Marcos 2,15-17

Imprimir




LA NUEVA COMUNIDAD. OPOSICIÓN DE LOS LETRADOS

15 Sucede que, estando él recostado a la mesa en su casa, muchos recaudadores y descreídos se fueron reclinando a la mesa con Jesús y sus discípulos; de hecho, eran muchos y lo seguían

16 Los fariseos letrados, al ver que comía con los descreídos y recaudadores, decían a los discípulos: ¿por qué come con los recaudadores y descreídos?

17 Lo oyó Jesús y les dijo: No sienten necesidad de médico los que son fuertes, Sino los que se encuentran mal. No he venido a invitar justos, sino pecadores.

15 Sucede que, estando él recostado a la mesa en su casa, muchos recaudadores y descreídos se fueron reclinando a la mesa con Jesús y sus discípulos; de hecho, eran muchos y lo seguían”.

En el texto de Marcos el verbo introductorio “sucedió que” se encuentra en presente: “sucede que” (única vez en este evangelio). Este detalle tiene su importancia pues coloca la escena en el tiempo del evangelista.  Lo que va a ser descrito, la incorporación de los excluidos de Israel y virtualmente de los paganos a la comunidad de Jesús, es un hecho que está sucediendo cuando escribe Marcos. El episodio pierde así su carácter anecdótico y adquiere validez para todo tiempo, en consonancia con el significado programático del episodio del paralítico.

La frase estando “él en su casa” es doblemente ambigua. Puede preguntarse si el pronombre “el” se refiere a Leví o a Jesús, ambos mencionados en la perícopa anterior. Y lo mismo cuál de los dos es el dueño de la casa. La duda se refuerza si se tiene en cuenta que inmediatamente después aparece el nombre de Jesús, que podría haber figurado al principio, suprimiendo la ambigüedad.

La ambigüedad del posesivo “en su casa” parece indicar precisamente que la casa es tanto de Jesús como de Leví. En primer lugar, podemos afirmar que es de Jesús, basado en la frase final de la perícopa “no he vendido a invitar justos sino pecadores” (2,17). De aquí podemos deducir que es Jesús el anfitrión de los pecadores, representados en la comida por los recaudadores y descreídos. Pero también podemos concluir que la casa de Jesús es también la de su seguidor.

Jesús está “recostado/yaciente”. Este verbo ha sido usado por Marcos para indicar la postura de dos enfermos: la suegra de Pedro (1,30) y el paralítico (2,4). Se usa también para referirse a los que duermen. Indica la postura acostada y la inmovilidad propia del enfermo o del durmiente.

Difiere del verbo usado para describir la postura de los que comen con él (“reclinados”) indicando una diferencia de matiz.

Probablemente señala así Marcos que el Jesús que va recibiendo a su mesa a los excluidos de Israel y a los paganos, es el que ha pasado por la muerte, significada por la metáfora del sueño. Esta interpretación concuerda con el presente inicial, “sucede que”, que coloca la escena en tiempo del evangelista. La escena anticipa lo que está ocurriendo cuando Marcos escribe: se está realizando el programa universalista de Jesús; la nueva comunidad es fruto de su muerte y resurrección.

En este pasaje “casa” significa “casa/hogar” y connota las relaciones familiares que en ella existen. Esta “casa/hogar” representa a la comunidad de Jesús, constituida aquí por primera vez, y que es distinta de la “Casa de Israel”.

En esta casa, la de Jesús, Él está sentado a la mesa. La primera vez que aparece la comunidad de Jesús está caracterizada por comer juntos con Él, expresión de amistad, familiaridad e intimidad. Esta concepción se basa en la naturaleza del alimento, que es factor de vida. Participar del mismo alimento es participar de la misma vida, lo que crea un vinculo de hermandad entre los comensales[1].

La postura de Jesús y de los comensales (“recostado” y “reclinados”) indica que se trata de un banquete presidido por Jesús mismo. Sólo podían comer reclinados los hombres libres. Esa postura era característica de la cena pascual, como signo de liberación.

Este banquete es pues, símbolo de amistad, de libertad, de comunión, de alegría. Es el banquete mesiánico del Reino de Dios, representado con la figura del banquete en los escritos de la época[2]. La casa presenta un ambiente de fiesta, de amistad y libertad en torno a Jesús.

