Marcos 9,38-40

Imprimir


EL EXCLUSIVISMO DE LOS DOCE

  • 38 Le dijo Juan: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios invocando tu nombre y hemos intentado impedírselo, porque no nos seguía a nosotros”.
  • 39 Pero Jesús le replicó: “No se lo impidan, pues nadie que actúa con fuerza como si fuera yo mismo puede al momento maldecir de mí.
    40 O sea, que quien no está contra nosotros está a favor nuestro”.




El comienzo de la perícopa está indicado por el cambio de personajes y de temática. Desaparecen la figura del chiquillo y el tema de la ambición. Aparece, en cambio, la figura individual de Juan (v38) como portavoz del grupo de los Doce (v38) “hemos visto”/“hemos intentado”, y el tema se centra en un individuo que utilizando el nombre de Jesús expulsaba demonios, actividad que los Doce han intentado impedir. El final de esta perícopa está indicado por los paralelos entre 9,37ab y 9,41.42

El grupo de los Doce no ha expresado ninguna reacción ante la lección que ha dado Jesús en la perícopa anterior (9,33b-37), contraponiendo la actitud del chiquillo a la de ellos. Ahora, en el centro del tríptico, se encuentra la intervención de Juan, uno de los apodados “hijos del trueno[1] (3,17), que se hace portavoz del grupo de los Doce e interrumpe la instrucción de Jesús. Juan hace patente el exclusivismo del grupo, imbuido del privilegio de Israel. No tolera que otros ejerzan la misión propia del seguidor de Jesús sin adoptar la ideología del judaísmo que ellos siguen manteniendo. Aparece aquí el primer choque entre los dos grupos de la comunidad. El Israel mesiánico no soporta la existencia de un grupo de seguidores ajeno a sus propias categorías y pretende asimilarlo a ellas.

38 Le dijo Juan: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios invocando tu nombre y hemos intentado impedírselo, porque no nos seguía a nosotros”

Los Doce no han reaccionado a las palabras y acción de Jesús en la escena precedente (9,33b-37), donde les ha puesto a un chiquillo como ejemplo. Por única vez en este evangelio, Juan toma la palabra y es para interrumpir a Jesús, no para comentar lo anterior. Introduce un tema diferente que desvía la atención.

Llama a Jesús “Maestro” afirmando su vínculo con él e implicando la aceptación de su autoridad y de su enseñanza, aceptación que en realidad no existe, como acaba de verse. Juan, el autoritario, se hace portavoz de los Doce que comparten su actitud (“hemos intentado…”)

Juan refiere una anécdota o algo sucedido que va a poner de manifiesto su modo de pensar y el del grupo. Los Doce han visto a uno que expulsaba demonios usando el nombre de Jesús. Este individuo, por tanto, reconocía a Jesús y cooperaba con su obra liberadora. En efecto, “expulsar demonios”, como se ha visto en ocasiones anteriores[2], significa liberar de los fanatismos violentos que bloquean a la persona e impiden la convivencia humana, devolviendo a los poseídos la libertad y autonomía. Así hay quien libera en nombre de Jesús. Como Él, este individuo se ha puesto a favor del hombre y en contra de la opresión ideológica.

Los Doce, sin embargo, han intentado impedir su actividad. La razón aducida por Juan para justificar el intento es “porque no nos seguía a nosotros”[3]. El pronombre “nosotros” está en lugar de “los Doce” o más bien, dado que Juan ha llamado a Jesús “Maestro”[4], profesándose seguidor suyo, por el grupo formado por Jesús y los doce, distingue entre el Maestro y los discípulos. Es decir, no incluye en el grupo “nosotros” al Maestro.

La pretensión de Juan es injustificable. Él intenta identificar a Jesús con el grupo de los Doce, excluyendo así todo seguimiento de Jesús que no conlleve el seguimiento a ellos, aunque Jesús ha invitado siempre a seguirlo exclusivamente a Él[5], y cada seguidor está vinculado a Jesús sin intermediarios. Juan, en cambio, exige de cada uno la identificación con la postura de los Doce. Estos no toleran que ejerzan la misión quienes no aceptan los ideales del judaísmo que ellos comparten.

