Marcos 8,34 - 9,1

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Introducción a la sección 8,34 - 9,29

Después de la perícopa (8,31-33) que expone el sentido del verdadero mesianismo y pone el fundamento a la vida y misión de los seguidores de Jesús, la sección siguiente, se desarrolla en forma de tríptico, en el que cada una de las hojas se relaciona con lo expuesto en la perícopa inicial.

En la primera, y en vista de la resistencia de los discípulos a la enseñanza sobre el destino del Hijo del hombre, Jesús expone a los dos grupos de seguidores las condiciones para seguirlo y sus implicaciones (8,34-9,1). Así desarrolla el sentido extensivo de la denominación “el Hijo del hombre”.

En la segunda, para desmentir la idea del grupo sostenida por Pedro, de que su muerte significa el fracaso de su persona y de su obra, revela a los tres discípulos más señalados y reacios, el glorioso destino del que entrega su vida para dar vida a la humanidad (9,2-13). 

En la tercera, Marcos muestra el fracaso de los discípulos, quienes, a pesar de los esfuerzos de Jesús, no aceptan el mesianismo que Él les propone, no pueden ofrecer alternativa a la opresión que sufre el pueblo judío (9,14-27).

Termina el tríptico con un breve colofón (9,28-29) en el que, como en la introducción (8,31-33), los personajes que intervienen son Jesús y los discípulos.

Marcos. 8,34 - 9,1

CONDICIONES PARA EL SEGUIMIENTO

34 Convocando a la multitud con sus discípulos, les dijo: Si uno quiere venir detrás de mí, reniegue de sí mismo y cargue con su cruz; entonces, que me siga.
35 Porque quien quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, quien pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo.

36 Pues, ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero y malograr su vida? 

37 Y ¿qué podría uno pagar para recobrar su vida?

38 Además, quien se avergüence de mí y de mis palabras ante esta generación idólatra y descreída, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando llegue con la gloria de su Padre, acompañado de los ángeles santos.

9,1 Y añadió: Les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto que el reinado de Dios ha llegado ya con fuerza.

El inicio de esta perícopa está marcado por el cambio de auditorio de Jesús. En la anterior estaba Él sólo con sus discípulos; ahora se incorpora “la multitud”.  Cambia también la temática: del destino del Hijo del hombre, y la reacción de Pedro se pasa a la instrucción acerca de las condiciones necesarias para ser seguidor de Jesús. El fin de la perícopa en 9,1 está señalado por la datación precisa y diferente que aparece en 9,2: “seis días después…”, por la disminución del número de personajes “Jesús y tres de sus discípulos”, y por el cambio de escenario “un monte alto” y de temática “la transfiguración”.

Ante el nuevo fracaso de su enseñanza al grupo de sus discípulos, Jesús quiere dejar claro a todos sus seguidores cuales son las condiciones que exige el seguimiento (v34). A continuación, para mostrarles la racionalidad de estas exigencias, si se comprende en qué consiste el éxito de la existencia humana, expone una argumentación dividida en dos bloques. El primero (vv35-37) se refiere a la opción interior del hombre y corresponde a la primera condición. El segundo (v38) concierne al mal comportamiento del seguidor ante una sociedad hostil y corresponde a la segunda condición. Termina con un dicho separado de la anterior, que contiene una predicción (9,1).  La perícopa puede dividirse así:

8,34Destinatarios y condiciones para el seguimiento.
8,35-37Argumentación para demostrar la racionalidad de la primera condición.
8,38Argumentación para demostrar la racionalidad de la segunda condición.
9,1Predicción final.

34a Convocando a la multitud con sus discípulos, les dijo:

Queriendo poner remedio a la oposición de los discípulos expresada por Pedro, al destino del Hijo del hombre, Jesús vuelve a “convocar” a sus seguidores, como ha hecho en ocasiones anteriores. Tres veces había convocado a los discípulos/Doce (3,13; 6,7; 8,1); una vez a la multitud (7,14), que es una de las maneras como Marcos designa al grupo de los seguidores que no procedían del judaísmo. En esta ocasión Jesús convoca a los dos grupos, aunque según el uso de Marcos, al estar unidos en el texto por la preposición “con”, el segundo grupo resalta en primer plano. Esto hace ver que son ante todo los discípulos quienes necesitan la instrucción que va a dar.

