EFECTO DEL LEGALISMO.
EL HOMBRE DEL BRAZO ATROFIADO
1 Entró de nuevo en una sinagoga y había allí un hombre con el brazo atrofiado.
2 Estaban al acecho para ver si lo curaba en sábado y presentar una acusación contra Él.
3 Le dijo al hombre del brazo atrofiado: “levántate y ponte en medio”.
4 Y a ellos les preguntó:
¿Qué está permitido en sábado, hacer bien o hacer daño, salvar una vida o matar? Ellos guardaron silencio.5 Echándoles en torno una mirada de ira y apenado por la obcecación de su mente, le dijo al hombre: “extiende el brazo”. Lo extendió y su brazo volvió a quedar normal.
6 Al salir, los fariseos, junto con los herodianos, se pusieron en seguida a maquinar en contra suya para acabar con Él.
7a Jesús, junto con sus discípulos, se retiró en dirección al mar.
1 Entró de nuevo en una sinagoga y había allí un hombre con el brazo atrofiado.
Se alude claramente (“de nuevo”) a la entrada de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm (2,21). Aquí, sin embargo, la sinagoga es genérica y representa la institución sinagogal en toda Galilea, conforme a la localización de las perícopas en este tríptico (2,23: “lo sembrado”).
Los adversarios de Jesús van a ser los mismos que en la primera perícopa (2,24), aunque en ésta, su identidad no se menciona hasta el final (3,6: “los fariseos”; 2,24). Marcos, va a describir la ruptura de la institución sinagogal y sus dirigentes con Jesús.
Esta vez, Jesús no entra en la sinagoga para enseñar (1,21) ni para proclamar la buena noticia (1,39). Ante el penoso estado del pueblo por culpa de los que imponen la interpretación rigorista de la Ley, va a hacer el último esfuerzo para que éstos comprendan su error y la injusticia que cometen. Va a poner al descubierto los principios que rigen su praxis y a enfrentarlos con sus efectos en el hombre para intentar hacerlos recapacitar.
El episodio supone los dos anteriores. En 2,25, la conducta de David había dejado clara la relatividad de la Ley respecto al bien del hombre. En 2,27, Jesús ha enunciado el mismo principio. Ahora va a pedir a los fariseos que tomen postura ante él. La práctica que éstos pretendían imponer a los discípulos (2,24) es la que causa en el pueblo los estragos que van a manifestarse en la figura del hombre con el brazo atrofiado.
En la sinagoga de Cafarnaúm, entre los demás asistentes, “había un hombre poseído por un espíritu inmundo”. Aquí no hay otros asistentes; solamente “había un hombre con el brazo atrofiado”, personaje anónimo y que no pronuncia palabra alguna.
Este hombre está “en la sinagoga”, el lugar donde los letrados enseñan. Pero está pasivo, sin actividad. Se le caracteriza solamente por su invalidez, que no es de nacimiento, sino adquirida, y que consiste en tener el brazo reseco[1], atrofiado, sin vida. La invalidez se menciona dos veces (vv. 1 - 3).
En la segunda ocasión se hace de manera innecesaria. “El brazo” (en vez de “un brazo”, Mt., 12,9, o “el brazo derecho” Lc. 6,6), es figura de la actividad y creatividad del ser humano. Este se nombra cuatro veces, subrayando la importancia de su significado.
La manera de designar al inválido está en paralelo con la que usó el evangelista para el poseído de la sinagoga (1,23): “Un hombre con un espíritu inmundo”; (3,1): “un hombre con el brazo atrofiado”, poniendo así en paralelo a los dos personajes.
Valiéndose de estas dos figuras, el evangelista expone los efectos que produce en sus fieles la institución sinagogal regida por los letrados (1,22). Pero hay que notar una diferencia entre estos dos personajes: El poseído no aparece solo en la sinagoga, sino que hay otros personajes que comentan lo que sucede (1,22) indicando así que el caso del poseído es algo excepcional. La segunda figura, en cambio, es el único que aparece en la sinagoga; no hay nadie más a excepción de los fariseos; no hay presencia ni reacción de nadie más. Esta soledad indica que el inválido representa a todo el pueblo que asiste a la sinagoga, y dado el valor genérico de esta sinagoga, la situación en toda Galilea del pueblo fiel a la institución religiosa.
