EL ESTADO DEFINITIVO DEL HOMBRE
La Transfiguración de Jesús
2 A los seis días, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Los hizo subir a un monte alto, aparte, a ellos solos, y se transfiguró ante ellos.
3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero en tierra es capaz de blanquear.
4 Se les apareció Elías con Moisés; estaban conversando con Jesús.
5 Reaccionó Pedro diciéndole a Jesús:
“Rabbí, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, una para Moisés y una para Elías”.
6 Es que no sabía cómo reaccionar, porque estaban aterrados.
7 Sobrevino una nube que los cubría con su sombra, y hubo una voz desde la nube: “Este es mi Hijo, el amado; escúchenlo”.
8 Y de pronto, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos”.
9 Mientras bajaban del monte les advirtió que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos.
10 Ellos se atuvieron a este aviso, aunque entre ellos discutían qué significaba aquel “resucitar de entre los muertos”.
11 Entonces le hicieron esta pregunta: “¿Por qué dicen los letrados que Elías tiene que venir primero?”
12 Pero les repuso: “¡De modo que Elías viene primero y lo restaura todo! Entonces, ¿cómo está escrito que el Hijo del hombre va a padecer mucho, y va a ser despreciado.
13 Les digo más: no sólo Elías ha venido ya, sino que lo han tratado a su antojo, como estaba escrito de él”.
La perícopa presenta muchos cambios respecto a la anterior y a la siguiente: momento temporal explícito, presencia de sólo tres discípulos con Jesús, localización en un monte, manifestación gloriosa de Jesús y diálogo con los tres discípulos. Se divide en dos partes: subida al monte, donde Jesús se transfigura (VV. 2-8) y bajada del monte (vv. 9-13)
La primera parte describe una manifestación de la condición divina de Jesús. Tiene tres momentos: la transfiguración, la aparición de dos personajes del Antiguo Testamento (Moisés y Elías), que conversan con Jesús, y la presencia de una nube de la que sale una voz que interpreta la escena anterior. Después del segundo momento, Pedro interrumpe con una propuesta a Jesús. Termina la escena con la vuelta a la situación ordinaria.
La segunda parte describe la conversación entre Jesús y los tres discípulos mientras bajan del monte. En ella se encuentran dos temas: advertencia de Jesús a los discípulos y diálogo sobre Elías.
La perícopa puede dividirse así:
8,34 | Destinatarios y condiciones para el seguimiento. |
8,35-37 | Argumentación para demostrar la racionalidad de la primera condición. |
8,38 | Argumentación para demostrar la racionalidad de la segunda condición. |
9,1 | Predicción final. |
2a A los seis días…
Esta expresión sorprende por su precisión, dado que en las escenas precedentes no se ha señalado ninguna datación. Sin embargo, en la predicción anterior de la muerte-resurrección aparece una fórmula semejante: “a los tres días resucitará” (8,31). Conviene, por tanto, comparar esta y otras fórmulas del mismo estilo, para aclarar el sentido de la expresión.
La fórmula “a los tres días” se encuentra tres veces en el evangelio, referida a la resurrección (8,31; 9,31; 10,34): Otra semejante “a los dos días” (14,1), indica el intervalo entre la decisión de dar muerte a Jesús y la Pascua.
Esta última datación: “a los dos días era la Pascua” (14,1), señala el rechazo definitivo de Jesús por parte de las autoridades judías y corresponde a lo anunciado en 8,31. Esto sucede dos días antes de la Pascua, día de la muerte que Marcos identifica con aquel en que se sacrificaba el cordero pascual, es decir, de hecho, la vigilia de la Pascua (14,12).
Combinando estas dataciones, el cómputo es claro; pasan seis días (2+1+3) entre el rechazo y la resurrección, y este número es precisamente el que data la transfiguración. Ésta va a describir, por tanto, la condición del Hijo del hombre resucitado, además, por ser el día sexto, el de la creación del hombre (Gn. 1,26). Esa condición gloriosa representa la culminación de la obra creadora.
2b Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Los hizo subir a un monte alto, aparte, a ellos solos…
Como al principio de la perícopa de la declaración mesiánica de Pedro (8,27), se nombra aquí a Jesús en la frase introductoria, insinuando una relación entre las dos escenas.
Hay también una relación con la predicción sobre el destino del Hijo del hombre (8,31). Ante la violenta reacción a ella de Pedro, en nombre del grupo de discípulos (8,32), Jesús, mostrando su amor por ellos, quiere convencerlos mediante una experiencia extraordinaria, de que sufrir la muerte por procurar a los hombres vida y plenitud no significa el fracaso del ser humano y de su proyecto vital, sino que, por el contrario, asegura el éxito definitivo de la existencia.
