LA NUEVA HUMANIDAD: EL PARALÍTICO
1 Entró de nuevo en Cafarnaúm y pasados unos días se supo que esta en casa.
2 Se congregaron tantos que no cabía ni a la puerta, y Él les exponía el mensaje.
3 Llegan llevándole un paralítico transportado entre cuatro.
4 Como no podían acercárselo por causa de la multitud, levantaron el techo del lugar donde Él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico.
5 Viendo Jesús la fe de ellos, le dice al paralítico: Hijo, se te perdonan tus pecados.
6 Pero estaban sentados allí algunos de los letrados y empezaron a razonar en su interior:
7 ¿Cómo habla éste así? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios sólo?
8 Jesús, intuyendo cómo razonaban dentro de ellos, les dijo al momento: ¿Por qué razonan así en su interior?
9 ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico -se te perdonan tus pecados- o decirle -levántate, carga con tu camilla y echa a andar-?
10 Pues para que vean que el Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, le dice al paralítico:
11 A ti te digo: Levántate, carga con tu camilla y márchate a tu casa
12 Se levantó, cargó enseguida con la camilla y salió a la vista de todos. Todos se quedaron atónitos y alababan a Dios diciendo: ¡Nunca hemos visto cosa igual!
13 Salió esta vez a la orilla del mar. Toda la multitud fue acudiendo adonde estaba Él, y se puso a enseñarles.
1 “Entró de nuevo en Cafarnaúm y pasados unos días se supo que esta en casa”.
Terminada la gira por Galilea vuelve Jesús a Cafarnaúm, ciudad de la que había salido para ampliar el ámbito de la proclamación. Debido a la marginación que sufre tras la liberación del leproso (1,45) entra en la ciudad sin que sus habitantes se den cuenta. Sólo unos días después empiezan a saber de su regreso.
La frase “que estaba en casa” no indica de quién es la casa, pero el texto ofrece algunas pistas que permiten determinarlo. Al igual que en español, la locución “en casa” tiene un sentido determinado y al mismo tiempo una connotación posesiva: Por ejemplo, decir “vuelvo a casa” es lo mismo que decir “vuelvo a mi casa”. En otras palabras, al decir “está en casa” se supone que está en la casa de alguien. El texto no precisa a quién pertenece la casa. Puede ser de Jesús o de alguno de los que le acompañan o de quienes transmiten la noticia.
Esta locución “en/a casa” aparece cuatro veces en el evangelio de Marcos, (2,1; 3,20; 7,17 y 9,28). Lo interesante es que esta casa determinada no se sitúa siempre en el mismo lugar. En 2,1 está en Cafarnaúm; en 9,28 está en otro lugar no definido, porque poco después llega Jesús a Cafarnaúm (9,33).
Esta contradicción, que una casa determinada no se encuentre siempre en el mismo sitio, indica que, en estas narraciones, la “casa” tiene un sentido particular que hay que determinar.
En 2,1, la “casa” es el lugar donde la gente se “congrega”, verbo que en griego está emparentado con “sinagoga” (congregación, reunión) y donde Jesús “expone el mensaje”. Por otra parte, en esa “casa” donde está Jesús, hay algunos letrados “sentados” (v6). Este parecería un dato narrativamente superfluo y además incongruente, pues ni de la gente ni del mismo Jesús que expone el mensaje se dice que lo estén. Por otra parte, resulta imposible que unos letrados estén sentados en la casa de Jesús, considerado por ellos un impuro.
Se explica, en cambio, este dato textual, si se tiene en cuenta que el verbo “estar sentado” significa también “estar asentado”, “estar instalado”, “estar fijo”, significado que descubre conexiones con el contexto precedente. Por una parte, la única mención anterior a los letrados los ponía en relación con la sinagoga, donde ejercen su enseñanza (1,22). Sería pues, la sinagoga el lugar propio para que los letrados fuesen considerados “instalados” o “fijos”. Por otra parte, la conexión de la casa con la sinagoga aparece también por el uso del verbo “congregarse”.
Resumiendo, estos datos, resulta que la casa donde está Jesús, es un lugar al que la gente acude como a la sinagoga, y donde como en ella, están instalados algunos letrados. No puede tratarse, por lo tanto, de la casa de Jesús. Excluida esta posibilidad, hay que concluir que se trata de la casa de los que comunican y reciben la noticia de la presencia de Jesús en la ciudad, es decir, de la población israelita de Cafarnaúm. Es así, la casa de todos y no la de un individuo particular.
Este conjunto de datos delinea ya el sentido de la “casa”. Se trata de la casa común de todos los israelitas de Cafarnaúm, en relación con la sinagoga y donde están instalados algunos letrados. Podría interpretarse como figura de la sinagoga misma. Sin embargo, el empleo del término “casa”, de significado más amplio que sinagoga, señala la existencia de un matiz particular. Además, hay que notar que, en la sinagoga, Jesús “entra” (1,21)y de ella “sale” (1,29), mientras en esa casa “está”, verbo que denota una situación permanente.
