Marcos 8, 22b-26

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 “INCOMPRENSIÓN DE LOS DISCÍPULOS: EL CIEGO

22b Le llevaron un ciego y le suplicaron que lo tocase.

23 Cogiendo la mano del ciego, lo condujo fuera de la aldea; le echó saliva en los ojos, le aplicó las manos y le preguntó: “¿ves algo?”

24 Empezó a ver y dijo: “Veo a los hombres, porque percibo como árboles, aunque andan”

25 Luego le aplicó otra vez las manos a los ojos; entonces fijó la mirada y quedó restablecido, distinguiéndolo todo con claridad.

26 Jesús lo mandó a su casa diciéndole:
“¡Ni entrar siquiera en la aldea!”.

En este episodio se describe cómo Jesús devuelve la vista a un ciego, acción que se realiza en dos etapas. En la primera, el ciego alcanza una visión limitada a un objeto particular (“los hombres”). En la segunda lo distingue todo claramente.

La división del texto es la siguiente:

8,22bIntroducción. Presentación del ciego y súplica a Jesús.
8,23-24Salida de la aldea.
Primera fase
: comienzo de la visión
8,25Segunda fase: visión plena
8,26Envío del ciego a su casa y prohibición de entrar en la aldea

22b Le llevaron un ciego y le suplicaron que lo tocase.

Dado que la mención de Betsaida pertenece a la perícopa precedente, el episodio del ciego no tiene una localización precisa. Solamente se desprende de lo anterior que, como antes el sordo tartamudo, se sitúa en territorio pagano (7,32)

La frase inicial de la narración está en estricto paralelo con la que introducía la del sordo tartamudo (7,32). De este modo, ya desde el principio Marcos, insinúa el sentido del relato: el ciego, como antes el sordo, representa al grupo de discípulos. De hecho, en los profetas, “ciegos” y “sordos” van unidos y ambos se refieren al mismo Israel rebelde. Por otra parte, Jesús acaba de reprochar a los discípulos su ceguera y su sordera (8,18), con un claro sentido figurado.

El ciego, al igual que el sordo (7,32), no toma la iniciativa ni se acerca a Jesús. Se diría que no es consciente de su situación. Son también aquí, unos innominados los que lo llevan a él. Estos colaboradores anónimos corresponden a la figura de “los ángeles” que prestaban servicio a Jesús en el desierto (1,13).

Los innominados suplican a Jesús. Sólo Él puede remediar la situación. El ciego es impotente para hacerlo; los innominados igual. Piden a Jesús que toque al ciego, gesto que significa la transmisión de fuerza vital. Ellos ven la necesidad del individuo, confían en la fuerza de vida de Jesús y saben que la forma de obtenerla es el contacto directo con Él. En cuanto empiece a actuar Jesús, ellos desaparecerán.

En esta tierra pagana, los discípulos están ciegos, como estaban sordos en el territorio de la Decápolis. Es fuera de Israel donde se percibe su auténtica condición. El singular “un ciego”, que los representa a todos, indica el estado en que se encuentran todos. El uso del presente histórico “le llevan”, “le suplican”, insinúa que la situación continúa en tiempos del evangelista.

En los profetas, la ceguera, como correlativa de las tinieblas es, por una parte, figura de la opresión (Is. 35,5 y 6,1) y, por otra, aplicada a la disposición del pueblo, es figura de su mente obtusa (Jer. 5,21), de su desobediencia (Jer. 5,23) y de su injusticia (Ez. 12,2).

23a Cogiendo la mano del ciego, lo condujo fuera de la aldea;

Jesús se hace guía del ciego (“cogió su mano”) y va a marcarle un itinerario que consistirá en salir del poblado donde se encontraba. Para dilucidar el significado de la frase hay que tener en cuenta que ésta contiene una clara alusión al texto de Jer. 38,32 donde Dios, recordano el éxodo liberador dice: “Cogiendo Yo su mano para conducirlos fuera de la tierra de Egipto. El paralelo entre la frase de Marcos, y la del profeta hace ver que la acción de Jesús realiza un éxodo que saca de una tierra de opresión, representada por la aldea.