La nueva hermandad que no excluye a nadie de la mesa y que iguala a todos, representa la nueva tierra prometida, destinada no solamente a Israel, sino abierta a los pueblos paganos. El Reino se va realizando en la historia. El banquete insinúa la participación en la Eucaristía de los que proceden del paganismo.

En la frase siguiente, el nombre de Jesús se intercala -a manera de vínculo- entre la mención de dos grupos: el de los recaudadores y descreídos y el de los discípulos.  A los excluidos de Israel, primicia de los pueblos paganos, no los recibe Jesús situándose en la casa de Israel. Al contrario, los discípulos que proceden de Israel han de estar con los otros en la casa común de la humanidad nueva.

El término “descreídos” podría traducirse literalmente como “pecadores”, pero esta traducción no tendría la fuerza que aquella sociedad daba al término. En el judaísmo denotaba al hombre sin religión que no hacía caso de la Ley de Moisés, negando así radicalmente el orden y la moralidad encarnados en ella y colocándose en oposición a Dios. El pecador/descreído no participaba de la santidad del pueblo escogido, compartida por cada israelita en cuanto miembro de ese pueblo. Su conducta lo asimilaba a los paganos, a los que eran pecadores de origen, por haber rechazado la Ley desde el principio.

Los recaudadores y descreídos del evangelio, eran gente de conducta inmoral conocida o bien, que ejercían una profesión deshonrosa. Para los judíos observantes no podía haber con ellos comunidad de mesa ni de culto, por miedo a ser contagiados de su impureza. De ellos se distanciaban so sólo los fariseos sino también el resto del pueblo.

La inclusión del recaudador entre los descreídos aparece claramente por los datos históricos, pero también en el evangelio mismo, por la sucesiva inversión que hace Marcos, en el orden de los términos. Así en 2,15, pone en primer lugar a los recaudadores, enlazando con la escena de Leví (2,14); en 2,16 los menciona dos veces, la primera comenzando por los descreídos, la segunda por los recaudadores, en cada caso bajo un solo artículo indicando que no se trata de dos grupos separables. Todos ellos se compendian en el término “pecadores”, usado por Jesús en la frase final de la perícopa. (2,17)

Los pecadores eran considerados por la mayoría excluidos de la misericordia divina. En opinión de sus connacionales, para estos judíos que por su profesión o conducta se habían hecho como paganos, la conversión era poco menos que imposible.

Los más intransigentes frente a los pecadores, eran los fariseos, que se preciaban de observar hasta las minucias de la Ley. Según ellos, las culpas de los descreídos iban siempre en aumento e imposibilitaban el perdón de Dios. Viendo en la Ley la manifestación de la voluntad divina y el único medio de salvación, trazaban sin vacilar una línea divisoria entre los que agradaban a Dios y los demás. El no observante no podría ser grato a Dios. Y como la falta de observancia era un hecho constatable, este principio tenía una consecuencia social inmediata: los observantes evitaban todo trato con descreídos, como rechazados por Dios e impuros.

Pues bien, esta clase de gente condenada en bloque como prácticamente pagana, es la que va a reclinarse a la mesa con Jesús y sus discípulos.

De esta escena se deduce claramente que no todos los seguidores de Jesús reciben en Marcos, el nombre de discípulos, sino solamente los que proceden del Israel tradicional. Tanto Leví como los “muchos recaudadores y descreídos”, aún siendo seguidores de Jesús no son designados como discípulos. Es más cuando a continuación los fariseos letrados reprochan a los discípulos que su maestro come con recaudadores y descreídos, es claro que Leví, que ha recibido la invitación de Jesús a seguirlo, no está incluido en el número de los discípulos, sino en el de los pecadores.

La llamada de las dos parejas de hermanos israelitas había precedido a la de Leví, el excluido de Israel. Paralelamente en la escena de la casa, para estar a la mesa con Jesús, los discípulos han tenido precedencia respecto a los recaudadores y descreídos. Con esto se está dando a entender que para formar parte de la nueva comunidad, la primera opción pertenece a Israel, pero la prioridad de este pueblo es sólo en el tiempo, no indica superioridad sobre los demás pueblos. El texto sitúa a unos y otros en torno a Jesús, en la misma postura, en la misma casa y en el mismo banquete. Los excluidos de Israel gozan de la misma amistad y comunión con Jesús que el grupo israelita.

Es la primera vez que Marcos, utiliza la denominación “los discípulos”. Puede preguntarse por qué llama Marcos, “discípulos” solamente a los seguidores de Jesús que proceden de Israel y no a todo seguidor, como hacen los demás evangelistas.

