LA NUEVA FAMILIA DE JESÚS
31 Llegó su madre con sus hermanos, y quedándose fuera, lo mandaron llamar.
32 Una multitud estaba sentada en torno a él. Le dijeron: Mira, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera.
33 Él les replicó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
34 Y paseando la mirada por los que estaban sentados en grupo alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos.
35 Quienquiera que lleve a efecto el designio de Dios, ese es hermano mío, y hermana y madre.
31 Llegó su madre con sus hermanos, y quedándose fuera, lo mandaron llamar.
El verbo en singular “llegó” destaca la figura de la madre[1]. Ni ella ni los hermanos llevan nombre propio, lo mismo que antes la expresión “los suyos” (3,21). Este anonimato los hace aparecer más como figuras representativas que como personas físicas[2]. Su madre representa el origen de Jesús, es decir, la comunidad humana donde se ha criado; sus hermanos representan a los miembros de esa comunidad[3]. Esta familia está en relación con el apelativo “nazareno” aplicado a Jesús por el poseído de la sinagoga (1,24) para recordar su procedencia de la región montañosa de Galilea, donde existía un nacionalismo exacerbado y una adhesión fanática a los ideales del judaísmo[4]. Se muestra la hostilidad hacia Jesús en su propio ambiente (3,21). Son los que han convivido con él, pero no están de su parte.
La reacción de los familiares de Jesús estaba provocada por la constitución de los Doce, que había subrayado la ruptura de Jesús con la institución judía (3,21). Por eso, en el centro del tríptico (3,22-30) Jesús denuncia a esa institución representada por los letrados de Jerusalén (3,27). El enclave de la escena con los letrados entre las dos en que aparece la familia, indica que la oposición de ésta se debe a la sumisión de los familiares a los letrados y a su doctrina.
La llegada es el final del viaje emprendido (3,21). “Llegan”, por tanto, con intención de apoderarse de Jesús, por considerarlo demente. Sin embargo “se quedan fuera”. La mención de un “fuera” implica la de un “dentro”, pero no se nombra local alguno ni, en particular, “la casa” como en 3,20. Jesús no está en la “casa” del nuevo Israel; está dentro de un ambiente al que sus familiares-paisanos-orígenes, no pertenecen ni quieren pertenecer.
El hecho de quedarse/detenerse fuera, interrumpe el movimiento de los familiares y aplaza la ejecución de su propósito sobre Jesús (“echarle mano” 3,21); implica que existe un obstáculo al contacto directo con él. “Quedándose fuera”, es decir, sin acercarse a Jesús, lo mandan llamar por medio de unos intermediarios, mostrando arrogarse cierta autoridad sobre él.
32a Una multitud estaba sentada en torno a él.
Aparece el obstáculo que se interpone entre los familiares y Jesús: éste está rodeado de una multitud de gente sentada.
Esta es la segunda multitud que aparece en el tríptico. La primera, una multitud judía simpatizante de Jesús, se reunía en la casa del nuevo Israel, impidiendo a los Doce tomar su alimento (3,20). Esta multitud es diferente y no está en la casa, mostrando que no pertenece a Israel. Tampoco “se reúne” sino que está ya reunida en una actitud de estable y permanente cercanía a Jesús (“sentada en torno a Él”)
“Estar sentado en torno a Jesús” equivale a “estar con él”, primera intención de Jesús al constituir a los Doce (3,14) Lo que allí, respecto al Israel mesiánico era un propósito, aquí, con este grupo es ya una realidad. Son, por tanto, seguidores de Jesús, pero distintos de los discípulos, de los Doce.
Esta multitud corresponde al segundo grupo de seguidores que aparecía en la escena del banquete, en la “casa/hogar” (2,15), a los “muchos recaudadores y descreídos” que compartieron la mesa con Jesús y sus discípulos; Marcos insistía sobre su número y sobre el seguimiento (”de hecho eran muchos los que lo seguían”). Son éstos los excluidos de Israel, virtualmente la humanidad fuera de Israel, los que ahora rodean a Jesús y los que con su cercanía estable muestran su plena adhesión a él y a su mensaje.