Con ello señala el evangelista que la paralización de la actividad, la incapacidad de iniciativa y creatividad, son el efecto general del influjo fariseo sobre el pueblo. En la perícopa anterior (2,27-28) Jesús había declarado el proyecto de Dios creador: la libertad y el señorío del hombre, condición para su actividad creativa. En contraste con este proyecto divino aparece ahora en la sinagoga un hombre inválido, incapacitado, figura de la obra de Dios malograda. En lugar de ayudarle a realizarse según el designio divino, la sinagoga, utilizando el nombre de Dios y su Ley, lo ha anulado al privarlo de su libertad. Representa el fracaso de la antigua alianza, tergiversada por la doctrina farisea.
2 Estaban al acecho para ver si lo curaba en sábado y presentar una acusación contra Él
Los que están al acecho son los fariseos, mencionados más adelante (v.6), los mismos que han interpelado a Jesús sobre la conducta de los discípulos (2,24). Ellos han escuchado a Jesús que ha aducido el caso de David y ha explicado la relación entre el precepto y el hombre en la antigua alianza (2,27), pero no han hecho caso de la Escritura ni de los argumentos de Jesús, que ponían al descubierto la falsedad de su interpretación de la Ley. No reaccionan reconsiderando su postura, siguen aferrados a sus posiciones y están dispuestos a todo; van a usar la Ley misma como instrumento y buscan un motivo para denunciar a Jesús.
Mientras que Jesús ha entrado abiertamente en la sinagoga, ellos lo acechan en silencio; actúan a traición, ocultando su propósito. Necesitan una prueba para denunciarlo, y se valen de la presencia del inválido. No van a oponerse a que Jesús lo cure; quieren ver si, conforme al principio enunciado (2,27), se atreve a curarlo, violando el sábado personalmente y en presencia de ellos. Tal acción podría calificarse de positivo desprecio de la Ley, y la reincidencia en la violación del precepto sabático, después de una primera advertencia (2,24) estaba penada con la muerte (Ex. 31,14-16). Saben que no basta con la excomunión, pues Jesús está ya viviendo al margen de la institución religiosa, y no precisamente solo, sino acompañado de un grupo cada más creciente de seguidores, cuyo modo de actuar (2,15.19.23) se sale de los moldes de la religión oficial.
Bajo estas figuras indica Marcos, que los fariseos de Galilea espiaban la actividad liberadora de Jesús con el pueblo, al que emancipaba del legalismo, fundamento de la tradición religiosa farisea y base de su dominio. La situación del pueblo, privado de libertad e iniciativa por el sometimiento a su doctrina, les parece normal. Pretenden por eso denunciar a Jesús por subversivo, para que sea juzgado y condenado a muerte.
3 Le dijo al hombre del brazo atrofiado: levántate y ponte en medio.
Se omite todo preámbulo y toda presentación del inválido o intercesión por él (1,30) o cualquier acción por parte del hombre que llame la atención sobre su persona y condición (gritar, pedir la curación, etc.). Esto confirma que este hombre, que no habla ni actúa, no es alguien real, sino una figura que representa a los fieles de la sinagoga, privados de toda iniciativa por la interpretación farisea de la Ley.
Jesús entra en la sinagoga con la intención de encarar a los fariseos por la situación a la que están reducidos los judíos religiosos que ellos someten a la Ley; quiere ver si recapacitan y rectifican. En el texto original, en lugar del pasado “le dijo” se encuentra el presente “le dice”, indicando así el sentido ejemplar del episodio, el valor permanente de la actividad liberadora de Jesús. La interpretación farisea de la Ley y su efecto sobre el pueblo continúan en tiempo de Marcos y es, como entonces, objeto de controversia con los dirigentes espirituales del judaísmo.
Vuelve a mencionarse, innecesariamente desde el punto de vista narrativo, el motivo de la invalidez del individuo (el brazo atrofiado) que es figura del efecto de la opresión legalista. El término “atrofiado”, “seco”, recuerda el famoso pasaje de Ez. 37,1-14, la visión de los huesos secos o calcinados, símbolo del pueblo sin vida (37,11). Marcos, reinterpreta el texto del profeta, atribuyendo la falta de vida del pueblo a la pérdida de la actividad e iniciativa, a su estado de absoluta pasividad, consecuencia de su sumisión al legalismo fariseo.
