CONVOCACCIÓN DEL ISRAEL MESIÁNICO: LOS DOCE
13 Subió al monte, convocó a los que Él quería y se acercaron a Él.
14 Entonces constituyó a doce, para que estuviesen con Él y para enviarlos a predicar,
15 con autoridad para expulsar a los demonios.
16 Así constituyó a los Doce: A Simón, y le puso de sobrenombre “Pedro”;
17 a Santiago de Zebedeo y a Juan su hermano, y les puso de sobrenombre “boanerges”, es decir, “truenos”,
18 a Andrés y Felipe, a Bartolomé y Mateo, a Tomás y Santiago de Alfeo, a Tadeo y Simón el Fanático
19 y a Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
13 Subió al monte, convocó a los que Él quería y se acercaron a Él.
Ante el rechazo del Israel oficial que se ha propuesto eliminarlo (3,6) Jesús formaliza su ruptura con la institución judía consumando un cisma, es decir, convocando a Israel desde fuera de ella. Con esto, aunque rompe con la institución no abandona al pueblo; hace un llamamiento para que los israelitas que deseen el reino de Dios se unan a Él, abandonando las instituciones opresoras que no aceptan la exigencia universalista de la era mesiánica ni permiten la emancipación del hombre. El reino de Dios se realizará fuera del antiguo Israel.
Tanto en la cultura religiosa judía como en las paganas circundantes, la divinidad o divinidades tenían su morada o su lugar de actuación en un monte. En la Grecia clásica, el monte Olimpo era la morada de los dioses; entre los judíos, el monte Sion era el lugar del templo, habitación de Dios. La revelación a Moisés (Ex. 19,3) y a éste con los ancianos (Ex. 24,9-11) tuvo lugar en el monte Sinaí. El monte tiene pues un significado teológico. En los Evangelios es el lugar simbólico de la presencia divina en relación con la historia humana.
En Marcos 3,13, la subida de Jesús al monte (única vez en este evangelio) significa que Jesús se coloca en la esfera de lo divino. La convocación se hace con la autoridad de Dios mismo, presente en Jesús. En el Sinaí, Moisés subió al monte y Dios le habló desde el monte. El hecho de subir al monte pone a Jesús en paralelo con Moisés y su actuación en el monte en paralelo con Dios. La escena afirma la divinidad de Jesús, el Hombre-Dios.
Este monte se distingue del monte Sion sobre el que estaba construido el templo de Jerusalén, baluarte del particularismo judío. Jesús está en Galilea, pero el monte al que sube, no tiene en el texto localización geográfica, es decir, no se vincula al territorio judío. Este monte no pertenece solamente a Israel, sino a la humanidad entera. El nuevo lugar de la presencia divina sustituye el antiguo; el contacto de Dios con la historia humana no se realiza ya desde el monte del templo, sino desde el lugar donde está Jesús.
El acto de “convocar”, (“llamar a sí”) supone una autoridad en el que convoca; éste hace aparecer a los convocados. En Jesús, se trata de la autoridad divina indicada por la localización “en el monte”, la misma autoridad del Espíritu que antes se ha manifestado en su enseñanza (1,22.27), en la creación del hombre nuevo escenificada en el episodio del paralítico (2,10) y en la superioridad sobre la Ley (2,28).
Jesús convoca “a los que Él quería”. Con estas palabras se expresa un amor de Jesús que viene desde siempre. De hecho, la expresión puede traducirse como “a los que ya quería desde antes”. Así, el destinatario de este amor es el pueblo de la antigua alianza. El motivo de la convocación es por tanto, el amor de Jesús por este pueblo, amor que se hace efectivo en los israelitas que lo han seguido (los discípulos). Los invita a reunirse con Él en la esfera de lo divino (el monte) pues es en este espacio donde se constituye el Israel definitivo.
Este amor de Jesús a sus seguidores israelitas había sido expresado en la figura del novio/esposo (2,19) que, bajo la imagen nupcial denotaba el vínculo de amor y fidelidad entre Jesús y el Israel que le da su adhesión. Al ser la figura del esposo una transferencia a Jesús del papel de Dios en la antigua alianza, se implica que este amor continúa el de la primera elección.
