LOS DISCÍPULOS Y EL SÁBADO
23 Sucedió que un sábado iba él a través de lo sembrado, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas.
24 Los fariseos le dijeron: ¡Oye! ¿Cómo hacen en sábado lo que no está permitido?
25 Él les replicó: ¿No han leído nunca lo que hizo David cuando tuvo necesidad y sintió hambre él y los que estaban con Él.
26 ¿Cómo entró en la casa de Dios en tiempo de Abiatar, Sumo Sacerdote, y comió de los panes de la ofrenda, que no está permitido comer más que a los sacerdotes y les dio también a sus compañeros?
23a Sucedió que un sábado iba él a través de lo sembrado...
Es la segunda vez que aparece el sábado como fecha[1]. Ahora el sábado es considerado como día de reposo obligatorio, y como tal, va a ser motivo de controversia. El sábado era una de las instituciones principales de la religión judía. La observancia del reposo sabático, desconocida en otras culturas, constituía un distintivo del judío en medio del mundo pagano. Para explicar este episodio es necesario exponer el significado del sábado en los escritos legales del Antiguo Testamento y en la enseñanza farisea del tiempo de Jesús.
Según los escritos legales, el reposo sabático había sido instituido para impedir que el ser humano fuese esclavizado por el trabajo incesante y, al mismo tiempo, para poner freno a la explotación de los más débiles, esclavos y extranjeros (Dt. 5,12-15).
También la institución del sábado tenía una función positiva: permitir el ocio y afirmar la libertad. Según esta antigua concepción, la vida, que se expresa y se renueva con el trabajo, culminaba y se revelaba como don de Dios el séptimo día, con el reposo unido a la fiesta.
Se concebía el sábado como un éxodo semanal, una dinámica histórica que anunciaba y hacía presente cada semana, la liberación auténtica y definitiva del ser humano. Era señal de la antigua alianza[2], incoada con la liberación de Egipto. Pero al igual que aquella liberación no había suprimido la esclavitud[3], también la forma preceptiva de la ley del sábado limitaba la libertad del hombre en lugar de fomentarla.
Desde la vuelta de Babilonia en el año 538 AC., empezaron a manifestarse tendencias que llevarían a una absolutización de la Ley, y con ella, del sábado. Doctrinas que circulaban en tiempo de Jesús afirmaban que Dios había creado el sábado antes que al hombre y que el reposo sabático se observó, en primer lugar, en el cielo[4].
Con esto se hacía del sábado un absoluto, una realidad pre-existente al ser humano y ajena a él, a la que tenía que someterse sin intentar explicársela. Así el sábado ya no estaba en función del trabajo y del reposo, de la libertad y de la fiesta; era una entidad misteriosa, existente por sí misma, en cierto modo independiente de Dios y del ser humano.
Para castigar la transgresión del descanso sabático, estaban previstas dos penas: la excomunión y la condena a muerte, según la gravedad de la violación[5]. En Nm. 15,32-36 se describe la muerte por lapidación de un individuo sorprendido cortando leña en sábado. En el castigo de las transgresiones se hacía mucho caso a la intencionalidad de la acción.
Los fariseos seguían estas tendencias, pero además, su legalismo había complicado desmesuradamente la observancia del precepto, enredándolo en una maraña de distinciones y casos particulares. Se distinguían 39 clases de trabajos prohibidos en sábado que, a su vez, se subdividían cada uno en otros 39, hasta dar un total de 1521 trabajos prohibidos (39X39). Entre los principales se encontraba la siega, a la que se asimilaba el arrancar espigas, como es el caso en este episodio.
El mandamiento del descanso prevalecía sobre todos los demás. Al decir de los rabinos, tenía tanto peso como todos los demás mandamientos juntos, y observarlo correctamente equivalía a cumplir con toda la Ley. Su transgresión se comparaba con los peores pecados, tales como la idolatría, el incesto y el asesinato. Se podía curar o cuidar a un enfermo sólo si estaba en peligro de muerte. En caso contrario, estaba absolutamente prohibido hacerlo. Estaba permitida la violación del sábado en casos extremos, como para salvar la vida de una persona o de un animal.
