Marcos 5,2-10

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ENCUENTRO DE JESÚS CON EL POSEÍDO.
SITUACIÓN DE ÉSTE Y DIÁLOGO CON JESÚS

2 Apenas bajó de la barca, fue a su encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo.

3 Este tenía su habitación en los sepulcros y ni siquiera con cadenas podía ya nadie sujetarlo.

4 De hecho, muchas veces lo habían dejado sujeto con grillos y cadenas, pero él rompía las cadenas y hacía pedazos los grillos, y nadie tenía fuerza para dominarlo.

5 Todo el tiempo, noche y día lo pasaba en los sepulcros y en los montes, gritando y destrozándose con piedras.

6 Al ver de lejos a Jesús, fue corriendo y se postró ante él;

7 y dijo gritando a voz en cuello: ¿Qué tienes tu contra mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Por ese Dios te conjuro, no me sometas al suplicio.

8 Es que Jesús le había mandado: ¡espíritu inmundo, sal de este hombre.

9 Entonces le preguntó: ¿Cómo te llamas? Le respondió: Me llamo Legión, porque somos muchos.

10 Y le rogaba con insistencia que no lo enviase fuera del país.

2 Apenas bajó de la barca, fue a su encuentro, desde el cementerio, un hombre poseído por un espíritu inmundo.

Aunque los discípulos acompañaban a Jesús en la travesía, han desaparecido de la escena. Su apego a las categorías del judaísmo los incapacita para seguir a Jesús en la misión. La alternativa de Jesús expuesta en las parábolas del Reino, va a ser aplicada por Marcos a la sociedad pagana, sin las interferencias que podía causar la ideología profesada por sus discípulos.

Al principio del relato no se nombra a Jesús; su persona física queda en segundo plano. De ese modo, el acento recae sobre su mensaje. Existe así una correspondencia con el episodio de la travesía que anticipaba al tiempo de Jesús la misión entre los paganos, que de hecho comenzó tras su muerte y resurrección.

Al poner Jesús pie en el territorio de Gerasa, va inmediatamente a su encuentro un hombre poseído por un espíritu inmundo. La prisa por encontrarse con Jesús (“apenas bajó de la barca”) delata una expectativa. Este hombre tenía noticias de Jesús y deseaba su llegada, por eso no espera que Jesús se acerque; toma él mismo la iniciativa. Como atraído por la persona de Jesús va a su encuentro.

Según ha narrado Marcos la actividad de Jesús era conocida fuera de Israel y multitudes paganas habían acudido a Él como a un posible libertador (De Idumea, Transjordania, Tiro, Sidón3,8). La figura de este hombre continúa la imagen de aquellas multitudes y representa a los oprimidos de la región de Gerasa que esperan su liberación y han puesto su esperanza en Jesús.

El poseído acude a Jesús “desde el cementerio”; sale de ese lugar de muerte para acercarse a Él. Desea salir de su estado y ve en Jesús una posibilidad de vida.

Se descubre un paralelo entre lo sucedido en la sinagoga de Cafarnaúm, primer contacto de Jesús con la institución judía, y su primera visita a tierra pagana. El paralelo está indicado por la idéntica forma usada en ambos pasajes: “un hombre poseído por un espíritu inmundo”, significando que los espíritus que mueven a ambos, son igualmente inaceptables para Dios. Pero existe una diferencia: en el ambiente judío, aquel poseído vivía dentro de la sociedad e integrado en la institución religiosa, asistiendo a las reuniones y pasando inadvertido hasta que, exasperado por la enseñanza de Jesús, él mismo se descubre. En territorio pagano, en cambio, el comportamiento del poseído hace patente su ruptura con la sociedad.

Igual que el poseído de la sinagoga, se le designa como “un hombre”, sin más determinación. Para el evangelista, la diferencia étnica o religiosa queda en segundo plano; la actividad liberadora de Jesús se ejerce con todo hombre, por encima de razas o religiones.

Teniendo en cuenta el sentido de la posesión, este hombre es presa de un fanatismo violento y destructor, incompatible con Dios, cuya naturaleza se precisará a lo largo del relato.

3 Este tenía su habitación en los sepulcros y ni siquiera con cadenas podía ya nadie sujetarlo.

4 De hecho, muchas veces lo habían dejado sujeto con grillos y cadenas, pero él rompía las cadenas y hacía pedazos los grillos, y nadie tenía fuerza para dominarlo.