Ahora bien, la única acepción de “casa” conocida de todos, relacionable con la sinagoga y que puede incorporar los datos obtenidos, es la expresión metafórica “la casa de Israel”, que puede ser considerada como propia por todos los israelitas. En ella está Jesús, allí se congregan muchos y están instalados los letrados. Sin embargo, el hecho de que esté localizada en Cafarnaúm y que en ella estén instalados no todos los letrados, sino sólo algunos de ellos, indica que esta “casa de Israel” no representa al Israel institucional en su totalidad, sino al de Cafarnaúm o, mejor al de Galilea, cuya capital para Marcos, es Cafarnaúm.
Aparece así esta “casa de Israel” como un compendio de toda Galilea, en cuyas sinagogas ha estado proclamando Jesús. Puede decirse, por tanto, que la casa de Cafarnaúm representa a la comunidad israelita de Galilea que, a través de los letrados, es adoctrinada en la Ley y que no incluye a los círculos de Jerusalén. La proclamación hecha antes en las sinagogas de toda Galilea (1,39) se completa ahora con la exposición del mensaje de la universalidad del Reino.
2 “Se congregaron tantos que ya no se cabía ni a la puerta, y él les exponía el mensaje”.
Al saberse, la presencia de Jesús en Cafarnaúm suscita enorme asistencia de gente que bloquea el acceso a la casa. Continúa el entusiasmo por su persona expresado por Simón y sus compañeros cuando abandonó Cafarnaúm (1,37).
El deseo de encontrarlo no ha cesado y puede realizarse ahora que ha vuelto. De nuevo es Jesús el centro de atención, pero de forma diversa. Ya es conocido el mensaje proclamado por el antiguo leproso (1,45). La gente de Cafarnaúm y de Galilea (“La casa de Israel”) acepta que Jesús derribe la barrera creada por las prescripciones sobre la pureza/impureza y se oponga a la marginación dentro del pueblo. Comienza la autonomía de la gente respecto a los principios discriminatorios de la doctrina oficial.
En este pasaje, la gente, como había hecho antes en Cafarnaúm (1,33) va espontáneamente adonde está Jesús, todavía animada por el espíritu del judaísmo (“se congregaron”). Sin embargo, ahora no es sólo la población de Cafarnaúm (1,33), sino figuradamente, los israelitas de toda Galilea, en cuanto miembros de la “la casa de Israel”, los que se congregan donde está Jesús. Ven en él al renovador de Israel.
Jesús les expone el mensaje, confirmando lo proclamado por el antes leproso (1,45): que Dios, en su amor, ofrece a todos su Reino y que no reconoce las discriminaciones establecidas por la Ley[1]. Pero Jesús va a ampliar su extensión, abriendo también a los paganos el acceso al Reino de Dios. Este contenido del mensaje no va a ser formulado abstractamente, sino puesto en forma de narración.
El paralítico y sus portadores son figuras representativas, como aparece por su anonimato y por la ausencia de todo dato sobre ellos. No sólo eso, Marcos, presenta la narración entera como una escenificación del contenido del mensaje y no como un episodio real. Así lo muestra, en primer lugar, la identificación que hace Marcos, de los portadores con el paralítico. En segundo lugar, el hecho de que ni unos ni otro pronuncian palabra, ni siquiera dirigiéndose a Jesús para expresar una petición, ni manifiestan reacción alguna ante la curación (compárese con el leproso de 1,40). De ellos sólo se narran gestos o acciones. Son como marionetas que sirven para poner ante los ojos de todos, el mensaje del Reino.
3 “Llegan llevándole un paralítico transportado entre cuatro”
La narración pasa al presente, indicando que se entra en la parte principal del relato y la actualidad de lo que se va a exponer.
La llegada de los portadores con el paralítico enlaza narrativamente con la afluencia de la gente a Jesús (“de todas partes”) como consecuencia del mensaje proclamado por el antes leproso, que es la esperanza del Reino de Dios abierta por Jesús a los marginados. Esto insinúa que el paralítico está incluido de algún modo en ese tipo de personas.
La construcción misma de la frase indica la inseparabilidad del paralítico y sus portadores. A estos se alude dos veces “llegaron llevándole” y “transportado entre cuatro”. Entre las dos menciones se sitúa la figura del paralítico, resaltando su importancia. En cambio, en ningún momento se afirma la individualidad personal de los anónimos portadores que se esconden detrás de las formas plurales griegas “llegaron”, “llevando”, “entre cuatro”, “no pudiendo”, “levantaron”, “abrieron” y “descolgaron”.
El paralítico[2], personaje anónimo y sin voz, es un prototipo de invalidez absoluta. El hombre no puede moverse por sí mismo ni tiene libertad de acción. Los portadores tienen que llevarlo en una camilla. Yacer permanentemente, sin capacidad de movimiento, es una situación sin remedio y equivale prácticamente a estar muerto.
Los portadores, también anónimos y sin habla, tienen como único rasgo característico el ser cuatro. Este dato narrativamente superfluo proporciona la clave de su significado. En efecto, es bien conocido el simbolismo del número cuatro que representa los cuatro puntos cardinales y, en consecuencia, el mundo y la humanidad entera[3]. Después de la actividad de los cuatro, quienes saltándose todas las barreras consiguen colocar al paralítico ante Jesús, dice el texto “viendo la fe de ellos, le dice al paralítico: Hijo, se te perdonan tus pecados”.