Converge así la imagen del éxodo con la de la ceguera como figura de la opresión. La acción de Jesús equivale, por tanto, a una liberación, y la aldea adquiere un sentido peyorativo, el de tierra de opresión o de esclavitud. Incluso aparte de la alusión al texto profético, el hecho de que Jesús saque al ciego de la aldea y le prohíba luego entrar en ella (v. 26), indica este sentido que Marcos, le atribuye.

La aldea” en singular, se encuentra tres veces en Marcos Las dos primeras en esta narración (vv. 23 y 26). En el evangelio, “la aldea”, poblado sin autonomía propia, es signo del ámbito popular judío sumiso a la doctrina impuesta por “la ciudad”, representada por Jerusalén, sede del poder y del templo y centro de la ideología dominante del judaísmo[1].

Por el paralelo con el texto profético, el ciego aparece como una figura de Israel, obtuso de mente para comprender y que se encuentra en una situación de opresión. Dado que para Marcos, a partir de la constitución de los Doce o Israel mesiánico (3,13-19) el antignuo Israel ha dejado de existir como pueblo escogido y se equipara a los pueblos paganos (4,11: “los de fuera”), el “ciego” representa, sin duda alguna, al grupo de los discípulos (Los Doce), que en la perícopa anterior ha sido objeto de la invectiva de Jesús: “¿Teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen?” (Jer. 5,21).

De este modo, “la aldea” representa un ambiente donde los discípulos respiran los aires de la superioridad de Israel y el ideal de la restauración de su gloria, en detrimento de los pueblos paganos. La idoelogía mesiánica triunfalista vigente en la aldea es la que ha aparecido en los fariseos de Dalmanuta (8,11), la que propagan los círculos oficiales de la capital y es diametralmente opuesta al mensaje de Jesús. La profesión de esta ideología impide a los discípulos hacer suyo el “secreto del reinado de Dios” (4,11), el del amor universal de Dios que quiere dar vida a todos los hombres sin distinción, concretado en el mensaje universalista de Jesús.

Los discípulos no pueden avanzar así en su desarrollo humano ni pueden dedicarse a procurar el bien de la humanidad, según la misión que Jesús les había anunciado (3,14).

Con su acción, Jesús quiere liberar a los discípulos del influjo de “la aldea”, para que puedan darse cuenta de la situación en que se encuentran y perciban el contraste con el mensaje que Él les propone. Quiere sacarlos de la estructura social que les impide secundar el designio de Dios. El paralelo de esta narración con la del sordo aparece de nuevo si se tiene en cuenta que también aquel relato aludía a un éxodo liberador, el de la deportación a Babilonia ( Is. 35,3 y Marcos 7,33). Así Marcos, indica una y otra vez la semejanza de sentido de las dos perícopas.

23b le echó saliva en los ojos, le aplicó las manos y le preguntó: “¿ves algo?”

Como en el caso del sordo (7,33b), la acción de Jesús con el incapacitado va mucho más allá de lo que le habían pedido los portadores (v 22b). Esto indica que la solución del problema era mucho más ardua de lo que ellos habían imaginado.

También con el ciego Jesús usa la saliva, vehículo de la fuerza vital, de cuyas propiedades curativas se ha hablado a propósito del sordo (7,33). Se notaba también allí que, según la concepción judía de aquel tiempo, la saliva era “aliento condensado” y que, por tanto, es apta para simbolizar el Espíritu de Jesús.

Jesús transmite su Espíritu al ciego para hacerle posible la visión. Al mismo tiempo le aplica las manos, contacto directo que expresa la transmisión de energía/vida. El Espíritu/saliva permite distinguir lo que es de Dios de lo que no lo es. La fuerza de vida (aplicación de manos) hace posibe actuar conforme a la nueva visión.