La calidad de esta multitud es el obstáculo que encuentra la familia para acercarse a Jesús. Está rodeado de un círculo de “impuros” y los familiares, como en otra ocasión los fariseos letrados (2,16) no pueden mezclarse ni tener contacto con tal clase de gente. Siguen la doctrina oficial y respetan la discriminación basada en la Ley. También ellos desaprueban que Jesús tenga contacto con los pecadores.
Queda así, “fuera” la familia carnal de Jesús la madre y los hermanos que lo buscan para llevárselo. Es decir, una vez constituido el Israel mesiánico, los círculos nacionalistas próximos al entorno familiar de Jesús rechazan su programa y pretenden neutralizar su iniciativa.
Por otra parte, “los de fuera” era el modo como los judíos designaban a los herejes y a los paganos. Ahora, respecto a Jesús, sus familiares “se quedan fuera”. Al no aceptar al grupo que rodea a Jesús y mantener el principio de discriminación prueban que no conocen al verdadero Dios.
Los que rodean a Jesús son multitud. Este dato señala el éxito del mensaje entre los que no proceden del judaísmo o están en ruptura con él. Referida al tiempo de Marcos, la escena muestra que es la existencia de numerosas comunidades cristianas de origen pagano la que impide que la novedad y el mensaje de Jesús quede secuestrado por el espíritu del judaísmo[5].
El número Doce representa el pueblo elegido; la multitud, por el contrario, es un grupo numeroso, pero carece de rasgos distintivos que la constituyan “pueblo”. De hecho, los que están “en torno a él” pueden proceder de cualquier pueblo y cultura; su identidad como grupo no es una herencia del pasado, sino que se crea por su vinculación a Jesús.
Hay que notar que el verbo inicial de la narración (“llegó”) se encuentra en presente (“llega”), recurso literario que saca el relato del tiempo de Jesús para llevarlo al del evangelista y de las comunidades a las que les escribe. Esto indica que la situación descrita existe, o al menos continúa cuando se escribe el evangelio. Prosigue el deseo de anular el mensaje universalista de Jesús y no cesa la protesta por la admisión de los paganos en las comunidades cristianas, actitud propia de los círculos judíos o judaizantes.
32b Le dijeron: Mira, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera.
Algunos innominados transmiten a Jesús el recado de sus familiares. El verbo “buscar” tiene en Marcos un matiz peyorativo (1,37). Aquí se utiliza con el propósito de impedir la actividad de Jesús.
Se repite la indicación “fuera” que muestra el desprecio y el rechazo de los familiares por la gente que rodea a Jesús y la censura implícita del modo de proceder de éste. El vínculo de sangre queda frustrado por la postura ideológica de los parientes.
33 Él les replicó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
34 Y paseando la mirada por los que estaban sentados en grupo alrededor de él, dijo:He aquí mi madre y mis hermanos.
La pregunta retórica que hace Jesús atrae la atención sobre la gravedad de la cuestión que está en juego y es señal de que va a plantear la índole del vínculo familiar de modo completamente distinto.
La pregunta pone en cuestión que los que lo buscan sean familiares suyos, aunque se llamen tales. Va a definir lo que él entiende por su familia. En el original griego, los verbos “replicar” y “decir” están en presente, mostrando que las palabras de Jesús son válidas para todo tiempo.
La introducción descriptiva al dicho de Jesús (“paseando la mirada...”) crea expectación y realza su importancia. Esta es la segunda vez que Marcos, menciona una mirada de Jesús en torno. La primera fue en la sinagoga sobre los fariseos, sin palabras, pero con ira (3,4). Ahora su mirada recorre a los que están a su alrededor, y el cariño que encierra va a quedar patente en las palabras que la acompañan.
