AVISO CONTRA LA AMBICIÓN
- 41 Así pues, quien les a beber un vaso de agua por razón de que son del Mesías, no quedará sin recompensa, se los aseguro;
- 42 pero a quien escandalice a uno de estos pequeños que me dan su adhesión, más le valdría que le encajaran en el cuello una rueda de molino y lo arrojaran al mar.
- 43 En consecuencia, si te pone en peligro tu mano, córtatela; más te vale entrar manco en la vida que no ir con las dos manos al quemadero, al fuego inextinguible[1].
- 45 Y si tu pie te pone en peligro, córtatelo; más te vale entrar en la vida cojo que no con los dos pies ser arrojado al quemadero.
- 47 Y si tu ojo te pone en peligro, sácatelo; más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que no ser arrojado con los dos ojos al quemadero,
- 48 donde su gusano no muere y el fuego no se apaga.
- 49 Es decir, cada cual ha de salarse con su fuego.
- 50 Excelente es la sal. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con que la sazonarán?
41 Así pues, quien les a beber un vaso de agua por razón de que son del Mesías, no quedará sin recompensa, se los aseguro;
Jesús reanuda el discurso interrumpido por Juan, retomando el tema de la acogida. Sigue dirigiéndose a los Doce y, al descubrir la acogida de que ellos pueden ser objeto (les dé de beber…), alude a la hecha a los “chiquillos” (9,37). Así, “dar un vaso de agua” es una expresión concreta de acogida y solidaridad.
Jesús precisa que el elemento constitutivo del grupo y el que debe manifestarlo al exterior, es la pertenencia a Él como Mesías; ese será el motivo de la acogida. Es la primera vez que Jesús se llama Mesías, pero esta mención contrasta con la declaración de Pedro en el territorio de Cesarea de Filipo (8,29). En efecto, Marcos, como antes en el título del libro (1,1), emplea aquí la palabra “Mesías” sin artículo, para desvincularla de las connotaciones políticas que el término incluía. Pedro, en cambio, la empleó con artículo y sin más determinación (8,29: “Tú eres el Mesías”), remitiendo a la expectación nacionalista que el pueblo asociaba con el título. Jesús, que acepta ser el Mesías no respalda, sin embargo, la declaración de Pedro.
La gente ayudará a los Doce por su vinculación con Jesús. Acogerlos porque son del Mesías implica que ellos reproducen los rasgos de Jesús, y eso significa presentarse como último y servidor de todos. Si los Doce, en la misión, reflejan la figura del Mesías-Hijo del hombre, llevarán también ellos, como antes el “chiquillo”, la presencia de Jesús y del que lo ha enviado (9,37), presencia que será la recompensa de quien lo acoge. Acercarse a los demás con la actitud de Jesús es ocasión de que la gente encuentre en ellos a Dios.
De este modo recuerda Jesús a los Doce, la lección que les había dado en el episodio del “chiquillo”. Si hacen caso de ella, serán reconocidos y acogidos como enviados suyos. Si, por el contrario, no lo hacen, su actitud puede causar grave daño en la comunidad, como lo señala a continuación.
42 pero a quien escandalice a uno de estos pequeños que me dan su adhesión, más le valdría que le encajaran en el cuello una rueda de molino y lo arrojaran al mar.
“Estos pequeños” están en paralelo con “el chiquillo” de 9,38, como lo muestra la idéntica construcción “a uno de estos chiquillos” (9,37), “a uno de estos pequeños”. Esta última denominación recoge, por tanto, todo lo dicho antes sobre “los chiquillos”, en particular la renuncia a la ambición y la actitud de servicio. De este modo, “los pequeños”, designa, como “los chiquillos”, a los seguidores de Jesús que no proceden del judaísmo. No se trata en realidad de niños. El término “pequeño” denota la actitud voluntaria de ser último de todos y servidor de todos (9,35), actitud que se designa ahora como “dar la adhesión a Jesús”. La nueva denominación “los pequeños” alude por contraste a la pretensión manifestada por los Doce de ser “el más grande” (9,34).
Como miembros de la comunidad de Jesús, no incluidos en los Doce, “los pequeños” están implícitamente presentes en la escena (“uno de estos pequeños”), como antes lo estaba “el chiquillo” (9,36).
