Marcos 10,1-12

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EL REPUDIO:
IGUALDAD DEL HOMBRE Y DE LA MUJER

1 De allí se marchó al territorio de Judea al otro lado del Jordán. Esta vez se le fueron reuniendo multitudes por el camino y, una vez más se puso a enseñarles como solía.

2 Se le acercaron los fariseos y, para tentarlo, le preguntaron si está permitido al marido repudiar a la mujer.

3 Él les replicó: ¿Qué les mandó a ustedes Moisés?

4 Contestaron: Moisés permitió redactar un acta de divorcio y repudiarla.

5 Jesús les dijo: Por su contumacia les dejó escrito Moisés el mandamiento ése.

6 Pero desde el principio de la creación Dios los hizo varón y hembra.

7 Por eso el ser humano dejará a su padre y a su madre

8 y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser.

9 Luego, lo que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe.

10 De nuevo en la casa, los discípulos le preguntaron sobre aquello.

11 Él les dijo: Quien repudia a una mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera

12 Y si ella, repudiando a su marido se casa con otro, comete adulterio.

Jesús continúa su viaje a Jerusalén. Durante el camino, multitudes de gente se le van reuniendo y él aprovecha la ocasión para enseñarles.

Tiene lugar un nuevo encuentro de Jesús con los fariseos, los que le habían pedido una demostración de poder a favor del pueblo judío (8,11). Ahora quieren su opinión acerca de un poder ejercido en el ámbito doméstico y avalado por la Ley de Moisés: el del marido sobre la mujer.

Así, se entabla un debate entre Jesús y los fariseos. Jesús lo cierra afirmando que el proyecto de Dios es que hombre y mujer formen una pareja de iguales. El repudio es una injusticia contraria al plan divino; la mujer no es un objeto del que el hombre pueda disponer a su arbitrio, sino que él debe ser un solo ser con ella. No hay ley humana que pueda invalidar ese hecho.

Termina la perícopa con una vuelta a la casa/comunidad, donde el grupo de los discípulos plantea a Jesús la misma pregunta de los fariseos, señal de que no han comprendido o aceptado los principios de Jesús. Él insiste explicitando la igualdad del hombre y de la mujer.

La perícopa puede dividirse así:

10,1En el camino: enseñanza de Jesús a las multitudes.
10,2Pregunta de los fariseos
10,3-4Contra-pregunta de Jesús y respuesta de los fariseos
10,5-9Réplica de Jesús
10,10-12En la casa. Pregunta de los discípulos y respuesta de Jesús

Veamos el texto.

1 De allí se marchó al territorio de Judea al otro lado delo Jordán. Esta vez se le fueron reuniendo multitudes por el camino y, una vez más se puso a enseñarles como solía.

Este verso constituye una introducción a las escenas siguientes, mismas que se desarrollarán en el camino hacia Jerusalén. La expresión “De allí” puede indicar la casa o la ciudad de Cafarnaúm, o incluso, de manera más genérica aún, el territorio de Galilea, donde se han desarrollado las escenas precedentes.

En este verso Marcos emplea dos presentes históricos: “se marcha” y “se le van reuniendo”. Al final de la perícopa utilizará otro: “les dice”. Así, parece que el autor quiere actualizar toda la cuestión sobre la igualdad del hombre y la mujer. Esto insinúa que todavía en las comunidades de su tiempo había quienes se resistían a aceptar esta gran enseñanza del reino.

Jesús se dirige al territorio de Judea al otro lado del Jordán y su popularidad se hace manifiesta también fuera de Galilea. Las multitudes que van camino de la capital [1], se suman a la comitiva. Esta es la única vez que Marcos utiliza el plural “multitudes”, indicando así que diversos grupos de gente, procedentes de diferentes lugares, se iban uniendo a Jesús a lo largo del camino.

Jesús vuelve a enseñar a las multitudes. Ha terminado la enseñanza dirigida exclusivamente al grupo de los discípulos. Dos veces lo ha hecho: con motivo de la declaración mesiánica de Pedro (8,31) y durante el camino a través de Galilea (9,31), ambas sin éxito. Y no volverá a hacerlo.

