Marcos 4,26-32

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LAS PARÁBOLAS DEL REINO

26 Y siguió diciendo: Así es el reinado de Dios, como cuando un hombre ha lanzado la semilla en la tierra:

27 duerma o esté despierto, de noche o de día, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo.

28 Por sí misma la tierra va produciendo el fruto: primero hierba, luego espiga, luego grano repleto en la espiga.

29 Y cuando el fruto se entrega, envía en seguida la hoz porque la cosecha está ahí.

30 Y siguió diciendo: ¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?

31 Con un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, aún siendo la semilla más pequeña de todas las que hay en la tierra,

32 sin embargo, cuando se siembra, va subiendo, se hace más alta que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden acampar a su sombra.

Jesús vuelve a dirigirse a la multitud, a los de fuera, que son los únicos destinatarios de las parábolas (4,11). Utilizando la imagen de dos parábolas, Jesús va a exponer los dos aspectos del mensaje del Reino: el individual que implica la génesis del hombre nuevo, y el comunitario hablando del desarrollo y de las características de la nueva sociedad.

La primera parábola describe un rasgo esencial del Reino de Dios, su comienzo con la transformación del hombre (2,19; 4,20). Como en la parábola anterior y en la siguiente, la comparación que funda la parábola está tomada de la vida agrícola. La predilección por las imágenes agrícolas no es arbitraria ni está solo condicionada por la cultura del tiempo. El reinado de Dios inaugura en el hombre una nueva vitalidad, y las imágenes que lo representan han de reflejar la vida y el proceso vital.

En esta parábola se exponen dos procesos: uno el de la semilla (vv 26-27) y otro el de la tierra (vv 28-29), englobados en la siguiente estructura:

a) Actividad del hombre: echar la semilla en la tierra (v 26)
b) Proceso de la semilla (v 27b)
c) Ignorancia del hombre (v 27c)
d) Fecundidad de la tierra (v 28)
e) Actividad del hombre: recoger el fruto (v 29)

26 Y siguió diciendo:  Así es el reinado de Dios, como cuando un hombre ha lanzado la semilla en la tierra:

27 duerma o esté despierto, de noche o de día, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo.

Comienza la parábola mencionando el hecho habitual (“como cuando”) de una siembra ya efectuada. El sujeto que ha realizado la siembra no está determinado, puede ser “un hombre” cualquiera, pero su actividad no se formula como sembrar, sino con un término no técnico: “echar/lanzar”, que indica una siembra a voleo, para que la semilla llegue a todas partes.

Se menciona por primera vez la semilla que según la explicación de la parábola del sembrador, se identifica con el mensaje (4,14). Su difusión no es exclusiva de Jesús; toca también a sus seguidores (3,13 y 4,21).

La semilla se echa en la tierra. Esta locución que ha aparecido antes en boca de Jesús para designar el ámbito universal de la autoridad del Hombre (2,10), conserva en la parábola su denotación universal. El mensaje está destinado a toda la humanidad. Con esto se rompe el particularismo de Israel acerca de los llamados al Reino de Dios.

Respecto a la semilla, la actividad del hombre se limita a sembrarla. Él continúa su vida (“duerme y está despierto...”) sin intervenir para nada en el proceso de crecimiento. Espera el momento de la cosecha.

El proceso vital de la semilla/mensaje se describe con dos verbos “germina” y “va creciendo”. Comparado este proceso con el descrito en la parábola del sembrador (4,20), se aprecian las siguientes correspondencias:

V 20los que se han sembrado en la tierra buenaVv 26echa la semilla en la tierra
V 20siguen escuchando el mensajeV 27germina
V 20lo van haciendo suyoV 27va creciendo

En la explicación de la parábola del sembrador se atribuía la actividad a sujetos humanos (4,20); en esta parábola se atribuye a la semilla/mensaje (4,26). Esto muestra que “hombre” y “mensaje” se van identificando (“lo hacen suyo”) y que el mensaje lleva al hombre a desarrollar sus potencialidades.

El proceso escapa al conocimiento del que ha sembrado (“sin que él sepa cómo”); el sembrador no puede atribuirse el crecimiento ni contribuir a él. En cada individuo la asimilación del mensaje es un proceso íntimo y personal en el que nadie puede intervenir.

28a Por sí misma la tierra va produciendo el fruto

Teniendo en cuenta la parábola anterior (4,20) “la tierra” es “la tierra buena” y representa a los hombres que no ponen obstáculos al mensaje. Si en la primera parte de la parábola se ha tratado de la asimilación interior de éste, ahora se va a exponer la transformación que esta asimilación produce.

