DECLARACIÓN MESIÁNICA DE PEDRO
27 Salió Jesús con sus discípulos para las aldeas de Cesarea de Filipo. En el camino hizo a sus discípulos esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”.
28 Ellos le contestaron:
“Juan Bautista; otros, Elías; otros, en cambio, uno de los profetas”.29 Entonces él les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Contestó Pedro diciéndole: “Tú eres el Mesías”.
30 Pero él les conminó a que a nadie dijeran aquello acerca de él.
Jesús emprende un viaje por tierra pagana con los discípulos. Mientras caminan les pregunta en primer lugar cuál es la opinión de la gente sobre él. En segundo lugar cuál es la opinión que ellos mismos tienen. Quiere constatar qué conclusión han sacado de sus últimas acciones, en particular de los episodios de los panes. Los discípulos exponen primero las opiniones populares sobre Jesús y después, por boca de Pedro, su propio reconocimiento de Jesús como Mesías. Jesús, sin embargo, no acepta tal declaración.
La división del texto es la siguiente:
8,27a | Circunstancia. |
8,28b-28 | Primera Pregunta de Jesús y respuesta de los Discípulos. |
8,29 | Segunda Pregunta de Jesús y respuesta de Pedro. |
8,30 | Prohibición de Jesús. |
27a Salió Jesús con sus discípulos para las aldeas de Cesarea de Filipo.
Reaparece la mención del nombre de Jesús, por primera vez desde 6,30, la última escena antes del primer episodio de los panes.
La iniciativa de emprender la marcha es de Jesús, los discípulos van con él. Se adentran en territorio pagano, yendo desde la parte de Betsaida, lugar de desembarco (8,22a), a la región de Cesarea de Filipo, pero no se proponen entrar en la ciudad.
Cesarea de Filippo era la capital de la región, cuyo nombre, en honor del César romano, indica su cultura pagana[1]. La precisión “de Filipo” la distingue de la Cesarea situada en Samaria, al borde del mar y que era sede del gobierno romano. Filipo era hermano deL padre de Herodes Antipas[2] y gobernaba los territorios al este del Jordán y del lago de Galilea hacia el norte.
Se mencionan las aldeas de la región pero ésta inclusión no desempeña ningún papel en la narración, pues Marcos no describe contacto alguno de Jesús con gente de esos poblados. El plural “las aldeas” indica además que Jesús no pensaba detenerse en un lugar concreto. Su único propósito parece ser estar con sus discípulos fuera del territorio judío, lejos de la presión ideológica del judaísmo y de los partidarios de Herodes. No quiere que esta influencia sea impedimento para la comprensión de su persona.
27b En el camino hizo a sus discípulos esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”
Esta perícopa inaugura en Marcos la sección o el tema de “el camino” que continuará hasta Jerusalén (10,17.32.46.52; 11,8), donde Jesús será condenado a muerte y ejecutado. Desaparecen a partir de ahora dos temas anteriores: el del pan y el del mar con sus travesías. Continuará el tema de la incomprensión de los discípulos, manifestada en lo sucesivo por su modo de reaccionar a las palabras de Jesús.
“El camino” de Jesús es figura del proceso al que lo lleva su compromiso personal. Empieza en tierra pagana, fuera de los límites del país judío, es decir, fuera de la ideología del judaísmo. Es como si Marcos quisiera dar a entender que sólo estando libre de esa ideología exclusivista y abierto a la universalidad se puede seguir a Jesús.
Antes de llegar a un lugar de destino, Jesús quiere saber por boca de sus discípulos qué identidad o función social le asignan “los hombres”.
El término “los hombres” denota gente que no pertenece al círculo de los discípulos y que, por tanto, no tienen a Jesús por Maestro. De hecho, remite a la perícopa precedente, donde tenía sentido peyorativo. Son los que, como árboles que andan, ni ven ni oyen (8,24), son los habitantes de “la aldea”. El término se refiere a 7,8, donde “los hombres”, aparecían como los que sostienen tradiciones contrarias al mandamiento divino. Puede esperarse desde este momento que “los hombres” no hayan reconocido la verdadera identidad de Jesús.