Al convocar juntos a los dos grupos, Jesús pone al mismo nivel a los discípulos y a los otros seguidores. Elimina así toda pretensión de los primeros de formar un círculo privilegiado. Muestra así que la estrecha relación con Él está abierta a toda persona, como lo había ya afirmado en 3,35, en presencia de una multitud que estaba en torno a Él: “Quienquiera que lleve a efecto el designio de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Dado el contenido de la instrucción que sigue, el hecho de convocar ante todo a los discípulos, muestra que continúa la resistencia de éstos a la enseñanza anterior sobre el destino del Hijo del hombre (8,31); no aceptan su muerte, presentada como cierta por Jesús ni que, en consecuencia, según el carácter inclusivo de la expresión “el Hijo del hombre”, pueda tocarles a ellos mismos un destino semejante. En vista de tal actitud y de que las circunstancias apremian, Jesús, que ya ha expuesto su programa mesiánico y las consecuencias que conlleva, quiere disipar todo equívoco, enfrentarlos con lo que significa el verdadero seguimiento, para que, con plena conciencia, renueven su opción.

Nótese que los discípulos no son llamados “los Doce”. De hecho, la instrucción siguiente no se refiere a ellos en cuanto representantes del nuevo Israel, sino simplemente en cuanto seguidores de Jesús.

34b Si uno quiere venir detrás de mí, reniegue de sí mismo y cargue con su cruz;entonces, que me siga.

Jesús no se dirige al grupo de sus seguidores como tal, sino a cada individuo. Lo primero que resalta en sus palabras es que seguirlo a Él ha de ser una decisión personal y libre. Cada cual es responsable de su opción y de la dirección que le imprime a su vida, y no debe dejarse condicionar por su pertenencia a un grupo determinado. Es también de notar que no hay coacción o presión alguna por parte de Jesús, que no argumenta a partir de una voluntad divina ni profiere ninguna amenaza contra los que no acepten su oferta. Propone el seguimiento como una posibilidad libre y abierta a todos y a cada uno.

Venir”/”ir tras él” equivale al empezar a seguirlo (1,17-20) de los primeros llamados; lo que implica adoptar un estilo de vida como el suyo. Enuncia Jesús a continuación las dos condiciones para el seguimiento, que ponen al hombre en el camino de su plenitud y lo capacitan para construir una sociedad nueva.

Formula la primera condición como “renegar de sí mismo”. Renegar significa romper la fidelidad o lealtad que se profesaba a ciertos ideales o personas. Un individuo puede renegar de su patria o de su religión, es decir, puede decidir que lo que antes consideraba un valor supremo, ha dejado de serlo para él, que esa realidad ya no le interesa y que no forma parte de su proyecto de vida. Hay una alusión en estas palabras a los valores implícitos en la idea de los hombres, que Jesús ha rechazado dirigiéndose a Pedro (8,33). La ambición de poder y de grandeza, tanto en el plano nacional como en el individual. Se trata pues, de renunciar a todos los ideales o estilos de vida contrarios al designio de Dios sobre el individuo y sobre la humanidad, es decir, se trata de un cambio de valores.

Dicho de otro modo, la primera condición exige la renuncia a toda ambición de acaparar riqueza, buscar prestigio y ejercer dominio. Mientras el individuo alimente esos deseos de forma personal a costa de los demás, esto impedirá su desarrollo humano y no podrá trabajar por el bien de la humanidad.

Este “renegar de si mismo” es la condición para el amor universal, núcleo de la idea de Dios (8,33). Mientras el individuo abrigue esas ambiciones no podrá contribuir a la creación de una sociedad justa, sino que fomentará la injusticia.

La segunda condición “cargue con su cruz”, recuerda la predicación anterior sobre el Hijo del hombre (8,31). La cruz era la pena infame a la que los tribunales romanos condenaba a los acusados de grandes crímenes. Existe por tanto, una alusión al mundo pagano. No se habla, sin embargo, de “morir en la cruz”, sino de “cargar con la cruz”. Entre ese momento y la crucifixión misma hay un camino de ignominia que es al que alude la frase. Jesús utiliza esta figura para hacer conscientes a los suyos de la seriedad de su compromiso con Él. El dicho no implica, por tanto, un vaticinio del destino de cada seguidor, pero indica que quien se propone ir tras Jesús ha de asumir por anticipado que la sociedad lo rechace; tiene que estar dispuesto a sufrir el descrédito, la marginación, la persecución y, en el caso extremo, la muerte. El aspirante a seguidor ha de perder el miedo a la censura o a la condena de la sociedad en que vive. Como para Jesús, este rechazo es la consecuencia inevitable de su opción y de su actividad. Si no lo acepta de antemano será incapaz de comprometerse seriamente con Jesús.