Para ello, separándolos del grupo, toma consigo a los tres discípulos mas destacados: Pedro, Santiago y Juan, que son precisamente los que mayor resistencia ofrecen al mensaje, como lo hacían prever los sobrenombres que les impuso. Sabe que ellos arrastrarán al grupo. Son los mismos que fueron testigos de la vuelta a la vida de la hija de Jairo (5,37), es decir, los que experimentaron el poder de Jesús sobre la muerte. La selección que Jesús hace muestra que la resistencia se encuentra sólo en el grupo de discípulos, no en el otro grupo de seguidores.
En este evangelio, “el monte” determinado, es símbolo de la esfera de Dios en contacto con la historia humana. Marcos habla aquí de “un monte alto”; probablemente, sin nombrarlo, alude al Sinaí, monte en el que tanto Moisés como Elías, personajes que van a aparecer en escena, fueron testigos de una teofanía (Ex. 34,1; 1Rey 19,8). Jesús, por tanto, en este Sinaí simbólico, va a manifestarse tomando el lugar de Dios.
Va a tener lugar para estos discípulos, representantes del Israel mesiánico, una trascendental manifestación divina; Jesús los hace subir, pues ellos solos serían incapaces de alcanzar tal experiencia. La precisión “aparte” alude, como en los contextos anteriores (4,37 y 7,33), a la incomprensión de estos discípulos. Se los lleva aparte, a ellos solos, los más señalados, que determinarán la actitud del grupo.
En los episodios anteriores, los discípulos habían reconocido ya a Jesús como el Mesías (8,30), pero han interpretado mal su mesianismo: “ven pero no perciben” (4,12). Jesús ha pretendido corregir el error con su enseñanza, en la que exponía el destino del Hijo del Hombre (8,31), pero ha fracasado (8,32).
Ahora, de nuevo Jesús va a intentar que los tres discípulos más reacios cambien su falsa idea mesiánica y que acepten las consecuencias de la adhesión a Él (8,34). La manifestación que van a testificar les hará ver su condición gloriosa tras su victoria sobre la muerte. Quiere mostrarles el estado final del que entrega su vida para dar vida a la humanidad (8,31.35). Como lo ha indicado la datación “a los seis días”, la escena anticipa lo que será la condición del resucitado.
Las dos acciones de Jesús con los discípulos, “los tomó consigo” y “los hizo subir”, están en el texto de Marcos en presente histórico. Así, el evangelista insinúa que, en su época, los discípulos siguen teniendo la misma necesidad de una experiencia que los lleve a aceptar el destino del Hijo del Hombre.
3…y se transfiguró ante ellos: sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero en la tierra es capaz de blanquear.
Jesús cambia de aspecto. Marcos describe esa transformación señalando una blancura resplandeciente de sus vestiduras. Estas son expresiones de la persona y equivalen a la humanidad de Jesús; al mismo tiempo, la designan colocándola en una categoría: el blanco deslumbrador simboliza la gloria divina[1]. Se manifiesta, por tanto, la condición divina de Jesús, el que ha dado su vida por los hombres. La manifestación eclipsa y borra el aspecto de fracaso propio de la muerte.
Recalca Marcos el origen no terrestre de este esplendor. De hecho, la mención del batanero sirve para explicar que la blancura extraordinaria, la gloria que se muestra en Jesús, no es mero fruto del esfuerzo humano, sino efecto de la acción divina, en respuesta a su compromiso en favor de la humanidad.
El texto griego explicita el adverbio “así” (“no es capaz de blanquear así”), cuyo significado esta incluido en el “como” inicial. Es decir, por su compromiso y su entrega, el hombre puede llegar a cierta semejanza con Dios, pero la plena condición divina se debe a la respuesta de Dios a ese acto.
La transfiguración, en relación con la resurrección y, en consecuencia, con la muerte del Hijo del Hombre, expresa el triunfo de la vida sobre la muerte; manifiesta al mismo tiempo la calidad de esa vida, que alcanza la plenitud de la condición divina.
Si los discípulos interpretan bien lo que están viendo, perderán el miedo a la muerte, con lo que serán plenamente libres, y, si fuera necesario, estarían dispuestos a entregar su vida (8,34.35), sabiendo que esa entrega desemboca en la condición divina del hombre, es decir, en su salvación definitiva. Se muestra aquí el pleno alcance de lo que Jesús había afirmado: “el que pierde su vida por causa mía y de la buena noticia la pondrá a salvo” (8,35)
4Se les apareció Elías con Moisés; estaban conversando con Jesús.