El paso aparentemente ilógico del plural “ellos” al singular “le dice” da la clave de interpretación de los personajes. De hecho, la fe que Jesús ve se identifica con las acciones de los portadores del paralítico, que manifiestan su infatigable tenacidad y vencen todas las dificultades, mostrando la importancia que atribuyen al encuentro del paralítico con Jesús. El paralítico, por el contrario, es una figura totalmente pasiva, y del cual el texto no ofrece ningún dato, ni siquiera una petición de este hombre a Jesús, por la que manifieste su propia fe.
Siendo la fe la que obtiene el perdón de los pecados, el dicho de Jesús resulta incongruente. Se perdonan los pecados del que no ha mostrado fe, mientras nada se dice de los que la han mostrado. Esto indica que existe una identificación entre la figura del paralítico y la de los portadores que han manifestado la fe. Unos y otro son el mismo personaje.
Puesto que los cuatro representan a la humanidad que no pertenece a la casa de Israel donde se encuentra Jesús, el paralítico pasa a ser figura representativa de la humanidad pecadora, denominación que señala a los que están fuera de la Ley de Israel, en particular a los paganos.
Esta humanidad se presenta en esta perícopa bajo un doble aspecto: activo, en cuanto en la figura de los cuatro manifiesta su anhelo invencible de acercarse a Jesús. Y pasivo en cuanto en la figura del paralítico aparece aquejada de un mal que equivale a la muerte.
El personaje real es la humanidad misma, desdoblada en dos actores que representan el anhelo de salvación y la necesidad de salvación. De los dos, el principal es el paralítico como lo indica el ser nombrado cinco veces y el estar colocado al centro del relato, haciendo de sus portadores figuras subordinadas. Estamos entonces ante un episodio programático que presenta a Jesús como salvador no sólo de Israel, sino de la humanidad entera, prefigurando así el acceso de los paganos al Reino. La salvación para la humanidad entera procede de Israel. No ha resultado inútil la elección de ese pueblo, puesto que en él ha nacido Jesús.
4 “Como no podían acercárselo por causa de la multitud, levantaron el techo del lugar donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico”.
El anhelo de la humanidad por acercarse a Jesús se describe como un intento de los portadores de entrar en la casa. Pero la multitud que obstruye la puerta e impide el paso, constituye una dificultad insuperable para realizarlo.
El significado de la escena está dado por el uso del término “techo”. Literalmente el texto dice: “Destecharon el techo donde estaba”. El término “techo” está usado en sentido impropio pues Jesús no está en un “techo”, sino en la casa. Para ser lógica, la narración debería decir algo así como “destecharon la casa donde estaba”. Este uso pleonástico e impropio de “techo” muestra que Marcos, identifica “casa” con “techo”. Lo que nos llevaría a afirmar que la “Casa de Israel” cubre a Jesús, lo oculta al resto de la humanidad, impidiendo el encuentro con él a los no israelitas. La humanidad deseosa de salvación lo descubre (“destecharon el techo”), forzando el obstáculo que representaba el judaísmo.
Tanto antes que el leproso proclamase el mensaje, como después (1,33 y 2,2) existe un deseo de monopolizar a Jesús por parte de la población judía. Se ve que están de acuerdo con la abolición de los preceptos legales sobre la impureza en el interior de Israel, pero no respecto a los excluidos del pueblo ni a los paganos.
La redundancia “levantaron el techo” y “abrieron un boquete” pondera el esfuerzo y la dificultad del acceso a Jesús. La camilla es el lecho permanente del paralítico/humanidad, del que no puede moverse. Ella expresa su condición y resume toda su historia. La importancia que tiene en el relato aparece por las cuatro menciones que de ella se hacen, en paralelo con las cuatro menciones de los pecados (va 5.7.9 y 10).
Para el significado de la camilla, es importante observar que respecto al paralítico se mencionan dos posesiones: sus pecados y su camilla. Esta doble mención muestra la relación entre pecados y camilla. Ésta es el símbolo del pasado de injusticia (“pecados”) que inmoviliza al paralítico y del que no puede despegarse (“donde yacía”). Al descolgar la camilla ponen ante Jesús al hombre y su pasado pecador que lo paraliza.
5 “Viendo Jesús la fe de ellos, le dice al paralítico: Hijo, se te perdonan tus pecados”.
La tenacidad que han demostrado los portadores en superar los obstáculos que impedían llegar hasta Jesús recibe el nombre de “fe”. Esta es una disposición interior que se hace visible (“viendo”) en la manera de obrar.
Esta es la segunda vez que Marcos, menciona la fe. La primera fue en 1,15 en donde dice: “tengan fe en esta buena noticia” lo que significaba reconocer la verdad de la cercanía del reinado de Dios, y dar fe a Jesús que lo anuncia. Aquí, la llegada del paralítico/humanidad hasta Jesús, implica aquella fe que hace superar todo obstáculo por el deseo del reinado de Dios y la confianza en Jesús que lo propone.