Ahora se describe la situación del poseído. Los términos “cementerio/sepulturas/sepulcros” aparecen tres veces en la narración indicando su importancia. Pero el uso de dos términos diferentes con el mismo significado insinúa, como en otros casos en Marcos la existencia de un sentido figurado.

De hecho la perícopa está redactada sobre el trasfondo del Salmo 67-68,6-7, en donde habitar en los sepulcros denota una actitud de rebeldía y clandestinidad, un estado de muerte en vida. Para Marcos esta situación está provocada por “el espíritu inmundo”: el espíritu de violencia se traduce en rebeldía, que obliga a la clandestinidad en condiciones infrahumanas.

Es de notar el énfasis de la frase negativa: “y ni siquiera con cadenas podía ya nadie sujetarlo”.  Antes había estado sujeto, pero todos fracasan en el intento de sujetarlo de nuevo. Hay repetidos conatos de privar de libertad a este hombre. El texto distingue entre cierta gente que quiere someterlo y el individuo que no acepta ser sometido. Hay, pues, una clase dominante y otra dominada y, en ésta, algunos se han rebelado contra la situación de esclavitud. Pero los dominadores no toleran que la clase dominada intente obtener la libertad.

Los miembros de la clase dominante han reaccionado violentamente con el objeto de reducir a este hombre a la impotencia, no con intención de integrarlo sino para tenerlo sujeto. Han usado todo género de medios represivos (“cadenas y grillos”). No les interesa el bien de este hombre, sino su propio dominio. La condición a que está reducido muestra a la vez la crueldad y el fracaso de los dominadores. “Las cadenas y los grillos” eran propios de los esclavos. Los grillos, en particular, se ponían a los prisioneros de guerra reducidos a la esclavitud. Se describen esfuerzos reiterados de los dueños para someter a los esclavos, representados por este individuo. No hay lucha organizada, sino rebeliones individuales.  El vocabulario es guerrero; los dueños tratan de vencer (“dominarlo”), es decir, de reducir de nuevo a la esclavitud al rebelde.

La clase dominante está presentada en el texto como una colectividad tan anónima que ni siquiera figura como sujeto de las acciones represivas. Esta imagen desdibujada corresponde al hecho de que esta clase no es más que un instrumento y cómplice del poder romano que domina al país. Considera al rebelde un enemigo, un animal salvaje al que tiene que dominar y someter, y como a tal lo ha tratado. Pero él, con su propia fuerza física, ha sacudido la sujeción y ha obtenido una libertad inútil.

5 Todo el tiempo, noche y día lo pasaba en los sepulcros y en los montes, gritando y destrozándose con piedras.

De hecho, la libertad adquirida lo lleva a la muerte. “Todo el tiempo” de su vida en libertad “noche y día sin interrupción, lo pasa “en los sepulcros”, lugar de los muertos y símbolo de su rebelión, y “en los montes”, esperando vanamente la ayuda de los dioses paganos, “gritando” desesperado por no encontrar quien lo escuche y “destrozándose con piedras”, pues la desesperación de su fracaso lo lleva a autodestruirse, a infringirse él mismo la derrota.

Así es presentado el “poseído/esclavo”, sin nombre, indómito e irreductible, portándose como un loco furioso y cercano al suicidio. La sociedad que no ofrece más que “grillos y cadenas” es su enemigo. Entre vivir en cautividad o vivir como una fiera salvaje, elige lo segundo. Pero su libertad, meramente física, y agitado por su desesperada violencia, favorece sólo su propia destrucción. Su situación no tiene salida. En el sistema económico de la sociedad pagana no hay alternativa a la esclavitud. Se explica la urgencia de este hombre por encontrarse con Jesús.

En la sinagoga de Cafarnaúm, a pesar del daño que la institución producía en sus fieles, no había conciencia de un estado de opresión; sólo la enseñanza de Jesús lo puso de manifiesto. Era una opresión solapada que, por hacerse en el nombre de Dios, quitaba la capacidad de reacción. En cambio, en la sociedad pagana, la opresión con base económica, es manifiesta y produce una exasperación sin límite.

6 Al ver de lejos a Jesús, fue corriendo y se postró ante él;

Recomienza el evangelista la descripción del encuentro del poseído con Jesús, de modo más detallado que antes. Precisa que vio a Jesús “de lejos”, expresión que se usa en el Antiguo Testamento para designar a los pueblos paganos.