La frase empieza con gran énfasis: “por sí misma”. El proceso que va a describirse no tiene causa exterior; el “hombre/tierra tiene energías en sí mismo para hacer fructificar el mensaje y entra en actividad por su contacto con él.  El mensaje/semilla actúa como catalizador de las potencialidades humanas, y de hecho, el fruto se atribuye al hombre/tierra. La fuerza vital contenida en el mensaje es actualizada por la fecundidad del hombre mismo. No hay excepciones: en contacto con esta semilla, la tierra buena fructifica siempre.  Esto muestra que el hombre y el mensaje están hechos el uno para el otro, que existe una con naturalidad entre ambos, y que si no se encuentran, ambos quedan frustrados.

La parábola describe pues, el mismo proceso desde dos puntos de vista: el de la semilla y el de la tierra. El mensaje penetra en el hombre y la respuesta de este produce el fruto. El mensaje es palabra que el hombre traduce en hecho.

28b primero hierba, luego espiga, luego grano repleto en la espiga.

El desarrollo es gradual y natural (“primero hierba...”); requiere de tiempo. La asimilación del mensaje no es cosa de un día, como no lo es la transformación del hombre. Los tres pasos señalados por el texto (“hierba, espiga, grano”) recuerdan el proceso del fruto descrito en la explicación de la parábola (“treinta, sesenta y ciento”). El resultado final es una plenitud (“grano repleto”); un máximo que está en paralelo con el “ciento por uno”.

Corresponden también los tres pasos señalados en 4,24 (“la medida que midan la medirán para ustedes y con creces”). Estos paralelos muestran que el esfuerzo humano de asimilación obtiene un resultado que rebasa la medida humana, Es decir, no sólo se desarrollan las potencialidades humanas, sino que se le comunica una nueva potencialidad.

Mientras el proceso interior del hombre queda en el secreto (4,27) su fruto va siendo paulatinamente visible hasta que alcanza su plenitud.

29 Y cuando el fruto se entrega, envía en seguida la hoz porque la cosecha está ahí.

El hombre que esparció la semilla vuelve a estar activo en la siega. Esta tiene un momento bien preciso, señalado por el fruto mismo. Hasta el último momento se respeta el proceso de maduración que no se puede forzar, pero en cuanto se observa que la cosecha está a punto, el hombre debe encontrarse allí para recogerla.

La extraña frase “cuando el fruto se entrega” describe precisamente la plenitud indicada antes, el término de la transformación del hombre. El verbo entregarse es el correlativo de “ser entregado”, aparecido ya con Juan Bautista (1,14) y Jesús (3,19).

La entrega del fruto equivale a la decisión que constituye al hombre nuevo. Colaborar en la obra salvadora de Jesús en favor de la humanidad, aún a riesgo de su vida o, en otras palabras, el seguimiento de Jesús hasta el fin. Es la renovación por parte del hombre, del compromiso expresado por Jesús en su bautismo (1,9) y cómo aquél tiene por respuesta el don del Espíritu (1,10). El fruto es, por tanto, el hombre pleno dotado del Espíritu de Dios, a semejanza de Jesús. La entrega es la señal que pone en movimiento al agente de la siembra que esperaba este momento.

Otra frase que también extraña “envía enseguida la hoz, porque la cosecha está ahí” alude a Joel 4,13. En este texto, el profeta hablaba de una engañosa convocación militar de las naciones para conducirlas a su ruina, considerada como un juicio divino contra ellas. Marcos invierte el sentido: la hoz no es figura de la ruina, sino de la salvación de las naciones en las que se ha esparcido el mensaje (4,16). Ha terminado la confrontación entre Israel y los pueblos paganos porque también estos están llamados al Reino.

Por otra parte, en el Nuevo Testamento, la siega es figura de acontecimientos situados tanto dentro de la historia (Mt. 9,37 y Jn. 4,35) como en su fin (Mt. 13,39 y Ap. 14, 14-20)

En el primer caso significa la reunión en la comunidad de los que han dado su adhesión a Jesús. En el segundo, el momento final que señala el destino definitivo de los hombres. El primer sentido es evidente en esta parábola de Mc., puede preguntarse si incluye también el segundo.

La respuesta afirmativa se deduce de Mc. 13,27enviaré a sus ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos” que puede considerarse paralelo de 4,29. Esta es otra versión de la cosecha final, más allá de la muerte. Este doble sentido de la cosecha, en este mundo y en el futuro, corresponde a un doble momento. A la entrega como decisión y a la entrega efectiva que corona la vida (13,9) y también al doble significado de bautismo en Mc., el de compromiso hasta la muerte (1,9) y el de muerte padecida (10,39).