A su familia natural contrapone Jesús estos seguidores suyos que lo rodean y que están con él incondicional y establemente. Marcos subraya esta disposición repitiendo la frase “sentados en grupo en torno a él”. Los que “se quedan fuera” no son para Jesús, madre y hermanos.
La familia debería tener objetivos comunes. El de Jesús es el de Dios mismo, ofrecer a toda la humanidad la liberación del pasado pecador y la plenitud de vida (2,1-13). Sus familiares le rechazan y se encierran en el exclusivismo judío, en la línea de los letrados.
Jesús se encuentra ante una opción entre dos vínculos: el natural de la sangre (la familia, su gente) y el libre, creado por la adhesión (los seguidores de fuera del judaísmo). No duda ni un momento; rompe con los familiares que rechazan su programa. Para Jesús el vínculo creado por la adhesión es más fuerte y valedero que el de la sangre. Lo que une estrechamente a los hombres es la comunidad de objetivos e ideales, más allá del parentesco natural.
Además, siendo el parentesco figura del origen judío de Jesús y del ambiente en que ha vivido, la opción que hace significa que no solo ha roto con la institución judía, sino que se desvincula de sus raíces, cuyos representantes lo rechazan, y se vincula a la humanidad como tal. Jesús no se define como judío, sino como hombre.
La relación de Jesús con sus seguidores es de intimidad, de amor, de solidaridad. El término “Madre” denota afecto[6], mientras que la expresión “hermanos”, además de afecto denota igualdad. En boca de Jesús, la declaración subraya el amor y la solidaridad con que él se considera ligado a los suyos. El antiguo clan basado en el parentesco de sangre cede el paso a la nueva comunidad, basada en la adhesión libre a Jesús. Contra la expectación judía, el Reino de Dios no tiene por base la familia ni la raza, sino la opción; no la herencia sino la libertad.
35 Quienquiera que lleve a efecto el designio de Dios, ese es hermano mío, y hermana y madre.
Jesús ensancha el horizonte. Lo que acaba de decir de los seguidores presentes, lo extiende virtualmente a todo hombre o mujer, sin distinción de pueblos o razas (“quienquiera que...”). Ser familia de Jesús, como lo son lo que están “en torno a él”, es algo que queda ofrecido a todo ser humano.
La condición mencionada “llevar a efecto el designio de Dios” es un acto que toca realizar a cada individuo. Dios quiere ser Padre de todos los seres humanos comunicándoles su propia vida, el Espíritu y esa vida se comunica por la adhesión a Jesús. El designio de Dios, expresión de su amor, es, por tanto, que los seres humanos, vinculándose a Jesús participen de esa vida. El acto propio del hombre es la decisión de hacerlo (“cumplir” / “llevar a efecto”) como lo han hecho los que están sentados en torno a él, cuya cercanía a Jesús es figura de la adhesión incondicional.
Al tomar esa decisión, el hombre queda vinculado a Jesús y se siente objeto de su particular amor (“hermano mío, hermana y madre”). Por otra parte, la condición crea una exclusividad; los que no cumplen no pueden llamarse familiares de Jesús.
En la frase “ese es hermano mío, hermana y madre”, el único posesivo contrasta con la construcción de las frases anteriores, en las que aparecían dos posesivos: “tu madre y tus hermanos”. Desaparece así la división en categorías. Por parte de Jesús, cada seguidor tiene con él la misma relación. Existe con todos y cada uno, un vínculo de solidaridad y de afecto que compendia todos los que pueden existir dentro de la familia.