El escándalo de que habla Jesús es, pues, algo intracomunitario. Escandalizar equivale aquí a hacer que vacile la fe en Jesús. La duda o el escepticismo sustituyen a la adhesión. El sentido concreto del escándalo se ilumina al considerar la perícopa del “chiquillo”: Los Doce alimentan la ambición de grandeza y preeminencia (9,34). Ahora bien, el seguidor de Jesús que espera encontrar en la comunidad la igualdad y el amor expresado en el servicio mutuo, al constatar que no existe tal igualdad, sino que algunos pretenden ponerse por encima y dominar a los que por su adhesión a Jesús se han hecho “pequeños” (“últimos y servidores”), quedan decepcionados y piensan que el mensaje se queda en bellas palabras y sin contenido en la práctica. Su fe en Jesús y la adhesión a su persona se resquebrajan, y acaban por abandonar la comunidad. Escandalizar equivale entonces, a quitar la vida que Jesús comunica al ser humano. Y escandaliza el que en vez de hacerse último pretende ser superior a los demás y dominarlos. Con esto, la única esperanza de vida plena se esfuma, aparece como una falsedad. Los que esperaban libertad, ven que no la hay, y se hace fracasar la obra de Jesús.
La advertencia de Jesús es válida en principio para todo seguidor, aunque es la ambición de los Doce la que de hecho puede causar ese daño, al pretender que continúe en la comunidad cristiana la desigualdad jerárquica del judaísmo. Los “pequeños” rechazarán a un Jesús presentado así. Se adivina en este pasaje la dificultad que creaba la postura judaizante para la incorporación de los paganos y las defecciones de muchos miembros de la comunidad, que se sentían defraudados.
De ahí la severidad de la advertencia: peor que morir es hacer daño a los pequeños, a los seguidores que, a ejemplo de Jesús no tienen ambición de honor o preeminencia y adoptan una actitud de servicio (9,35). Jesús no amenaza con un castigo sino que subraya la gravedad del escándalo.
La mención de la rueda de molino encajada en el cuello no hace más que acentuar lo irremediable de tal muerte. Ser tirado al mar supone una muerte sin sepultura, perspectiva que causaba horror a los judíos[2]. Sin embargo, sería preferible sufrir esta clase de muerte a causar ese daño, tan grande que aleja de la fuente de la vida no sólo al individuo, sino, por invalidar la alternativa de Jesús, a tantos seres humanos deseosos de plenitud.
Sigue la polémica de Marcos contra los que pretenden deformar el mensaje de Jesús introduciendo modos de actuar propios del judaísmo.
43 En consecuencia, si te pone en peligro tu mano, córtatela; más te vale entrar manco en la vida que no ir con las dos manos al quemadero, al fuego inextinguible.
Cambia Jesús de punto de vista. Considera ahora al posible causante del escándalo y supone que hay peligros a los que un individuo puede sucumbir. Los peligros están representados figuradamente por tres miembros u órganos del cuerpo humano: mano, pie y ojo. Cuando éstos constituyen una amenaza para el seguidor, es preferible privarse de ellos que ser excluidos de la vida. Jesús intenta prevenir la corrupción de su mensaje, de ahí la fuerza de las tres advertencias que muestran la importancia de lo que está en juego; quiere impedir que se destruya la igualdad fraterna que Él crea entre los suyos y que es la garantía de la libertad personal.
Las imágenes que usa Jesús son extremadamente duras. Hay que extirpar todo lo que en uno mismo se oponga al mensaje y cause daño a los que quieren ser fieles a él.
La mano es figura de la acción o actividad. Lo que pone en peligro de escandalizar es una actividad contraria a la Jesús. Con su mano Él sana y levanta al hombre (1,30; 1,41; 5,41; 7,33; 8,23; 9,27). El mal proceder sería el que, en lugar de levantar, humilla o somete.
Si la propia manera de actuar pone en peligro de alejarse de Jesús, hay que interrumpirla inmediatamente, y aunque pueda parecer una mutilación de la persona, en realidad no es así. Esa actividad ambiciosa que no busca el desarrollo humano sino que lo impide, priva de la vida al que la practica y lo condena a la destrucción. Jesús es el modelo, el Hombre-Dios y, por ello, es el criterio para distinguir lo que lleva a la vida y lo que la destruye. Cortarse la mano es una manera figurada de expresar la renuncia; presenta un aspecto extremo del “renegar de sí mismo”, primera condición del seguimiento (8,34).
