SERVIDORES DE LOS DEMÁS
- 33b Una vez en casa, les preguntó: ¿De qué hablaban por el camino?
- 34 Ellos guardaban silencio, pues por el camino habían discutido entre ellos sobre quién era el más grande.
- 35 Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Si uno quiere ser primero, ha de ser último de todos y servidor de todos.
- 36 Y cogiendo al chiquillo, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
- 37 Quien acoge a uno de estos chiquillos,
33b Una vez en casa, les preguntó: ¿De qué hablaban por el camino?
Fue en Cafarnaún donde se situó por primera vez la casa-hogar de Jesús y los suyos[1], figura de la comunidad abierta que admite en su seno tanto a seguidores procedentes del judaísmo (los discípulos/los Doce) como a otros ajenos a él (recaudadores y descreídos). Aunque el grupo de discípulos había llegado con Jesús a Cafarnaúm, Marcos señala sólo de Jesús que se encuentre en la casa/comunidad. Inmediatamente al llegar pregunta a sus discípulos (9,30), que lo han acompañado en el viaje a través de Galilea, qué conversación han mantenido durante «el camino», término con el que Marcos, a partir de 8,27, va describiendo el itinerario hacia Jerusalén, donde Jesús será condenado a muerte[2]. Ellos, durante el viaje, no se atrevieron a preguntar a Jesús por el significado de la predicción de su muerte-resurrección; ahora, sin tardar, él les pregunta.
La inmediatez de la pregunta insinúa la urgencia y la importancia de la cuestión. Los discípulos no han manifestado ninguna reacción ni hecho ningún comentario a la enseñanza de Jesús durante el viaje a través de Galilea (9,30-33a), pero han mantenido una conversación en la que Jesús no ha participado. Conociendo bien la ideología que los domina, Jesús tiene interés en que se sinceren con él y le digan de qué han hablado.
34 Ellos guardaban silencio, pues por el camino habían discutido entre ellos sobre quién era el más grande.
La pregunta pone en embarazo a los discípulos. Su silencio está en paralelo con el que guardaron los fariseos en la sinagoga, señal de su obcecación (3,4); aquí muestra la obstinación de los discípulos, aunque saben lo improcedente del tema de que han discutido: quién tenía rango superior o mayor categoría en el grupo («quién era el mas grande»). El silencio delata que son conscientes de que Jesús no aprobaría sus aspiraciones y tienen miedo a su reacción; al mismo tiempo, que no se dejan convencer por él. La insistencia de Marcos, en la mención de «el camino», confirma que se trata del camino hacia Jerusalén, donde los discípulos esperan que Jesús asuma el poder político y hacen planes para ese futuro glorioso. Por el contrario, como lo ha aseverado Jesús en las predicciones de su muerte-resurrección (8,31; 9,30) «el camino» no lleva a su triunfo terreno, sino a su muerte a manos de las autoridades de Israel. Jesús y los discípulos siguen dos trayectorias opuestas: sus puntos de vista son irreconciliables.
El narrador suple la falta de respuesta de los discípulos y comunica al lector el tema de la conversación de éstos durante el viaje; sustituye sin embargo, el término «hablar/dialogar» empleado por Jesús, por el verbo «discutir», que denota una discrepancia entre los miembros del grupo; revela Marcos, que mientras Jesús les hablaba de entrega, ellos discutían de rango y preeminencia.
Han mostrado la ambición que existe en el grupo; buscan ser superiores, no creen en la igualdad; no se han desprendido de la manera de pensar común en el ambiente judío. Están organizando el retorno del Mesías-rey y discuten sobre quién ocupará el puesto más elevado. La ambición que demuestran se opone radicalmente a la primera condición propuesta por Jesús para seguirlo (8,34: “Si uno quiere venirse conmigo, reniegue de si mismo”) y es la que ha hecho incomprensible su enseñanza anterior (9,32: “no entendían el dicho”).
35 Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Si uno quiere ser primero, ha de ser último de todos y servidor de todos.
Sin encontrar respuesta a su pregunta, Jesús se sienta, porque esta casa, figura de su comunidad, es su morada estable[3]. En lugar de la denominación los discípulos aparece aquí la de “los Doce” que engloba a todos los Israelitas que han dado la adhesión a Jesús, caracterizándolos como el Israel mesiánico.