Jesús provoca la cuestión: ordena al hombre que se levante y se ponga en el centro. En contraste con la forma oscura de actuar de sus adversarios, Jesús obra abiertamente. El hombre no estaba de pie, no desplegaba su estatura humana ni estaba en el centro. De hecho, el centro de interés de la institución es la casuística en torno a la Ley. Jesús cambia ese centro, colocando en él al hombre necesitado, indicando así que la institución religiosa ha de estar en función del bien del hombre, que constituye el criterio para juzgar su validez.
Visible para todos, la manifiesta invalidez del hombre es ya una denuncia, pues queda bien patente la miserable condición de los sometidos a la doctrina oficial. Van a definirse dos actitudes frente a esta situación: la de Jesús y la de los fariseos. El lugar que ahora ocupa el inválido revela la importancia de la cuestión que Jesús va a proponer.
4a Y a ellos les preguntó ¿Qué está permitido en sábado, hacer bien o hacer daño, salvar una vida o matar?
Marcos sigue usando el presente (“y a ellos les pregunta”). El problema sigue siendo actual en su época. Jesús se dirige a los fariseos. Va a intentar por última vez hacerles ver la contradicción que implica su interpretación de la Ley y la observancia que exigen. Poniéndoles delante la situación del lisiado/pueblo (“en medio”), quiere hacerlos reflexionar.
La pregunta es de una claridad meridiana; apela a la evidencia y no tiene más que una respuesta. Sin polémica, adopta el estilo legal (“está permitido”) usado antes por los fariseos (2,24) y propone dos disyuntivas en paralelo que exigen una toma de posición.
La primera disyuntiva “hacer bien o hacer daño” corresponde a la doble acción descrita en 3,2: “para ver si lo curaba en sábado” y “presentar una acusación contra él”. “Hacer bien” es “curar”, restituir la integridad física, que es lo que Jesús se propone hacer con el inválido. En cambio, “hacer daño” es “presentar una acusación”, que es lo que pretenden hacer los fariseos si Jesús cura a este hombre.
La segunda disyuntiva “salvar una vida o matar” radicaliza la primera, poniéndola en categorías de vida y muerte. “Hacer bien”, “curar”, sacar al hombre de su miserable situación, está en la línea de la vida (seco, sin vida) y significa “salvar una vida”, impedir que se malogre; “hacer daño”, “acusar”, está, por el contrario, en la línea de la muerte.
Una y otra disyuntiva corresponden a la oposición expresada en 2,27: “hacer bien/salvar una vida” en sábado significa que el precepto existe por el hombre. En cambio “hacer daño/matar” en sábado, oponiéndose al bien del hombre en nombre de la Ley, significa que el hombre existe por el precepto y que la observancia legalista prevalece sobre él.
Jesús les pregunta cuál de las dos acciones está permitida o, lo que es lo mismo, si Dios, al instituir el sábado pretendió que éste sirviera para el bien o para el mal. Los coloca ante un dilema ético, cuya solución depende de la función que se atribuya al sábado respecto al hombre.
Como se ha visto en 2,27, el sábado había sido instituido para favorecer al hombre; para que éste no perdiera de vista la libertad y el señorío a que estaba llamado como imagen de Dios. El descanso debía permitirle afirmar y celebrar el don de la vida y de la libertad. Esta concepción del sábado es la que ha de decidir la licitud o moralidad de las dos acciones que están por realizarse, la de Jesús y la de los fariseos.
Lo que Jesús quiere hacer con el hombre, impedir que su vida se malogre, coincide con el designio de Dios. Por tanto, no sólo está permitido, sino que pertenece a la esencia misma del sábado. Es más, como este precepto se consideraba cima y compendio de toda la Ley, todo precepto que apele a la voluntad divina ha de servir para potenciar la vida y la libertad del hombre, no para someterlo y disminuirlo; de lo contrario, estará positivamente en contra del designio de Dios y no procederá de Dios, será cosa humana.
La actitud de los fariseos, por el contrario, está en contra del plan divino. No sólo no toleran que se haga bien al hombre, restituyéndole la capacidad de libertad y acción que Dios le ha dado (Gn. 1,28 y 2,5: “dominar la tierra; trabajar...”), sino que amenazan con la muerte al que quiere liberarlo.
