Marcos 1,29-31

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EL ISRAEL DISIDENTE.
EN LA CASA DE SIMÓN Y ANDRÉS:
LA SUEGRA DE SIMÓN

29 En seguida, al salir de la sinagoga, fue a casa de Simón y Andrés, en compañía de Santiago y Juan.

30 La suegra de Simón yacía en cama con fiebre. En seguida le hablan de ella.

31 Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le quitó la fiebre y se puso a servirles.

29 En seguida, al salir de la sinagoga, fue a casa de Simón y Andrés, en compañía de Santiago y Juan.

Al salir de la sinagoga, Jesús no se detiene. Rechazado el mesianismo propuesto por el poseído en la sinagoga, evita el encuentro con la gente. No quiere sacar partido de un entusiasmo popular que podría falsear y generar equívocos en relación con su misión.

De la sinagoga, local público establecido por la institución religiosa y controlado por sus representantes, pasa a un lugar privado: la casa de dos de sus seguidores, Simón y Andrés. Como parecerá en la exposición, al lado del judaísmo oficial, representado por la sinagoga, hay círculos disidentes de la religión oficial, representados por la casa de estos dos personajes.

Los dos pares de nombres se mencionan aquí en el mismo orden que en el episodio de la llamada (1,16-21), aunque sin señalar los lazos de hermandad. La casa pertenece a los dos hermanos y, como en la escena de la pesca, tampoco aquí aparece la figura del padre, conservándose entre ellos solamente la relación de fraternidad/igualdad.

Únicamente Santiago y Juan acompañan a Jesús desde la sinagoga hasta la casa. Son la pareja de hermanos que pertenecen al Israel más tradicional (1,20). Simón y Andrés, en cambio, no han asistido a la reunión del sábado. Se insinúa así su inconformidad con la institución religiosa judía. Concuerda esto con la ausencia para ellos de la figura del padre, que sería el transmisor de la tradición.

Como consecuencia de la llamada de Jesús, la casa va a contener una comunidad israelita mixta. El grupo inconforme y más liberal recibe en su seno al que lo es menos, pero que, por la esperanza del Reino ha abandonado al padre, figura de la tradición y garante del acatamiento a la autoridad. Aunque no se mencionan vínculos de hermandad, todos están bajo un mismo techo, pero unidos por lazos que no son los de la sangre (3,34; 10,29)

30a La suegra de Simón yacía en cama con fiebre.

No se dice que Jesús encuentre en la casa a Simón y Andrés. Sólo aparece en ella la “suegra de Simón”. Su parentesco con éste, no es de sangre, por lo que no afecta a Andrés, sino efecto de la vinculación voluntaria de Simón a una familia o a un grupo humano.

La situación de la mujer se describe con dos rasgos. En primer lugar, por su estado, que es la postración, la impotencia (“yacía en cama”). En segundo lugar, por la causa que provoca esta situación (“con fiebre).

No aparecen palabras como enferma, enfermedad o curar, insinuando que no se trata de una simple curación. En cambio, dos veces se menciona la fiebre, destacando su importancia en el relato[1]. En griego, los términos utilizados para indicar la fiebre derivan de “fuego”.

Esta fiebre/fuego impide toda actividad y en particular el servicio a los demás, característica de los que siguen a Jesús[2]. Este servicio se ejercerá apenas desaparezca la fiebre. Liberar de la fiebre significa entonces, capacitar para el servicio/seguimiento. Ahora bien, al sentido teológico del servicio debe corresponder un sentido teológico de la fiebre/fuego, que es el impedimento para ejercerlo.

La figura del fuego se inspira en el conocido “fuego/celo” de Elías, el profeta de fuego.  (Eclo. 48,1.3.9; 1Re. 19,10.14; 2Re. 1,10.12.14), el gran adversario de la monarquía corrompida. El fuego es entonces figura del ardiente celo reformista y violento propio de ciertos círculos de la época.