Si estando en la misma casa, Jesús tiene que «llamar» a los Doce es porque éstos se encuentran distanciados de él. Obviamente, no se trata de un distanciamiento físico sino figurado, que representa la resistencia de los Doce a aceptar el destino del Hijo del hombre (9,30). Jesús había constituido el grupo en primer lugar para que «estuviesen con él» (3,14), pero de hecho no lo están, y Jesús lo sabe. Ahora va a recordarles lo que eso significa. La llamada es una invitación a que se acerquen a él, es decir, a que cambien de actitud. La intensidad de voz que implica el verbo «llamar» muestra el interés de Jesús por ser escuchado. Sin embargo, el evangelista no señala que los Doce se acerquen a Jesús después de ser llamados. Según el proyecto de Jesús, el Israel mesiánico debería ser un nuevo principio, pero de hecho mantiene las categorías del antiguo pueblo.
Ante el silencio de los Doce, que se niegan a dialogar con él, se esperaría una reacción severa de Jesús, incluso que los pusiera ante la alternativa de aceptar su programa o dejar su compañía. Pero Jesús, aunque es consciente del modo de pensar de los Doce y de su obstinación, no los rechaza ni los increpa; por el contrario, les da de nuevo la posibilidad de hacer una opción libre («Si uno quiere»): les ofrece la oportunidad de que reflexionen y le den una verdadera adhesión. Es una nueva muestra de su amor al Israel que ha llamado. El autor utiliza el presente histórico («y les dice») para introducir esta advertencia de Jesús. Con este recurso insinúa, como de ordinario, la actualidad en su tiempo del problema con el que Jesús se enfrenta.
Ante todo, Jesús advierte a los Doce que han de renunciar a pretensión de preeminencia; no admite que alguno pretenda un rango más elevado («el mas grande»). Va a enseñarles cual es la verdadera grandeza y usa para ello la oposición: “ser primero” – “ser último de todos y servidor de todos”. Los Doce ambicionan el puesto mas elevado, cada uno quiere estar por encima de los demás. Jesús se sitúa en otra perspectiva, la de la cercanía a él (“primero”) y afirma que el puesto de “primero” en la comunidad no está reservado a un individuo ó a un grupo, sino que lo ocupa todo aquel que respecto a todos los demás se haga último y servidor. El término «primero» no denota así superioridad respecto a los otros, sino la cercanía a Jesús por la identificación con sus actitudes.
De este modo Jesús sale al paso de la ambición demostrada por los discípulos. No admite el deseo de rango, pero si la aspiración a estar cercano a él. Quiere que todos sean «primeros», y la única primacía se basa en el amor demostrado en el servicio humilde[4].
Los discípulos/los Doce discutían de puestos en la escala social, de jerarquía; Jesús propone como ideal «hacerse último de todos», ponerse al nivel del que no ostenta rango alguno, del más insignificante socialmente. Con esta figura designa al que no está movido por ninguna ambición de preeminencia y prestigio.
En la frase griega, el énfasis recae sobre «todos», que se encuentra en posición inicial subrayando la actitud y la disposición al servicio que debe tener cada uno. Hay que notar que el término «todos» no se refiere aquí a la humanidad en general, sino a los miembros de la comunidad, pues la discusión mantenida entre los discípulos se refería a quién era el mas grande dentro del grupo mismo, y Jesús está corrigiendo esa ambición. Quien se hace «último de todos y servidor de todos» tiene la misma actitud de Jesús, «esta con él»; se coloca a la cabeza de los demás («primero») y sigue a Jesús más de cerca. Por otra parte, esta doble exigencia no hace más que reformular la primera condición del seguimiento que él había propuesto juntamente a los discípulos y a la multitud (8,34). Esto aparece, en primer lugar, por la idéntica fórmula introductoria («Si uno quiere…») que sólo se encuentra en Marcos, en estos dos pasajes[5]. En segundo lugar, porque «hacerse último y servidor» equivale a «renegar de sí mismo», condición que pedía la renuncia a toda ambición egoísta. Este dicho da pie a la escena siguiente.