Para Marcos, esta denominación cumple la promesa expresada en Is. 54,13, en el contexto de la restauración de Jerusalén: “Y haré de todos tus hijos discípulos de Dios”. Se tiene aquí otro caso de transferencia de una función divina a Jesús (2,10). Los “Hijos de Jerusalén”, es decir, los que pertenecían al Israel institucional y habían de ser discípulos de Dios, lo son ahora de Jesús. Por otra parte, la relación maestro-discípulo implica una enseñanza que expone la doctrina tomando pie de las Sagradas Escrituras judías y apta, por tanto, solamente para los iniciados en ellas.

El inciso “de hecho eran muchos y lo seguíaninsiste en el gran número de los muchos recaudadores y descreídos, aclarando que el hecho de participar en el banquete se debe al seguimiento. Continúan y amplían así la figura de Leví, llamado por Jesús a seguirlo. La doble mención de “muchos” mientras nada se dice del número de discípulos, indica que los seguidores no israelitas son bastante más numerosos que los propios israelitas. Aparece así, que, en tiempo de Marcos, la comunidad de Jesús crece mucho más por el acceso de individuos procedentes del paganismo o excluidos de Israel que por los procedentes del judaísmo. El gran número de estos seguidores realiza en la historia el ansia de la humanidad pecadora por encontrar salvación, según se representaba en los portadores del paralítico. La invitación de Jesús a Leví ha abierto las puertas a los excluidos de Israel que no tardan en acudir.

En esta escena, los discípulos, que son israelitas, aceptan la presencia de los excluidos de Israel y la comunión con ellos, en contra de la interpretación de la Ley propuesta por los letrados. En torno a Jesús se inicia un movimiento que no respeta los tabúes religiosos ni las convenciones de la sociedad. Ante este hecho surge una protesta, pero esta no procede del pueblo que ha aceptado el mensaje universalista de Jesús (2,13), sino de los fariseos letrados, maestros de la teología oficial.

16 Los fariseos letrados, al ver que comía con los descreídos y recaudadores, decían a los discípulos: ¿por qué come con los recaudadores y descreídos?

Aparecen por primera vez los fariseos, representados por los que entre ellos son letrados, maestros e intérpretes de la Ley. Los letrados habían sido mencionados antes (1,22 y 2,6) pero ahora aparecen por primera vez en persona y Marcos, los presenta como categoría. Los fariseos ordinarios son los observantes, los fariseos letrados son, además, los estudiosos que interpretan la Ley y fundamentan la observancia.

La pregunta de los letrados se dirige a los discípulos miembros del pueblo de Israel, pero no les reprochan haber participado en el banquete. Su hostilidad se centra en Jesús. Interponen su autoridad para desprestigiarlo ante ellos, mediante una pregunta que implica que Jesús, al tratar con gente impura, está violando la Ley.

En la enumeración de los no israelitas que participan en el banquete se ponía en primer término la calificación religiosa “pecadores y descreídos”. Y en segundo lugar una profesión de mala fama “recaudadores”, detestada socialmente.

En la pregunta de los letrados, en cambio, aparecen primero los recaudadores, haciendo resaltar el motivo profesional del rechazo. Parecería así un intento de racionalización poniendo en primer término la discriminación social y no la religiosa. Sin embargo, implícitamente acusan a Jesús de apartarse de Dios, por no respetar las discriminaciones prescritas. No pronuncian siquiera su nombre; su solo tono es ya despectivo.

La conducta de Jesús, que aún no ha roto con el Israel oficial, resulta escandalosa para los tutores de la ortodoxia, que se sienten obligados a pedir explicaciones de su obrar.

Dado que el episodio anticipa una situación existente en tiempo de Marcos, la pregunta de los letrados, más que una incitación a los discípulos para que abandonen a Jesús, el Maestro que hace caso omiso de la tradición de Israel, podría representar una polémica de Marcos, contra la actitud de los grupos judeocristianos que sostenían la necesidad de que los paganos observaran la Ley judía para poder formar parte de la comunidad mesiánica.

17 Lo oyó Jesús y les dijo: No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que se encuentran mal. No he venido a invitar justos, sino pecadores”.

El reproche de los letrados llega a oídos de Jesús y éste sale en defensa de su actuación. Responde a los letrados con dos antítesis paralelas, construidas de la misma manera negativa-afirmativa: “no... sino...”

