PREDICACIÓN EN TODA GALILEA.
LA MARGINACIÓN: EL LEPROSO
39 Fue predicando por las sinagogas de ellos, por toda Galilea, y expulsando los demonios.
40 Acudió a él un leproso y le suplicó de rodillas: Si quieres puedes limpiarme
41 Conmovido, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio.
42 Al momento se le quitó la lepra y quedó limpio.
43 Lo regañó y lo sacó fuera en seguida,
44 diciéndole: ¡Mira, no le digas nada a nadie! En cambio, ve a que te examine el sacerdote y ofrece por tu purificación lo que prescribió Moisés como prueba contra ellos.
45 Él cuando salió, se puso a proclamar y a divulgar el mensaje a más y mejor; en consecuencia, (Jesús) no podía ya entrar manifiestamente en ninguna ciudad; se quedaba fuera, en despoblado,
pero acudían a él de todas partes”
39 Fue predicando por las sinagogas de ellos, por toda Galilea, y expulsando los demonios.
La actividad de Jesús sigue la pauta de lo ocurrido en la sinagoga de Cafarnaúm, pero con ciertas diferencias. Ahora no se usa el verbo “enseñar” sino “proclamar” o “predicar”, que remiten al anuncio del Reino, incluyendo todos sus elementos. Jesús se presenta como profeta, anunciando de parte de Dios la buena noticia, que significa la superación del antiguo sistema religioso (“ha terminado el plazo”), la proximidad de la alternativa (“está cerca el reinado de Dios”), la necesidad del cambio de vida (“enmiéndense”) y de la fe en que este programa va a realizarse (“tengan fe en la buena noticia”). La fama de lo ocurrido en la sinagoga de Cafarnaúm había preparado el terreno a esta actividad (1,28).
El cambio de verbo indica que conforme a su decisión anterior (1,38), Jesús ya no propone el mensaje partiendo de las antiguas escrituras (“enseñar” 1,21) sino que da a conocer la buena noticia, sin enraizarla en el Antiguo Testamento y, por tanto, presentando su novedad respecto a éste (“proclamar”)[1].
En Cafarnaúm, sus seguidores y la gente no habían captado la novedad del mensaje, sino que interpretaron en clave reformista la conexión con el pasado. Después de este fracaso, Jesús cambia su táctica. Ahora no reinterpreta lo antiguo para apoyar el anuncio del reinado de Dios, sino que ofrece el mensaje central del reino como la gran alternativa de parte de Dios.
Para su proclamación escoge Jesús las sinagogas (1,21), lugar de reunión de los judíos integrados en el sistema religioso. En Cafarnaúm había esperado el sábado para enseñar (1,21) y lo mismo se aplica a las otras poblaciones, pues el sábado era el único día en que se celebraba la reunión oficial. Por tanto, el recorrido por Galilea, según lo describe Marcos supone algunos meses de actividad.
Jesús quiere recorrer la región haciendo que la noticia de la cercanía del reinado de Dios llegue al mayor número posible de los israelitas integrados en la institución. Les abre el horizonte para suscitar en ellos el espíritu crítico sobre la situación existente y el deseo de cambio. Tienen que darse cuenta de la opresión que sufren y desear la liberación. La dedicación de Jesús a los círculos israelitas adictos a la institución muestra que es en ellos donde Él ve el principal obstáculo para la aceptación del mensaje del Reino.
Como en Cafarnaúm (1,34) Jesús expulsa demonios, es decir, libera de su ideología de violencia a los fanáticos nacionalistas[2]. Esto muestra la eficacia de la proclamación de Jesús. No se mencionan curaciones. Pero el anuncio de Jesús plantea una cuestión: ¿a quiénes va a incluir el reino de Dios? ¿Incluirá solamente a los integrados en la institución religiosa? Aquí es donde se coloca la limpieza -y no curación- de un leproso.
40 Acudió a él un leproso y le suplicó de rodillas: -Si quieres puedes limpiarme-
El episodio se coloca una vez señalada la predicación en toda la Galilea. Durante aquella actividad se produce un hecho notable: un leproso se acerca a Jesús. Es el primer enfermo que lo hace por iniciativa propia.
Según la concepción judía, el leproso era impuro por su enfermedad que, desde el punto de vista religioso, lo excluía del acceso a Dios y, en consecuencia, del pueblo elegido (Lev. 13,45). También esta situación lo hacía transmisor de impureza, lo mismo a personas que a objetos.