36 Y cogiendo al chiquillo, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
Dentro de la casa donde están Jesús y los Doce, aparece otro personaje, “el chiquillo”, término que al ir determinado por el artículo[6], ha de tener un significado especial. De hecho, el término griego “paidion”, sirve para designar tanto a un simple chiquillo como a un criadito[7]. En este pasaje, dada la determinación, tiene el segundo sentido: representa al pequeño sirviente de la casa. De hecho, Marcos, no habla de “chiquillos” en general, sino de cierta clase de ellos, indicada en el versículo siguiente con la expresión “uno de estos/tales chiquillos” (v37). Esta “clase de chiquillos” posee, por tanto, alguna característica además de la corta edad y, dado que el texto no añade ningún otro rasgo fuera del significado del término mismo, la determinación “uno de estos chiquillos” ha de referirse a una característica incluida en ese significado, es decir, la de sirviente o servidor [8].
Jesús, sentado como está, coge al chiquillo. No necesita llamarlo, como ha hecho con los Doce, ni tiene que moverse para alcanzarlo; el chiquillo está, por tanto, a su lado, “está con él”. Ahora bien, si la distancia entre los Doce era figura de su diferencia de actitud en relación con Jesús, la inmediatez del chiquillo significa, por el contrario, su idéntica actitud.
La figura del chiquillo/criadito, cubre, por tanto, los dos aspectos enunciados antes por Jesús. Por su edad es un niño, uno que no cuenta en la sociedad; es “último de todos”. Pero también por su tarea, es “servidor de todos”. Su actitud igual a la de Jesús (“último y servidor”) muestra que la denominación “el chiquillo” es un modo de designar a los que siguen de cerca de Jesús, por haber “renegado de sí mismos” (8,34). Su presencia en la “casa/comunidad”, sin pertenecer al grupo de los Doce, indica que representa al otro grupo de seguidores, los que no proceden del judaísmo [9].
En el “chiquillo”, Jesús va a ejemplificar el principio que acaba de enunciar.
EI hecho de que Jesús haya propuesto de nuevo la primera condición del seguimiento (V 35) indica que la presencia de los Doce y del «chiquillo/criadito» en la comunidad está en paralelo con la de los discípulos y «la multitud» en 8,34. El «criadito» es modelo de seguimiento, mientras los Doce, aferrados a las categorías del judaísmo, no se deciden a seguir a Jesús. Los Doce representan al Israel mesiánico, que perpetúa, por tanto, la concepción jerárquica del antiguo Israel y no entiende su vocación de servicio.
Al «chiquillo/criadito» que tiene su misma actitud, Jesús lo coloca en medio, en el centro, como punto de referencia (cf. 3,3); al que es «servidor de todos» lo pone así de ejemplo para el grupo de los Doce, que han discutido sobre «quién era el más grande». Abraza al «chiquillo», gesto de cariño e identificación [10]. Jesús se identifica con el que es último y servidor. El gesto corresponde a la relación anunciada por Jesús para con todo el que realiza el designio de Dios: «ese es hermano mío hermana y madre». La identidad de actitud con Jesús crea la nueva consanguinidad y la nueva familia [11].
37 Quien acoge a uno de estos chiquillos, como si fuera a mí mismo, me acoge a mí, acoge al que me ha enviado.
El texto señala que el «chiquillo» es uno entre muchos («uno de estos/tales chiquillos»); lo incluye dentro de una categoría («tales»), la de chiquillos-servidores. La identificación de Jesús con el pequeño servidor expresada con el abrazo se explicita ahora: acoger a uno de tales «chiquillos» equivale a acoger a Jesús mismo. El reconocimiento del «chiquillo» como uno que reproduce la identidad de Jesús («Como si fuera a mi mismo») se debe precisamente a su actitud de “último de todos y servidor de todos”. Además, afirma Jesús su identificación con el que lo ha enviado: «y el que me acoge a mí, más que a mí, acoge al que me ha enviado». Por medio de Jesús, el seguidor, que realiza el designio de Dios, se identifica también con el Padre y lo hace presente. Jesús aparece como el centro donde se verifica la unión de Dios y los hombres.