El sábado fariseo, en vez de expresar la vida, la inhibía; en lugar de ser medio para evitar la esclavitud, se había convertido en su instrumento. Este no era expresión de libertad, sino de sometimiento, no era fiesta, sino constricción.
Es notable que se mencione sólo a Jesús como sujeto que atraviesa por lo sembrado, cuando parece evidente que sus discípulos lo acompañaban. Con esto, Marcos, indica que “lo sembrado”, así como “sembrar”, “semilla”, “simiente”, se utilizan como metáforas para la exposición del mensaje de Jesús y como el mensaje mismo. Entonces, en la frase inicial hay que ver un sentido local figurado. Jesús ha expuesto el mensaje en toda Galilea, que ha sido el ámbito de su siembra (1,39) y ahora va atravesando el terreno ya sembrado. La escena alude a la labor precedente de Jesús en Galilea y refleja la situación en la región como tal (“lo sembrado”) y donde ha llevado a cabo aquella actividad[6].
23b y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas.
El sujeto “sus discípulos” remite a los dos episodios anteriores. En primer lugar, a 2,15, donde esta denominación aparece por primera vez y designa a los seguidores de Jesús que proceden del judaísmo. En segundo lugar, hace referencia a 2,18-19, donde Jesús los ha llamado “los amigos del novio”, los que, unidos a él por el vínculo de la amistad, gozan de libertad plena.
La escena está dominada por la anterior mención del sábado que implica el precepto del descanso. Dentro de ese contexto, los discípulos arrancan espigas espontáneamente, no imitando a Jesús ni siendo aleccionados por él.
En lugar del simple verbo “caminar” Marcos usa la expresión: “hacer/abrir camino”. Esta frase alude al camino del Mesías (1,2); los discípulos empiezan a actuar como Jesús, a seguirlo. Pero al mismo tiempo, el uso de la forma activa “hacer/abrir camino” en lugar de la posibilidad de “hacerse/abrirse camino”, los muestra como pioneros en relación con los discípulos que se añaden al grupo. El camino es un éxodo fuera de la sociedad y de las instituciones judías (1,15) y abren camino de modo particular “arrancando espigas”. No se trata pues de una inadvertencia, sino de un acto deliberado.
No sólo omite Marcos las razones de este proceder[7], sino también su lógica finalidad que es comer el grano. Ambas omisiones concentran la atención sobre la acción de arrancar espigas que, desde el punto de vista fariseo, constituía una transgresión de la Ley.
La tranquila iniciativa de los discípulos que actúan sin contar con Jesús, y el enfoque exclusivo sobre la acción prohibida, demuestran la indiferencia que reinaba entre los seguidores israelitas respecto a las doctrinas fariseas que eran las oficiales en la sinagoga. La acción de los discípulos revela su libertad.
La ausencia de motivos que justifiquen la acción resalta aún más al compararla con la acción de David que se relata a continuación, donde Marcos menciona dos veces el motivo: “tuvo necesidad y sintió hambre”. La omisión de todo motivo en el caso de los discípulos y el acento sobre él en el de David, manifiestan que la intención de Marcos es oponer dos procederes: el de los que obran por razón de su libertad (los discípulos) y el de los que lo hacen movidos por la necesidad y el hambre (David).
Siguiendo el relato se puede apreciar que la libertad de los discípulos cuadra con la lógica del evangelista: Jesús había curado en sábado (1,31). Contra el mandato expreso de la Ley había tocado al leproso (1,41). Ha actuado en contra de la doctrina oficial sobre el perdón de los pecados (2,5). Ha invitado a un recaudador a formar parte de su círculo (2,14). Ha comido en compañía de indeseables (2,15). Ha hablado de una nueva alianza y ha mostrado la incompatibilidad del Reino con las instituciones judías (2,21). Es claro que el evangelista quiere mostrar que la libertad de Jesús empieza a calar en los discípulos; éstos se van liberando del rigorismo con que se interpretaba la Ley y de la casuística farisea, aún a riesgo de ser tachados de inobservantes.