En el original, el verbo se encuentra en presente histórico (convoca), indicando el permanente amor y la permanente invitación de Jesús a los que pertenecían al antiguo Israel. El Israel definitivo, representado por el grupo de los Doce, no está cerrado; espera la sucesiva incorporación de los que vayan reconociendo a Jesús, el fundador y centro de la nueva alianza.
La frase “y se acercaron a Él” señala la respuesta de “los que Él quería”, la cual es una opción por Jesús, pero incluyendo un elemento de separación o ruptura. Al acercarse a Él, que está en el monte, también los convocados entran en la esfera de lo divino. Al contrario que en la antigua alianza, donde sólo Moisés tuvo acceso a Dios (Ex. 19,21-25), en la nueva alianza, esta posibilidad es para todo el nuevo Israel.
Esta opción por Jesús no es igual a la realizada por las dos parejas de hermanos al ser llamados por Él (1,16-21), pues ha intervenido un hecho nuevo, la ruptura de Jesús con la institución judía. Ahora, optar por Jesús, incluye asociarse a su ruptura. Esta es condición indispensable para formar parte del nuevo y definitivo Israel.
Dar este paso supone para los discípulos aceptar un riesgo: el nuevo Israel va a ser signo de ruptura radical con las instituciones que planean ya la muerte de Jesús (3,6). La misma amenaza va a cernirse ahora sobre los que decidan seguir al Maestro.
En resumen: Ante la oposición a muerte de la sinagoga, Jesús decide romper públicamente con la institución judía; convoca a todos los israelitas que han hecho su opción por Él, haciéndose sus discípulos, para formar con ellos el nuevo Israel, mesiánico y definitivo. Esta decisión de Jesús significa un cisma respecto al Israel oficial. Su convocación implica que, para formar parte del nuevo Israel, los discípulos han de romper, como Él lo ha hecho, con el Israel institucional del pasado. Su amor le impide abandonar al antiguo pueblo elegido: la constitución del nuevo Israel es un intento de salvarlo.
14 Entonces constituyó a doce, para que estuviesen con Él y para enviarlos a predicar
15 con autoridad para expulsar a los demonios.
La convocación ha sido colectiva: “a los que Él quería”, es decir, al conjunto de los Israelitas que han respondido individualmente a su llamada.
Con ellos, frente al Israel oficial, constituye el nuevo Israel (Doce), que será el heredero de las promesas. La constitución del primer pueblo se basaba en la elección de los patriarcas. En continuidad con la historia, Jesús no hace ahora una nueva elección, sino que al constituir el Israel definitivo confirma y renueva la elección antigua.
El número “Doce” es el símbolo de Israel en su integridad, pero la ausencia de artículo (dice “doce” y no “los doce”) muestra que Jesús no restituye las doce antiguas tribus de Israel, ni pone a sus discípulos en paralelo con los doce patriarcas. Este nuevo “Doce” designa el conjunto del Israel mesiánico, que no corresponde ya a la antigua alianza, sino a la alianza de Jesús (2,19: el esposo; 14,26: “esta es la sangre de la alianza mía”) en la que no se entra por mera pertenencia étnica, sino por la adhesión a la persona de Jesús. Engloba a todos aquellos que, habiendo vivido dentro de la antigua alianza, han reconocido la llamada de Jesús y han respondido a ella.
Al formarse el Israel definitivo deja de existir el antiguo, y todo judío que no entre a formar parte del nuevo deja de pertenecer al pueblo de la promesa. Por eso, Israel como pueblo, no tiene en Marcos, ningún papel característico aparte del simbolismo del número. A los Doce no se asigna ninguna función particular en relación con el Israel histórico.
Esta iniciativa de Jesús es un gran desafío a la institución judía. Rechazado por los dirigentes y fracasado así su intento de atraer a todo Israel, Jesús, con su convocatoria y con la constitución de “Doce” declara caduco el Israel antiguo y superado su papel histórico. Así desecha definitivamente el odre viejo de las antiguas instituciones (2,22). Dios está con él y no más con la institución judía.
La constitución del nuevo Israel tiene una doble finalidad: “estar con Jesús” y “ser enviados a proclamar”.