El término que usa aquí Marcos, para “ojos” (“ommata”) no es el mismo que utilizará en el v. 25ophtalmoi”. El primer término que puede traducirse por “ojo”, “visión”, “mirada”, “vista”, se utilizaba más que para designar el órgano, en sentido figurado, y era frecuente en poesía. Al usarlo aquí Marcos, apunta a la visión interior, al modo de pensar del ciego/discípulos.

Después de esta acción, Jesús pregunta al ciego/discípulos si ve algo. Con ello parece insinuar que duda incluso de que vea.

24 Empezó a ver y dijo: “Veo a los hombres, porque percibo como árboles, aunque andan”

La primera acción de Jesús da al ciego la visión restringida de un objeto. El verbo griego para “empezar a ver” o “recobrar la vista” (“anablepó”) tiene un término equivalente en Is. 61,1, donde la misión del Ungido con el Espíritu del Señor incluye “devolver la vista a los ciegos”. Dada la común interpretación mesiánica del pasaje profético, es muy probable que Marcos, aluda a él.

En la frase del ciego hay dos verbos que denotan visión: “ver” y “percibir”. La contraposición entre estos dos verbos ha aparecido ya en 4,12: “por más que vean no perciban”, referido a la multitud que escuchaba la enseñanza de Jesús sin comprenderla, en particular lo referente al secreto del reinado de Dios (4,11). “Ver” denota una mirada superficial; “percibir” es la capacidad de penetrar en el significado o la calidad de lo que se ve.

El texto del ciego, alude por tanto a 4,12, confirmando que la ceguera del individuo tiene sentido figurado, como la de aquella multitud. Se explica así que Marcos, para designar los ojos haya elegido en primer lugar un término griego usado a menudo metafóricamente.

Respondiendo a la pregunta de Jesús: “¿Ves algo?” , el ciego explicita que el contenido de su visión son “los hombres”. El sentido de este plural determinado está claro por su uso anterior en Marcos El artículo indica, por una parte, una anáfora y, por otra, totalidad. La anáfora es textual y remite a 7,8, donde Jesús atribuye a “los hombres” una tradición a la que los fariseos se aferran, y que es opuesta “al mandamiento de Dios”. Inmediatamente después identifica esta tradición con la de los fariseos mismos (7,9). El término “los hombres” denota así, en este contexto, a individuos que no secundan el designio divino, sino que lo anulan propugnando el suyo propio. Nótese que Jesús califica de “tradición de los hombres”, contraria a Dios (7,8), a la que los fariseos y letrados han llamado “tradición de los mayores” (7,5), es decir, a la enseñanza tradicional en Israel (7,7). Se tiene pues, que en la respuesta del ciego la denominación “los hombres” designa a los judíos que seguían esa enseñanza tradicional.

Por otra parte, la totalidad denotada por la denominación “los hombres” (y no sólo “los judíos” cfr. 7,3), indica que este modo de pensar no era exclusivo del pueblo judío, sino que ideologías afines dominaban en la humanidad entera. Los fariseos, por tanto, sostienen una tradición perversa que no se limita a su círculo, sino que es común a la mayoría de los hombres. Con esta denominación Marcos, pone al mismo nivel al pueblo judío y a los paganos.

Es a esos hombres a los que ve el antes ciego. En su respuesta puede constatarse que él mismo (que representa a los Discípulos) finalmente no sólo ve a los hombres, sino que percibe su calidad: “como árboles”. Del contexto se deduce lo que significan éstos seres vivos que no oyen ni ven, hombres anclados en su tradición, que por su insensibilidad ni entienden el mensaje ni perciben las señales. Tal era la condición de los discípulos (8,18) y es la condición de los habitantes de “la aldea”. El paralelo de la frase que se refería a la multitud que escuchaba sin entender las parábolas de Jesús, muestra que, coincidiendo con el significado de “la aldea”, en “los hombres” se incluye el pueblo llano dominado por la ideología oficial.

El verbo “percibir” tiene como complemento la frase “como árboles”, “una especie de árboles”. Es el hecho de andar lo que identifica a estos “arboles”, como hombres.