24 Los fariseos le dijeron: ¡Oye! ¿Cómo hacen en sábado lo que no está permitido?
Hay dos elementos extraños en este pasaje. El primero es el uso del plural totalizante “los fariseos” en lugar de “algunos fariseos”. El segundo, es el hecho de que todos ellos aparezcan en el campo, mientras Jesús atraviesa los sembrados. Estas son incongruencias narrativas que confirman el sentido figurado de “lo sembrado”.
En realidad, la escena se desarrolla en Galilea, sin más especificación, y significa que la conducta de los discípulos provoca en la región la censura de los círculos fariseos. El uso en el original del imperfecto “le decían” (traducido “le dijeron”) parece indicar la insistencia de éstos, escandalizados del proceder de los discípulos.
Como en la perícopa anterior, los objetores no se dirigen a los discípulos[8]; hacen responsable a Jesús del modo de actuar de éstos y esperan que use su autoridad para frenar el abuso. Aquí, sin embargo, la cuestión es más seria que en el caso del ayuno (2,18-22), porque no se trata de prácticas ascéticas voluntarias, sino de la observancia del sábado. Se trata de un mandato, el precepto más sagrado de su religión. Jesús aparece como un Maestro que no vela por el cumplimiento de la Ley ni reprocha su transgresión.
En realidad, Jesús da plena libertad a los discípulos, pero los fariseos no pueden entender que estos actúen por cuenta propia; los consideran dependientes de Jesús, y tanto a ellos como al Maestro los tienen por súbditos de la Ley.
Según los fariseos, la actividad del ser humano está regida por el criterio moral determinado por la Ley, tal como ellos la interpretan. Los discípulos, en cambio, usan ahora su propio criterio, inspirándose en la libertad que han visto en Jesús.
En la pregunta, sin embargo, no se les llama “discípulos” porque la falta que cometen no les atañe en cuanto tales, sino simplemente en cuanto que son “judíos”. Por otra parte, la pregunta de los fariseos es un aviso a Jesús, que no se opone a la transgresión. Si reincide después de este aviso, podrán denunciarlo y acusarlo para procurar su muerte (3,2).
25 Él les replicó: ¿No han leído nunca lo que hizo David cuando tuvo necesidad y sintió hambre él y los que estaban con él?
26 ¿Cómo entró en la casa de Dios en tiempo de Abiatar, sumo sacerdote, y comió de los panes de la ofrenda, que no está permitido comer más que a los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros?
Como es costumbre en Marcos, el paso al presente (en el original se lee: “Les replica”) señala la validez del dicho de Jesús para su época. En tiempos de Marcos, seguían los reproches a los cristianos de origen judío porque no observaban la Ley.
Jesús contraataca recordando a los fariseos un episodio de la vida del Rey David (1Sm 21,1-7). Su pregunta es retórica. Ciertamente ese pasaje ha sido leído por ellos muchas veces, pero no han logrado sacar sus consecuencias.
Según 1Sm. 2,1-7, David se dirigió un día solo, al sumo sacerdote Ajimélec para pedirle algo de comer para él y sus compañeros. Ajimélec, que en aquel momento no disponía de provisiones, le ofrece el pan dedicado a Dios, es decir, las doce roscas colocadas en el santuario, mismas que se renovaban cada semana y que según Lv. 24,9, estaban reservadas exclusivamente a los sacerdotes, quienes debían comerlas en el lugar sagrado.
En la lectura que hace Jesús del texto mencionado, insiste sólo en dos hechos: que, contra lo mandado, David come de los panes consagrados sin señalar de quién los obtiene, y que los reparte a sus compañeros. Jesús subraya el protagonismo de David.
La “casa de Dios” designa la tienda donde está depositada el arca (1Sm. 3,3; 2Sm. 12,20). Se data el hecho en tiempos de Abiatar, sumo sacerdote. Abiatar, mucho más conocido que su padre Ajimélec, fue mas tarde uno de los dos sacerdotes de la corte en tiempo de David (2Sm. 8,17), al que después traicionó, tomando partido por Adonías (1Re. 1,7.19.25.42; 2,22-26s. 35). Su rango en aquella época es asimilado por Marcos, al de los miembros de la aristocracia sacerdotal del tiempo de Jesús que serán quienes obtengan su condena a muerte (15,11).