Sin embargo, en este pasaje, el término de las acciones que muestran la fe es Jesús mismo (“llevándole” y “acercándoselo”). Así, la fe se describe como el deseo de proximidad a él, que es figura de la adhesión. Así, la fe es la adhesión a Jesús como persona y mensaje. Incluye el deseo de salud/salvación y la confianza en que Jesús quiere y puede darla. Es la confianza en el amor de Jesús (1,41) y en su potencia para dar vida. El anhelo de salvación que muestra la humanidad pagana figurada en los portadores indica que está dispuesta al cambio de vida que es condición para el reinado de Dios (1,15). Esta disposición fundamenta las palabras que Jesús dirige al paralítico.
La primera palabra de Jesús al inválido es de afecto: “Hijo”. Este es un término que usa Jesús en este evangelio para designar a los israelitas (7,27) y a sus discípulos (10,24). Los judíos se consideraban los únicos con derecho a llamarse “hijos de Dios”. Para Jesús, en cambio, los paganos son tan hijos como los judíos. Al dirigirse así al paralítico, muestra de nuevo el ámbito universal de su mensaje y del reinado de Dios, que no hace diferencia entre hombres o pueblos.
El término “los pecados” que había aparecido en relación con el bautismo de Juan (1,4) aparece de nuevo en esta perícopa para no volver a mencionarse en el evangelio. Por las dos ocasiones en que se encuentra el término, “los pecados” denotan acciones injustas del hombre, judío o pagano, antes de cambiar de vida o antes de la adhesión a Jesús (2,5). Son la expresión en la conducta de una opción perversa que ha viciado el pasado del hombre y representan el pasado con el que hay que romper.
El dicho de Jesús “se te perdonan (cancelan) tus pecados” implica que todo el pasado de injusticia deja de pesar sobre el hombre; que éste puede comenzar una vida nueva. Por la adhesión a Jesús la humanidad pagana (pecadora e impura) queda totalmente purificada y reconciliada con Dios.
Jesús habla en forma declarativa: “se te perdonan tus pecados”. Aquí hay una ambigüedad: ¿Perdona Jesús los pecados o simplemente declara el perdón de Dios? Como se verá más adelante, la ambigüedad es pretendida; Jesús y Dios están incluidos en ella. La declaración de Jesús está refrendada por Dios, es efectiva. Dios perdona porque Jesús así lo declara.
Para el perdón basta la palabra de Jesús. Es instructivo comparar su actuación en este contexto con la de Juan el bautista. Juan no declaraba que los pecados estuviesen perdonados, simplemente expresaba que la enmienda era la condición para obtener el perdón de Dios. Jesús, en cambio, declara el perdón sin poner condición alguna. Para el cambio de vida basta la fe y él mismo toma el puesto de Dios. Por otra parte, las palabras de Jesús son sorprendentes. Se habría esperado que curase al paralitico, pero lo que hace es declarar perdonados sus pecados. Esto confirma la interpretación dada: la parálisis no es tanto una invalidez física cuanto una invalidez del espíritu del hombre provocada por su pasado pecador.
6 “Pero estaban sentados allí algunos de los letrados y empezaron a razonar en su interior:
7 ¿Cómo habla éste así? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios sólo?”
Marcos señala la presencia de algunos letrados, maestros de la doctrina oficial en la “Casa de Israel” (“allí”) o sea, en el judaísmo de Galilea. Para indicar esta limitación territorial pone “algunos” en lugar del genérico “los letrados”. La indicación “sentados” señala su situación estable en la comunidad judía y alude a la doctrina que enseñan y a su condición de jueces de la ortodoxia.
Marcos no señala la reacción de los oyentes, sólo la de los letrados. La describe como algo meramente interior, sin manifestación externa, pero la describe en sentido directo, como si hablasen. Hay que notar que los letrados no fueron nombrados al inicio de la reunión (2,2) ni de la curación (2,12) ni se dice que salgan del local (2,13). Su presencia se hace sentir sólo cuando reaccionan negativamente ante la declaración de Jesús (2,5). Es decir, están presentes en el episodio únicamente en cuanto representan un pensamiento adverso a él. Con esto indica Marcos, que la presencia de los letrados, objetores mudos, personifica en esta escena el influjo de la doctrina oficial en la mente de los que escuchan a Jesús.
Son la figura de la autoridad religiosa interiorizada por los judíos de Cafarnaúm y de Galilea, de su conciencia colectiva. La objeción atribuida a los letrados es en realidad, la que ha surgido espontáneamente en la mente de los oyentes y que no nace de la experiencia o convencimiento personal, sino de la doctrina inculcada por los maestros de la Ley. Por eso Marcos, la atribuye a los letrados mismos, quienes representan el dominio que ejercía la doctrina religiosa oficial en la mente de los israelitas.
El juicio emitido sobre Jesús es externo. La declaración hecha por él choca contra los principios teológicos admitidos, e inmediatamente lo condenan, aunque sin manifestarlo con palabras. La gente ha aceptado el perdón de los pecados anunciado por el bautista, pero ahora su mentalidad formada por los letrados se rebela ante la afirmación de Jesús. El tono es despectivo: “¿cómo habla éste así?” No piden explicaciones, dan un juicio definitivo: “¡Está blasfemando!”; juzgan con absoluta seguridad porque la doctrina oficial no se cuestiona, sino que todo lo que la contradice es una blasfemia[4].