La primera condición da al hombre la libertad para actuar; la segunda le da su máxima dignidad, la valentía de ser coherente consigo mismo hasta el fin, haciendo así posible la eficacia de su labor.

Cumplir las dos condiciones es el umbral del discipulado. Quien las acepta puede comenzar a seguir a Jesús. Él señala un camino, propone un modo de proceder e indirectamente define que lo que lleva al ser humano a su plenitud (el Hijo del hombre) es renunciar a todo interés egoísta para dedicarse a procurar el bien de todos, y eso a pesar de una hostilidad que pueda llegar hasta el extremo. Este modo de comportarse corresponde a la “idea de Dios” (8,33); ese es el designio de Dios sobre el hombre (3,35), pues el ser humano se realiza en la relación de amor, en la entrega que comunica vida.

El motivo que puede impulsar al hombre a seguir a Jesús es el mismo que impulsó a Jesús a su compromiso en el bautismo y que le valió ser constituido “El Hijo de Dios”: el amor a la humanidad, que empieza por el amor a la justicia. No es un motivo teológico ni impuesto, sino humano y espontáneo, basado en la solidaridad que nace de la pertenencia al mismo género humano. Jesús, pionero y modelo de este compromiso, ofrece a todos la posibilidad de asociarse a su labor difusora de vida.

Las condiciones del seguimiento expresan precisamente, en su aspecto individual y social, la preparación necesaria para llevar a cabo un trabajo eficaz y duradero a favor de los hombres, que es, al mismo tiempo, el camino para la realización de la propia persona.

Las condiciones para el seguimiento van mucho más allá de la enmienda (metanoia) predicada por el bautista para el perdón de los pecados y postulada por Jesús como condición para el reinado de Dios (1,15).  La enmienda consiste en un cambio de actitud y de conducta respecto al prójimo, proponiéndose evitar la injusticia personal. Las condiciones para el seguimiento que se derivan del destino del Hijo del hombre (8,31), suponen además la ruptura con los sistemas injustos y una hostilidad por parte de ellos, que pueda acarrear al seguidor incluso la pérdida de la vida.

35 Porque quien quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, quien pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo.

Tampoco ahora invoca Jesús la autoridad divina para dar fuerza a su propuesta. Simplemente aduce una serie de argumentos que prueban que la opción que ha presentado, aunque parezca dura, es sensata y responde a lo que es el hombre. Jesús confía en la racionalidad del ser humano y cree que éste debe actuar por convencimiento propio, no por imposición de una autoridad externa, aunque ésta sea la de Dios.

En el primer argumento hay que notar el doble concepto de salvación. El primero podría presentarse en estos términos: Para el que no tiene más horizonte que el de esta vida, salvación significa el éxito en este mundo, procurando por todos los medios conservar la vida física. El segundo, para el que es fiel a Jesús y a su mensaje, salvación significa plenitud propia y ajena, sabiendo que la muerte no es el fin, sino el coronamiento del desarrollo humano.

Quien tiene como valor supremo la conservación de la vida física nunca será libre, pues el que pueda amenazar su vida le hará perder su dignidad y lo tendrá bajo su dominio; nunca se desarrollará como persona. En cambio, el que pierde el miedo al descrédito, a la persecución e incluso a la muerte, será plenamente libre, podrá entregarse sin trabas a procurar el bien de la humanidad, realizando con ello su plenitud humana. Según el planteamiento de Jesús, hay valores humanos que trascienden el de la vida física, que son propios del hombre, y que éste puede descubrir por sí mismo.

En todo caso, por muchos esfuerzos que haga el hombre por poner a salvo su vida, no podrá impedir la llegada de la muerte. Por eso, quien pone todo su interés en evitarla acabará fracasando (“la perderá”). En cambio, quien acepta incluso perder la vida física por la causa de Jesús, tiene la seguridad de que seguirá viviendo, como ha predicho Jesús del Hijo del hombre (8,31). Jesús muestra así que su exigencia, aparentemente tan dura, es la única opción racional para el hombre, y la única que evita su ruina. Se prueba una vez más el carácter inclusivo de la denominación “el Hijo del hombre” y se confirma el propósito de la enseñanza de Jesús.

