahora en nombre propio. Se constituye, por tanto, en mediador entre la institución y Jesús. Según él, la solución se encuentra en que Jesús realice el ideal de Mesías que los letrados proponían al pueblo, poniendo su indiscutible autoridad al servicio de la institución religiosa y de la causa nacionalista. De este modo, dejaría de ser una amenaza para ella y, al contrario, sería su mejor aliado.
En otras palabras, pretende que Jesús adopte como programa la obtención del poder político en Israel. Por primera vez en el curso de la actividad de Jesús se materializa la tentación de Satanás (1,12), representado aquí por el poseído. Con sus gritos está proponiendo la idea a todos los presentes, para arrastrarlos a un entusiasmo colectivo y suscitar un movimiento mesiánico popular.
El dios que menciona el poseído no es el Dios de Jesús. El de éste, el Padre, ha aceptado el compromiso de Jesús de recorrer su camino de entrega hasta el fin. En cambio, el dios de la institución y del poseído es aquel en cuyo nombre se propone a Jesús que abandone su camino y busque el poder personal. Este es el dios que absolutiza y sacraliza el poder.
En el fondo está la oposición entre el servicio y el poder entendido como dominio. El primero salva; el segundo impide la salvación. El primero es divino; el segundo, satánico.
25 Jesús lo conminó: ¡Cállate la boca y sal de él!
La orden de Jesús manifiesta su enérgico rechazo de la propuesta del poseído. Muestra, en primer lugar que Él no admite diálogo sobre esta cuestión, e impide la difusión de la idea mesiánica entre la gente. En segundo lugar, libera al poseído de su mal espíritu. Manifiesta así su total antagonismo al programa político nacionalista. No pretende hacerse líder de masas, ni ponerse al frente de movimientos populares; sigue fiel a su compromiso de entrega por la salvación de la humanidad. La pretensión de que ponga su autoridad al servicio de las instituciones e ideales judíos es radicalmente inaceptable. Equivaldría a renunciar al Espíritu de Dios y adoptar un espíritu inmundo.
Fiel a su programa, Jesús libera al poseído del dominio ideológico que lo esclaviza, disfrazado de fidelidad religiosa y de espíritu patriótico. Quiere restituir al hombre su libertad.
26 El espíritu inmundo, retorciéndolo y dando un alarido salió de él.
Se realiza la orden de Jesús; cesan las palabras del poseído y sale el espíritu inmundo. Este ejerce por última vez su violencia contra el ser humano, mostrando la esclavitud a la que lo sometía. El alarido muestra, en cambio, su impotencia ante la autoridad de Jesús.
Expulsar al espíritu significa eliminar el influjo de la institución judía sobre él. El hecho se coloca así en el plano dialéctico: a la fidelidad exigida por la institución, que tiene al hombre sometido, opone Jesús la exigencia de una fidelidad superior. Es decir, le presenta el plan liberador y salvador de Dios sobre el hombre (reinado de Dios) que invalida la sumisión que la institución judía pide de sus adeptos. A una imposición que somete y esclaviza, Jesús opone un imperativo que restituye al ser humano su dignidad y su libertad.
Interpretando el lenguaje figurado de Marcos, en este episodio aparece que el poseído queda sin respuesta, en silencio, ante la fuerza y la verdad de los argumentos de Jesús. Finalmente, aunque con mucha dificultad, cede, abandona sus posiciones y acepta la nueva enseñanza, liberándose de sus dependencias respecto a los maestros de la sinagoga.
27 Se quedaron todos ellos tan desconcertados que se preguntaban unos a otros: ¿Qué significa esto? ¡Un nuevo modo de enseñar, con autoridad, e incluso da órdenes a los espíritus inmundos y le obedecen!
La impresión es enorme; la gente no puede contenerse y comenta en voz alta. La unanimidad es total. La reacción es de desconcierto, expresado con una pregunta. No entienden el significado de la actuación de Jesús. La engloban en un hecho único, mostrando que la enseñanza con autoridad y la expulsión del “espíritu inmundo” son dos hechos que forman parte de un mismo orden.