Teniendo en cuenta que quienes emiten este juicio son en realidad los oyentes, se ve que el momento es crítico. Se aprecia también lo precario de la adhesión que habían dado a Jesús; sigue dominando en ellos las categorías religiosas tradicionales. Según ellas la distancia entre Dios y el hombre es insalvable. Y Dios, celoso de sus privilegios, no autoriza a nadie a tomar su puesto. La concepción del hombre como imagen de Dios expresada en Gn. 1,26 ha desaparecido de la teología oficial.
De hecho, uno de los dogmas profesados absolutamente por todos los grupos religiosos de Israel era que sólo Dios puede cancelar los pecados, aunque había diferencias sobre los medios que tenían que utilizarse para obtener esta liberación. Con todo, nadie podía tener la certeza de estar bien con Dios pues nadie podía garantizar que los pecados hubiesen sido realmente perdonados. Para ello habría hecho falta una declaración de Dios mismo.
Con esta inseguridad, contrasta la certeza expresada por la declaración de Jesús. Es precisamente esta afirmación categórica que según ellos sólo Dios habría podido pronunciar, la que los lleva a tachar a Jesús de blasfemo. Interpretan la declaración de Jesús como una usurpación del privilegio divino, como si se constituyese en rival de Dios.
8 “Jesús, intuyendo cómo razonaban dentro de ellos, les dijo al momento: ¿Por qué razonan así en su interior?
9 ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico `se te perdonan tus pecados´ o decirle `levántate, carga con tu camilla y echa a andar´?”
Jesús intuye el rechazo de sus oyentes y lo afronta inmediatamente, poniendo al descubierto su actitud. No quiere disimular la gravedad de la situación. Si quieren adherirse a él tienen que optar por su mensaje y descartar definitivamente la teología oficial del judaísmo.
El desprestigio de los letrados y de la institución, comenzado en la sinagoga (1,22) no había llegado al abandono de su doctrina, como apareció anteriormente con el respeto al sábado (1,32) Ahora se confirma esa actitud. Jesús está en la “casa de Israel” y los israelitas que se congregan en torno a él, esperan que respete los principios de su tradición. Quieren un nuevo maestro, pero sin ruptura con el pasado. Para solventar el conflicto, Jesús no entabla una discusión teórica ni combate directamente el prejuicio teológico. Los desafía a medir el alcance de su autoridad. Ellos tendrán que juzgar.
Para la multitud, la curación del inválido sería prueba de que Dios había perdonado sus pecados, “ya que un hombre enfermo no se recupera de su enfermedad hasta que no le hayan sido perdonados sus pecados, como está escrito: Él perdona tus culpas y cura todas tus enfermedades” (Sal. 103/102,3). Pero hacer andar a un paralítico se consideraba imposible. Nunca en el Antiguo Testamento se habla de paralíticos y mucho menos de su curación. Teniendo en cuenta que el paralítico representa la humanidad pagana, negar la posibilidad de su curación equivalía a negar que esa humanidad pudiera obtener jamás el perdón de Dios. Marcos, describe la situación de la humanidad pagana tan desesperada como la de este incurable paralítico.
En la segunda parte de la disyuntiva propone Jesús hacer algo enteramente nuevo: que el paralítico “se levante, cargue con la camilla y eche a andar”. Estos serán signos de salud total, del paso de la muerte a la vida. Serán la prueba decisiva de su autoridad. Con esto, rebatirá la acusación de blasfemia y demostrará sin lugar a dudas que Dios está con él y él con Dios.
10 “Pues para que vean que el Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, le dice al paralítico: 11A ti te digo: Levántate, carga con tu camilla y márchate a tu casa”
Jesús pasa a la acción. A la invisibilidad de la liberación interior va a oponer la visibilidad de la nueva vida (“para que vean”), que será perceptible y constatable. Va a demostrar que la prerrogativa divina de cancelar el pasado pecador ha sido comunicada por Dios “al hombre”. Para designar al sujeto de la autoridad Jesús no habla en primera persona, sino que utiliza por primera vez en Marcos, la expresión “el Hijo del hombre” o “el Hombre”.
Este es un término arameo que significa “individuo humano” “hombre”, pero en la forma articulada “el Hijo del hombre” adquiere un rasgo de excelencia: “el Hombre en su plenitud”.
En la escena del bautismo (1,10) se ha visto que la plenitud humana de Jesús es efecto de la comunicación del Espíritu. El Hombre es, pues, el que por tener el Espíritu de Dios tiene autoridad divina y actúa en nombre de Dios en la tierra[5].
La expresión alude al libro de Daniel y en particular, al sueño descrito en el capítulo 7. Después de la visión de los imperios simbolizados por fieras, Daniel ve en el cielo “una figura humana” (“como un hijo de hombre” 7,13) a quien Dios da la autoridad para dominar a todas las naciones. Como en Daniel, el contexto trata de la relación de los paganos con el Reino de Dios. Pero el dicho de Jesús se opone a la visión de Daniel. Dios no da la autoridad para dominar a los paganos, sino para darles vida. Con Jesús cambia el sentido de la autoridad divina. Esta no se ejerce como dominio sino como facultad de perdón (rehabilitación) y comunicación de vida. El contacto del Reino con los paganos no va a ser para someterlos sino para integrarlos en el Reino.