28 Ellos le contestaron: “Juan Bautista; otros, Elías; otros, en cambio, uno de los profetas”.
Según la respuesta de los discípulos, la opinión de “los hombres” sobre Jesús es muy parecida, aunque no idéntica a la que Marcos registraba en 6,14-15. Casi no ha habido progreso desde entonces. El programa mesiánico expuesto en los dos repartos de los panes no ha hecho mella en la mentalidad popular; no han llegado a la conclusión de que Jesús es el Mesías.
Todos identifican a Jesús con una figura profética. Aquí, la identificación con Juan Bautista está concebida en términos positivos, puesto que no se asocia su vuelta a la vida con la mención de las fuerzas de muerte que actuaban en él (6,14). Juan aglutinó el descontento popular contra las instituciones y, en ese sentido, obtuvo una respuesta masiva del pueblo (1,5).
La identificación con Elías supone, como anteriormente (6,15) que la misión de Jesús era preparar la llegada del Mesías esperado.
En 6,15 se decía que Jesús era “un profeta como uno de los antiguos”, es decir, uno más en la línea de los profetas. En este lugar, en cambio, al suprimirse el inciso “como uno de” y por el paralelo con Juan Bautista, ya difunto, y Elías, arrebatado al cielo, parece indicar que Jesús es algún otro profeta que ha vuelto a la vida.
Para “los hombres”, Jesús es en todo caso, un profeta (6,4), un personaje eminente, un enviado de Dios, pero siempre una figura del pasado; a lo más, un reformador de las instituciones, pero no el que va a realizar la expectativa de liberación que el pueblo ha ido alimentando a lo largo de la historia. “Los hombres” no captan la novedad de Jesús; no se dan cuenta de que no es, en modo alguno, un reformista, sino quien trae una alternativa radical a los ideales del judaísmo y al modo de pensar común en la humanidad; no entienden que quiere sacarlos de su particularismo nacionalista para llevarlos a una hermandad universal.
El obstáculo que impide a “los hombres” percibir la identidad mesiánica de Jesús es la ideología del judaísmo, que esperaba un Mesías que se manifestara espectacularmente, que impusiera con su fuerza y autoridad un orden justo, sin posibilidad de réplica, que limitase su acción bienhechora al pueblo judío y sometiera por la violencia a los pueblos opresores. “Los hombres” quieren seguir dominados por un rey y encerrados en su ambiente cultural; no entra en sus cálculos la libertad personal ni la apertura a los demás pueblos. Y la figura de Jesús no corresponde a esa expectativa.
Hay, sin embargo, una diferencia entre la idea de la gente y la de los letrados, custodios de la doctrina oficial. Para éstos, Jesús es un enemigo de Dios, un agente de Belcebú (3,23). Para “los hombres”, por el contrario, es, en todo caso, un enviado de Dios. Sólo que no se liberan plenamente del condicionamiento doctrinal a que han sido sometidos.
29a Entonces él les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”.
Jesús contrapone sus discípulos a “los hombres”, porque al contrario de éstos, el discípulo ha dado la adhesión a su persona y a su mensaje. Al hacerles Jesús por separado esta pregunta, les está mostrando que espera de ellos una respuesta distinta a la que da la gente. El discípulo no puede pensar como los de fuera; debe tener un conocimiento más profundo de Jesús, sin equívocos, puesto que él ha estado siempre con ellos y les ha explicado su mensaje con acciones y palabras.
De hecho, cuando Jesús llamó a los pescadores a seguirlo (1,16-21), no lo hizo aduciendo títulos ni afirmando su identidad. Es decir, no impuso de antemano una opinión; quién era y cuál fuera su misión era algo que los discípulos debían comprender progresivamente a través del contacto con Él y a la vista de su actividad.
29b Contestó Pedro diciéndole: “Tú eres el Mesías”.
Jesús ha preguntado a todos, pero esta vez no respondieron todos, sino sólo Pedro, que se hace representante y portavoz del grupo entero.