Aparece la correspondencia con la actitud anti-institucional de Simón, manifestada al no asistir a la sinagoga. La fiebre de la suegra refleja la actitud de ciertos círculos caracterizados por su celo (zelotas) contra la corrupción y la injusticia de las instituciones a las que está vinculado Simón, a quien se le define como un reformista violento.

En el episodio de la llamada, la actividad de la pesca atribuida a Simón y a Andrés era figura de su exaltado espíritu nacionalista (1,16). Ahora se presenta otra faceta: la del reformismo por la violencia, y se precisa que esta es una actitud propia de Simón. En el relato, Andrés es una figura incolora que se mueve alrededor de la figura de su hermano. De hecho, el hermano menor, ya no va a volver a aparecer unido a Simón.

Marcos, pone la liberación de ese espíritu en la figura de la suegra y no en la de Simón, pues, de hecho, éste se mantendrá en la misma actitud a lo largo de todo el evangelio. La escena subraya la incompatibilidad del ardor reformista que reina en el ambiente de Simón en relación con el seguimiento de Jesús, expresado por el servicio.

30b En seguida le hablan de ella.

Así como en la perícopa anterior, Jesús no había ido a la sinagoga a liberar al poseído, sino que el encuentro con éste se dio mientras enseñaba a la gente (1,21), de la misma manera, no ha ido a casa de Simón y Andrés con el propósito de levantar a la mujer postrada: sólo al llegar recibe la información sobre el estado de ella. (“enseguida le hablaron de ella”). 

Esto significa que Jesús, poco a poco va adquiriendo conocimiento y experiencia de la mentalidad de los diversos grupos de gente.

Marcos, no precisa quiénes informan a Jesús sobre el caso de la suegra/Simón. Son intermediarios anónimos que consideran urgente su intervención (“en seguida”). Ni siquiera expresan un ruego de intercesión en favor de la mujer. Tal parece que estos individuos conocen el programa de Jesús y quieren colaborar con él. No comparten el celo reformista de Simón y saben que la actitud de éste, se opone al seguimiento de Jesús.

Son pues seguidores fieles y anónimos de Jesús. Su papel corresponde al de los ángeles que prestaban servicio a Jesús en el desierto, es decir, en medio de la sociedad judía (1,13). Su anonimato muestra lo callado de su labor.

A estos hombres no les preocupa que el acontecimiento se desarrolle en día sábado, en el que, según la doctrina de los letrados, estaba prohibido curar a un enfermo, salvo en peligro de muerte. Ponen a la persona por encima de cualquier legalismo. Así, la acción liberadora de Jesús se ejerce gracias al interés de sus seguidores. Existen, pues, en el grupo de israelitas que ha respondido a Jesús, seguidores verdaderos que colaboran con él, pero manteniéndose en un segundo plano, porque la tendencia que el autor más hace notar es la de Simón, el reformista violento.

En esta secuencia omite Marcos, todo nombre propio (Jesús, Simón) o designación nominal de personas (suegra, mujer). El verbo se encuentra en presente histórico [3] (“le hablan”). De esta manera la escena deja de ser una anécdota cualquiera de una simple curación, para adquirir un sentido ejemplar y una validez que perdura, mostrando que, en la época de la escritura del evangelio, no había desaparecido entre ciertos seguidores de Jesús, la fidelidad a las instituciones judías y el deseo de reformarlas por la fuerza.

31 Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le quitó la fiebre y se puso a servirles.

Basta la información para que Jesús actué, mostrando que esta acción es conforme a su programa de éxodo (1,21). Se trata, por tanto, de liberar de una opresión, en este caso de una ideología que priva al hombre de vida y actividad. Tampoco Jesús respeta la doctrina sobre el sábado.