Para ellos, el hombre está al servicio del precepto. El sábado y más en general la Ley, no tienen la función de recordar al hombre la libertad y autonomía a la que está llamado, ni de potenciarlo, sino por el contrario, la de hacerle sentir su condición de súbdito frente a Dios.
El sábado fariseo, envuelto en una maraña de prohibiciones, agarrota al hombre y, apelando a la voluntad de Dios, le impide toda iniciativa. El día sagrado se ha convertido en símbolo de esclavitud, esterilidad y muerte, en instrumento de opresión.
El sábado debía haber sido el exponente del designio de Dios sobre el hombre. Pero si este día, destinado a afirmar la libertad, la niega, convirtiéndose en día de opresión, el designio de Dios queda anulado y, por ser el sábado el compendio de toda la Ley, la opresión se extiende a toda la vida del israelita. La prueba de esta tergiversación de la Ley es el hombre del brazo atrofiado, colocado en el centro de la escena. Es la contrafigura de la imagen de Dios, la obra de Dios malograda. Su mera presencia es una acusación al sistema religioso.
Pero la interpretación farisea de la Ley abre un abismo tan profundo entre Dios y el hombre, que se pierde de vista que éste fue creado a imagen de Dios y que, por ende, está llamado a parecerse a Él. De este modo, la única relación posible del hombre con Dios no es la del esclavo con su dueño. La Ley, así concebida, trastorna los valores. Bien y mal ya no significan lo que impulsa o impide el desarrollo del ser humano, sino la observancia o no observancia de la casuística legal, más importante que el hombre mismo. A lo más que el hombre puede aspirar es a ser un observante fiel, siempre en deuda con Dios, su Señor. Dios ya no es modelo del hombre, ni esta imagen de Él y, en consecuencia, no hay razón para afirmar la autonomía y la libertad. Se propone por modelo al que las sacrifica en aras de la observancia minuciosa y a ella consagra su vida.
Con esto, los fariseos han instrumentalizado a Dios, haciéndolo cómplice de la opresión y de la muerte que infligen. Y al reivindicar para su doctrina la autoridad de Dios mismo, no dejan salida; el deseo de la libertad se convierte en ofensa a Dios, anulando así la posibilidad de rebelión. La ley absolutizada y deificada impide la vida, la felicidad y el desarrollo del hombre y da su autorización para darle muerte en nombre de Dios.
Para Jesús, el bien del hombre es la libre actividad que lo desarrolla; para los fariseos, es la sumisión al código de la Ley.
En resumen: Con su pregunta, Jesús hace ver que es falsa e ilegítima la interpretación farisea de la Ley, nervio y base del sistema religioso judío, por estar en contradicción con el designio de Dios tal como lo presenta la Escritura. Los fariseos, cuya observancia les procura una posición de autoridad y de prestigio, han tergiversado los valores morales, presentando una idea falsa de Dios y de su relación con el hombre. Con su nítida pregunta, espera Jesús que los fariseos comprendan el sentido de la Ley y el designio de Dios.
4b Ellos guardaron silencio.
Los fariseos saben que la pregunta de Jesús no es teórica; es una denuncia abierta del modo como ellos manipulan la Ley, con la esperanza de que comprendan. Pero no pueden dar respuesta. Si admitiesen que el sábado permite hacer el bien, es decir, que está subordinado al hombre, perderían el dominio sobre el pueblo. Si admitiesen que permite hacer el mal, denunciarían su propio proceder y el efecto sería el mismo. No pueden aceptar el razonamiento evidente que les propone Jesús y se cierran. Callados, mantienen su postura y defienden su posición. Jesús es un enemigo mortal con el que no se dialoga ni se discute.
No se acepta al verdadero Dios, el que ama al hombre. El suyo es un Dios contradictorio, bueno de palabra, pero malo de hecho; un déspota que afirma su soberanía, sin importar el bien del hombre[2].
No quieren entender ni están dispuestos a rectificar. La pregunta que ha puesto al descubierto su actitud, no lleva a estos observantes, que se precian de fidelidad a Dios, a revisar su propia conducta. Para ellos, la fidelidad a Dios no tiene nada que ver con el interés por el hombre. Este puede quedar inutilizado e incluso morir; lo único importante es que se salvaguarde la obediencia a lo que ellos proponen como Ley de Dios, que no es más que su propia ideología absolutizada.