Los Doce quieren que todos sigan a su grupo, el nuevo Israel que pretende la restauración de la gloria nacional. Creen que sólo a través de la adhesión a ellos y a lo que ellos representan puede realizarse la salvación que Jesús ofrece. Por eso Juan considera inadmisible que otros se arroguen el derecho de expulsar demonios sin estar con los Doce, cuando en realidad, ellos mismos no están siguiendo a Jesús y por eso no han sido capaces de expulsar el espíritu mudo (9,28).

La reacción de Juan en nombre de todos es de intolerancia absoluta[6]; ellos ni liberan ni dejan a otros liberar a las personas oprimidas. Como sucedió antes con los letrados llegados de Jerusalén que difamaban la labor liberadora de Jesús sin atender a sus frutos (3,22), ahora tampoco los Doce se fijan en el valor de la actividad del individuo anónimo ni en el bien del hombre; no reconocen la legitimidad de la obra aunque están presentes todos los signos de autenticidad: está hecha invocando el nombre de Jesús y su efecto es una liberación como las que Jesús ha efectuado. Con su actuación, este individuo hace presente y prolonga la obra de Jesús.

A pesar de eso, los Doce afirman la superioridad de su grupo; quieren controlar la actividad de los demás, monopolizar a Jesús. En la perícopa anterior (9,33b-37) Jesús había corregido la ambición individual de los integrantes del grupo por ser más que los otros, intentando hacerles comprender que eran todos iguales. Ahora Juan sube de nivel y afirma la superioridad del grupo judaizante sobre todo el que quiera actuar en la línea de Jesús, atribuyéndole la exclusiva de la misión. No atiende a lo que se hace, sino a quienes lo hacen. Sin embargo no consta en el texto que los Doce consiguieran impedir la actividad del que expulsaba demonios. 

39 Pero Jesús le replicó: “No se lo impidan, pues nadie que actúa con fuerza como si fuera yo mismo puede al momento maldecir de mí.

Jesús reprueba el intento de impedir esa actividad, condena el sectarismo del “hijo del trueno” y no acepta el monopolio de los discípulos sobre su persona.

La fórmula “actuar con fuerza” se ha dicho solamente referida a Jesús, en el episodio de la sinagoga de su tierra (“no pudo ahí actuar con fuerza6,5). Aquí, dicho de este individuo, aparece como equivalente de expulsar demonios. Ahora bien, la fuerza con que se actúa manifiesta la autoridad que se posee, misma que es comunicada por Jesús (3,15) y ésta dimana de la presencia del Espíritu recibido de Él (1,18). Quien libera a otros, afirmando su conexión con Jesús, posee una autoridad como la que Jesús mismo se proponía comunicar a los Doce para expulsar a los demonios (3,14-15).

Jesús no repite la expresión empleada por Juan “invocando tu nombre”; elige otra: “como si fuera yo”, que profundiza el concepto expresado por el discípulo. De hecho, la primera expresión denota la invocación del nombre/persona y es propia del que ora o suplica. En cambio la segunda implica que quien actúa lo hace en representación de.

Jesús puntualiza que la expulsión de demonios realizada por este individuo no sucede por la mera invocación de su nombre, sino que ese hombre posee la autoridad del Espíritu y actúa como lo haría Jesús mismo[7].

El uso de la expresión “como si fuera yo” pone en conexión la figura del individuo anónimo con la del “chiquillo” de la perícopa anterior (“como si fuera a mi9,37), mostrando que también el sujeto de la actividad liberadora representa a los seguidores de Jesús no procedentes del judaísmo. “El chiquillo” los representaba en cuanto su actitud de humildad y el servicio lo identificaba con Jesús. Ahora el individuo anónimo los representa en su actividad liberadora, igual a la de Jesús.