Con lo dicho, podemos afirmar que, en Marcos, “Hijo de hombre” o “el Hombre” designa al que es Hijo de Dios y por eso, representa la cima de la condición humana. Pero en el texto de Daniel se especifica poco después (7,27) que la figura humana representa a una colectividad, el “pueblo de los santos del Altísimo” o “los consagrados por Dios”, es decir, a Israel.
En paralelo también “el Hijo del Hombre” de Marcos incluye en sí una colectividad. En primer lugar, designa a Jesús, el Hombre-Dios y prototipo del Hombre. Pero la relación del ser y la autoridad del Hombre con la posesión del Espíritu (1,10) hace que incluya a todos los que de él lo reciben (1,8 “Él los bautizará con Espíritu Santo”) y constituyen la humanidad nueva.
La frase “tiene autoridad” está en paralelo con la de 1,22 donde se expresaba el juicio de los presentes en la sinagoga sobre el modo de enseñar de Jesús. Como en aquel pasaje, es la autoridad del que posee el Espíritu de Dios. No es pues, una autoridad humana o comunicada por hombres, sino divina. Es independiente de la institución judía y se coloca fuera de ella.
El ámbito de la autoridad del Hombre es la “tierra”, el lugar donde habita la humanidad por oposición al “cielo”, lugar simbólico de la morada de Dios. Esta oposición corresponde a la que establece el Sal, 115,16: “Lo alto del cielo es para el Señor, pero la tierra se la dio a los hombres”. La autoridad del Hombre no está limitada a Israel ni va a ejercerse solamente en favor de este pueblo, es universal y se extiende al mundo entero, conforme al significado de la figura del paralítico y sus portadores.
La actividad divina que ha ejercido “el Hombre” ha sido la de cancelar o perdonar los pecados. Dios es presentado no como el que va a castigar a los pueblos paganos, sino como el que borra el pasado que los privaba de vida. Sin embargo, para vencer el escepticismo y rebatir la acusación tácita de sus oyentes, propone Jesús bajo la figura de la curación del paralítico, una nueva acción, ahora visible y mucho más extraordinaria que el perdón concedido: comunicar vida a la humanidad sin fuerzas y sin futuro. De hecho, Marcos no habla de curación, ni utiliza el verbo “curar” (1,34). Describe la acción de Jesús con el hombre por sus efectos: “levantarse, cargar con la camilla y echar a andar”. El que estaba prácticamente muerto volverá a vivir y será capaz de disponer de sí mismo.
La comunicación de vida a los que no pertenecen a “la Casa de Israel” (los excluidos de él y los paganos) simbolizada por la curación del paralítico, es también obra de la autoridad del Hombre. De hecho, si ésta deriva del Espíritu que es la fuerza de vida de Dios mismo, la comunicación de vida ha de ser su acción más característica. Pero además la idéntica fórmula empleada por Marcos para introducir los dos dichos de Jesús (la declaración del perdón y la orden de levantarse), “le dice al paralítico”, sin añadir precisión alguna que distinga los dos actos de Jesús, indica la identidad de su acción.
Borrar el pasado y comunicar vida no son dos actos separados, aunque Marcos con un artificio literario los presente como sucesivos para describir el doble efecto del don del Espíritu, respecto al pasado y respecto al futuro del paralítico. En realidad, la misma comunicación del Espíritu es la que borra el pasado; de este modo puede el hombre empezar una vida nueva.
El doble ejercicio de la autoridad de Jesús -perdón de los pecados y comunicación de vida- está en paralelo con los dos bautismos, el de Juan, con agua, para el perdón de los pecados, y “el del que llega detrás de él”, con Espíritu, que infunde vida (1,8). Al mismo tiempo señala el punto de partida y el de llegada del nuevo éxodo: la cancelación de los pecados (liberación del pasado y ruptura con la sociedad injusta) es la salida de la tierra de opresión; la comunicación de vida/Espíritu es el reinado de Dios, que abre la nueva tierra prometida.
Ahora todo se reduce a uno: la adhesión a Jesús que implica la ruptura con el pasado, recibe en respuesta el don del Espíritu que purifica y vivifica al hombre. Jesús pronuncia las palabras que van a probar la validez de su declaración anterior. La orden de Jesús consta de tres imperativos: “levántate, carga tu camilla y márchate a tu casa”. El último difiere de la expresión anterior (2,9 “echa a andar”) aunque lo contiene. La fuerza de vida que va a comunicar al paralítico, le va a permitir levantarse por sí solo y transportar su camilla.
La última orden “márchate a tu casa” establece una oposición entre la casa del paralítico y la “Casa de Israel” donde está Jesús. La primera representa pues, cualquier lugar fuera de Israel. Aunque la humanidad pecadora y pagana que buscaba salvación, ha descubierto y encontrado a Jesús en la “Casa de Israel”, no tiene que permanecer en ella. Los pecadores y paganos que entran en el Reino no han de integrarse a Israel ni aceptar su cultura religiosa ni depender de él. El Reino de Dios puede existir en cualquier cultura y pueblo. Todos participan del Reino con el mismo derecho que los judíos.