Pedro expresa la misión histórica de Jesús según la idea que el grupo tiene de él. Es la segunda vez que aparece en Marcos la denominación “Mesías”.
La primera fue en el título de la obra, sin artículo y calificado por la determinación “Hijo de Dios”, también sin artículo (1,1). El evangelista definía así, al mismo tiempo, la misión de Jesús (Mesías), que dimana de su ser (Hijo de Dios). La falta de artículo indica que ni la misión mesiánica ni la calidad de Hijo de Dios son exclusivas de Jesús, sino que son participadas por los que lo siguen, como Marcos lo señaló más tarde, anunciando el don del Espíritu (1,8).
Pedro, en cambio, usa el término en forma articulada: “El Mesías”, lo cual denota exclusividad y unicidad. Para él, el Mesías es un individuo singular que no comparte su misión con ningún otro. Es el mesías de la tradición judía representante del poder de Dios en el pueblo y en la humanidad.
Falta, además, en la respuesta de Pedro, la afirmación “Hijo de Dios” que da su sentido universal al mesianismo de Jesús. En boca de Pedro, por tanto, la expresión “El Mesías” remite al concepto mesiánico de la tradición judía, al de Mesías nacionalista, “el Hijo de David” (10,47.48; 12,35).
La respuesta de Pedro representa pues, un avance sobre la opinión de la gente, pero aún es inadecuada, pues no integra el sentido de las obras realizadas por Jesús. La conclusión a que ha llegado el grupo de discípulos, representado por Pedro, demuestra su fuerte apego a la tradición judía. No se han liberado de la ideología religiosa oficial; esperan que Jesús sea rey de Israel, liberador del pueblo, triunfador sobre los paganos y restaurador de la gloria de la nación. Aunque habían percibido la calidad de “los hombres” (“como árboles que andan”), no se separan de la concepción mesiánica de éstos.
Fracasa, pues, el propósito de Jesús, expresado en la restitución de la vista al ciego. Quería que los discípulos se dieran cuenta de la falsedad de la idea mesiánica, pero los discípulos han comprendido la lección sólo en parte. Reconocen en Jesús al Mesías, pero no en los términos que él ha propuesto, sino proyectando en él el ideal mesiánico del judaísmo, el de “los hombres”.
El uso del presente histórico al introducir la respuesta de Pedro (“respondiendo dice”) insinúa que esta idea mesiánica continúa vigente en el grupo de los discípulos cuando Marcos escribe su evangelio.
30 Pero él les conminó a que a nadie dijeran aquello acerca de él.
Jesús no acepta la declaración de Pedro, viciada de raíz por la ideología mesiánica del judaísmo y conmina al grupo a que no difunda semejante opinión.
El verbo “conminar” está siempre referido en boca de Jesús a los espíritus inmundos. En 1,25 lo usó para hacer callar al poseído de la sinagoga de Cafarnaún, que le daba el título de “Consagrado por Dios”, equivalente a “Mesías”. En 3,12 conminaba a los espíritus inmundos que lo proclamaban “el Hijo de Dios”, también en sentido mesiánico. En 4,39 conminaba al viento, figura del mal espíritu que animaba a los discípulos durante la travesía que los conducía a tierra pagana. Al emplear ese verbo, Marcos indica que la respuesta de Pedro, que coincide con la idea mesiánica del judaísmo está en la línea de los espíritus inmundos. En efecto, “el Mesías” dominador no haría a los hombres libres, sino esclavos y, por ser un mesías nacionalista, habría de liberar a Israel y vencer y someter a los pueblos paganos que lo habían oprimido. Este mesías debería restaurar y renovar las instituciones de Israel, los odres viejos incapaces de contener el vino nuevo (2,22). Esta idea se opone diametralmente al amor universal de Dios que quiere dar vida a todos los hombres y pueblos, amor que Jesús ha manifestado en el doble reparto de los panes, haciendo ver que el éxodo liberador para los judíos (6,34) no se opone a que los paganos tengan también un éxodo paralelo. (8,1).