El hecho de que Jesús aproveche la ocasión para enseñar a las multitudes que se acercan a Él, muestra que éstas no conocen aún el mensaje. Antes, mientras enseñaba a sus discípulos por el camino, no quería que la gente se enterase de su paso por Galilea (9,30). Ahora, fuera de esta región, camino de Judea, actúa de nuevo en público.

Con su enseñanza Jesús pretende cambiar la mentalidad de las multitudes judías. El evangelista alude al contenido de la enseñanza con la anotación “como solía”. Es decir, Jesús toca los mismos temas que había expuesto a diversas multitudes en el discurso de las parábolas (4,1-34) y en el episodio de los panes (6,34-46), insistiendo siempre en la igualdad de todos.

2 Se le acercaron los fariseos y, para tentarlo, le preguntaron si está permitido al marido repudiar a la mujer.

Como en una ocasión anterior (8,11), Marcos vuelve a mencionar a los fariseos, considerados como un conjunto o corporación. Los introduce como los representantes cualificados de la ideología popular que, desde hace tiempo, son enemigos declarados de Jesús[2] (3,6; 7,1; 8,11). Se acercan a Jesús e interrumpen su enseñanza para plantearle una pregunta peculiar, pues en el mundo judío nadie negaba ese derecho, avalado por la Ley de Moisés. Lo que se debatía en las escuelas rabínicas era el motivo que justificaba el repudio.

La pregunta presupone que ellos conocen o sospechan que la postura de Jesús en esta cuestión es contraria a la Ley y lo retan a decirlo abiertamente. Por eso afirma el autor del evangelio que le preguntan con la intención de tentarlo. Sin duda, lo que da pie a los fariseos para hacer esta pregunta es que, en su enseñanza, Jesús insiste en la igualdad entre los seres humanos. Quieren tantear si se atreve a llevar la igualdad hasta el ámbito de la relación matrimonial, enfrentándose con la Ley en una cuestión tan vidriosa, en la que está en juego el poder y el prestigio del hombre, respecto a la mujer; o si por el contrario, cede y acepta el principio de la superioridad masculina, siguiendo así la logística de las escuelas fariseas. Como en toda tentación, se trata de una cuestión de poder  y dominio, en este caso en su último reducto, que es la esfera doméstica. Los fariseos quieren desviar a Jesús de su línea, haciéndole admitir que hay un ámbito, el del matrimonio, en el que la relación no es de iguales, pues el varón conserva, según la enseñanza de ellos, indiscutiblemente su superioridad.

El repudio significaba que el marido tenía derecho a despedir a la mujer sin más explicación.  Esto ponía de manifiesto la superioridad del hombre y reflejaba, en el seno de la familia, la opresión ejercida en todos los niveles de la sociedad judía.

3 Él les replicó: ¿Qué les mandó a ustedes Moisés?.

4 Contestaron: Moisés permitió redactar un acta de divorcio y repudiarla.

Jesús no cae en la trampa ni entra en la controversia de las distintas escuelas. Pregunta a sus adversarios por el fundamento de su postura y lo hace utilizando el término “mandar” que tiene que ver con los mandamientos. Sitúa así la cuestión en el ámbito de la voluntad divina.

Es históricamente manifiesto que los fariseos no existían en tiempo de Moisés, por lo que éste no pudo prescribirles nada. Los preceptos divinos tenían como destinatario a todo el pueblo. Al restringir a los fariseos, observantes de la Ley, el mandato de Moisés (“¿Qué les mandó a Ustedes Moisés?”), Jesús muestra que por el influjo que ejercen sobre el pueblo, los consideran representantes de su modo de pensar. Jesús, por su parte, no se incluye entre los destinatarios de la Ley de Moisés, tomando distancia de ellos y de la Ley misma.