Mientras la persona esté aquejada por esta fiebre no puede acercarse a Jesús. Ante esta imposibilidad, se acerca él mismo, mostrando su interés/amor y su deseo de poner fin a la situación negativa. Quiere liberar a un discípulo que había empezado a seguirlo (1,18)

La repetición del término “en seguida” (vv. 29.30b) crea un paralelo con la liberación efectuada en la sinagoga. (1,21). Esto muestra que, como en aquél caso la posesión, ahora la fiebre, representa una ideología incompatible con el programa de Jesús (1,24).

Pero al contrario que en la sinagoga, Jesús no pronuncia palabra ni conmina a la fiebre. Presta su fuerza a la persona postrada y la levanta[4]. Ante este hecho la fiebre desaparece por sí misma. En otras palabras, el defecto no está en el anhelo de cambio que siente la persona, sino en el modo violento (fiebre) como se pretende realizarlo. Una vez que se experimenta la fuerza de Jesús, se comprende cuál es el verdadero camino para ello.

De hecho, en el poseído, además de la alienación producida por su ideología, se daba la adhesión a un sistema injusto; no tenía el deseo de justicia. También Simón está dominado por una ideología que mantiene los valores de la institución judía, pero está en ruptura con ella precisamente porque no tolera su injusticia. Desea ardientemente la justicia, aunque de modo equivocado. De ahí el diferente modo como Jesús se enfrenta a esta ideología, distinta a la del poseído de la sinagoga.

El efecto inmediato del contacto con Jesús y de la experiencia de su fuerza es la actividad, que se concreta en el servicio a los presentes (“y se puso a servirles”).  De esta manera se muestra que el servicio a todos los miembros de la comunidad es lo característico del seguimiento de Jesús y de la presencia del Reino. Se deduce que la fuerza de vida comunicada por Jesús es el Espíritu, el mismo que lo ha capacitado a él para llevar a cabo su misión (1,8-10.17). Su presencia en el hombre elimina el deseo de violencia contra otros y dispone al amor manifestado en el servicio.

El servicio se presta al grupo. Han aparecido dos clases de servicio.

  • Uno, como el que se narraba de los ángeles, hecho a Jesús por los que lo informan sobre la situación (v 30b). Este servicio o colaboración consiste en facilitar la labor de Jesús, procurando su contacto con los que lo necesitan.
  • El segundo servicio es el que manifiesta el amor entre los miembros de la comunidad, servicio en el que participa Jesús.

Ambas formas de servicio nacen de la adhesión a Jesús y al mismo tiempo la manifiestan.






[1] La primera vez aparece en forma verbal: “febricitante”, “calenturienta”. La segunda en forma nominal: “la fiebre”, “la calentura”. La diferencia de formas hace resaltar la raíz del padecimiento: “el fuego”, elemento común a ambas.

[2] El verbo “servir”, “prestar servicio” y el término “servidor” denotan siempre un servicio hecho por amor, afecto, adhesión y caracterizan el servicio que se hace dentro de la comunidad de Jesús (9,35, 10,43). Para utilizar el servicio especialmente dirigido a los paganos se utiliza el término “siervo” (13,24)

[3] La frase en presente histórico resalta entre los verbos en pasado, indicando su importancia en el relato.  Este tiempo verbal indica que la acción de estos intermediarios continúa hasta los tiempos del evangelista. El carácter ejemplar, paradigmático aparece también en el hecho de que Simón no queda realmente curado. Su espíritu reformista violento será el obstáculo que presente al mensaje de Jesús a lo largo de todo el evangelio, hasta culminar en las negaciones. En el relato, Simón no llegará a entender el seguimiento como servicio a los demás.

[4] Levantar/levantarse, designa a menudo la resurrección de un muerto (5,41; 6,14.16; 9,27; 12,26; 14,28; 16,6) Yacer postrado y sin actividad equivale a estar muerto. Jesús con su contacto comunica vida. En los relatos rabínicos de curación es ordinaria la conjunción del gesto que transmite la fuerza con el levantarse del enfermo.

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