Los fariseos son discípulos de los letrados (2,16.18). Han hecho suya la doctrina de sus maestros, que separa la fidelidad a Dios de la fidelidad al hombre (7,9-13; 12,29-31) y no admiten que sea puesta en cuestión. Son incapaces de entender. No les convence ni siquiera el testimonio de la Escritura, expuesto por Jesús (2,25). La tradición que aprenden de sus maestros está por encima de la Escritura misma[3].
El intento de Jesús ha fracasado. Ha hecho el último esfuerzo para sacarlos de su ceguera, pero no lo ha conseguido. Ante el rechazo, Jesús queda impotente.
5 “Echándoles en torno una mirada de ira y apenado por la obcecación de su mente, le dijo al hombre: extiende el brazo. Lo extendió y su brazo volvió a quedar normal”.
El silencio de los fariseos, que manifiesta su sinrazón y la obstinación en su propósito, provoca la indignación de Jesús. Los mira a todos con ira; esa postura le resulta intolerable. Marcos, muestra así el antagonismo de Jesús contra los que se sirven del nombre de Dios para impedir el designio divino, la libertad del hombre, haciendo a éste víctima de una Ley religiosa.
Pero, junto a la ira, Jesús siente tristeza. La ira corresponde al mal que hacen los fariseos subyugando al pueblo, e impidiendo su desarrollo humano. La tristeza se debe a la obcecación incurable de estos hombres, que llaman al mal bien y al bien mal (Is. 5,20); también ellos son dignos de compasión. Son otro ejemplo de la obra de Dios malograda.
Ambas reacciones nacen del amor: la ira, del amor al pueblo; la tristeza, del amor a los fariseos mismos.
Pero la situación de los fariseos es peor que la del pueblo. Mientras éste, oprimido, puede responder a la oferta de libertad, los fariseos, oprimidos y opresores al mismo tiempo, la rechazan. Ellos se han sometido a la doctrina de los letrados, pero a su vez, someten al pueblo a ella. Compensan la opresión que sufren con el poder que ejercen.
El hombre del brazo atrofiado, figura del pueblo sin capacidad de acción, se dejará guiar por Jesús, quien le restituirá la libertad y la capacidad creativa. Los fariseos, por el contrario, se obstinarán en su postura y maquinarán para acabar con Jesús. El intento de éste con ellos fracasa rotundamente; de ahí su tristeza[4].
También la frase “le dijo al hombre” está puesta en el original en tiempo presente. Continúa el sentido ejemplar del relato y su validez para toda época de la historia.
La reacción de Jesús no es violenta, pero si desafiante y valiente. La oposición de los líderes espirituales no va a detener su acción. Como en la sinagoga de Cafarnaúm (1,21) ésta responde a su programa de éxodo; va a realizar su primera fase, la liberación de la esclavitud; la tierra de opresión de la que quiere sacar al hombre es la institución judía, representada por la sinagoga. Los partidarios de ésta se oponen; no quieren que el pueblo se libere de la sumisión a la Ley, porque esta situación de vida asegura su propio dominio.
“Extender el brazo/la mano” significa ejercer la capacidad de acción. Jesús va a restituírsela al hombre, permitiéndoles su libre iniciativa. Al decir estas palabras, Jesús es consciente de estar arriesgando su vida (3,2). Se confrontan así, dos actitudes: la de los opresores que por su propio interés quitan la vida al hombre, y la de Jesús, que por interés por el hombre, arriesga su propia vida. Así, Jesús cumple el compromiso expresado en su bautismo (1,9).
El bien del hombre no sólo está por encima de la Ley, sino que es la norma suprema que rige todo comportamiento moral. Es el valor absoluto frente al cual queda relativizada incluso la propia existencia. Para el fariseo, en cambio, la Ley, como absoluto, no reconoce una norma superior que pueda juzgarla; al identificarse con la voluntad divina, se convierte en un ídolo que suplanta a Dios mismo.
El inválido ejecuta la orden de Jesús, con lo que demuestra su curación. Ahora puede mover a voluntad el brazo que antes carecía de vida. Su situación que parecía irreversible (atrofiado/seco) desaparece al secundar la orden de Jesús[5].