La lepra, que era considerada “la hija primogénita de la muerte” (Job. 18,13), hacía que el leproso quedara fuera de la sociedad, temerosa de verse físicamente contagiada y religiosamente contaminada. El leproso estaba obligado a avisar a gritos de su estado de impureza, para que nadie se acercase a él, y tenía que vivir en descampado (Lev. 13,45). Era, en cierto modo, un maldito, un castigado por Dios[3].
El lugar que ocupa este episodio que pone fin a la predicación itinerante de Jesús en las sinagogas de Galilea muestra que Marcos lo presenta como una conclusión y una denuncia. En su recorrido Jesús ha constatado la existencia de la marginación religiosa, problema candente en toda la región. En cuanto se presenta la ocasión, Jesús expresa su postura frente a esta realidad, con lo que va sacudiendo los cimientos teológicos del judaísmo, y comenzará a exponer las implicaciones de su alternativa.
De hecho, Jesús ha tomado contacto con los que asisten a las sinagogas, pero fuera de ellas había siempre una gran multitud de personas excluidas por la doctrina oficial que les consideraba impuras.
La figura del leproso que no lleva nombre ni se encuentra en ningún lugar preciso, aparece como el caso extremo, el prototipo de toda marginación, y representa a los marginados de Galilea.
Según la doctrina oficial judía, apoyada en las prescripciones de la Ley, no había para el leproso posibilidad alguna de acceso a Dios ni a su reino. Pero la proclamación de Jesús en toda Galilea le abre un horizonte de esperanza.
El deseo de salir de su miseria y marginación vence el temor de infringir la Ley y hace que se acerque a Jesús sin respetar la distancia que, según la Ley, debía mantener. Su postura (de rodillas) expresa su propia angustia y posiblemente intenta prevenir que Jesús castigue su transgresión.
No pide a Jesús que lo toque, ni siquiera le pide directamente que lo limpie. Su actitud es humilde e insistente (“suplicándole”). Manifiesta únicamente su absoluta confianza en el poder de Jesús (“si quieres puedes...”) que equipara al de Dios. Desea que elimine el obstáculo que lo priva del amor de Dios y le impide participar en el Reino que se anuncia. Es la reacción de los marginados a la proclamación de Jesús.
El leproso no duda que Jesús pueda limpiarlo, pero no está seguro que quiera hacerlo, pues no sabe cuál es la actitud o el programa que guía su actividad. Si Jesús quiere acabar con la marginación puede que también a él lo considere un desecho.
En esta perícopa no se encuentra en ningún momento el verbo “curar”, con lo que se pondría el acento sobre el aspecto físico de la lepra como enfermedad. En cambio, aparece el verbo “limpiar” “purificar” que subraya el aspecto religioso. Con esto queda claro que lo que le interesa al leproso, ante todo, es modificar su relación con un Dios que lo rechaza. La petición se apoya en un precedente famoso. El profeta Eliseo había curado de la lepra a Naamán el sirio, un pagano (2Re 5,11). Este leproso ve en Jesús un profeta semejante a Eliseo. El paralelo con la curación de Naamán insinúa que la acción de Jesús no va a limitarse a Israel.
41 Conmovido, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio.
42 Al momento se le quitó la lepra y quedó limpio.
La reacción de Jesús es insólita. Un judío cualquiera se habría echado atrás horrorizado al acercarse el leproso. Jesús, en cambio, se conmueve ante la miseria del hombre. Hay que notar que el verbo “conmoverse”, en el Nuevo Testamento se aplica sólo a Dios y a Jesús. Este se utilizaba en la literatura de la época para significar la ternura del amor de Dios por la humanidad. Marcos atribuye así a Jesús una cualidad propiamente divina: el Hijo de Dios (1,10) se comporta como Dios mismo.
Es la respuesta del evangelista a la duda anterior del leproso: la actitud que guía el querer y la actividad de Jesús es un amor tierno, igual al del Padre, que no puede soportar ver la miseria humana. El amor expresado en el “conmoverse” pasa a la acción al “extender la mano”.
Este gesto es una figura de la capacidad de acción y acompaña acciones liberadoras propias del éxodo de Egipto. La acción de Jesús con el leproso representa la acción divina que saca de la opresión a los marginados.