La segunda parte de la experiencia visual que se ofrece a los discípulos, el nuevo dato que han de ver y percibir es la relación del Antiguo Testamento con el Hombre-Dios.
No se dice que “lleguen” Elías y Moisés, sino que “se aparecen”, como si una realidad escondida se hiciera visible. La construcción “Elías con Moisés” indica que el primero es secundario respecto al segundo. Es como si el texto dijera “Elías, además de Moisés”. Así, Marcos señala que Moisés es el personaje principal.
Elías y Moisés se aparecen a los discípulos, aunque sin rasgos de gloria. Representa, por tanto, las antiguas Escrituras, la Ley y los Profetas, como se han transmitido y son conocidas por el pueblo. Se explica que Moisés sea la figura principal, puesto que en el judaísmo se consideraba que los escritos de los Profetas eran un comentario a la Ley.
Las dos figuras son ambivalentes. Moisés sacó a Israel de Egipto, fue el legislador que lo constituyó como pueblo, el fundador de las instituciones y el anunciador de la llegada del Profeta (Dt. 18,15); pero al mismo tiempo, provocó la muerte de los primogénitos egipcios (Ex. 11,1-29), más tarde pasó a espada a los israelitas idólatras (Ex. 32. 15-29) y sepultó en la tierra a Córaj, Datán y Abirán, que se rebelaron contra él (Núm. 16,22-35). Elías, por su parte, representa a los profetas que predijeron la era mesiánica e intuyeron la salvación universal, pero fue también el profeta de fuego (Eclo. 48,1-9) que dio muerte a los sacerdotes de Baal (1/3 Re 18,20-40) y a los enviados del Rey (2/4 Re 1,90-12).
Al construir la frase anteponiendo Elías a Moisés, Marcos pone de relieve la figura del celo abrasador. En Moisés puede fundarse el espíritu nacionalista; en Elías el reformismo por la violencia.
Aunque Elías y Moisés se aparecen a los discípulos, no se dirigen a ellos; hablan únicamente con Jesús. Esto significa que el Antiguo Testamento ya no tiene un mensaje para los discípulos más que a través de Jesús. Los dos personajes aparecen orientados y convergentes hacia Él, en quien reconocen al Mesías que esperaban, dando a entender que la función del Antiguo Testamento era preparatoria, figurativa y anunciadora del Hombre-Dios.
La frase “estaban conversando con Jesús”, alude a Ex. 34,35, donde el trato de Moisés con Dios en la tienda del encuentro se describe así: “Tenía el velo sobre la cara hasta que entraba para conversar con Dios”. Esta conversación equivalía a recibir instrucciones o mandatos de parte de Dios, para comunicarlos a los israelitas.
En la escena de la transfiguración, por tanto, no sólo Moisés, el legislador, sino también Elías, el representante de los profetas, están recibiendo instrucciones o mandamientos de Jesús, que toma el lugar de Dios mismo. Se explica ahora el puesto secundario de Elías respecto a Moisés. Sólo éste último conversaba con Dios y recibía instrucciones de Él. Ahora, en cambio, también los profetas han de ponerse a la escucha de Jesús. Aparece así que la realidad del Hombre-Dios era la meta a la que apuntaba el pasado de Israel y su punto de referencia. Todo el Antiguo Testamento estaba en función del Hombre-Dios y se subordina a Él. Suya es la última palabra; no tiene Él que adaptarse a lo que dijeron Elías y Moisés, son éstos los que tienen que aprender de Jesús. Es decir, el mensaje de la Ley y de los Profetas no puede ya aducirse para invalidar o contrarrestar el modo de actuar o el mensaje del Mesías Hombre-Dios.
Así, Marcos ofrece la pauta para leer el Antiguo Testamento: todo lo que en éste se oponga o contradiga la actividad o la palabra de Jesús carece de valor; está obsoleto o era pura invención humana. Jesús define la validez del pasado y es la norma para el futuro.
La Ley y los Profetas, como fin en sí mismos, eran la base sobre la cual se cual se fundaba la ideología mesiánica de los letrados, compartida por los discípulos (8,33). Ahora se muestra a éstos que Moisés y Elías no son absolutos, sino subordinados a la realidad de Jesús, el Hombre-Dios; que el Antiguo Testamento sólo tiene validez en su referencia al Hijo del Hombre. La condición divina del hombre era la meta, apenas esbozada y todavía oscura, del Antiguo Testamento y, como tal, lo orienta y lo criba. El Hombre-Dios es el cumplimiento del designio divino y, teniéndolo ante los ojos, pueden apreciarse en la antiguo Escritura los intentos abortados y las desviaciones que han existido respecto al designio de Dios.