La parábola indica así, en primer lugar, la formación de la nueva comunidad en la tierra. Pero en segundo plano, la consumación final de esa comunidad, el Reino de Dios supera los límites de la historia. En uno y otro aspecto está ausente la idea de juicio. Marcos sigue la línea del Salmo 123, 6/125, 5cosecharán con alegría”. Los hombres nuevos forman el Reino de Dios, la nueva comunidad humana en la historia y al llegar al término de su entrega, serán integrados en la comunidad definitiva.

La frase “la cosecha está ahí” contiene una nueva alusión a la humanidad pagana. Es ésta, particularmente la tierra buena que dará fruto gracias al mensaje. El colectivo “cosecha” que incluye la multiplicidad de frutos, alude a la constitución de la nueva comunidad universal, la de los seguidores de Jesús, la humanidad nueva. La hoz marca el corte, el fin de una etapa, el paso de lo individual a lo comunitario. Terminada la maduración o transformación del hombre, por su asimilación del mensaje, comienza la etapa de la comunidad.

Según esta parábola, el establecimiento del reinado de Dios no es un acontecimiento histórico instantáneo ni que comienza a escala social, supone un proceso en los individuos. La parábola se opone frontalmente a la concepción de la llegada del Reino como un corte en la historia, por obra de Dios o del Mesías. Por el contrario, esta llegada no sucede de improviso ni es independiente de la colaboración humana; supone el cambio en los individuos. El Reino de Dios no se da hecho; germina en la humanidad misma. La salvación del hombre y de la humanidad se realiza en la colaboración de Dios con los hombres. Pero Dios no se impone por la fuerza; Jesús no impone su mensaje, lo propone, para que el ser humano lo acepte libremente y lo haga fructificar. La entrada en este factor de libertad es loa que hace que el reinado de Dios se realice gradualmente.

30 Y siguió diciendo: ¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?

31 Con un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, aún siendo la semilla más pequeña de todas las que hay en la tierra,

32 sin embargo, cuando se siembra, va subiendo, se hace más alta que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden acampar a su sombra.

Las dos preguntas retóricas que introducen la parábola crean una expectación en los oyentes y subrayan su importancia: anuncian una enseñanza capital sobre el reinado de Dios.

La parábola se centra en la oposición entre una insignificancia inicial y una gran extensión y visibilidad posterior. El grano de mostaza era el prototipo de lo mínimo. Jesús usa esta expresión proverbial, recalcando la pequeñez bien conocida. Se insiste en el hecho de la siembra, indicando con esta la condición indispensable para el desarrollo del Reino: la implantación de la pequeña comunidad en medio del mundo. El Reino de Dios es un proceso vital, lo mismo en su inicio que en su desarrollo, en el plano individual que en el social.

En la naturaleza, el crecimiento de la mostaza es sorprendente, pues de la mínima semilla llega a salir un árbol de metro y medio a tres metros de altura, que echa ramas grandes. Es manifiesto el contraste entre la pequeñez de la semilla y las proporciones del árbol que resulta de ella. En la parábola, la dimensión vertical señalada es modesta (“más alto que cualquier hortaliza”), la horizontal, en cambio, es grande, “ramas grandes” que dan mucha sombra, figura de su extensión universal.

Es probable que la pequeñez de la semilla no se refiera sólo al escaso número inicial de los miembros de la comunidad, sino también a su insignificancia social. Sin embargo, no se agota con esto el contenido de la parábola. La mención de los pájaros del cielo que acampan a la sombra del árbol de mostaza, alude claramente al pasaje de Ez. 17,22, donde se describía proféticamente la restauración de Israel. Si se lee este texto junto con Ez. 31 y Dan. 4,12 se verá que el futuro de Israel se preveía como un gran imperio bajo cuyo amparo se cobijarían los hombres y pueblos de la tierra. Incluso cuando Israel es comparado a una viña, ésta sobrepasa en altura a los cedros (Sal. 80,9-10)

La parábola rectifica en varios puntos la concepción que aparece en el texto de Ez. 17,22. En primer lugar, el profeta concibe una restauración en continuidad con el pasado (esqueje[1] del antiguo cedro). Jesús enseña lo contrario; se trata de una semilla nueva de la que nace un nuevo árbol. El Reino de Dios no prolonga el pasado, ni en su índole ni en su grandeza.