La finalidad del gesto es “tocar”, el contacto físico con el leproso, prohibido por la Ley, que marcaba así la marginación religiosa y social. Jesús, que posee la autoridad divina, niega con su gesto que Dios excluya de su favor al leproso. Así, invalida el fundamento teológico de la impureza, al mismo tiempo que hace presente la acción divina que saca de la opresión a los marginados.
De este modo, en lugar de rechazar al leproso, Jesús completa el acercamiento iniciado por aquél: extiende la mano y lo toca. El leproso al acercarse, violaba la Ley; Jesús completa la violación cometiendo Él mismo una transgresión más grave que la del hombre (Lev. 3,5; Núm. 5,2). Con esto, le hace ver que la Ley, al imponer la marginación no expresa el ser ni la voluntad de Dios. El obstáculo que impedía al leproso conocer el Amor de Dios era la Ley misma, que inculcaba la idea de un Dios discriminador; pero la acción de Jesús manifiesta que la distinción entre puro e impuro consagrada por la Ley no tiene vigencia para Dios.
La respuesta verbal de Jesús es paralela al ruego del leproso: “Quiero, queda limpio”. Así aparece la raíz de la oposición entre la Ley y el Dios que se revela en Jesús: la Ley no tiene piedad de la miseria del ser humano y lo margina. Jesús, en cambio, se conmueve ante ella, y acepta a este ser humano, poniendo su bien por encima de la Ley.
La voluntad de Jesús se cumple sin tardar. Ocurre lo contrario de lo que decía la Ley. Según ésta, Jesús habría quedado impuro por su contacto con el leproso, pero en cambio, sucede que el leproso queda limpio por el contacto y las palabras de Jesús.
La aceptación de Dios no es consecuencia de la limpieza del hombre; es anterior a ella. Por eso cuando el leproso experimenta que Dios lo acepta como es, desaparece la lepra, porque esta marginación era sólo una etiqueta humana, engañosamente atribuida a Dios[4].
43 Lo regañó y lo sacó fuera en seguida
44 diciéndole: ¡Mira, no le digas nada a nadie! En cambio, ve a que te examine el sacerdote y ofrece por tu purificación lo que prescribió Moisés como prueba contra ellos”
Gracias a la acción de Jesús, el individuo se sabe aceptado por Dios. Pero sigue creyendo lo que le habían enseñado en la sinagoga. Sigue creyendo que antes Dios lo rechazaba.
Esta concepción de Dios es algo que Jesús no tolera. Por eso lo regaña. El que antes era leproso tiene que abandonar la idea de que Dios excluye de su amor a las personas. ¡El rechazo por parte de Dios no ha existido nunca! La causa de su marginación y exclusión no ha sido Dios sino la institución religiosa que, además le ha impedido conocer a Dios, proponiéndole una doctrina falsa sobre Él. Tiene que convencerse de que ni la doctrina ni la praxis de la institución proceden de Dios o reflejan su voluntad, sino que se oponen a Él.
Al leproso no le basta haber sido liberado de la marginación por obra de Jesús, tiene que liberarse él mismo de la creencia en la institución que injustamente lo marginaba. De lo contrario estará siempre a merced de ella, que podrá marginarlo nuevamente. En Jesús ya ha conocido el rostro y el amor de Dios. Ahora tiene que compararlo con la práctica de la institución y ver el Dios que ésta refleja.
De ahí la frase “lo sacó fuera enseguida”, la cual, combinada con “cuando salió” parece indicar que el individuo se encontraba en un lugar o local determinado. Habría que pensar en una sinagoga, único local mencionado antes (v30). Sin embargo, la imprecisión de Marcos impide aplicarlo a una sinagoga concreta y señala más bien, la sinagoga como institución.
A este hombre, figura representativa de todos los marginados, Jesús lo saca de su sumisión al sistema religioso que lo marginaba, enseñándole, en nombre de Dios, la falsa doctrina de lo puro y lo impuro, como si ella tuviera a Dios como su origen.
Para hacerlo salir, Jesús va a obligarlos a descubrir un gran contraste. Ante todo, le ordena que guarde silencio. Antes de hablar tiene que tomar plena conciencia de la total oposición que existe entre el proceder de Dios y el de la institución religiosa. Al percibirla, tendrá que concluir que ésta no representa a Dios ni habla en su nombre, y se emancipará de ella para siempre. Por eso debe comparar la aceptación gratuita del Dios que ha experimentado en Jesús, con los penosos ritos de aceptación que impone el sistema religioso. Para ello, debe ir a presentarse al sacerdote, representante y mediador de Dios según la religión judía, quien lo sometería a un minucioso examen y determinaría los sacrificios que habría que ofrecer por su purificación[5].
