REACCIÓN DE LAS MULTITUDES
7b Una muchedumbre enorme procedente de Galilea, de Judea
8 y de Jerusalén, de Idumea, Transjordania y las comarcas de Tiro y Sidón, una enorme muchedumbre que se había enterado de todo lo que hacía, acudió a Él.
9 Dijo a sus discípulos que le tuvieran preparada una barquilla por causa de la multitud, para que no lo oprimieran,
10 pues como había curado a muchos, se le echaban encima para tocarlo todos los que padecían algún tormento.
11 Y los espíritus inmundos, cuando percibían su presencia, se postraban ante Él y gritaban: Tú eres el Hijo de Dios.
12 Pero Él les conminaba una y otra vez a que no le dieran publicidad.
7b Una muchedumbre enorme procedente de Galilea, de Judea
8 y de Jerusalén, de Idumea, Transjordania y las comarcas de Tiro y Sidón, una enorme muchedumbre que se había enterado de todo lo que hacía, acudió a Él.
El impacto que Jesús causa en la gente es cada vez mayor. El texto nota que esto no se debe a su enseñanza o a su doctrina, sino a su obrar. Jesús no propone un mensaje liberador teórico o relegado a un futuro más o menos próximo que debe ser puesto en práctica por sus seguidores. En cada momento su actividad traduce en obras su mensaje.
Por tercera vez aparece la frase “acudir a Él” (1,45; 2,13; 3,8) y en las tres ocasiones representa la respuesta a un mensaje universalista.
En este caso, la reacción popular se produce no sólo en el país judío, sino también en regiones paganas fronterizas. La muchedumbre procede de Galilea, donde está Jesús y de la provincia meridional llamada Judea, incluida su capital que es Jerusalén. Pero además llegan de las regiones paganas del sur (Idumea), del este (Transjordania) y del noroeste (Tiro y Sidón). La mención de siete nombres de regiones o ciudades señala la universalidad de la concurrencia. La procedencia de las regiones judías en la enumeración indica que la iniciativa de estas ha arrastrado a los pueblos paganos circunvecinos.
La repetición “una enorme muchedumbre- una muchedumbre enorme” que encuadra la enumeración de regiones, indica el gran eco de lo que viene haciendo Jesús. De hecho, los judíos y paganos han comprendido que si Jesús arriesga su propia vida por liberar al hombre de la institución que oprime en nombre de Dios (3,6), es porque Él no tolera opresión de ningún tipo. De ahí la respuesta unánime. Se insinúa así que la enorme muchedumbre judía y pagana, está compuesta por personas que desean sacudirse el yugo de la opresión. El anhelo común de salir de esa situación ha derribado las barreras raciales, nacionales y religiosas.
En particular, la afluencia de paganos muestra que éstos no ven en Jesús un defensor del exclusivismo y nacionalismo judío, cuyo exponente era el legalismo con el que Jesús acaba de romper. Pueden acercarse a Él sin miedo a imposiciones o marginaciones.
Judíos y paganos ven en Jesús al hombre libre de prejuicios de cualquier índole y solidario con los oprimidos; de ahí que que estén abiertos a pensar que Él puede ser el libertador que esperan.
Por otra parte, la mencionada repetida expresión que encuadra la enumeración de regiones, alude a Ez. 47,10. En ese texto se promete un manantial que saldrá del templo (Jerusalén) y se irá convirtiendo en río caudaloso que “fluye hasta Galilea oriental, baja hasta Arabia (país pagano) y desemboca en el mar, sanando las aguas y a toda criatura que vive y se mueve, a la tierra que llegue el río, tendrá vida; habrá ahí muchísimos peces porque llega allí esta agua, y sanarán y tendrán vida; porque todo aquello a lo que llegue el río tendrá vida”.
Al describir el movimiento de la muchedumbre en dirección a Jesús, el evangelista cambia el itinerario de la descripción simbólica de Ezequiel. No es del templo, símbolo supremo de la religión judía, de donde sale el manantial que da vida, sino de Jesús, y la primera privilegiada no es Jerusalén, sino Galilea (Is. 8,23). Jesús dará vida a los que se acerquen a Él y le den su adhesión.
A este mismo texto alude la invitación de Jesús a Simón y Andrés a ser pescadores de hombres. (Mc. 1,17; Ez. 47,10). Se precisa ahora qué clase de hombres habrán de pescar. La misión de los discípulos, como la de Jesús, no va a limitarse a Israel; incluirá también a los paganos y se dirigirá en particular a los oprimidos de todas las naciones.