La respuesta del ciego significa, por tanto, que los discípulos se dan cuenta de la falta de inteligencia del antiguo Israel, al que ellos pertenecían y con el que estaban en “la aldea”, aunque habrían debido salir de él al constituir Jesús el Israel mesiánico (3,13-19). Aferrado a sus ideales nacionalistas, el antiguo Israel no escucha el mensaje ni percibe los signos que ha dado Jesús de su mesianismo en los episodios de los panes. Los Discípulos se encontraban en la misma condición, pero con la acción de Jesús empiezan a comprender la realidad del pueblo, cuyos ideales y cuya ceguera compartían. Este es el comienzo de la liberación.

25 Luego le aplicó otra vez las manos a los ojos; entonces fijó la mirada y quedó restablecido, distinguiéndolo todo con claridad.

La segunda aplicación de manos de Jesús lleva al ciego a una visión completa y a quedar libre de su incapacidad. En primer lugar, el antes ciego mira fijamente y así, “queda restablecido”. Como en el caso del hombre del brazo atrofiado (3,5), este verbo indica restauración de la integridad de la persona; ahora puede darse cuenta de la realidad.

La nueva situación se describe como “distinguirlo todo con claridad”, mucho más allá de lo que implicaba la pregunta inicial de Jesús. Ahora, el objeto de la visión no está limitado; los Discípulos pueden ver el plan salvador de Dios y reconocer los signos mesiánicos que ha dado Jesús en los episodios de los panes, signos que incluyen el mensaje de la universalidad de la salvación.

26 Jesús lo mandó a su casa diciéndole: “¡Ni entrar siquiera en la aldea!”

Jesús envía al ciego “a su casa”. Puesto que el ciego representa a los Discípulos/los Doce, se trata de la “casa del nuevo Israel”, la parte de la comunidad formada por los seguidores de Jesús provenientes del judaísmo (2,2; 3,20; 7,17). “Casa” que no se encuentra en “la aldea” en la que Jesús les prohíbe explícitamente entrar. Por otra parte, esta sorprendente prohibición de Jesús  indica que el obstáculo para poder ver, consistía precisamente en permancer en “la aldea”; sólo saliendo de ella resulta posible obtener la vista y, quedando fuera de ella, conservarla. Una vez que por la acción de Jesús, los Discípulos han recobrado la posibilidad de ver, no deben tener contacto con el lugar que causaba su ceguera. La severidad de la prohibición implica el temor de que puedan verse tentados a volver a la antigua ideología, a los valores que el judaísmo consideraba irrenunciables.

Así como “la aldea” representa el lugar de la opresión, punto de partida del éxodo, “la casa”, que es parte de la comunidad de Jesús, representa “la tierra prometida”, su punto de llegada, en el que culmina el éxodo que ha de llevarles a su plena liberación. 

La acción de Jesús, que actualiza figuradamente la memoria del antiguo éxodo, es la que lleva a los Discípulos a ver en Él al Mesías. Les hace ver, en primer lugar, la estrechez de miras de los ideales del judaísmo, señalándoles el obstáculo que impide a la gente del pueblo (“los hombres”) reconocerlo como Mesías: la idea de un liberador nacionalista y violento. En segundo lugar, Jesús les amplía el horizonte a fin de que comprendan el universalismo de su misión mesiánica. La perícopa muestra así, simbólicamente cómo Jesús saca a sus Discípulos de la situación de ceguera que les había reprochado en la barca (8,17-18) y prepara la declaración mesiánica de Pedro (8,29).

En paralelo con el episodio del sordo, también éste expone más el deseo de otros y de Jesús mismo que una realidad. Como se verá en la siguiente narración, los discípulos no llegan a desprenderse de los ideales nacionalistas ni, por tanto, acaban de hacer suyo el mensaje de Jesús.






[1] En el tiempo de Jesús, Jerusalén constituía la ciudadela de la ciencia teológica y jurídica del judaísmo.




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