“Entrar en la vida” equivale a entrar en la comunidad del Espíritu, en concreto la de Jesús, donde se puede aspirar a la plenitud de vida en este mundo y en el futuro. Como aparecerá a continuación, es sinónimo de “entrar en el reino de Dios” (v47), cuya primicia, en su etapa terrena es, asimismo la comunidad de Jesús, que se prolongará gloriosamente en la etapa posterrena. Se trata, por tanto, de asegurar la plenitud de vida tanto en el mundo presente como en el futuro.
El “quemadero” que alude al valle donde se quemaban las basuras cerca de Jerusalén (“gehenna”[3]), es figura de la muerte definitiva. Si la frase “ir al quemadero” se interpreta en forma activa, significa que el hombre mismo va a su destrucción como consecuencia lógica y necesaria de un modo de actuar que priva de vida a otros y también al que lo practica.
45 Y si tu pie te pone en peligro, córtatelo; más te vale entrar en la vida cojo que no con los dos pies ser arrojado al quemadero.
El pie está en relación con el camino, con el seguimiento o no seguimiento de Jesús. El peligro sería ir por un camino que no lleva a la entrega y al servicio. Es el camino del brillo mundano, del deseo de triunfo personal con desprecio de otros, el de complicidad con los poderes mundanos para ser bien visto de ellos, rehusando cargar con la cruz (8,34).
“Cortarse el pie” significa abandonar ese camino errado. Lo que parece una mutilación de la persona a los ojos de los hombres es vida y asegura la vida. A diferencia del v43, aquí se habla de “ser arrojado al quemadero”, como una basura, como un desecho inútil.
47 Y si tu ojo te pone en peligro, sácatelo; más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que no ser arrojado con los dos ojos al quemadero,
48 donde su gusano no muere y el fuego no se apaga.
El ojo representa los deseos y aspiraciones del hombre que manifiestan su escala de valores, sea verdadera o falsa. Según la expresión de Jesús, “tener la idea de Dios o la de los hombres” (8,33). Metafóricamente, el ojo guía la actividad y elige el camino; es la raíz del actuar. Este aspecto se aplica más directamente a los Doce, aludiendo al modo de pensar que han demostrado.
“La Vida” se identifica aquí con el Reino de Dios que, como se ha dicho, está representado en su etapa terrena por la comunidad de Jesús. La exclusión del Reino por una infidelidad al mensaje que aleja de Jesús a los que creen en Él, lleva al hombre a la ruina definitiva.
A las palabras “ser arrojado al quemadero” se añade en este caso “donde su gusano no muere y el fuego no se apaga”, frase tomada de Is. 66,24. En ella, el profeta expone los dos modos como suelen destruirse los cadáveres de los Israelitas renegados, que serían un ejemplo para los peregrinos que visitarían el Templo en el tiempo de la salvación final. La yuxtaposición en el texto de gusanos y fuego refuerza la idea de destrucción, pero al ser incompatibles, pues el fuego destruiría a los gusanos, hace ver que se trata de una imagen. Las dos fuerzas destructoras se describen como permanentes (“no se apaga”… “no muere”); es decir, no hay manera de escapar de ellas.
En la imagen, los que perviven son el gusano y el fuego, no el hombre, y aniquilan todo lo que cae en su poder. No se describe, por tanto, un tormento eterno sino una destrucción total que al impedir la resurrección equivale a la muerte definitiva.
El texto de Isaías está muy bien elegido pues, colocado por el profeta en un contexto de juicio, con proclamación universal del Dios de Israel y convocación ante él de todos los pueblos, toca el tema de la infidelidad de los israelitas que se rebelaron contra su Dios.
En resumen, Jesús urge al seguidor a hacer aquellas opciones, por dolorosas que sean, que aseguren su fidelidad, pues está en juego el éxito o el fracaso de la existencia. Toda actividad, conducta o aspiración que busca el propio prestigio y superioridad y que lleva al dominio de otros, está viciada y hay que suprimirla, pues pone en peligro la fidelidad al mensaje, condición para el desarrollo personal y la eficacia en la acción, y defrauda las expectativas de los que han visto en Jesús y en su mensaje la concreción del ideal de Hombre y la esperanza de alcanzarlo.