Así se establece un paralelismo entre David y Jesús. David, el rey ideal y modelo según la concepción del judaísmo, no sólo interpreta la Ley y hace una excepción, sino que la extiende “a los que estaban con él”. En la antigua alianza, el líder comunicó a sus seguidores la facultad que él se atribuyó de pasar por encima de la ley. En el Reino de Dios, Jesús comunica a los suyos la libertad de que él goza.
Pero en el caso de David, el evangelista señala el motivo; en el de los discípulos lo omite. Esto indica una diferencia radical entre Jesús y David. La semejanza está en que, en ambos casos, el líder comunica a sus seguidores su propia facultad.
El ejemplo de David muestra además la falta del fundamento del rigorismo fariseo que no tiene en cuenta los datos de la Escritura. Los panes que la Ley consagraba a Dios, David los da a sus hombres; lo significa que la necesidad del ser humano es primero que el honor de Dios. Si esta acción jamás había sido condenada ni por la Escritura ni por la tradición, antes bien David sigue siendo para ellos la figura del rey modelo, quiere decir que la Ley no es un absoluto, y en consecuencia, que la interpretación rigorista de los fariseos es falsa. La tradición oral que sostienen, y que consideran la interpretación auténtica y autorizada de la Ley, se opone a la Escritura misma que pretenden interpretar. La lectura que hacen de ella es unilateral e interesada; buscan solamente apoyar en ellas sus tesis, silenciando lo que las contradice.
Al rebatir la interpretación farisea del sábado con el caso de David, Jesús generaliza la falsedad de la interpretación farisea respecto a cualquier precepto de la Ley. El pasaje de 1Sm. muestra que en la Antigua Alianza ningún precepto era un absoluto, sino que estaba en función del hombre y de sus necesidades. Toda la Ley, incluso su máximo precepto, queda relativizado respecto a quienes están sujetos a ella.
El comportamiento de los discípulos ha reflejado una libertad frente a la Ley que va más allá que la ejercitada por David. La conducta de David subordina la Ley a la necesidad del hombre, y, como líder extiende a los suyos el mismo principio. Jesús ha mostrado su total libertad frente a la Ley y los discípulos participan en cierto grado de esa libertad.
Esta perícopa ha mostrado hasta dónde llega en este momento la libertad de los discípulos; en el v28 Jesús mostrará hasta donde debería llegar. De hecho, las sentencias de la perícopa siguiente enunciarán lapidariamente la diferencia entre la relativa libertad del hombre en el régimen de la Ley y la plena libertad del Hombre portador del Espíritu.
[1] En 1,21b señalaba el día de la reunión semanal en la sinagoga, donde Jesús iba a enseñar.
[2] Ex. 31,17 y Ez. 20,12
[3] Existían esclavos en Israel y también de ellos se ocupa la legislación del sábado Ex. 20,8-11; 22,20-26; 29,3; Dt. 5,12-15
[4] El apócrifo “Libro de los Jubileos” dice: “El ángel de la faz habla a Moisés: El Señor nos dio como gran señal el día de sábado, para que trabajemos durante seis días y descansemos el séptimo de todo trabajo. A todos los ángeles de la faz y a todos los ángeles santos, a estas dos clases nos ordenó que descasáramos como Él en el cielo y en la tierra y nos dijo “Me escogeré un pueblo entre los pueblos. También ellos observarán el sábado” (Libro de los Jubileos 2,17-19)
[5] Ex. 31,14; 35,2; Nm. 15,32-36; Ez. 20,13
[6] Gn 1,29 “Les entrego todas las hierbas que llevan semilla que se siembra… les servirán de alimento”
[7] En Mt. 12,1 y en Lc. 6,1 la razón es el hambre.
[8] Como en 2,18