Jesús equipara esta idea del Mesías a un espíritu inmundo, frontalmente opuesto al Espíritu de Dios. Este es fuerza de amor y vida que potencia la libertad de todo hombre y lo impulsa al crecimiento humano. El espíritu inmundo, en cambio, es un fanatismo que separa a los hombres en amigos y enemigos, en dignos de amor o de odio, para favorecer a los primeros y destruir a los segundos. Tal es la idea de Mesías implícita en la declaración de Pedro. Los discípulos no se han desprendido de la “levadura de los fariseos” (8,15).
La situación es paralela y al mismo tiempo diferente de otras dos descritas antes. Como acaba de verse, en una de ellas el espíritu inmundo reconoce a Jesús como “el Consagrado por Dios” (1,24). En la otra, los espíritus inmundos los proclaman “el Hijo de Dios” (3,11). En esos dos casos y en el presente, se trata de declaraciones de sentido equivalente. Y también en los tres casos, a la declaración sigue inmediatamente una orden de silencio por parte de Jesús, usando siempre el mismo verbo (“conminar”). De los dos casos anteriores, el paralelo más cercano es el de 3,11-12, que presenta la misma construcción gramatical que 8,29-30.
Hay, sin embargo, una diferencia. En los dos primeros casos antes citados (1,24 y 3,11) la declaración se hacía en contra de la voluntad de Jesús. En la última, en cambio (8,29) es él mismo quien invita a los discípulos a pronunciarse. Y de ellos, Pedro se hace representante. Los discípulos han sobrepasado la opinión popular sobre Jesús y comprenden que él inaugura una nueva época, la mesiánica, la del reinado de Dios, pero la conciben de una manera absolutamente inaceptable para Jesús.
El paralelo entre “(a nadie) dijeran” de la prohibición y el “dice/dijo” de Pedro indica claramente que lo que no pueden divulgar es el título o la idea de Mesías que Pedro ha declarado. Es decir, Jesús prohibe tajantemente a los discípulos difundir la idea de que él se identifica con este tipo de mesías, o que le den siquiera ese título, pues muchos podrían entenderlo como los discípulos mismos, atribuyéndole el papel de mesías político y nacionalista propio de la doctrina tradicional.
En efecto, la propagación de la idea de Mesías que Pedro ha propuesto haría daño no sólo por el entusiasmo mesiánico que podría suscitar, sino también porque confirmaría a la gente que la salvación no dependía de ella en ningún aspecto. Es decir, fortalecería su idea de que ellos no tendrían que comprometerse personalmente ni colaborar para conseguirla, sino que sería dada por el Mesías, sobre quien recaería todo el peso y la responsabilidad. Esta salvación, más que individual, miraría al pueblo como tal y estaría destinada exclusivamente a Israel, sin ninguna solidaridad con los otros pueblos. Privados de responsabilidad personal, se cerraría de nuevo el horizonte del desarrollo humano de los discípulos y de la gente. Sin embargo, aunque no la divulguen, ésta es la ideología mesiánica que profesan los discípulos y que intentarán imponer a Jesús a lo largo del resto del evangelio. Su resistencia a aceptar el mesianismo universalista será evidente en las perícopas que siguen.
[1] Cesarea de Filipo estaba situada a unos 40 km al norte de Betsaida. Una breve historia de este lugar muestra hasta qué punto Jesús y los discípulos están en tierra pagana. La gruta de donde sale una de las fuentes del Jordán se llamaba desde el S. III AC., “to panion”, de donde le viene el nombre de Paneas o Pantas dado al país y al poblado vecino. Cuando esta región, perteneciente a Zenodoro, fue dada por Augusto a Herodes el Grande, éste construyó cerca de la gruta un templo en honor del emperador. Más tarde, problablemente a partir del año 3 AC., Filipo, Tetrarca de Iturea y Traconitide, construyó una ciudad que llamó Cesarea.
[2] Filipio era hijo de Cleopatra, quinta mujer de Herodes el Grande. Herodes Antipas era hijo de la cuarta, la samaritana Maltace.