En el dicho de Jesús, la enumeración (“hermano mío, hermana y madre”) es más amplia que las anteriores (“madre y hermanos”), pero sobre todo cambia el orden, poniendo en primer término y haciendo resaltar la hermandad, vínculo que lo coloca en plano de igualdad con estos seguidores, como había sucedido con los discípulos al llamarlos “los amigos del novio” (2,19). Se incluyen todas las relaciones familiares que no implican dependencia y se deja fuera al “padre”, representante de la autoridad en la familia. Así, Jesús, que es el centro del grupo no se atribuye superioridad ni ejerce dominio. Sus seguidores, que están unidos a él por un vínculo de adhesión y amor más fuerte que el de la sangre, no pierden jamás su libertad.
La mención de la “hermana” que no aparecía entre los familiares que han ido a buscarlo, da a entender la igualdad de los sexos, mostrando su importancia en la familia y considerándola tan digna de cariño como los integrantes masculinos.
La vinculación de Jesús a Israel como pueblo y su amor por él se fundaba en la calidad de pueblo elegido, y por eso existían antes de la llamada y de la convocación. De ahí que en el caso de los Doce (3,13) el amor de Jesús y la correspondencia a él por parte de los Doce se exprese separadamente, como sucesivos en el tiempo: “a los que él quería” (3,13) expresa el amor antecedente de Jesús a Israel; “para que estuvieran con él” (3,14) muestra la respuesta de adhesión/amor que esperaba Jesús de los que ha convocado. En cambio, su vinculación con el resto de la humanidad es consecuente a la decisión de los individuos, a partir de la cual se instaura la nueva relación de familia. De ahí que se describa con términos que indican reciprocidad simultánea “hermano, hermana, madre” (3,35)
Esta perícopa situada después de la constitución de los Doce o Israel mesiánico (3,13-19) presenta pues, como tal a un grupo de seguidores ya existentes (2,15) y paralelo al de los Doce, el que procede de la sociedad no Israelita. “Los Doce” es una denominación delimitante, pues el número simboliza a Israel. Este otro grupo, aunque está constituido, no tiene frontera (“una multitud”). La posibilidad de pertenecer a la familia de Jesús queda abierta, para permitir la integración de todos los pueblos (“Quienquiera que lleve a efecto...”)
El tríptico (3,20-21; 22-30 y 31-35) presenta así en paralelo los dos grupos que constituyen la comunidad de Jesús. El primero representado por los Doce, está en la “casa” (3,20), figura precisamente de su condición de Israel definitivo (la casa del nuevo Israel). El segundo, apiñado en torno a Jesús (3,31-35) tiene su identidad propia, pues puede hablarse de un “fuera”, pero no tiene casa que lo delimite; está abierto a toda la humanidad.
[1] La madre está separada del grupo de los hermanos también por la repetición del posesivo “su” y “sus”.
[2] En 6,1b-4 donde aparecen los habitantes de la patria de Jesús, sus familiares tienen nombres propios, por no ser ya representativos
[3] Muchos autores se extrañan de que en este pasaje y en 6,1 se omita la mención del padre y opinan que, para el tiempo de la actividad de Jesús, José debía de haber muerto ya. Para otros, la razón de la omisión es teológica: el cristiano que ha abandonado al padre (1,20) no encuentra otro en la comunidad (10,29)
[4] Del texto del evangelio se deduce que algunos de los llamados “hermanos“ de Jesús no eran sino parientes. En 6,3 aparece Jesús como hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas, Simón. Mientras que en 15,40 se dice que la madre de Santiago y de José era otra María. De todos modos, en esta perícopa la figura de la madre y la de los hermanos, son representativas.
[5] La madre y los hermanos tienen una doble representatividad figurada: los judaizantes o judeocristianos y los judíos o hermanos de raza. Unos y otros no están de acuerdo con la creación del nuevo Israel y con el universalismo del mensaje; siguen apegados al judaísmo tradicional e institucional.
[6] La madre no es figura de autoridad pues no la tenía en absoluto. La figura del padre terreno, representante de la autoridad y de la tradición, no encuentra lugar en la comunidad cristiana (“dejaron al padre” 1,20). En la enumeración de Mc. 10,29 se omite la mención del padre.