Bajo estas figuras Marcos, indica que Jesús, convenciendo al pueblo de que la Ley está subordinada al hombre, elimina el influjo de la institución y de su doctrina. Con esto, el pueblo de Galilea se sustrae a la dependencia que lo tenía disminuido y recobra su capacidad de acción e iniciativa (“su brazo quedó normal”). La orden que da al inválido significa que Jesús urge, apremia a los hombres a que opten por la libertad y la vida. El que responde, recupera su humanidad.
6 Al salir, los fariseos, junto con los herodianos, se pusieron en seguida a maquinar en contra suya para acabar con él.
7a Jesús, junto con sus discípulos, se retiró en dirección al mar.
La salida de la sinagoga se refiere tanto a los fariseos como a Jesús. En ella se expresa la ruptura definitiva. Los fariseos van a tramar la muerte de Jesús; Jesús, por su parte, va a expresar su alejamiento de la institución judía y su dedicación al bien de todos los hombres.
La reacción de los fariseos es inmediata (“en seguida”), lo que indica que el problema es para ellos de suma gravedad. Ahora no van a denunciar a Jesús, como había sido su primer propósito (3,2); sin esperar a la decisión de un tribunal, planean directamente su muerte.
No se asocian a los letrados ni al Gran Consejo de Jerusalén quienes podrían haber dictado la sentencia de excomunión para Jesús. A ellos les interesa acabar con él cuanto antes, aunque sin aparecer en público como los causantes de su muerte. De hecho, en la praxis jurídica farisea, para salvar su fama ante el pueblo, nunca se llegaba a la ejecución de la pena de muerte. Por eso van a aliarse con otro grupo que puede ayudarles a llevar a cabo su propósito. Es el grupo de los herodianos o partidarios de Herodes, el rey tetrarca de Galilea (6,14), representante del poder político.
Al emancipar al pueblo de la sumisión a la Ley y procurar su libertad, Jesús no sólo sacude la base de la religión farisea, sino también la del poder político que es igualmente opresor. Los herodianos son partidarios de un rey ilegítimo, cuyo poder se afirma dando muerte (6,16). Para encubrir su crimen, los fariseos buscan el apoyo del brazo secular que puede considerar a Jesús un subversivo y eliminarlo. También los poderosos se alarman. La sumisión religiosa garantiza la civil; el dios despótico legitima el despotismo.
“Retirarse” significa abandonar un lugar. Con su retirada, Jesús manifiesta públicamente su ruptura con la institución sinagogal. Lo acompañan sus discípulos que mantienen su adhesión y se asocian a su ruptura.
“El mar” o lago de Galilea, frontera con los territorios paganos, se convierte en símbolo de la apertura a todos los pueblos. Así, Jesús abre su actividad y su mensaje al horizonte universal ya insinuado en distintos momentos: En la llamada de los pescadores “junto al mar” (1,16), en el episodio del paralítico (2,1-13), en la llamada de Leví (2,14) y en el banquete con discípulos y pecadores (2,15-17) que son figura de la nueva comunidad universal.
Jesús ha ofrecido su mensaje en primer lugar a Israel, y ha sido rechazado por los que dominan al pueblo a través de la sinagoga. Con esto, Jesús da por terminada su labor con el pueblo judío como tal. Desde ahora no pretenderá abarcar a “la Casa de Israel” (2,1); sólo los israelitas que rompan con las instituciones oficiales podrán formar parte de su grupo.
La ruptura es definitiva y los caminos divergen. Para salvar la institución religiosa, los fariseos deciden eliminar a Jesús y buscan apoyo en el poder civil. Jesús abandona esa institución y se marcha en dirección a la humanidad, para ofrecerles libertad y vida. Contrasta la violencia de los observantes de la Ley con la no violencia de Jesús. El antagonismo de la institución judía hacia él será implacable, no cejará hasta darle muerte.
[1] Como la higuera seca de raíz Marcos 11,20
[2] Esta actitud farisea es la que será calificada por Jesús (8,38) de adúltera e idólatra, es decir, infiel al verdadero Dios. También es una actitud “pecadora” o descreída por no hacer caso de su voluntad.
[3] Tal será la acusación de Jesús a los fariseos y letrados (7,6-13)
[4] Esta tristeza por lo obcecación de los fariseos llegará a su punto máximo en Getsemaní (14,34) cuando Jesús diga “me muero de tristeza”, ahora por la obcecación de todo el pueblo.
[5] Se utiliza el verbo “restablecer”