La expresión “estar con” ha aparecido ya dos veces en el Evangelio. La primera vez designaba a los que seguían a Simón en busca de Jesús (1,36), es decir, a los que se identificaban con el propósito de Simón y se asociaban a su actividad. La segunda vez refiriéndose a los que seguían a David en circunstancias difíciles (2,25), es decir, a los incondicionales de David. Lo que Jesús pretende al convocar a estos israelitas es que sean incondicionales suyos, porque el nuevo Israel ha de estar estrechamente unido a Jesús, el Hijo de Dios, para llevar a cabo su misión.
Por otra parte, la expresión “estar con” se encuentra en Is. 43,5, pronunciada por Dios que se dirige al pueblo: “no temas que estoy contigo”. Esta cercanía de Dios al pueblo se traduce en obras de salvación (Is. 43, 2-4) y se debe al amor de Dios por él. El “estar” de Dios con Israel se continúa en el ”estar” del esposo/Jesús con sus discípulos (2,19), significando la fidelidad de su amor hacia ellos, manifestada en la convocación (“a los que Él quería”). Ahora quiere que sus discípulos respondan. Ellos han dado el primer paso, se han acercado a Él, pero la plena correspondencia a su amor es un objetivo que han de alcanzar (“para que estuviesen con Él”), identificándose con su persona y con su mensaje. Su adhesión tiene que madurar y hacerse cada vez más profunda.
La respuesta inicial indicada por “se acercaron a Él” (v 13c) no es plena ni necesariamente definitiva. Estar con Jesús no es aún un objetivo plenamente alcanzado. Y el primer paso no garantiza la continuidad y permanencia de ese estado.
“Enviarlos a proclamar” es el objetivo principal de la constitución del nuevo Israel. “Estar con Jesús”, ser incondicional suyo, es requisito indispensable para lo segundo. El ámbito universal de la misión ha quedado señalado a partir del episodio del paralítico (2,1-13). Más tarde, la inmensa muchedumbre judía y pagana (3,7b-8) representa a “los peces” que los pescadores han de pescar. La proclamación ha de extenderse a todos los pueblos.
Es aquí donde Jesús señala al Israel mesiánico su tarea en el mundo. En el Antiguo Testamento tenía Israel una misión confiada por Dios. Estaba llamado a producir un fruto, el amor al prójimo. Esto habría hecho de Israel una sociedad justa, haciendo resplandecer al verdadero Dios ante los paganos. Pero el plan de Dios había fracasado, como se ha hecho patente con el llamamiento de Juan Bautista. La sociedad judía era profundamente injusta.
Con Jesús cambia la misión de Israel. Si antes había sido centrípeta, como punto de atracción para los demás pueblos (Is. 2,1-5), ahora ha de ser centrífuga, poniéndose al servicio de la humanidad. Ha de proclamar a todos los hombres la buena noticia del reinado de Dios, ya sin mediación del templo ni de las antiguas instituciones (2,22)
Jesús no pone fronteras a la misión de los Doce; queda abierto el horizonte de los pueblos paganos. Tampoco asigna a los Doce función alguna dentro de la comunidad; el ámbito de su actividad se encuentra fuera de ella. Esto concuerda con el significado del grupo de Doce que representa a todos los seguidores de Jesús que proceden del judaísmo. Si engloba al grupo entero, la actividad ha de desplegarse al exterior.
Los dos objetivos son complementarios. Jesús espera del Israel mesiánico una adhesión y fidelidad a Él y a su programa (v14 “estar con Él”) que responda a su amor por ellos (v13 “a los que Él quería”). Desde esta adhesión incondicional que pone fin a su exclusividad, podrá Israel ejercitar la misión que Jesús le confía en beneficio de la humanidad entera.