El que se mantenía a distancia del resto de los hombres, enemigos potenciales, se siente irresistiblemente atraído por Jesús (“fue corriendo). Es más, el que no podía ser dominado por nadie se postra espontáneamente ante Jesús en señal de sumisión y homenaje. Reconoce en él una superioridad y una potencia a la que está dispuesto a someterse. La esperanza que no encuentra en hombres ni dioses, la pone en Jesús; ve en Él a uno capaz de darle una salida a su situación. “Fue corriendo”, denota urgencia, deseo y expectación.

Es un gesto muy similar al de “los espíritus inmundos” mencionados en el 3,11. Aquellos se ofrecían a Jesús, el Hijo de Dios, como aliados y subordinados, viendo en Él al líder libertador que esperaban. También éste se postra ante Jesús como ante un personaje divino que puede sacarlo de su situación de muerte.

7 y dijo gritando a voz en cuello: ¿Qué tienes tu contra mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Por ese Dios te conjuro, no me sometas al suplicio.

8 Es que Jesús le había mandado: ¡espíritu inmundo, sal de este hombre!

Al poner en sucesión inmediata el gesto de homenaje y el grito de protesta, Marcos crea un fuerte contraste. Resulta paradójico que el hombre que había ido espontáneamente a postrarse ante Jesús vea ahora la acción de éste como una amenaza. El motivo se expresa a continuación: es la orden de Jesús al espíritu: “espíritu inmundo, sal de este hombre.

El contraste entre el gesto y el grito significa que el poseído no se esperaba tal orden de Jesús: desea la liberación, pero no acepta renunciar al espíritu de violencia. Para él, si Jesús le pide esa renuncia, se comporta como un enemigo suyo; prefiere quedarse en su situación desesperada.

Veamos ahora los detalles. El grito del poseído está en paralelo con los que lanzaba en los montes (v5). Su intensidad particular (“a voz en cuello”) muestra que Jesús era su última esperanza de liberación, y que también esta se ve defraudada. En el texto griego, está expresado en presente histórico, indicio de que en tiempo de Marcos los oprimidos paganos seguían viendo una esperanza en Jesús, pero se resistían a aceptar la renuncia a la violencia que pide su mensaje.

La decepción del hombre se traduce en su pregunta: “¿que tienes tu contra mi Hijo de Dios Altísimo?”. Cree descubrir en Jesús una hostilidad hacia él, como la que había encontrado en los demás. Esperaba encontrar finalmente uno que comprendiese su situación, un aliado, un líder que acaudillase su rebelión, para destruir el sistema que busca someterlo. Piensa haber encontrado todo lo contrario; de ahí su grito desesperado.

La pregunta de este poseído es igual a la del de la sinagoga de Cafarnaúm, pero expresada en singular (“contra mi). Aquél hablaba en plural porque hacía suyos los intereses de sus opresores, los letrados[1]. Este, en cambio, habla en singular porque representa una clase homogénea, la de los esclavos, que detesta a sus opresores y huye de ellos.

Como el primer poseído, también este llama a Jesús por su nombre, pero mientras que aquél lo identificaba por su lugar de origen que connotaba su ser de hombre, el geraseno le da el título de “Hijo de Dios Altísimo”, atribuyéndole un origen divino. En uno y otro caso se trata de un reproche. En el primero, porque Jesús no sigue la tradición nacionalista de su región; y en el segundo, porque no se parece al Dios de Israel que liberó a los oprimidos con la violencia.

En 3,11 los “espíritus inmundos” presentes en la enorme muchedumbre judía y pagana aclamaban a Jesús: “Tú eres el Hijo de Dios”, designándolo como Mesías. También el geraseno lo llama así, añadiendo a la mención de Dios con el calificativo “Altísimo”, que lo caracteriza como el Dios supremo, el más poderoso, su última esperanza. La fórmula supone la existencia de otros dioses representados antes por “los montes” de los que el poseído no ha conseguido ayuda.

Hay pues, una continuidad entre esta escena y la de 3,11. En ambos casos los poseídos reconocen en Jesús a un libertador. Lo ven como un líder que puede acaudillar su rebelión y sacarlos de la situación miserable en que se encuentran.

El geraseno quiere contrarrestar la orden de Jesús y, con objeto de respaldar su petición, apela al Dios de quien Jesús es Hijo. Para este hombre, eliminar su espíritu de violencia equivale a someterlo de nuevo a la esclavitud que ve como un suplicio mayor que el que él mismo se está infligiendo. Le parece que Jesús pretende lo mismo que sus opresores: que renuncie a la rebelión y se someta.