La primera antítesis toma pie de la actividad del médico, aludiendo a las curaciones efectuadas por Jesús (1,34).  Sin embargo, no habla de “sanos” y “enfermos” sino de “los que son fuertes” y “los que se encuentran mal.

Los que son fuertes designa en seis pasajes de Isaías a los jefes y opresores del pueblo. “Los que se encuentran malson, en el profeta Ezequiel 34,4, el pueblo abandonado por sus dirigentes, insensibles a su dolorosa situación. Estos son pues conceptos correlativos; opresores y oprimidos.

De esta manera, el proverbio tradicional del médico y los enfermos se convierte en este pasaje en una denuncia de la opresión. Son los oprimidos del pueblo -entre los que se encuentran los pecadores excluidos por la sociedad religiosa y civil- los que sienten necesidad de un libertador. Los instalados en el poder, los opresores, en cambio, con clara alusión a los letrados, prescinden gustosos de él; no les interesa.

Lo que está en juego no es, por tanto, una mera cuestión religiosa, sino sobre todo una injusticia social con pretexto religioso; la religión apoya y justifica la opresión.

El médico designa a Jesús. Su acción con los pecadores se ha descrito en la figura del paralítico; liberar del pasado e infundir vida nueva. Este es el sentido total de su actividad.

La segunda antítesis “no he venido a invitar justos sino pecadores alude al banquete del que Jesús es anfitrión. Describe la misión de Jesús y recuerda el anuncio del reinado de Dios.

El verbo “invitar”/“llamar  ha sido usado antes referido a Santiago y Juan (1,20) y significa por tanto, invitar al seguimiento, a formar parte de la comunidad de Jesús, primicia del Reino.

Los letrados fariseos han pronunciado la palabra “pecadores/descreídos” distinguiéndolos de sí mismos, los no pecadores. Jesús acepta su terminología y afirma que él, el enviado de Dios, no tiene por misión invitar a los que se tienen por justos basándose en la observancia de la Ley. Excluye del Reino a sus interlocutores que se creen tales. Se produce así una subversión teológica: los que piensan pertenecer por propio derecho al pueblo de Dios y excluyen de él a otros, quedan fuera del Reino, mientras los excluidos por ellos son admitidos en él. El Reino de Dios y la institución y Ley judía sin inconciliables.

De hecho “los justos piensan estar bien con Dios porque observan la Ley; están satisfechos de sí mismos; no creen necesitar cambio. Pero hay una ironía en la denominación “justos”. Como ha aparecido en el episodio del leproso (1,39), la Ley es injusta porque prescribe la marginación y no refleja lo que es Dios porque justifica la falta de amor. (1,44). El “justo” que piensa ser tal porque se esfuerza en ser fiel a la Ley, se hace precisamente por eso, cada vez más injusto y se aleja más de Dios.

En su pregón inicial (1,15) Jesús había exhortado a todos a la enmienda, indicando que todos tienen necesidad de ella, y que a todos es posible cambiar de vida. Pero los maestros de la Ley, sus guardianes y defensores, creyendo conocer hasta el detalle la voluntad de Dios, no están dispuestos a rectificar. Los “pecadores, por el contrario, reconocen su propia situación e injusticia y están dispuestos a cambiar de vida y seguir a Jesús.


[1] De ahí la gravedad de la traición del que ha sido huésped a la mesa de otro. En tiempo de Jesús el símbolo tenía más fuerza, pues en lugar de servir el alimento en platos individuales, se servía en fuentes comunes para varios comensales, de las que cada uno tomaba directamente. Así quedaba subrayada la unidad del alimento y la común participación.

[2] Compartir la misma mesa era signo de estima y de amistad. Comer con alguien, estar a la mesa en compañía, era señal de estrecha amistad. Comer y beber en compañía de Dios pertenece a la expectación judía del banquete escatológico. A la figura del banquete mesiánico del tiempo final corresponde la concepción escatológica de comer y beber en la mesa del Rey celeste. Un rasgo común en la expectación escatológica del judaísmo contemporáneo de Jesús era la idea del banquete mesiánico. En los días de su aparición, todos los judíos fieles serían invitados a sentarse en la cena del Mesías



Sagrado Corazón de Jesús | Logo
Afiliados Parroquia Sagrado Corazón de Jesús | Torreón, Coahuila | 2020 | 
Aviso de Privacidad