La proclamación irá acompañada de una actividad liberadora expresada como “expulsar demonios”. Como ya se ha visto (1,32-34) éstos representan ideologías de odio y de violencia incompatibles con el mensaje y el proceder de Jesús, al mismo tiempo que para quien se encuentra sometido a estos “demonios”, los mismos le impiden aceptar el reino. La autoridad para expulsarlos procede del Espíritu (1,22). Jesús se propone comunicar Espíritu a los Doce para que ejerzan la misión, como se insinuaba en la llamada de Simón y Andrés (1,17) y en la convocación desde el monte, en la que entran los que se acercan a Jesús. El Espíritu aparece como una fuerza que capacita para trabajar eficazmente en la misión. Pero la eficacia del Espíritu y con ella la de la misión, dependen del “estar con Él”, de la adhesión a Jesús y a su mensaje.
Los dos objetivos de la convocación de los Doce dejan claro el futuro que Jesús diseña para el nuevo Israel. Este no ha de ser ya una sociedad cerrada, no ha de imponerse a los demás pueblos; será, por el contrario, su servidor, e irá eliminando la violencia fanática que enfrenta a los hombres de todas las naciones al modo de vida propio del reino de Dios.
Los ideales de grandeza y hegemonía que se alimentaba de ciertos pasajes del Antiguo Testamento y habían sido fomentados por el nacionalismo exclusivista quedan descartados definitivamente. Sin embargo, los Doce aún no están con Jesús. Habrá que ver si entienden el alcance de la ruptura que exige la formación del nuevo Israel.
Terminada la lectura de 3,13-15 puede verse que existe un paralelo con un texto del libro del profeta Joel (Jl 3,5). La comparación de los dos pasajes ilumina el texto de Marcos[1]. A “el monte Sion” de Joel corresponde en Marcos, “el monte” al que Jesús sube. A los “mensajeros de buenas noticias” corresponde “predicar/proclamar la buena noticia”. A los “que el Señor haya convocado” corresponde “convocó a los que Él quería”. Todo esto de acuerdo a la transferencia que hace Marcos, de las funciones divinas a Jesús. Además, el texto mencionado de Joel se encuentra en el contexto del futuro don del Espíritu a todo hombre (Jl. 3,5). En Marcos, 3,15 la “autoridad” que van a recibir los convocados deriva de la recepción del Espíritu.
La perícopa de Marcos, interpreta la profecía de Joel en la que Dios prometía que en el ámbito de la institución judía (el monte Sion, lugar del templo de Jerusalén) quedarían hombres que serían convocados por él para ser portadores de buenas noticias. Jesús convoca ahora a esos israelitas para que sean portadores del mensaje del reino.
16 Así constituyó a los Doce: A Simón, y le puso de sobrenombre “Pedro”;
17 a Santiago de Zebedeo y a Juan su hermano, y les puso de sobrenombre “Boanerges”, es decir, “truenos...”
La segunda parte de la perícopa explicita la primera en cuanto a la composición del grupo. La lista de los Doce comienza por los primeros llamados (1,16-21a). Jesús forma el Israel mesiánico con los israelitas que lo habían seguido.
Leví, que siguió a Jesús como los primeros llamados (2,14), no está incluido en la lista porque cuando fue llamado por Jesús (2,14) estaba excluido de Israel por su condición de recaudador/descreído. Su llamada fue el paradigma de la de todos los pertenecientes al otro grupo de seguidores, los que estaban fuera del Israel institucional (2,15). Los Doce, por tanto, no representan en Marcos a todos los seguidores de Jesús, sino solamente a aquellos que proceden del ámbito de la antigua alianza (discípulos).
El autor del evangelio no presenta la lista de los Doce como una novedad absoluta. En el texto original, la conexión de las frases “constituyó a los Doce...” da por descontada la inclusión de Simón en la lista. Con eso Marcos hace consciente al lector de que los Doce incluye a todos los discípulos (seguidores procedentes del judaísmo) llamados hasta el momento.
De ellos, los cuatro primeros de la lista han sido explícitamente llamados (1,16-21a), y su llamada fue el paradigma de la de todos los israelitas. Hay otros, por tanto, que también han sido llamados, aunque no se haya explicitado. La lista de los Doce los representa a todos, cualquiera que fuese su número real; de ahí que la mayor parte de los nombres designen a desconocidos.
La lista comienza por tres discípulos que reciben un sobrenombre y que forman así un grupo aparte. Termina con Judas Iscariote que, por ser el traidor, queda separado del resto. En medio se intercalan ocho nombres, empezando por el de Andrés.