El “modo de enseñar” remite a la escena inicial: los oyentes lo encuentran “nuevo”, es decir, desconocido para ellos y admirable, precisamente por hacerse “con autoridad”. La frase final (“incluso da órdenes...”) subraya la eficacia de la acción de Jesús.
Al mencionar en plural “espíritus inmundos”, Marcos presenta el hecho como algo paradigmático. La expulsión del espíritu inmundo es imagen de la fuerza de persuasión de Jesús capaz de vencer la resistencia fanática a su mensaje, y se aplica a cualquier situación semejante a esta.
La gente está de acuerdo en la calidad personal de Jesús y en la eficacia de su acción, pero no sabe interpretar el sentido de su actividad. No conoce el programa de Jesús ni el papel que éste se atribuye respecto al cercano reinado de Dios. Jesús ha rechazado la propuesta de mesianismo según la concepción institucional y popular, y al no conocer otra clase de mesianismo, la gente no puede identificar a Jesús con el Mesías. Sin embargo, viendo en Él a un verdadero profeta, reconocen su superioridad sobre la institución y, liberados de la adicción a ella, queda abierta la posibilidad de adhesión al programa de Jesús, cuando lo exponga.
28 Su fama se extendió inmediatamente por todas partes, llegando a todo el territorio circundante de Galilea”.
La perícopa cierra con un colofón. De acuerdo a lo sucedido en la sinagoga, la fama de Jesús que se difunde, lleva en sí la grandeza de su persona y de su acción, y el descrédito de los letrados. Existe una autoridad nueva y divina, superior a la de la institución, aunque Jesús no ha propuesto aún su programa ni precisado ninguna línea de enseñanza o de acción concreta.
Hay una gran relación entre esta perícopa y la anterior (la ida al desierto y la tentación). En esta Jesús aparece tentado en el marco de la institución judía en relación al mesianismo presentado y predicado desde ella.
UNA NOTA DE REDACCIÓN:
Terminada la exposición del episodio, conviene hacer resaltar un detalle estructural del mismo. Cada una de las secuencias comienza en griego con la partícula “inmediatamente” (colocada en la traducción delante del verbo al que afecta), en paralelo con lo que se observa en la perícopa del bautismo-desierto (1,10.12). Esta correspondencia estructural relaciona ambas perícopas y ayuda a su interpretación. El primer “inmediatamente” se refiere en 1,10 a la bajada del Espíritu y se corresponde con la de 1,21b-22, en donde el tema principal es la autoridad con que enseña Jesús, efecto de la presencia del Espíritu en Él. El segundo “inmediatamente” (1,12) afecta a la ida de Jesús al desierto, donde es tentado por Satanás; “el desierto” corresponde a la sociedad judía, representada en 1,23 por la sinagoga; la tentación de Satanás (1,13), por su parte, a la propuesta del poseído, que ofrece a Jesús un mesianismo popular y nacionalista.
Las correspondencias confirman las interpretaciones antes dadas; la autoridad de Jesús es divina, por proceder del Espíritu de Dios; “el desierto” era figura de la sociedad judía; “Satanás” está representado en el evangelio por hombres; la tentación es la del poder.
[1] Los letrados eran hombres de estudio que a los cuarenta años recibían una ordenación para enseñar. Podían ser también jueces de causas civiles y criminales. Eran teólogos y canonistas y por lo mismo, eran los maestros oficiales autorizados, los guías doctrinales y espirituales venerados por el pueblo. Su enseñanza versaba sobre la ley religiosa, basándose sobre todo en la tradición (Ley oral) a la que atribuían autoridad divina, sosteniendo que había sido transmitida por Dios a Moisés como complemento de la Ley escrita. El texto de la Escritura había prácticamente desaparecido, sofocado por las enseñanzas de la tradición (Mc. 7,8). La inmensa mayoría de los letrados pertenecían a la facción farisea.
[2] Obligación del sábado, autoridad institucional de los letrados, observancia de los fieles expresada en la asistencia a la sinagoga y separación del pueblo judío de los demás pueblos.