Queda así patente la superioridad de Jesús y de su mensaje sobre la revelación del Antiguo Testamento. Lo que diga Jesús está por encima de lo que hayan dicho Moisés y los Profetas. En consecuencia, los discípulos no pueden basarse en la ideología del judaísmo ni pueden simplemente encajar a Jesús en las antiguas categorías. Deben renunciar a ellas y adoptar las de Jesús, reteniendo de lo antiguo solamente aquello que, como tipo, anuncio o anticipación, concuerde con Jesús, el Mesías Hijo del Hombre.
5 Reaccionó Pedro diciéndole a Jesús: Rabbí, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, una para Moisés y una para Elías.
Pedro interrumpe el desarrollo de la escena. Reacciona a lo que, haciendo una propuesta. Se dirige exclusivamente a Jesús; lo considera el personaje central, con quien además ha tenido un trato personal. Lo llama “Rabbí”, apelativo que se usaba con los letrados, los que enseñaban ateniéndose a la tradición de los mayores. Al ver a Moisés y a Elías al lado de Jesús, juzga que éste no se aparta del Antiguo Testamento interpretado por la tradición.
La propuesta de Pedro, en la que incluye a sus compañeros y que espera sea aprobada por Jesús, consiste en hacer tres chozas, una para cada personaje.
Empieza por una afirmación: “Viene muy bien que estemos aquí nosotros”, con lo que pondera la afortunada coincidencia de que ellos se encuentren presentes. Se ofrecen a prestar un servicio a los tres personajes que no pueden o no deben valerse por sí mismos.
La propuesta misma tiene dos aspectos, expresados por el término “chozas” y por el número “tres”.
El término chozas alude a la fiesta de las Chozas o de los Tabernáculos que tenía un marcado carácter mesiánico nacionalista, siendo, por lo que parece, la fiesta más popular del año, en la que se hacía revivir la esperanza de los bienes mesiánicos. Éste abrazo sugiere que Pedro aso decía la transfiguración de Jesús con su condición de mesías.
El número de tres chozas, es desglosado por Pedro en “una para ti una para Moisés y una para Elías”. Con su enumeración Pedro pone a los tres en el mismo plano, destruyendo la convergencia de Moisés y Elías hacia Jesús hacia Jesús y su dependencia de Él; lo que en la visión aparecida como una subordinación el lo coordina. Las tres tiendas indican la validez E independencia de los tres personajes y de la función de cada uno: Jesús, el mesías; moisés, la ley y las instituciones; Elías el gran reformador. Pedro explica así cuál es su idea de mesías: el que sigue los modelos del antiguo testamento. Para el el antiguo testamento no encuentren Jesús su clave de interpretación ni juzga Jesús de su validez, Sino que la tiene por sí mismo: moisés y Elías son tan actuales y definitivos como Jesús mismo, es decir, la ley y los profetas siguen ocupando el puesto de siempre, Sin ser corregidas ni cernidas por la realidad del Hombre-Dios. Implícitamente, Pedro niega la novedad del mensaje de Jesús y, por ende, del reinado de Dios, que, según el, habría de ajustarse a los antiguos moldes.
De hecho, el apelativo “Rabbí” y la propuesta de Pedro están en la misma línea y definen la postura del discípulo y, con ella, la del grupo, cómo lo había hecho antes en su declaración mesiánica (8,29): Pedro proyectar su ideología en Jesús, Asimilando su mesianismo al de la expectación popular (8,33); su propuesta da por supuesto que Jesús hace suyo el mesianismo nacionalista. La manifestación gloriosa no le hace olvido para rectificar, sino para confirmar su falsa ideología. A pesar del anterior rechazo (8,33), Pedro desea que Jesús asocie a su misión a Moisés y Elías.
Pedro ha visto, pero no ha percibido (4,12). Debería haber asociado la transfiguración con la resurrección del hijo del hombre tras su muerte, anunciada en la enseñanza de Jesús al grupo (8,31), pero no lo hace. En lugar de haber comprendido “la idea de Dios” se ha confirmado en “la de los hombres” (8,33). Jesús es para el el mesías nacionalista apoyado por la Ley Y los profetas. El “ser divino” de Jesús, manifestado en la transfiguración, lo interpreta en clave de “poder divino” del mesías. No comprende que lo que se ha manifestado es el estado final del hombre que entrega su vida por la humanidad; Pedro lo considera, en cambio, un estado inicial, el punto de partida para emprender el camino del triunfo mesiánico tal como era interpretado en el judaísmo.
La reacción verbal de Pedro se encuentra en el texto de Marcos en presente histórico, insinuando que en la época del Evangelista Pedro y sus compañeros siguen interpretando defectuosamente el mesianismo de Jesús.