La actitud de Jesús es la del que lo ha enviado; por eso acogerlo a él significa acoger al Padre. Aparece aquí de nuevo este rasgo del Dios de Jesús: que no es el Dios que domina al hombre sino el que está a su servicio. Quien de alguna manera busca ponerse por encima de los demás está fuera del ámbito de Jesús y de Dios mismo. El Verbo «acoger» se ha usado antes solamente en el contexto del envío de los Doce (6,11: «cualquier lugar que no los acoja…»). El «chiquillo» es, por tanto, un enviado de Jesús como lo fueron los Doce, y la denominación «chiquillo» significa la actitud que ese seguidor muestra ante los demás. La designación de Dios/el Padre como «el que me ha enviado», confirma el carácter de enviado del «chiquillo» cuando es acogido. La escena contrapone, por tanto, la actitud de los Doce con la del grupo de seguidores no israelitas. Los primeros, el nuevo Israel (3,13), mantienen aún las ideas de rango propias del antiguo y ligadas a la concepción de un Mesías triunfador y terreno (Marcos, 8,33: “la idea de los hombres”. El segundo grupo, que no procede del judaísmo, entiende y acepta las condiciones para el seguimiento propuestas por Jesús a los dos grupos (8,34) y adopta su actitud de servicio humilde; de ahí su personificación en la figura del criadito.
[1] La localización de Cafarnaúm y el artículo “en la casa” basta para identificar esta casa con la de 2,15. Ahí, en la expresión “en su casa” el posesivo podía referirse tanto a Jesús como a Leví, cuya figura no aparece, sin embargo, en la perícopa ni vuelve a aparecer en el evangelio. La ambigüedad del posesivo indica precisamente que la casa es tanto de Jesús como de Leví. Otros autores identifican esta casa con la casa de Pedro y la de Leví.
[2] El tema del camino empezado en 8,27 termina en 11,8, precisamente en la entrada en Jerusalén. El camino hacia Jerusalén es el camino hacia el lugar de la manifestación mesiánica, que ellos se imaginan de modo muy diferente de cómo va a suceder.
[3] Sentarse indica la posición del maestro, pero también se usa para expresar una situación de estabilidad o permanencia.
[4] El término utilizado para designar al servidor denota un servicio hecho por amor y estima de los demás.
[5] Marcos, 8,34 y 9,35
[6] Se supone que el chiquillo vive en la casa.
[7] Paidion tiene dos acepciones: “niño, chiquillo” y “joven esclavo”, que puede ser hombre o mujer.
[8] Nada en el texto insinúa que el chiquillo sea pobre, desvalido, desamparado o huérfano. El chiquillo no es, por otra parte, equiparable al huérfano que, junto con las viudas, es en el AT. prototipo de los indefensos.
[9] Se ve a este chiquillo como el representante de su clase o, mejor, de la clase de discípulos que simboliza. Al colocarlo Jesús en el centro indica visualmente que un chiquillo creyente pertenece al círculo de los discípulos. Así, el chiquillo representa a un grupo que manifiesta su adhesión a Jesús y su seguimiento siendo último y servidor de todos, a semejanza de él. Por eso se encuentra en la casa/comunidad y cercano a Jesús. Sin embargo, no pertenece a los Doce, es decir, no forma parte del Israel mesiánico. Representa, por tanto, a los seguidores no israelitas, quienes bajo la denominación de “los que estaban en torno a él” han sido contrapuestos varias veces a los Doce (4,10) y, bajo la denominación “la multitud”, a los discípulos (5,24b.31; 7,14.17.33.;8,34;9,25.28). Esta multitud prolonga a su vez, a los recaudadores y descreídos recostados a la mesa con Jesús y sus discípulos en la casa-hogar de Cafarnaúm, “que eran muchos los que lo seguían” (2,15)
[10] El abrazo es un gesto que en algún sentido debe hacer a este niño un modelo para los discípulos. Algunos autores identifican este abrazo como un servicio al chiquillo, concretado en la acogida. El abrazo, sin embargo, es un gesto de identificación por amor, no de servicio. Tampoco “acoger” se identifica con servir. Precisamente por la identificación de Jesús con el chiquillo, significada por el abrazo, acoger al chiquillo equivale a acoger a Jesús mismo (9,37). No se trata en el texto de servir al chiquillo, sino de servir como él.
[11] El abrazo representa visualmente la acogida, y la acogida significa aceptación den la nueva familia de Jesús. (Marcos, 3,31-35)