El esqueje del texto profético se tomaba de un cedro, árbol alto y encumbrado y había de plantarse en lo alto del monte más elevado de Israel. A esta descripción Jesús opone la suya: el Reino de Dios no procede de un árbol grande, nace de una semilla mínima; no será plantado en lo alto del monte encumbrado de Israel, alusión al monte Sion, sino en la tierra, en el mundo entero. La parábola omite toda alusión a Israel: el Reino de Dios no estará circunscrito a este pueblo; no tendrá en él su centro ni estará condicionado por su historia.

En Ezequiel, el esqueje del cedro llegaría a ser un cedro magnífico y el cedro se consideraba el rey de los árboles. El reinado de Dios será en cambio un árbol modesto (en la parábola ni siquiera se menciona un árbol), que no se elevará por encima de los demás árboles, sino solamente de las hortalizas. La descripción está teñida de ironía. Las profecías como la de Ezequiel, que describían un futuro glorioso para Israel, habían dado pie a una expectación mesiánica triunfal. Con su parábola, Jesús deshace esta vana esperanza. El Reino de Dios es algo nuevo, una comunidad humana de comienzos insignificantes y que incluso, en su máximo desarrollo, carecerá de esplendor mundano.

El pueblo judío tiene que renunciar a su ambición de gloria nacional. Este contenido de la parábola justifica la insistencia retórica con que comenzaba. Jesús iba a exponer a la multitud el punto más difícil de su mensaje, el aspecto social del Reino de Dios, que contradice todas las expectativas del judaísmo. Para la multitud, este aspecto del mensaje era el más difícil de aceptar, imbuida como estaba de ideales nacionalistas y, por la ocupación extranjera, anhelando la victoria sobre los pueblos paganos y el esplendor de Israel. Manifestaba con esto un espíritu de revancha que perpetuaría la injusticia en el mundo.

Jesús no puede proponer abiertamente el contenido de la parábola que habría provocado un rechazo definitivo de su persona y mensaje. La parábola lo insinúa, pero dejando en la sombra su pleno significado.

Queda así precisado el sentido de la conversión que aparecía en 4,12, como condición para ser perdonado y penetrar en el secreto del Reino; es la adhesión a Jesús y a su mensaje, el del amor universal de Dios que abraza a todos los hombres y a todos los pueblos, renunciando a todo exclusivismo y deseo de triunfo sobre otros pueblos.

Para “los pájaros” Marcos no usa el verbo “anidar”, sino “acampar”, aplicable a hombres; “del cielo”, correlativo de “la tierra” indica de nuevo la universalidad. La imagen describe la atracción que ejerce el Reino de Dios sobre los hombres de todo el mundo; es la imagen tradicional del reino de paz que ofrece cobijo. Pero la paz no se alcanza con el dominio de un gran imperio, sino en la modesta y libre comunidad del Espíritu.

La insistencia de Jesús sobre la pequeñez de los principios está en relación con el pregón del reinado de Dios: “tengan fe en la buena noticia” (1,15). Siendo la formación del Reino un proceso histórico, no un acontecimiento subitáneo[2], exige confianza en que lo que parece ser insignificante, y por ello desproporcionado para el objetivo que Jesús anuncia, se va a convertir en una realidad bien visible y va a ser centro de atracción.

Estas dos parábolas sintetizan las dos etapas que se requieren para que exista el reinado de Dios, la sociedad alternativa. La primera, que trata del plano individual, describe la etapa inicial, la transformación del hombre por la asimilación del mensaje. Los individuos así madurados, se reúnen para constituir la nueva comunidad. La segunda parábola describe la existencia de ese grupo, al principio casi invisible, en medio de humanidad, crecerá y se extenderá paulatinamente y se hará bien visible, aunque sin pretensión alguna de grandeza. De este modo se irá afirmando en el mundo una comunidad nueva, abierta y acogedora para todos los hombres, una sociedad fraterna que continuará la obra de Jesús, excluyendo la ambición de triunfo personal y de esplendor social.

En ambas parábolas se constata un elemento de sorpresa y admiración. En la primera por la transformación del hombre, cuyo proceso queda oculto para el que siembra el mensaje; en la segunda por el desarrollo inesperado de la insignificante semilla.

Jesús ha expuesto así el secreto del Reino, el amor universal de Dios, que se traduce en la comunicación de vida a los individuos, creando el hombre nuevo, la nueva humanidad y en la formación de una nueva comunidad humana.




[1] Tallo, rama o retoño de una planta que se injerta en otra o se introduce en la tierra para reproducir o multiplicar la planta: las hortensias se multiplican por esquejes cortados de la planta madre.

[2] Que sucede de manera súbita o repentina.

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