6 Es que no sabía cómo reaccionar, porque estaban aterrados.
La inseguridad de Pedro tiene su origen en su terror y el de sus compañeros. En este pasaje Marcos no emplea, como en otras ocasiones, el verbo “temer” (4,41; 5,15.33.36; 6,20.50), sino un compuesto de valor intensivo, “estar aterrado”. Como todo miedo o terror, nace de una sensación de amenaza: los discípulos se sienten amenazados por lo que están presenciando, y Pedro busca una manera de esquivar el peligro. No sabe, sin embargo, cual podría ser la reacción apropiada en la situación en que se encuentra.
Al dirigirse solamente a Jesús, Pedro muestra que ven la amenaza en Él, no en Elías ni en Moisés. Los tres discípulos perciben que hay en Jesús una fuerza divina y temen que les sea desfavorable, quizá mortal. De hecho, al poner a los tres en el mismo plano, atribuyen a Jesús el espíritu del antiguo testamento, la actitud intransigente respecto a los traidores, desobedientes o indóciles. Temen que Jesús transfigurado, acompañado de Moisés y Elías, les sea hostil. Lo que se ofrecía a los discípulos como punto de partida para un verdadero seguimiento no interpretan como una amenaza, un peligro.
De hecho, hace poco Pedro se ha atrevido a conminar a Jesús y a oponerse a su plan, Y Jesús no ha llamado satanás (8,33), reproche te alcanza a todos. Por otra parte, Elías y Moisés, los que castigaron a los israelitas infieles Y a los falsos profetas, son aliados de Jesús. Los tres discípulos no tienen dónde refugiarse ni pueden ofrecer resistencia. La manifestación de Jesús era una prueba de su amor para ellos; ellos la colorean de intransigencia Y venganza. Con el apelativo “Rabbí” Pedro ha recordardado a Jesús la tradición. Con la propuesta de las chozas, tiene congraciárselo Y reparar sus fallas anteriores, poniéndose al servicio de los tres para evitar la cólera. Pedro pide una muestra de aceptación, de reconciliación de perdón por parte de Jesús.
Jesús hay intentado persuadirlos de dos maneras: primero con su palabra, mediante la enseñanza y la instrucción (8,31-9,1); ahora, con una experiencia, la de es su transfiguración (9,2). Las dos han fracasado. A la primera han sido sordos; a la segunda ciegos. La subordinación del antiguo testamento a Jesús la interpreta a Pedro como integración; la potencia del hijo del hombre, como posible amenaza.
Jesús les había insistido en que la verdadera salvación no consiste en la conservación a todo trance de la vida física, efímera, para obtener un triunfo mundano te quedará vaciado por la muerte, sino en la plenitud humana, que conlleva la vida definitiva. Como ellos no habían aceptado esa premisa, no reconocen la plenitud cuando se presenta en forma de experiencia visual. Proponen otra interpretación, según las categorías del judaísmo: la gloria Y la fuerza que se manifiestan anuncian el triunfo terreno del mesías Y la derrota de sus enemigos.
7 Sobrevino una nube que los cubría con su sombra, y hubo una voz desde la nube: “Este es mi Hijo, el amado: escúchenlo”.
Después de la interrupción de Pedro, llega el tercer momento de la manifestación: el primero, la transfiguración ha mostrado la condición divina de Jesús, la gloria definitiva del hijo del hombre; el segundo, la aparición de Elías y Moisés, que el Hombre-Dios es la meta Y el Señor del antiguo testamento. Ahora, en el tercer momento, Jesús es descrito como el Hijo de Dios, el que va a entregar su vida, el profeta escatológico.
La presencia de la nube y la voz que ella sale, son el momento culminante de la manifestación, interrumpida por Pedro. La nube manifiesta y oculta al mismo tiempo la presencia divina. El texto alude a Ex. 40,35, donde aparece la nube que cubría con su sombra la Tienda del Encuentro, morada de Dios entre el pueblo. Esta presencia se manifiesta ahora en Jesús y en la antigua revelación, representada por Moisés y Elías, en cuanto estaba orientada hacia Él.
La aparición de la nube que cubre con su sombra a Jesús, moisés y Elías, supone el rechazo de una propuesta de Pedro; este pretendía mantener a los tres personajes en el plano terreno, esperando de ellos la instauración del reinado del mesías; Dios, en cambio, hace ver que el estado Glorioso de Jesús y la realidad de sus acompañantes no sé si tú en este mundo, sino que pertenece a la esfera divina. Nueva ocasión para que los discípulos comprendan el sentido de la escena.