La frase “quien quiera poner a salvo su vida” o bien “ponerse a salvo”, expresa la actitud egoísta del que hace del propio interés el valor supremo. A esa actitud se oponen las dos condiciones del seguimiento, que implican la renuncia a las ambiciones y el don de sí mismo, que puede llegar hasta la entrega final.

El dicho de Jesús expone el motivo que lleva al hombre a una entrega de esta calidad. La adhesión a Él (“por causa mía”), que va realizando la plenitud del ser, y el anuncio del mensaje (“y de la buena noticia”), expresión del amor universal, que busca la promoción y la plenitud de todos. Se ve así que la decisión de “renegar de sí mismo” no queda en lo negativo, sino que es requisito para seguir el camino de Jesús y para la práctica de una actividad como la suya.

La mención de la buena noticia enlaza este pasaje con la proclamación inicial de Jesús (1,15), que anunciaba la cercanía del reinado de Dios y exhortaba a la enmienda y a la fe en esa buena noticia. Una proclamación semejante será la que lleve al seguidor a ser perseguido y condenado. Pero no se trata de una proclamación de meras palabras, sino demostrada con la realidad del reinado de Dios en la vida de los seguidores, fruto de su renuncia y entrega.

36 Pues, ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero y malograr su vida?.

37 Y ¿qué podría uno pagar para recobrar su vida?

Ilustra Jesús la primera condición del seguimiento. Pone como hipótesis lo que para muchos sería el éxito total de la ambición humana: “ganar el mundo entero”, es decir, alcanzar el máximo de riqueza, posición social y dominio. Pero este éxito llevaría consigo un terrible fracaso. El “tener” no desarrolla ni realiza plenamente al ser humano, cuya verdadera riqueza es su “ser”. Un individuo así, vive en un espejismo. Busca lo que considera más excelente y eso lo va destruyendo. Lo que gana, la gloria y el poder del mundo, es exterior a él; lo que pierde, en cambio, es su propia identidad, su propio ser. Llegar a tenerlo todo a costa de la propia realización (“y malograr su vida”) sería un fracaso irreversible. La riqueza que había acumulado es incapaz de comprarle un nuevo comienzo; el poder de que disponía es impotente para devolverle la vida.

Las palabras de Jesús no son una amenaza; subrayan la importancia y la urgencia de hacer la opción correcta, de emprender el camino que Él mismo recorre y propone a los hombres. No anuncia un castigo de Dios ni suyo; es la persona misma quien por sus malas opciones puede destruir su vida y su futuro.

Este dicho de Jesús está claramente relacionado con la primera condición del seguimiento. De hecho, la expresión “ganar el mundo entero” compendia los intereses y ambiciones egoístas de los que el hombre ha de renegar para poder seguir a Jesús.

38 Además, quien se avergüence de mí y de mis palabras ante esta generación idólatra y descreída, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando llegue con la gloria de su Padre, acompañado de los ángeles santos.

Ahora, Jesús ilustra la segunda condición. Anuncia una llegada del Hijo del hombre que afectará a individuos que lo conocen a Él (“de mí”) y han escuchado su mensaje (“de mis palabras”), es decir, a los dos grupos de seguidores, discípulos y multitud, a los que ha expuesto las condiciones del seguimiento. Propone una hipótesis que, aunque se enuncia en singular, incluye virtualmente una pluralidad: “quien” que equivale a “todo el que”.

Avergonzarse” de alguien o de algo describe el estado de ánimo de quien, viendo que hacer pública su adhesión a una persona o mensaje puede redundar en propio descrédito ante otros o ante la sociedad, evita manifestar esa adhesión y difundir ese mensaje. En este caso, el que se avergüenza cede a la presión ideológica de la sociedad, estableciendo una valoración comparativa: vale más el juicio pasajero de esta generación que el definitivo de Jesús. La actitud de tal seguidor contradice directamente a la segunda condición para el seguimiento: “cargue con su cruz”, es decir, acepte la hostilidad de la sociedad, incluso si ésta amenaza su propia vida.

Jesús quiere así prevenir la posible actitud cobarde de algunos seguidores suyos ante un círculo de gente bien determinado al que se refiere como “esta generación”, término que como antes en 8,12, remite a la denominación rabínica de la “generación del Mesías.  La generación contemporánea de Jesús, que incluye dirigentes (8,31) y pueblo, viene tachada de idólatra y descreída, equiparándola a los paganos. “Idólatra”, en el lenguaje de los profetas, designa a la persona que da su lealtad a otros dioses; “descreída” o “impía es la que con su conducta niega a Dios.