9 “Dijo a sus discípulos que le tuvieran preparada una barquilla por causa de la multitud, para que no lo oprimieran,
10 pues como había curado a muchos, se le echaban encima para tocarlo todos los que padecían algún tormento”.
Lo primero que el autor destaca es el rechazo de Jesús a lo que está sucediendo. Para evitar que continúe, amenaza con marcharse. Para comprender el rechazo hay que examinar en primer lugar el significado del verbo “oprimir” y el de la frase que designa a los que se acercaban a Él (v10): “todos los que padecían algún tormento”.
El verbo oprimir se usa en el Antiguo Testamento para designar la tiranía que ejercieron los egipcios y otros pueblos, así como la explotación de una clase o grupo social o la injusticia u opresión entre israelitas. En todos los casos se trata de una injusticia violenta hecha a alguno.
El término “tormento” que significa primariamente “látigo”, “azote”, “flagelo”, nunca se utiliza en el Antiguo Testamento para designar una enfermedad, sino un castigo divino (sentido que no cuadra con este texto), o la opresión social[1]. La elección del término impropio “tormento” que se hace en Mc. 3,10 confirma que los que se abalanzan sobre Jesús son personas oprimidas por la sociedad[2].
Globalmente hablando, la que “oprime” a Jesús es la multitud compuesta por gente que padecía algún tormento, es decir, que sufría injusticia. Lo hacen echándosele encima.
Así, la muchedumbre que acude a Jesús, está integrada por gente judía y pagana, que vive en un estado de opresión y que se han ido enterando de la actividad de Jesús, en particular de su mensaje y de su praxis universalista que rompe las fronteras del judaísmo y ofrece una alternativa a la humanidad entera. El ansia de salir a cualquier precio de su desesperada situación los hace abalanzarse sobre Él para tocarlo. Lo privan de iniciativa y libertad, lo tratan como un mero instrumento.
Para poder comprender el sentido de la escena, conviene compararla con las curaciones en Cafarnaúm (1,34). Allí Jesús curaba por propia iniciativa. En esta escena, en cambio, la gente lo toca contra su voluntad, reduciéndolo a un papel puramente pasivo. Traduciendo a otros términos este lenguaje figurado, puede decirse que los oprimidos que ven en Jesús una esperanza de liberación, no esperan conocer su programa, sino que pretenden imponerle el propio, la obtención de una liberación inmediata, sin esfuerzo ni compromiso personal por parte de ellos. No hay verdadera adhesión a la persona de Jesús, sino un deseo de utilizarlo. Esperan al líder que prodigiosamente los saque de la opresión en que se encuentran. La multitud ha acudido a Jesús con un propósito determinado e intenta forzarlo a seguir una línea de acción, suprimiendo su libertad.
Jesús no tolera ser manipulado o instrumentalizado. Su servicio a la humanidad se realiza desde su libertad y desde la coherencia con su compromiso. El encargo que da a sus discípulos de preparar una barquilla, equivale a una amenaza de abandonar el lugar si la situación continúa. Al mismo tiempo, es una enseñanza para ellos, que han de ser pescadores de hombres.
Jesús no puede ceder a la imposición de los desesperados, cuya idea de liberación milagrosa es un espejismo. Tiene que guiarlos hacia la verdadera libertad. De hecho, el texto no dice que alguien obtuviese la curación anhelada. Al final, Jesús no llega a utilizar la barquilla; su amenaza surte efecto y la muchedumbre renuncia a su actitud.
11 Y los espíritus inmundos, cuando percibían su presencia, se postraban ante Él y gritaban: Tú eres el Hijo de Dios.
Vuelven a mencionarse los espíritus inmundos (1,23.27) pero en este caso sin indicar al sujeto humano al que afectan. Hay que deducir, por consiguiente, que hay poseídos diseminados por la multitud. De hecho, el inciso “cuando percibían su presencia” indica encuentros ocasionales. Están presentes, por tanto, en la muchedumbre globalmente considerada, judía y pagana. Los sujetos poseídos por los espíritus inmundos son parte de los que han intentado imponer a Jesús su programa.
La denominación “inmundos”, “impuros”, los opone radicalmente al designio de Dios. Su ideología y su propuesta son, por lo mismo, necesariamente contrarias al compromiso hecho por Jesús. No conciben la liberación de la humanidad como fruto de la entrega personal, sino de su opuesto, el poder dominador.
Sin embargo, estos espíritus no se presentan como enemigos de Jesús ni le reprochan su proceder (1,23). Al contrario, a medida que se verifican los encuentros (percibían, se postraban, gritaban) le rinden homenaje y lo aclaman. Reconocen su misión divina y, al mismo tiempo, hacen un gesto de sumisión que muestra su disponibilidad. Se ponen a las órdenes de Jesús, en espera de que éste acepte su colaboración.