Hay un paralelo con la escena del bautismo: allí hubo una voz del cielo (1,11); aquí una voz de la nube. El cielo representa la morada divina permanente; la nube, la manifestación ocasional. La alusión al bautismo muestra que la gloria que se ha mostrado en Jesús procede de la bajada el Espíritu sobre Él, cuyo efecto fue declarado por la voz celeste.
Las palabras que salen de la nube, con la autoridad de Dios mismo, se dirigen a los discípulos y les dan la interpretación de lo que han visto. En la frase “este es mi hijo”, el pronombre “este” excluye a Moisés y a Elías mostrando la preeminencia de Jesús; el apelativo “mi hijo”, define que el ser de Jesús, el ungido por el Espíritu, procede de Dios, que su actuar es el de Dios, qué sus palabras son las de Dios. Como en el bautismo, alude al Sal, 2,7 “hijo mío eres tú” dicho del rey ungido, pero el Ungido-Mesías no será el que gobierne a las naciones con cetro de hierro, ni el que las quebrará como jarro de loza, sino el que entregue su vida para dar vida a toda la humanidad.
Precisamente, la denominación “el amado” explicita la relación entre Dios Y Jesús. Alude al hijo único Isaac que iba a morir, pero vivió (Gn. 22,2). El Padre-Dios acepta el compromiso de Jesús, que lo llevará a la muerte, y refrenda el mensaje propuesto por Jesús mismo (8,31), sobre el destino del hijo del hombre.
La advertencia “escúchenlo” presenta a Jesús como el único maestro, que asume la figura del profeta escatológico, del nuevo moisés (Dt.18,15-18), el que propone la palabra definitiva de Dios. Los discípulos no tienen que escuchar ya a Moisés y Elías, sino a Jesús, que ilumina el designio divino en la historia, lo mismo respecto al pasado que al presente. El antiguo testamento no tiene nada que decir directamente a los discípulos; Jesús es su único intérprete, lo que salga de su boca es lo único válido. No hay dos revelaciones en paralelo. Jesús es la última relectura del pasado y juzga de su vigencia.
No hay reacción de los discípulos a la voz que sale de la nube. Ellos, que no han aceptado la predicación del destino del Hijo del hombre, que anunciaba su muerte Y resurrección (8,31) no reaccionan con temor a las palabras divinas, aunque el texto de Dt 18,19 decía” a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Subraya así el Evangelista la falta de comprensión de los discípulos; sigue tan convencidos de su ideal mesiánico, que ni siquiera la intervención divina es capaz de hacerlos cambiar. Interpretan la voz de la nube, que define a Jesús, como un refrendo de las esperanzas nacionalistas que han depositado en Él.
8 Y de pronto, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos”.
Se verifica un cambio repentino: se vuelve a la situación anterior a la experiencia. “mirar alrededor” incluye el ámbito en que antes aparecían los tres personajes. Se encuentra por primera vez en la perícopa el verbo “ver”. Antes se ha dicho “se transfiguró ante ellos”; “se les apareció Elías con Moisés”, ahora vuelve el punto de vista de los discípulos. “no vieron a nadie” alude a Moisés y Elías; ven únicamente a Jesús que está solo, independiente del pasado. Se constata que ha terminado la visión.
Jesús está con ellos como siempre lo había estado: la gloria manifestada no separa a Jesús de los suyos. Contra la propuesta de Pedro, Elías y Moisés han desaparecido, no tienen ya misión en la historia, solo permanece en Jesús, y a ese Jesús de siempre es al que hay que escuchar; es Él el único maestro y profeta.
El peligro que temían los discípulos ha desaparecido, sin que le suceda nada. Jesús está con ellos como antes y ni siquiera les reprocha su actitud. Pero, pasado el terror, no reaccionan, aunque es evidente que la interpretación que lo provocó estaba equivocada, no hacen comentario alguno. La revelación divina misma no ha hecho vacilar sus convicciones. Se esperaría al menos de ellos una palabra de rectificación, reconocimiento u homenaje, pero el Evangelista no la inserta.
9 Mientras bajaban del monte les advirtió que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos.
El relato de la bajada del monte describe la vuelta desde la esfera divina a la historia. Ahora ya no se nombra a Jesús; en la primera parte del relato, su nombre ha aparecido cuatro veces en los versos 2,4,5 y 8.
Jesús toma la iniciativa. La falta de reacción positiva de los discípulos ha hecho ver que el cambio pretendido no se ha efectuado. Por eso Jesús les prohíbe divulgar lo que han visto, es decir, toda la experiencia anterior, que han interpretado mal, en clave de poder; en lugar de corregir su idea mesiánica, los discípulos se han confirmado en ella, y Jesús no quiere que la difundan, pues induciría a otros al mismo error. Solo cuando su gloria quede vinculada con su rechazo y su muerte podrán contarlo. La resurrección se verá entonces como la rehabilitación del que murió en la Cruz y el coronamiento Glorioso de su entrega. Ya no habrá equívoco alguno y podrá darse la verdadera interpretación de lo que han visto, colocarlo en su lugar como consecuencia del don de la vida. Lo sucedido se relatará como la anticipación de la resurrección misma y servirá para interpretarla.