49 Es decir, cada cual ha de salarse con su fuego.
La sal, que impedía la corrupción de los alimentos, era símbolo de lo durable y lo valioso y se usaba en los sacrificios para simbolizar la permanencia de la Alianza (Ex. 30,35; Lev. 2,13) Marcos simboliza con ella la fidelidad al mensaje de Jesús. Esa fidelidad la obtiene el seguidor (salarse) mediante un fuego, elemento destructor figurado, que elimina en cada individuo las causas de la infidelidad y lo conserva en su ser de seguidor auténtico. Este fuego se opone al fuego anterior que destruye el ser mismo. El fuego que sala o conserva es una metáfora que resume las pruebas dolorosas a las que uno mismo deberá someterse para mantenerse fiel a Jesús y a su mensaje. Es decir, el seguidor de Jesús necesita autodisciplina. Cada uno debe examinar qué es lo que puede poner en peligro su adhesión y apresurarse a corregirlo.
COLOFÓN
50 Excelente es la sal. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con que la sazonarán? Tengan sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros.
El dicho previene en primer lugar contra la decadencia en los ideales y en la praxis de la comunidad. A continuación exhorta a la autodisciplina para asegurar la paz entre los miembros.
El tríptico termina con un colofón que pondera la excelencia de la sal[4], símbolo de la fidelidad a Jesús, que mantiene a los individuos y a su comunidad en su verdadero ser de seguidores. (“Excelente es la sal”)[5]. Sin embargo, podría darse el caso de que la comunidad no fuera fiel, de que la adhesión a Jesús existiera sólo en apariencia, faltándole lo esencial (de ahí la idea de la “sal sosa”). Eso sucedería si sus miembros no cumplieran la primera condición del seguimiento (8,34) y su traducción en la práctica “ser último y servidor de todos” (9,35). Además, tal situación no tendría remedio[6]. Si los seguidores de Jesús se conforman con el nombre y la apariencia, no hay manera de renovar una adhesión que no quiere ver su infidelidad profunda.
Jesús termina con una exhortación a la fidelidad: “Tengan sal en ustedes mismos”, dirigiéndose a cada uno. Si cada uno conserva la propia fidelidad renunciando a las ambiciones, en particular a las de preeminencia y dominio, ya no habrá motivo de división. Entonces habrá paz. La fidelidad de todos al mensaje conservará la paz en la comunidad de sus seguidores.
Este colofón alude a las tres perícopas anteriores y compendia su contenido: La sal o fidelidad, simboliza, por una parte, la actitud del chiquillo que se hacía último y servidor de todos (9,36). Y alude, por otra, a la mano, el pie o el ojo, que ponen en peligro la fidelidad (9,43-48). La sal sosa puede reflejar la actitud de los Doce, que se consideran seguidores de Jesús (le han llamado “Maestro” 9,38), mientras que en realidad no aceptan su mensaje. La exhortación final a mantener la paz alude por contraste, al conflicto de los Doce con el seguidor que expulsaba demonios (9,38). El conjunto del colofón quiere corregir la ambición mostrada por los discípulos en su discusión durante el camino. Así, por el momento se cierra el tema.
[1] Los VV 44 y 46 que son idénticos al 48 normalmente se suprimen.
[2] La rueda de molino encajada al cuello elimina toda posibilidad de que el cadáver flote hasta la orilla para ser enterrado. El pueblo de la Biblia miraba con horror toda muerte que impedía la sepultura.
[3] Con este nombre se designaba un valle situado al oeste de Jerusalén (2Re 23,10), en el que se ofrecían sacrificios de niños a Moloc, profanado después por Josías y que finalmente pasó a ser el lugar donde se quemaba la basura de la ciudad. A partir del S. II AC designaba simbólicamente el lugar, un abismo de fuego, donde se infligiría el castigo del fin de los tiempos; después de la resurrección, alma y cuerpo serían aniquilados por el fuego eterno.
[4] La sal es un medio de conservación que asegura la permanencia del alimento y, figuradamente, de la vida.
[5] La sal es buena cuando es figura de la buena relación entre los que creen en Jesús. Por su poder conservante, es figura de la perpetuidad de la Alianza (Ex. 30,35; Lev. 2,13; Nm. 18,19; 2Cr 13,5; Ez. 43,24). Sobre todo es figura del íntimo valor que caracteriza al discípulo y del que no puede, en ningún modo carecer. En el mundo griego la sal era símbolo de amistad hacia el huésped. En el mundo judío, la Torá se comparaba a la sal. En Mc., puede pensarse en la palabra de Jesús que los discípulos han aceptado y de cuya fuerza deben vivir.
[6] La utilidad de la sal consiste en su capacidad de dar sabor, cualidad que no se le puede restituir cuando la ha perdido por ser impura, o adulterada con yeso o con otra cosa.