El Antiguo Testamento atribuía a Dios las interminables prescripciones sobre la integración de un leproso curado, mostrando un Dios meticuloso, exigente y difícil de contentar. Jesús pone en entredicho esa atribución, porque esas prescripciones no son de Dios sino de los que interpretan a Dios.
Para Jesús, toda la legislación sobre lo puro y lo impuro son preceptos humanos y no divinos. No es Dios el autor de la discriminación ni se puede marginar a nadie en su nombre. Al promulgar estas prescripciones, Moisés no reflejó la voluntad de Dios, sino que cedió a la dureza del pueblo y denunció su falta de misericordia (v10,5). El origen humano y no divino de la marginación se confirma con la expresión “como prueba contra ellos”, inspirada en Dt. 31,26 que dice: “tomad el libro de esta Ley y colocadlo... estará ahí como prueba/testigo contra ti”. Es decir, contra el pueblo por su infidelidad a Dios.
Paralelamente lo que suponemos que según Marcos pretendió Moisés con las prescripciones sobre la purificación del leproso, fue dejar una prueba incriminante contra el pueblo y contra la institución judía.
Aquella Ley que ponía costosas y difíciles condiciones para salir de la marginación, reflejaba solamente el egoísmo y la dureza de la sociedad judía, que temía y apartaba de sí a los leprosos. Era la prueba perenne contra una sociedad que no ayudaba al marginado ni se interesaba por él. Esta Ley demostraba que el pueblo, sin compasión ni amor al ser humano, no conocía a su Dios. La institución y la sociedad judía eran así inaceptables para Dios[6].
En resumen, el leproso es el prototipo del marginado que acepta su marginación, considerándola justa y querida por Dios. La lepra/marginación, estaba causada por el sistema, pero era real, porque el individuo la creía justa. Por eso no bastaba una liberación exterior, ni arreglar su situación dentro del sistema que podía marginarlo de nuevo. El leproso tiene que comprender que el sistema es injusto y debe independizarse de él; debe liberarse interiormente negando toda credibilidad a la institución judía y a la Ley marginadora. Si no llega a considerar injusta su antigua marginación, tendrá que aprobar la marginación de otros.
45a Él, cuando salió, se puso a proclamar y a divulgar el mensaje a más y mejor”.
Parece que Marcos quiere hacernos entender que el antes leproso ha llegado a la convicción que pretendía Jesús (“cuando salió”... correlativo a “lo sacó fuera”): Que la institución judía y sus leyes han falseado la figura de Dios; que la marginación que había sufrido era religiosamente un engaño y socialmente una injusticia. Con esto se independiza espontáneamente de la institución religiosa, retirándole su adhesión[7].
La experiencia del amor de Dios, del que pensaba estar excluido, y la libertad definitivamente adquirida, causan en el hombre una alegría tal que no puede contenerla. Es la alegría de la liberación. Acumulando términos, el texto subraya la magnitud de este sentimiento en el antes leproso: “proclamar” “divulgar” “a más y mejor”.
Con esto, el hombre se convierte en anunciador no del mero hecho sucedido, sino del mensaje contenido en él: Dios no es como a él le habían enseñado, Él no discrimina a nadie. Él ofrece su amor y llama a todos a su Reino. La culpa de la marginación que él había sufrido era sólo de la institución religiosa. Comienza ahora el mensaje de la universalidad, por el momento, en el interior de Israel. Se perfila la apertura a los paganos, considerados impuros por la institución judía.
45b en consecuencia, Jesús no podía ya entrar manifiestamente en ninguna ciudad; se quedaba fuera, en despoblado, pero acudían a Él de todas partes.
El mensaje anunciado por el antes leproso acarrea como consecuencia la marginación de Jesús. Afirmar que Dios acepta a los que la religión excluye sacude la autocomplacencia de los observantes, que imponen su criterio en las ciudades donde hay sinagogas. Para éstos, Jesús, que no reconoce la validez de lo puro e impuro, que trata con un leproso, es un impuro, marginado de la sociedad. Jesús sabía el descrédito a que se exponía, pero lo afronta sin vacilar. Empezando por Israel, había llegado el momento de mostrar uno de los rasgos fundamental del reinado de Dios: su universalidad que traduce el amor abierto de Dios por la humanidad entera.