El dicho de Jesús pone la escena de la transfiguración bajo el signo del Hijo del hombre. Jesús intenta así inculcar en los discípulos que el destino de ellos es el mismo suyo, que también para ellos la actividad en favor de los hombres traerá una oposición que podría llegar a causarles la muerte, pero que ese final no será el fracaso que temen; también ellos están destinados a alcanzar el estado glorioso que se ha manifestado en Él y que es la culminación de la condición humana.
Las palabras de Jesús sobre la resurrección, que mencionan la muerte, son un compendio de la predicción anterior del destino del Hijo el hombre (8,31). Para los discípulos es una nueva ocasión de comprender y rectificar.
10 Ellos se atuvieron a este aviso, aunque entre ellos discutían qué significaba aquel “resucitar de entre los muertos”
Después de oír la voz de la nube, deberían escuchar a Jesús, pero solo le obedecen, sin comprender el contenido de sus palabras. Discuten entre ellos, dentro de su círculo; no le preguntan a Él ni le exponen sus dudas. A pesar de la insistencia de Jesús, la muerte del mesías no entra en sus cálculos; siguen en la idea mesiánica que excluía la muerte y aseguraba el triunfo. Por eso no se explican que hable de resurrección de entre los muertos. La nueva ocasión de comprender que Jesús le está queda desperdiciada.
El pasaje muestra la resistencia de aquellos hombres a desprenderse de la tradición en que han vivido y a abandonar antiguos ideales de gloria y triunfo terreno. Pone de manifiesto en primer lugar cómo una mentalidad cerrada que no se deja cuestionar filtra y de forma los datos que se le ofrece. Han interpretado la gloria manifestada en la transfiguración como intrahistórica: siguen esperando que ese poder y esa gloria se manifiesten en la vida mortal de Jesús, al servicio de su triunfo mesiánico. Se hace patente además el estrecho horizonte ideológico de los discípulos, limitado a la vida terrena, su mezquino concepto de salvación, reducido al éxito en la tierra, su desconocimiento del amor de Dios Y del valor supremo de un amor a la humanidad que no vacila ni ante la muerte. La reacción de los discípulos delata su falta de perspectiva y de madurez, causada por la ideología nacionalista judía, que limita su campo de visión y les impide el desarrollo personal.
11 Entonces le hicieron esta pregunta: ¿Por qué dicen los letrados que Elías tiene que venir primero?
Sin haber encontrado una explicación al bicho de Jesús, los discípulos le proponen una pregunta que muestra su desacuerdo con la doctrina mesiánica de los letrados y le piden una aclaración.
Basándose en el texto de Mal. 3,23, los letrados sostenían que la llegada del mesías tendría lugar cuando Elías, vuelto del cielo, hubiera efectuado la restauración de Israel, reconciliando a los padres con los hijos, exigiendo el cumplimiento de la ley y reconstituyendo las tribus. La vuelta de Elías equivaldría a una intervención divina en la historia del pueblo, con la connotación de violencia propia de la figura este profeta. Entonces llegaría el reinado del mesías.
Los discípulos no saben responder a estos argumentos, pero, sin que se haya presentado Elías a preparar la llegada del mesías, han visto en la transfiguración la gloria de Jesús; además, al disociarla de su muerte, piensan que ese poder va a ser utilizado para conseguir la victoria sobre sus adversarios y el triunfo político. Por eso estiman que no se requiere ya la labor preparatoria de Elías para lograr ese triunfo, y se preguntan si, a pesar de los textos de la Escritura, los letrados no estarán equivocados. Esta actitud coincide con el espíritu reformista violento que han mostrado desde que fueron llamados (1,16.20.29-31), espíritu que no concuerda con la actitud pasiva de los fariseos, para quienes el reinado de Dios es obra de Dios solo y hay que esperar que Él actúe.
Para los letrados, la venida de Elías es necesaria por designio antecedente de Dios, pues, según ellos, es Dios quien dirige la historia. Para Jesús, por el contrario, como lo ha expresado en el anuncio de su muerte-resurrección (8,31), el rechazo Y la muerte del hijo del hombre no son resultado de una voluntad divina antecedente, sino consecuencia inevitable de la oposición de los hombres al designio divino. No es Dios sino los hombres quienes hacen la historia.