El uso de la expresión “el Hijo del hombre”, modelo de desarrollo humano, indica que esa sociedad es un obstáculo para que el discípulo siga a Jesús y camine hacia la plenitud humana que ha conocido en Él, pero que el valor de esa meta supera todo lo que la sociedad pueda ofrecer (tentación) o todo con lo que pueda amenazar (persecución).

Para comprender lo que representan “los ángeles” en este texto, hay que tener en cuenta, en primer lugar, que ya Marcos ha identificado a Juan el Bautista con “el ángel/mensajero que prepararía el camino del Mesías (1,2). Por otra parte, la comunicación del Espíritu expresa que Jesús es “el Hijo de Dios” (1,10s) y convierte también a sus seguidores en “hijos de Dios”.  De ahí que, en este pasaje, donde la denominación “el Hijo del hombre” se aplica exclusivamente a Jesús como paradigma de Hombre, sus seguidores pueden ser designados como “ángeles, término equivalente, según concepción del Antiguo Testamento a los seres divinos o “hijos de Dios”. Jesús, el modelo de hombre, se presenta, por tanto, acompañado de los seguidores suyos que han alcanzado ya el estado definitivo.

La gloria” significa la realeza y condición divina del “Hijo del hombre”. Al decir Jesús: “con la gloria de su Padre” identifica al “Hijo del hombre” con el “Hijo de Dios e indica que “la gloria” que adorna a Jesús es efecto de la comunicación a Él de la vida divina (el Espíritu). Por otra parte, a los ángeles (equivalente a los hijos de Dios), se les califica de “santos, es decir, consagrados por el Espíritu.

Con este recurso literario, Marcos desdobla el contenido de la figura del Hijo del hombre. La denominación designa a Jesús en cuanto prototipo de la humanidad nueva, mientras “los ángeles” designan a los seguidores de Jesús que han pasado por la muerte, la han vencido como Él y han alcanzado la meta que es la condición divina.  Este dicho de Jesús anuncia pues, una llegada gloriosa del Hijo del hombre, pero considerada solamente en cuanto tiene relación con sus seguidores.

Entre ellos puede haber quienes, por la presión ideológica de la sociedad en que viven, no se atreven a hacer pública su adhesión a Jesús, a ser coherentes sosteniendo y difundiendo su mensaje. Ante esa actitud, la reacción del Hijo del hombre es de vergüenza, que, en paralelo con la vergüenza del seguidor, significa que sería para Él un descrédito reconocer por suyos a los que se han portado de ese modo. También la presencia de “los ángeles, los seguidores que han alcanzado la condición divina, pone en evidencia a los pusilánimes y les echa en cara su cobardía. “Los que se avergüenzan” se han echado atrás y no han contribuido al triunfo de lo humano.

 “Las palabras” o el mensaje de Jesús del que éstos se avergüenzan remite, en primer lugar, a la predicción del destino del Hijo del hombre (8,31), que realiza el “secreto del reinado de Dios” (4,11), al ofrecer plenitud de vida a todos los hombres, sin distinción de razas ni pueblos. Jesús enseña la igualdad de judíos y no judíos. No pretende restaurar el esplendor de Israel como nación ni humillar a sus enemigos. El suyo es el mensaje de la fraternidad universal, contra cualquier tipo de nacionalismo soberbio y excluyente.

Es precisamente con ese mensaje universalista que deja obsoleto todo privilegio de Israel, como declara superada la Ley mosaica y caducadas sus instituciones. Esto suscita la oposición de la sociedad judía a Jesús y a los que lo siguen. Quien no profesa los ideales judíos y no defiende los privilegios de ese pueblo es tachado por esa sociedad como traidor a Dios y a su designio sobre Israel.

El pasaje recuerda otro anterior que trataba de la futura misión: “Porque si algo está escondido (el secreto del reinado de Dios, 4,11) es sólo para que se manifieste, y si algo se ha ocultado es solamente para que salga a la luz (4,22).  Jesús espera que llegado el momento de la misión, los suyos proclamen valientemente la igualdad de todos los hombres y pueblos ante Dios.