El que elimina la lepra, es decir, el que saca de la marginación, se ha convertido en un impuro para la Ley, en un marginado para la religión y la sociedad. Por eso Jesús no puede entrar abiertamente en ninguna población importante; se queda fuera, en despoblado, como un leproso. Sin embargo, no se estaciona en ningún lugar determinado, sino que continúa su recorrido por Galilea.
La expresión “en despoblado” que ya había aparecido indicando el lugar donde oraba Jesús (1,35), está en relación con “el desierto” (1,12) que significaba el lugar de su éxodo, su ruptura con los valores de la sociedad judía. Por la proclamación del ex leproso, la ruptura se ha hecho manifiesta y Jesús empieza a mostrar su incompatibilidad con el sistema judío.
Se produce, sin embargo, una consecuencia inesperada. Acude a Jesús gente de todas partes. No se indica que sean leprosos, lo que muestra que el hecho físico de la lepra no constituye el punto central del episodio.
El uso del mismo verbo que se refería al acercarse del leproso “acudió a él” (v39) pero ahora en plural “acudían a él” (v45b) hace ver que también estos innominados son marginados por la sociedad judía. La afluencia, que es grandísima como antes no se había afirmado, “de todas partes”, es una respuesta al mensaje proclamado por el antes leproso. Los que acuden no piden curaciones ni enseñanza; muestran su adhesión a Jesús, el que pone fin a la discriminación entre puros e impuros y afirma el amor universal de Dios. La marginación que sufre Jesús es la mejor garantía de la cercanía de Dios a sus vidas.
[1] “Enseñar” es una actividad que se atribuye a Jesús y a los letrados. Como elemento característico es su referencia al AT para interpretarlo según sus categorías: los letrados desde el legalismo y Jesús desde el Reinado de Dios. En cambio, la acción de “proclamar” está únicamente en relación con la buena noticia, como la alternativa que Jesús ofrece a la humanidad. Siempre que Jesús “enseña” lo hace ante un auditorio judío en Galilea o en Jerusalén. La “proclamación”, en cambio, nunca se hace en Jerusalén, sino en Galilea y en el mundo entero; su contenido es apto para judíos y paganos.
[2] Expulsar los demonios significa liberar de cualquier ideología alienante de odio y violencia contraria al plan de Dios. La diferencia entre los demonios y los espíritus inmundos es solo parcial. Todo endemoniado tiene un espíritu inmundo pero además, su violencia es manifiesta. En ambos se oculta la ideología contraria a Dios, pero el fanatismo del endemoniado no aparece solo ocasionalmente, sino que es conocido de todos.
[3] La lepra se consideraba un castigo de Dios (Num 12,9; 2Cr. 26,16-21). Se prohibía a los leprosos el acceso al templo. Sólo Dios podía curar la lepra (Num 12)
[4] En el original, el efecto se describe como un alejamiento de la lepra: “se le quitó” ; “se marchó de él”, lo cual subraya el punto de partida y la eficacia de la acción de Jesús. No se dice “salió” como en el caso de los espíritus inmundos. Ahora la lepra aparece como algo externo al hombre.
[5] La impureza legal sólo podía ser eliminada por un sacerdote en el templo mediante ritos especiales y a partir del octavo día de la curación (Lev. 14,10). El sacerdote ejercía como médico, examinando el cuerpo del enfermo para ver si quedaban rastro de lepra, y antes de expedir el certificado de curación debía ofrecer ciertos sacrificios por el individuo curado. Con el afán de obtener con mayor seguridad la reconciliación con Dios, los maestros de la Ley habían complicado enormemente esos ritos.
[6] Esta forma de vivir los mantiene alejados de Dios y equivale, por tanto, a un estado de impureza. De hecho, la institución judía provoca en su seno la impureza del poseído (1,23), impureza que no desaparece con ritos. La sociedad judía es rechazada por Dios (impura) a causa de su exclusivismo que manifiesta su falta de misericordia. Aparece el engaño de Israel: el pueblo que se cree puro y se mantiene separado de los demás, a los que desprecia como impuros, se constituye él mismo impuro por esa separación.
[7] Esta manera de proceder de Jesús, que hace que el hombre se emancipe de la institución por convicción propia, es la que en 3,27 se expresará con la frase “atar al fuerte”, es decir, privarlo de la capacidad de dominar, de oprimir, de reaccionar.