La duda de los discípulos sobre la vuelta de Elías confirma que estaban persuadidos de que la transfiguración miraba a la instauración del reino mesiánico y que era la gran ocasión para comenzar la acción reformista sin perder tiempo. Para ellos, Jesús, como Mesías, podía por sí mismo restaurar a Israel sin necesidad de la previa intervención de Elías. Este se les ha aparecido, pero no como precursor de Jesús. Muestran de nuevo estar poseídos, como los fariseos, aunque con un sesgo distinto, por la ideología del poder: para los fariseos, Elías, el profeta de fuego, debía poner orden en Israel de manera contundente, para preparar la llegada del mesías; para los discípulos, dada la fuerza divina que han apreciado en Jesús, no hace falta preparación alguna: el mesías mismo puede cambiar radicalmente la situación.
Esta mentalidad deja ver un falso concepto de Dios y, en consecuencia, del hombre. Los discípulos piensan que Dios se impone a los seres humanos sin respetar su libertad. No creen en el amor de Dios, sino en su poder. Para ellos, las situaciones se arreglan Y se enderezan con la fuerza, desde fuera, de modo tajante, no a través de la conversión Y del lento madurar de la persona Y de la humanidad. Por su falso concepto de Dios, no creen en el hombre Y en sus posibilidades.
12 Pero les repuso: “¡De modo que Elías viene primero y lo restaura todo! Entonces, ¿cómo está escrito que el Hijo del hombre va a padecer mucho y va a ser despreciado?
Jesús contesta a la duda: menciona en primer lugar la doctrina de los letrados basada en Mal. 3,23, explicitando el papel de Elías, pero muestra a continuación que esa creencia se opone a otros textos de la escritura. Así se enfrentan dos interpretaciones contrapuestas.
Jesús niega que Elías vaya a restaurar a Isabel, y la prueba es que el Mesías-Hijo del hombre, cuyo prototipo es Jesús, va a padecer mucho Y a ser despreciado por parte de las autoridades judías. No menciona la muerte del hijo del hombre, solo el padecimiento Y el rechazo, completando no implicado en la prohibición anterior. Basta esto para refutar a los letrados; no habrá triunfo, sino desprecio. Al mismo tiempo, anunciando otra vez el destino el hijo del hombre, Jesús invalida la expectación mesiánica que albergan los discípulos.
Al utilizar de nuevo la denominación “el hijo el hombre” recuerda Jesús a los discípulos qué todo el que aspire a la plenitud humana y se proponga fomentarla en otros será objeto de persecución por parte de los poderes religiosos judíos; que el destino que ellos tienen que esperarse no será diferente del suyo. Han de descartar toda expectativa de triunfo terreno.
13 Les digo más: no sólo Elías ha venido ya, sino que lo han tratado a su antojo, como estaba escrito de él.
Jesús responde a la cuestión de la llegada de Elías, desmitificándola Y afirmando que ya ha tenido lugar. Alude con toda la evidencia a la figura de Juan Bautista, que no ha cumplido lo predicho en el texto de Mal.3,23, sino lo narrado en textos donde Elías, como personaje histórico aparece perseguido (1/3 Re 19,1-4). No ha habido una intervención milagrosa de Elías en la historia, ni una actuación al margen de la libertad humana, sino que la suerte de Juan ha dependido de la actuación libre de los malvados.
De hecho, Juan se ha mostrado como Elías por su vestido y por su celo contra el rey violador de la Ley (6,18). Implícitamente compara Jesús el trato que Juan ha recibido de Herodías (Marcos, 6,17-28) con el que Jezabel dio al profeta (1Re 19,2-10). Juan ha sido el precursor del mesías, pero no como se esperaba de Elías. Ha intentado preparar al pueblo no amenazando con castigos, sino invitando a todos a romper con la injusticia; ha mostrando que la obra de Dios en el mundo no se realiza avasallando la libertad humana, como esperaban los letrados, sino que está sujeta a vicisitudes según la actitud de los hombres.
Para Jesús es falsa la doctrina de los letrados que no respeta la libertad del hombre, Y en foca de manera diferente la idea de la salvación, que no es obra de acciones extraordinarias de Dios, ni se limita sólo a Israel. Lo sucedido con Elías/Juan confirma lo que va a suceder con Jesús; pone en evidencia no parcial de la interpretación del antiguo testamento por parte de los letrados e incluso la mitificación de Elías por el texto profético.
Los discípulos pedían una explicación, pero no ciertamente en el sentido de la que les ha dado Jesús.
[1] La tradición judía suponía que todas las figuras celestiales o sus vestidos se volvían resplandecientes apenas entraban en el espacio de la gloria de Dios.