Se distinguen así fácilmente tres subgrupos: El primero formado por Simón, Santiago y Juan. El segundo por ocho nombres a partir del de Andrés. Y el tercero por Judas Iscariote, el traidor.
Jesús no cambia el nombre de Simón, sino que le pone un sobrenombre o apodo, “Pedro/Piedra”, lo mismo que hace con los Zebedeos (“le puso de sobrenombre Pedro” y “les puso de sobrenombre Boanerges”). De hecho, cuando Jesús se dirige a aquél por su nombre, no lo llama “Pedro” sino “Simón” (14,37). Si Jesús hubiese pretendido efectuar un cambio de nombre habría sido Él, el primero en utilizar “Pedro” en lugar de “Simón”. El evangelista, en cambio, a partir de este pasaje emplea exclusivamente el sobrenombre “Pedro”, que en las comunidades cristianas hará prácticamente de nombre.
“Truenos” es un apodo descriptivo y, por el paralelo, el apodo de Simón “Piedra”, ha de tener el mismo valor. El término griego “petros” no es un nombre propio, sino común; significa “piedra” movible, cuyas dimensiones permiten cogerla y lanzarla. El sentido del sobrenombre puede deducirse de lo ocurrido anteriormente con Simón. A pesar del esfuerzo de Jesús por liberarlo de su ideología reformista violenta (1,39) Simón no ha cambiado de actitud. Se propuso que Jesús aceptase el liderazgo que deseaba la gente de Cafarnaúm y arrastró tras de sí a sus compañeros de llamamiento (1,36), haciéndose cabecilla de un proyecto contrario al de Jesús. Así, el sobrenombre alude a la dureza de la piedra, significando la obstinación de Simón[2].
La repetición del nombre de Santiago destaca su figura respecto a la de su hermano. El sobrenombre que Jesús aplica a Santiago y Juan “Truenos” (hijos del trueno) está en relación con lo descrito en su llamada (1,29). Aparecen allí como miembros de un círculo judío jerarquizado, con diferentes clases sociales, donde descollaba una figura de autoridad, el padre Zebedeo. “Hijos del Trueno” está en paralelo con “hijos de Zebedeo” y la voz autoritaria. Los hijos son los herederos y continuadores de esta manera de comportarse[3].
Los sobrenombres avisan al lector, para que preste atención, al modo de actuar de estos tres discípulos, cuyos antecedentes no les ayudan a comprender el mensaje universalista ni la misión del nuevo Israel. Son una clave de lectura para los episodios posteriores.
18 a Andrés y Felipe, a Bartolomé y Mateo, a Tomás y Santiago de Alfeo, a Tadeo y Simón el Fanático...
Después de los tres primeros de la lista, el evangelista cataloga el segundo subgrupo de los Doce. Andrés deja de estar asociado a Simón (1,16.29), no recibe sobrenombre y ya no se menciona que son hermanos. Ha pasado a segundo término. Sin embargo, en los episodios anteriores ha quedado caracterizado como supeditado a su hermano Simón[4]. El hecho de que ahora Andrés encabece el grupo de estos ocho, puede indicar que este grupo gira en la misma órbita.
El segundo subgrupo que comienza con Andrés, termina con Simón el Fanático. De los ocho nombres ninguno vuelve a aparecer en el relato evangélico, a excepción de Andrés (13,3) y éste, simplemente asociado a una pregunta de Pedro. Excepto Andrés, todos son desconocidos; ninguno de ellos -incluido Andrés- pronuncia palabra ni tiene intervención alguna en el evangelio. Es el grupo de los que han respondido a la llamada de Jesús y van silenciosamente a su lado; sus reacciones son colectivas o secundan la postura de los más destacados. Actúan como un todo.
El hecho de que Marcos inserte en el grupo de los Doce esta mayoría sin relieve alguno no puede ser casual. Indica que más que los individuos reducidos a unos nombres, lo importante es la convocación de Israel, representado por individuos cualesquiera, como figura de los israelitas anónimos que han dado su adhesión a Jesús. Esto muestra el carácter representativo del grupo de los Doce. El autor narra su constitución y enumera los nombres, no porque atribuya especial importancia a cada uno de sus miembros, sino por el valor simbólico del número doce.