Es decir, ante el fracaso del intento anterior de descargar sobre Jesús toda la responsabilidad de la liberación, los más fanáticos de la multitud no desisten de su idea: proponen a Jesús lo mismo respetando su libertad de decisión, pero quieren forzarlo a actuar, apelando a su calidad de Hijo de Dios. No se trata de individuos conocidos como exaltados, que se designarían como endemoniados, (1,32), pero si de hombres que han hecho suya una ideología fanática de odio y violencia (1,23)
El título “El Hijo de Dios” que dan a Jesús (para los judíos otra forma de referirse al Mesías) es verdadero (1,1) pero equívoco. En efecto, el título “Hijo de Dios” en el contexto semítico, designa al que actúa como Dios mismo, por lo que su significado depende de la idea de Dios que tenga el que lo pronuncia. En este episodio, las multitudes paganas se asocian a las judías que llevan la iniciativa. Asumen del judaísmo la idea de un Dios todopoderoso que interviene violentamente en la historia para vengar injusticias y castigar a los opresores. Por eso, nada tiene de extraño que estos espíritus presentes en la muchedumbre esperen de Jesús un comportamiento semejante.
Pretenden, por tanto, oponer al poder opresor otro poder que ellos consideran liberador y éste es el que ofrecen a Jesús. Aunque rechazan el sistema que los oprime, no rompen con sus principios de dominio y violencia. Quieren hacer de Jesús el líder de una subversión social que por la fuerza, dé la revancha a los oprimidos. Interpretan mal la realidad de Jesús, proyectando en él su propia idea de liberador que nace de una determinada concepción de Dios.
Con sus gritos, los espíritus se proponen atraer la atención de la multitud. Es otro intento de forzar a Jesús, esta vez haciéndolo ceder al entusiasmo popular. Fracasada la coacción (v. 10) recurren a la tentación.
De hecho, las aclamaciones materializan por tercera vez (1,23) la tentación de Satanás en los cuarenta días del desierto (1,12), figura de la vida pública de Jesús. Pero al contrario del poseído de la sinagoga (1,23) éstos no ofrecen a Jesús el liderazgo nacionalista, sino uno que rebasa las fronteras de Israel. Aquél pretendía que Jesús se aliase con la institución judía. Ahora, el problema es diferente: no se trata de apoyar una institución opresora, sino de sacar de la opresión de las instituciones a hombres y mujeres de toda procedencia. Por lo que han oído de Jesús saben que éste no es indiferente a su situación. Ahora que ha roto con la institución judía piensan que es el momento para combatir con la fuerza, a esa y a otras instituciones opresoras. Llevados por su ideología, esperan de Jesús un modo de actuar que exprese su postura ante una realidad inaceptable para él.
Como se ve, los dos intentos de forzar a Jesús tienen en común la idea de un liberador todopoderoso en el plano político-social. El primero como cabecilla de una subversión de éxito fácil y seguro, el segundo, como apoyado por Dios para realizarla.
12 Pero Él les conminaba una y otra vez a que no le dieran publicidad.
Jesús no expulsa a estos espíritus como ha hecho otras veces (1,25. 34), aunque si les impone silencio. No acepta la oferta que le hacen y no quiere que la idea se difunda entre la gente, porque podría crear falsas expectativas sobre su propia misión.
En la perícopa aparece un contraste: Dos veces se ofrece a Jesús un liderazgo. La primera por coacción, queriendo imponérselo para obtener de Él una liberación prodigiosa sin colaboración humana. La segunda, por persuasión, atribuyéndole también un papel liberador, pero con dos diferencias: aduciendo como motivo su condición de Hijo de Dios y mostrando la disposición a colaborar con Él.
Al primer intento Jesús respondió con la amenaza de marcharse; al segundo en cambio, sólo imponiendo silencio. De esta forma no satisface el deseo de los espíritus inmundos, pero de momento no los obliga a renunciar a su idea. Ésta encontrará su verdadero cauce en la alternativa que más adelante Jesús mismo les ofrecerá.
En este episodio se abre el horizonte de la misión universal liberadora, con judíos y paganos, que se anunciará en el episodio siguiente, la constitución del grupo de los Doce.
[1] Ver 1Re. 12,11-14; 2Cr. 11,14.
[2] El texto está en paralelo con 1,32 “los que se encontraban mal”, expresión que por alusión a Ez. 34,4 denota también a los que sufren la opresión. En ambos casos siempre hay un sujeto que inflige el tormento.