Invalida así Jesús uno de los principios más tenazmente sostenidos por la doctrina oficial: no hay salvación fuera de Israel y los paganos que quieran encontrarla han de integrarse en el pueblo elegido, acomodarse a su Ley, renunciando a su antigua cultura. Según esto, el reinado de Dios y los bienes mesiánicos estaban destinados a Israel y los paganos estarían subordinados a éste. Por el contrario, la acción de Jesús muestra que para Dios no hay pueblo privilegiado, que toda discriminación queda suprimida y que los que no pertenecen a Israel participan del Reino con el mismo derecho que los israelitas.
12 “Se levantó, cargó enseguida con la camilla y salió a la vista de todos. Todos se quedaron atónitos y alababan a Dios diciendo: ¡Nunca hemos visto cosa igual!”
La orden de Jesús se realiza al pie de la letra: el hombre se levanta y cargando inmediatamente con la camilla, se marcha. Ahora el texto dice “la camilla” en lugar de “su camilla”. La camilla, figura de su pasado, deja de ser suya. Su pasado ya no lo tiene sujeto e inmovilizado; el hombre se ha hecho independiente de él, tiene libertad de movimiento y puede disponer de su vida. La ejecución de la orden muestra la nueva vida y fuerza que ha infundido Jesús. Todos los presentes han sido testigos de lo sucedido.
Lo que se sostenía imposible se ha hecho realidad: Con esto ha demostrado Jesús la veracidad de sus palabras y la realidad del perdón. Queda deshecha la acusación de blasfemia; la teología de los letrados, que abría un abismo entre Dios y el hombre, ha quedado refutada. Dios se comunica al hombre y lo hace presencia y agente suyo en la tierra. No es Jesús quien ha blasfemado, es la doctrina oficial la que por no valorar al hombre, está contra Dios. Como se ve, la reacción no se dirige directamente a Jesús, autor de lo sucedido, ni lo menciona. Reaccionan alabando a Dios. Han comprendido que al actuar como Dios mismo, Jesús no se constituye en su rival, sino que revela lo que Dios es y su amor a toda la humanidad. De este nuevo conocimiento de Dios surge la alabanza.
El Dios que se manifiesta en Jesús es muy distinto del presentado por la teología de los letrados; es el Dios amor que da la seguridad del perdón y comunica nueva vida y libertad. No es ya un Dios lejano, inapelable e inescrutable, de cuyo favor no se tiene garantía. Ha terminado la angustia: en Jesús, Dios está cerca del hombre y le manifiesta su amor incondicional. Cambia así el concepto de la salvación que Dios ofrece a la humanidad. Esta no va a consistir en la hegemonía de Israel sobre los demás pueblos ni se realizará por medio de un Mesías guerrero. La salvación es universal y consiste en dar vida, no en quitarla. Además, es obra de todos los que quieran seguir a Jesús.
Nótese que el comentario que acompaña la alabanza no se refiere a una doctrina o a un saber, sino a una experiencia, a lo que han visto. Han constatado que la humanidad pecadora y paralítica puede recobrar vida y fuerza. Comprenden que el amor y la vida de Dios se ofrecen a todos los hombres. Esto es para los israelitas “lo nunca visto”. Ha desaparecido el fantasma de los letrados, sus antiguos maestros. El texto ha dado a entender que la curación del paralítico es una escenificación del mensaje que está exponiendo Jesús.
Resumiendo, ahora los datos de la narración, este mensaje afirma que Dios, por su amor universal ofrece su Reino a todos los hombres por igual, sin distinción de pueblo o de raza, por medio de Jesús. Por la adhesión a éste queda cancelado el pasado pecador del hombre y se le comunica el Espíritu.
El relato muestra la resistencia e incredulidad inicial de los oyentes judíos ante este mensaje, pero la nueva vida que aparece en el que se suponía indigno y excluido del Reino, la independencia respecto a su pasado y su nueva libertad, es decir, la realidad visible del hombre nuevo, demuestran la realidad interior del perdón que es salvación.
El texto refleja la experiencia que se tiene en tiempo de Marcos que es, sin duda alguna, la vitalidad de las nuevas comunidades formadas por los antes excluidos de Israel y por los paganos que han dado su adhesión a Jesús.
13 Salió esta vez a la orilla del mar. Toda la multitud fue acudiendo adonde estaba él, y se puso a enseñarles”.
Jesús no se detiene en la reunión mientras la gente expresa su asombro. Sale de Cafarnaúm como hizo después del primer entusiasmo popular (1,35) pero esta vez no se va a despoblado, pues no ha habido reacción contraria a su mensaje. Se dirige a “la orilla del mar” dando la posibilidad de reunirse otra vez con él. Como se ha visto antes (1,16) el mar es el camino hacia el territorio pagano. Salir en dirección al mar, como hace Jesús, equivale a insistir en la universalidad expresada en el mensaje. Acudir a Jesús que se sitúa en la orilla del mar será señal de que los que estaban “en casa” aceptan la universalidad de la salvación propuesta bajo la figura de la curación del paralítico. Ir a la orilla del mar inicia el éxodo fuera del exclusivismo judío. Nótese que ya no se habla de “mar de Galilea” (1,16) sino sencillamente de “el mar”, acentuando así su valor figurado.