El que hace obras como las de Jesús tiene una verdadera adhesión a Él, pues la fe/adhesión, es la condición para actuar de ese modo (“todo es posible para el que tiene fe9,23). La fe/adhesión va siendo confirmada por las obras que permite realizar, de modo que adquiere arraigo y permanencia. No puede haber una defección inmediata. “Maldecir de alguien” significa aborrecerlo; el que tiene esa adhesión a Jesús no es fácil que pase de seguidor a un adversario.

El dicho de Jesús tiene alcance universal: “nadie que…”; se refiere a todo el que sea seguidor suyo, aunque no pertenezca al nuevo Israel. Jesús rompe así el exclusivismo de los Doce. Si ese individuo actúa con fuerza es porque está con Él, aunque no forme parte de ese grupo. Es decir, los seguidores que no proceden del judaísmo no tienen por que adoptar las categorías judías que los Doce mantienen a pesar de la enseñanza y de las advertencias de Jesús.

40 O sea, que “quien no está contra nosotros está a favor nuestro”.

Una nueva afirmación general que incluye a cualquier ser humano, judío o pagano, aunque no se profese seguidor de Jesús.

Antes, Jesús ha señalado la relación con su persona (v39); ahora, en cambio, no habla sólo de la relación con él, sino también con los Doce. Sin pretensión alguna de superioridad, se pone a nivel de los discípulos y habla de “nosotros”, en contraste con el deseo de preeminencia mostrado por ellos antes (9,34). Ahora Jesús se integra en el grupo para eliminar todo exclusivismo, como el expresado en el “nosotros” de Juan.

Afirma al mismo tiempo, que la liberación de las personas debe ser interés común para Él y para los discípulos. Por eso hay que considerar aliado del grupo a toda aquella persona que trabaja a favor del ser humano. Jesús hace suya toda acción desinteresada beneficiosa para el desarrollo humano.

Los Doce han querido ejercer control sobre la acción de los que no pertenecen a su grupo. Jesús, en cambio, reconoce al otro grupo como aliado, precisamente por su acción liberadora. Es decir, lo que manifiesta el estar o no con Jesús es la calidad de la acción realizada. Al que expulsaba demonios, los Doce lo han considerado un rival, cuando en realidad es un aliado.




[1] Esta es la única vez que Juan toma la palabra en el evangelio, independientemente de su hermano Santiago. A ambos Jesús les había puesto por sobrenombre “el Trueno”, es decir, el autoritario.

[2] 1,34.39; 3,22; 5,2-20; 7,24-30

[3] La expresión “no nos sigue a nosotros” en lugar del esperado “no te sigue a Ti” muestra que se concibe el discipulado como un grupo cerrado e insinúa que existe en el fondo una problemática posterior de la comunidad.

[4] El hecho de que Jesús haya tenido que ser informado de lo sucedido lo excluye automáticamente del “nosotros” que han visto al que expulsaba demonios. Por lo tanto, el “nosotros” a los que el individuo no seguía no incluye a Jesús.

[5] 1,18; 2,14; 8,34

[6] Esta acción se trata de una usurpación. Se trata del deseo de los Doce de mantener el monopolio sobre Jesús. Esta actitud no es nueva. Los Doce ya habían intentado secuestrar a Jesús cuando se lo llevaron mientras estaba en la barca, “aunque otras barcas estaban con él” (4,36)

[7] Lo que Juan critica no es la falta de autoridad, sino la falta de cohesión con su grupo. Esto nos permite ver que Jesús no entiende a los Doce como una institución permanente y cerrada, ni tampoco piensa en la exclusividad de su cargo. La función de los Doce queda relativizada, aunque no quitada.

Sagrado Corazón de Jesús | Logo
Afiliados Parroquia Sagrado Corazón de Jesús | Torreón, Coahuila | 2020 | 
Aviso de Privacidad