Solamente dos de los ocho están caracterizados. Santiago ostenta el patronímico de “Alfeo” que lo distingue de Santiago de Zebedeo y lo pone en relación de hermandad, al menos de raza, con Leví el recaudador (1,14). Santiago representa un israelita que era fiel a la institución. Leví a uno que había sido excluido de ella.
El segundo caracterizado es Simón el fanático. “Fanáticos” o “zelotas” eran los que propugnaban una observancia estricta de la Ley y, en la época de Jesús, también exigían una reforma radical de la institución judía, en nombre de la misma Ley. Es la ideología cristalizada en el partido nacionalista llamado “zelotas”. La adhesión a Jesús confirma su ruptura con la institución.
El paralelo entre Simón Pedro y Simón el Fanático no estriba sólo en la identidad de nombre, sino también en una actitud similar. Entre los dos queda abarcado el grupo entero, con excepción del traidor. Pueden esperarse, por tanto, reacciones reformistas y nacionalistas por parte del conjunto del grupo.
En la lista de los Doce hay varios nombres griegos: Andrés, Felipe, Simón y probablemente Tadeo. El resto son nombres semíticos. Esta variedad delata diferentes tendencias en el Israel de la época.
19 y a Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
El tercero y último subgrupo de la lista está constituido por un solo individuo: Judas Iscariote. El nombre Judas es hebreo y está en relación con Judea/Judío. Iscariote significa “el hombre de la aldea”. Desde su primera mención lleva Judas la marca de su traición. Él será quien dé a las autoridades judías la ocasión de tomar preso a Jesús para condenarlo a muerte. (14,10).
Resumiendo, esta sección podemos decir que los Doce son figura del Israel mesiánico y definitivo. No son fundadores del nuevo pueblo, sino su expresión misma. El fundador es Jesús que asume la función divina del esposo (2,19). Las finalidades de la constitución del grupo “estar con Jesús” y “ser enviados a proclamar”, no son exclusivas del nuevo Israel, sino comunes a todos los seguidores de Jesús. Pero en esta perícopa, Jesús mismo le señala al nuevo Israel, cuál es su fundamento y cuál es su misión en el mundo.
La lista muestra la heterogeneidad del grupo de los Doce, reflejando la diversidad existente entre los israelitas que responden a Jesús, entre los cuales se encuentra incluso, el traidor.
La constitución de Israel consuma la ruptura de Jesús con el sistema judío; significa que el antiguo Israel ha perdido su elección y ha dejado de ser destinatario de las promesas. Ahora pueden esperarse nuevas reacciones a esta iniciativa de Jesús.
[1] “Porque en el monte Sion y en Jerusalén habrá supervivientes –como lo dijo el Señor- y mensajeros de buenas noticias, los que el Señor haya convocado” (Joel. 3,5)
[2] La obstinación de Pedro en sostener un ideal mesiánico contrario al de Jesús se prolonga a lo largo del evangelio: En 8,32 se opone al destino del Hombre enunciado por Jesús y es llamado Satanás. En 9,5 intenta encajar el mesianismo de Jesús en los moldes del AT. En 10,28 está en desacuerdo con las condiciones de Jesús sobre la riqueza. En 14,27-31 desmiente la predicación de Jesús que anuncia su muerte. La obstinación culmina en las negaciones (14,66-72)
[3] En 9,38 aparece el carácter autoritario y violento de Juan que actúa como portavoz del grupo. En 10,35, se muestra la ambición de poder de los dos hermanos que aspiran a los mejores puestos, representando también las ambiciones del grupo.
[4] Esta dependencia de Andrés en relación con Simón aparece desde la presentación inicial de los dos hermanos, al repetirse el nombre de Simón (1,16): “Vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón” en vez de su hermano; la casa es de “Simón y Andrés” (1,29) pero el único personaje que aparece es la suegra de Simón; En 1,36 se echan detrás de Jesús “Simón y los estaban con él”; Andrés ha quedado absorbido por el círculo de Simón.