En cambio, el seguidor que se avergüenza no ha tenido valor para llevar a la práctica las opciones básicas: amor universal contra particularismo nacionalista; autonomía contra conformismo y renuncia a la libertad. Quien se acobarda ante la hostilidad de una sociedad exclusivista es el que quiere salvar a toda costa la propia vida. Pertenece a la categoría de aquellos que “no tienen raíz, son inconstantes; por eso, en cuanto surge una dificultad o persecución por el mensaje, fallan (4,17). Este seguidor defrauda las expectativas de Jesús sobre él. Hay una confrontación del individuo con lo que habría podido y no se ha atrevido a ser, y se constata su fracaso existencial. De hecho, todo seguidor va a ser medido por la talla del Hijo del hombre, es decir, por su cercanía a la plenitud humana, cada uno según sus peculiaridades.

El dicho no pone, sin embargo, el acento sobre el destino que espera a este seguidor cobarde, sino solamente sobre su relación con Jesús. No se habla de juicio formal ni de sentencia. Pero cuando la sociedad  injusta conozca su ruina y triunfe lo humano sobre lo inhumano, Jesús, el prototipo de Hombre, no reconocerá por suyos a los que por miedo no se han esforzado porque se produzca ese cambio. Hay en este dicho una denuncia de la sociedad judía y de su exclusivismo, contrario a la solidaridad-amor. Indirectamente, sin embargo, se denuncia toda sociedad que sea obstáculo al crecimiento del hombre, imponiendo ideologías que estrechan su horizonte y limitan su autonomía y libertad.

El que se avergüenza no se ha atrevido a desafiar a la sociedad de su tiempo, injusta y separada de Dios. Sin embargo, también ella necesitaba salvación, y la única manera como podía obtenerla era renunciando a su mentalidad nacionalista, al ideal de la hegemonía mediante un mesías davídico, y adoptando una actitud de apertura, concordia y solidaridad con los demás pueblos. La denuncia de los principios inhumanos de esa u otra sociedad es parte de la misión profética del seguidor de Jesús. Por el contrario, la actitud conformista apuntala el sistema injusto y no crea oportunidad alguna para su cambio.

9.1 Y añadió: Les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto que el reinado de Dios ha llegado ya con fuerza.

Marcos separa de los anteriores este dicho de Jesús. Muestra así que la llegada del Hijo del hombre mencionada en la advertencia anterior no se identifica con la del reinado de Dios que va a anunciar ahora, pues ésta está datada (dentro de la misma generación); la anterior no.  La solemne introducción: “Les aseguro”, da a la predicción un carácter de certeza y alimenta la esperanza. Responde a la duda que podía quedar en los seguidores acerca de la eficacia de la misión mesiánica de Jesús. Afirma que “algunos de los aquí presentes”, tanto de los discípulos como de la multitud, antes de morir van a ver que reinado de Dios ha experimentado un impulso extraordinario.

La fuerza” significa en Marcos, “la potencia de vida” (5,30) que es Dios mismo y la comunicación del Espíritu. Jesús hablaba, por tanto, de una irrupción en el mundo del influjo vivificante y liberador del reinado de Dios. Es decir, del nuevo impulso que recibe la proclamación y aceptación del mensaje a partir de la ruina de Jerusalén y del templo. Será una notable infusión de vida a la humanidad, cuyo efecto, perceptible para todos, supondrá un cambio en las relaciones humanas, que empezará a basarse en el amor universal y en la solidaridad de los hombres por encima de las diferencias de raza, religión y cultura.

No dice el texto que algunos de los que están con Jesús vayan a ver la llegada del reinado de Dios, sino que percibirán que éste ha llegado ya con fuerza, antes de que tuvieran conciencia de ello. Esto se explica porque el reinado de Dios se realiza a nivel individual, por la infusión de su Espíritu, que no es perceptible para los demás, pero lo que si puede apreciarse son sus efectos en las relaciones humanas.

Ahora bien, la extensión vigorosa del reinado de Dios está ligada a la desaparición de las instituciones judías y a la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén. Son ellas el principal obstáculo para la propagación del Reino, pues los seguidores de Jesús procedentes del judaísmo no acaban de romper el cordón umbilical que los une a su tradición; conservan las categorías judías y siguen pensando en un mesianismo político y en la restauración de Israel, entorpeciendo la labor de la comunidad con los paganos.

Cuando todo esto caiga, los discípulos quedarán libres de ese espejismo y podrán dedicarse de lleno, con los otros seguidores, a la misión en todos los pueblos. Será entonces el florecimiento del reinado de Dios, cuando en las comunidades no se distinga ya entre miembros de origen judío y de origen pagano, y todos se entreguen a la misión universal.




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