Ya no se congregan donde está Jesús, como al principio (2,2), cuando todavía profesaban la ideología del judaísmo. Esto significa que ya no ven en él al renovador de la “Casa de Israel”. Ahora, en vez de congregarse, van acudiendo adonde está él. Otros habían acudido a Jesús cuando éste, después de la purificación del leproso tenía que quedarse en despoblado. Mostraban así su rechazo de los principios discriminadores de la sociedad judía (1,45). Ahora, esta multitud, al acudir a la orilla del mar, muestra su aceptación de la universalidad y su actitud favorable hacia los paganos. Dan así un paso más en contra de la discriminación. No la rechazan solamente dentro de Israel, sino también respecto al resto de la humanidad.
Jesús reanuda su enseñanza interrumpida en la sinagoga de Cafarnaúm (1,21-28). Una vez que el mensaje universalista ha sido aceptado puede apoyarlo de nuevo con textos del Antiguo Testamento[6]. La doctrina oficial que proponía el nacionalismo exclusivista ignoraba los textos universalistas de la Escritura, afirmando en cambio la supremacía de Israel y el rechazo de Dios a los paganos[7].
El mensaje propuesto por Jesús es revolucionario para la teología del judaísmo, al afirmar que Dios, al invitar a su Reino, no tiene en cuenta la pertenencia de los hombres a una u otra religión ni se basa en conductas morales. Él quiere salvar a todos los pueblos sin obligarlos a abrazar la religión judía, hasta entonces la única que reconocía al Dios verdadero. Todos han de romper con su pasado de injusticia para adherirse a Jesús y recibir vida. Israel tiene sólo precedencia cronológica en el conocimiento del mensaje del Reino.
[1] El “mensaje” es la formulación verbal del misterio o secreto del reino de Dios (4,11), pues tanto uno como otro se propone a los “de fuera” en parábolas. Este mensaje se resume en la universalidad del amor de Dios, que desea comunicar su vida (el Espíritu) a la humanidad entera, lo mismo a judíos que a paganos, suprimiendo toda discriminación entre hombres (1,45) o pueblos (2,1-13). La consecuencia para los judíos es que caducan las instituciones de Israel y se invalidan los ideales nacionalistas de supremacía. La proclamación y práctica de este mensaje, que pone en cuestión los valores de la sociedad, acarrea persecución y amenaza de muerte (3,6: 4,17; 8,31) que ha de ser aceptada por el seguidor de Jesús. (8,34). La expresión “exponer el mensaje” se encuentra tres veces en Mc (2,2; 4,33; 8,32) describiendo la actividad de Jesús con un auditorio judío y en relación con su enseñanza. Cuando Jesús enseña, reinterpreta el AT en función del Reino. Cuando expone el mensaje, toma como punto de partida la novedad del Reino sin partir de textos del AT.
[2] El término paralítico no aparece en la traducción griega del AT. No se habla de los paralíticos en los documentos rabínicos, ni existen oraciones para pedir su curación, ni los libros rabínicos, en sus capítulos sobre medicina, tratan los casos de parálisis. La curación de un paralítico no tenía precedentes en el AT ni en el judaísmo posterior.
[3] En el AT y en las culturas paganas de la época, el número cuatro expresa principalmente totalidad y universalidad. Así, los cuatro puntos cardinales son expresión de totalidad, como los cuatro ríos del paraíso que circunscribían el mundo entero (Gn. 2,10) , los cuatro vientos (Sal 107,3) los cuatro confines de la tierra de Israel (Ez. 7,2) los cuatro porteros principales de Jerusalén con sus cuatro puertas orientadas en las cuatro direcciones ( 1Cr. 9,24)
[4] La blasfemia se castigaba con la lapidación.
[5] La expresión designa la condición divina de Jesús, en la que culmina su condición humana.
[6] La universalidad de la salvación se encuentra en muchos textos del AT. Por ejemplo: Sal. 47,10; 66; 67; 68; 96; Is. 19,18; 45,14.20-22; 56,1; 60,6; Miq. 4,2; Zac. 2,15
[7] La doctrina nacionalista y exclusivista de la salvación futura o reino de Dios no era compartida por todos los rabinos. Muchos, de acuerdo con textos del AT observaban que también los paganos piadosos entrarían a formar parte del reino de Dios. Algunos de ellos pensaban incluso que era imposible un reino de Dios sin la presencia de personas provenientes del mundo pagano. Pero para estos maestros exponentes de una apertura universal, quedaba claro que Israel era el centro y la norma de la salvación. No solo era el lugar donde las naciones encontrarían la salvación, sino también donde podrían llevar la forma de vida necesaria para mantenerla. La novedad que ofrece Jesús al mandar al paralítico “a su casa” está precisamente en que Israel deja de ser centro y norma para las naciones.