Reconoce la excelencia de Jesús, pero estima que Dios es superior a Jesús, y que Jesús debe respetarlo. Cree que hay dos instancias, y que los planes de Dios y los de Jesús pueden diferir. Al recurrir a ese Dios para conjurar a Jesús, se constata que el poseído concibe al Dios judío como un dios violento. Espera de él una acción que destruya el dominio de sus opresores, como la que liberó antiguamente a Israel de los egipcios. Ve en Jesús un aliado de la clase dominante, pero cree que el Dios de Jesús se apiadaría de él y apoyaría su causa. Se opone a la acción de Jesús porque contradice su idea de liberación, para él, la única posible, basada en la lucha violenta.

A continuación, el autor expone el motivo de la frustración que experimenta el poseído: “es que Jesús le había mandado: espíritu inmundo, sal de este hombre”. Jesús le exige que renuncie al espíritu de odio y de violencia destructora. La orden de Jesús se dirige al espíritu. Hay una identidad entre hombre y espíritu; la orden se dirige al hombre en cuanto identificado con su ideología de violencia; Jesús lo insta a renunciar a ella.

9 Entonces le preguntó: ¿Cómo te llamas? Le respondió: Me llamo Legión, porque somos muchos

10 Y le rogaba con insistencia que no lo enviase fuera del país.

La orden de Jesús no se cumple al momento; el espíritu inmundo no abandona al hombre, sino que éste protesta, mostrando su resistencia a cambiar de actitud. En realidad la pregunta por la identidad es un recurso literario del evangelista para exponer la clase de fuerza que oprime y deshumaniza al geraseno.

De hecho, es la única vez que Jesús le pregunta a un poseído su nombre, y esto ocurre en territorio pagano, en ambiente judío. La índole del espíritu inmundo era patente: el fanatismo nacionalista y xenófobo. Con la respuesta del geraseno Marcos va a determinar la índole del espíritu inmundo entre los oprimidos por la sociedad pagana.

La pregunta de Jesús enlaza narrativamente con el conjuro del hombre. Jesús pregunta por el nombre del individuo; sin embargo, al estar colocada la pregunta inmediatamente después de la mención del espíritu inmundo, el nombre es también el del espíritu. En la expresión “me llamo” se funden hombre y espíritu.

El inesperado nombre “Legión”, designación de las unidades de élite del ejercito romano, denota una multitud organizada con fines guerreros. Es decir, el espíritu de violencia se encuentra en muchos, los unifica y les señala el objetivo. Representa el deseo de los esclavos de organizar una lucha armada para conquistar la libertad. La legión es una unidad formada por muchas individualidades.

Se presenta a este individuo como representante de una clase; la de los esclavos y oprimidos, animado por el mismo espíritu de rebeldía y de revancha, que buscan en Jesús, un líder. No quieren renunciar a ese espíritu que, aunque los tiene reducidos al estado de fieras salvajes y los lleva a la destrucción por el fracaso de sus tentativas, alimenta la vana esperanza de victoria sobre los opresores. Profesan la misma violencia que sus dueños.

El uso de un término militar tan característico de los romanos para designar no sólo al hombre sino también a los espíritus inmundos que lo poseen, relaciona al ejército romano con esos espíritus. Marcos denuncia así la perversidad de la dominación romana. Es Roma la que con su poder militar impone en los países que ocupa, un sistema económico basado en la esclavitud, como el que oprime al geraseno. Además, con el nombre “Legión”, dado a los espíritus, señala que la violencia que anima al geraseno, es del mismo género que la del ejército romano y surge como una respuesta a ella. La violencia del oprimido es una reacción a la que ejerce el opresor.

Al final, el poseído depone su protesta (“le rogaba”), y acepta la renuncia que le pide Jesús. Por eso, desde este momento va a distinguirse el sujeto humano de los espíritus que lo poseían. Con todo, el hombre, que ve en el Dios Altísimo el de la antigua alianza, quiere excluir absolutamente (“con insistencia”) un modo determinado de efectuar la liberación. Se opone a que ésta consista en un éxodo como el que sacó a los hebreos que eran esclavos en Egipto (Ex. 14,3).  Los esclavos de Gerasa quieren ser libres en su propio país.  




[1] 1,24: “contra nosotros”, es decir, contra él y los letrados, dos sujetos heterogéneos.

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