En su respuesta los fariseos no hablan de lo que mandó Moisés. En realidad no contestan a la pregunta de Jesús, sino a su propia pregunta anterior, si está permitido al hombre repudiar a su mujer, y aducen el permiso que dio Moisés para ellos[3]. No afirman el arbitrio incontrolado del hombre, pues era requisito antes de despedir a la mujer, redactar un documento que atestiguase el divorcio, con lo que la mujer quedaba libre para casarse de nuevo[4].  Citan Dt. 24,1 aunque en ese pasaje Moisés no prescribe la práctica del divorcio, sino que la da por supuesta [5]. De hecho, el mandamiento de Moisés que allí se recoge es la prohibición de que un hombre que ha repudiado a su mujer vuelva a casarse con ella después de un segundo repudio, o si ella se queda viuda del segundo marido. 

5 Jesús les dijo: Por su contumacia les dejó escrito Moisés el mandamiento ése.

Cuando citan a Moisés, Jesús no se intimida, explicita el término “mandamiento” con tono despectivo (“el mandamiento ese”), para hacer más evidente el contraste que va a demostrar entre el designio de Dios y el mandamiento humano. Insinúa, al mismo tiempo que, al dar ese precepto cediendo a la obstinación y dureza del pueblo, Moisés fue infiel a Dios y frustró el designio divino.

En efecto, Jesús califica de “mandamiento” (v3) el permiso concedido por Moisés. Coloca así el permiso en el ámbito de la Ley escrita, considerada como la expresión inamovible de la voluntad de Dios. Pero al afirmar que el motivo que indujo a Moisés a permitir ese modo de proceder fue la contumacia del pueblo, es decir, la resistencia de Israel a obedecer los preceptos divinos, muestra que no todo lo escrito en la Ley y a la que se atribuye autoridad divina la tiene realmente, sino que en parte es una cesión a perversas actitudes humanas. Con ello hace patente que la Ley escrita no refleja siempre la voluntad de Dios ni tiene valor atemporal y permanente, sino que estuvo condicionada por la circunstancia histórica. Dado el motivo que ocasionó el permiso de Moisés, éste no tiene en si validez alguna. Fue una dejación ante gente rebelde. Sabiendo a quiénes iba destinada la Ley, Moisés no respetó el designio de Dios, sino que cedió a la actitud del pueblo. 

6 Pero desde el principio de la creación Dios los hizo varón y hembra.

7 Por eso el ser humano dejará a su padre y a su madre

8 y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser.

9 Luego, lo que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe.

Jesús prescinde de la Ley codificada por Moisés y se remite al designio creador. Se remonta a los orígenes; hay que interpretar la realidad humana a partir de Dios creador, no de Moisés legislador. Va a la fuente y la interpreta directamente, sin intermediarios. La naturaleza del hombre, tal como ha sido creada por Dios, ha de ser respetada; no puede ser contradicha por la Ley.

Las palabras de Jesús combinan varios textos del Génesis. En primer lugar cita a Gn 1,27, la creación del ser humano en dos sexos, que funda la fecundidad y la posibilidad de dominar la tierra. El segundo texto es Gn. 2,24 con la expresión “por eso”, que no se refiere en el original hebreo a que Dios los hizo varón y hembra, sino a que Eva fue creada del costado de Adán. La razón de que el hombre deje al padre y a la madre es pues, en Gn 2,24, el restablecimiento de la unidad original, y la frase “se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser”, se refiere a la unión sexual.

Estos textos del Génesis no trata del repudio, pero Jesús, a partir de la creación del ser humano saca una conclusión que elimina la posibilidad de esa práctica. En primer lugar, no cita ninguna ley religiosa. Establece como fundamento de la unión del hombre y de la mujer la diferencia de los sexos, pero sin ligarla con la procreación. Ignora el relato mítico de la creación de la mujer a partir del hombre, que podría inducir a considerarla inferior al varón, y pone la diferencia sexual como la base para abandonar la familia y crear una nueva unidad. La fuerza de su argumentación contra el repudio, privilegio masculino, está precisamente en que esta nueva realidad (“un solo ser”) excluye toda superioridad del hombre sobre la mujer o viceversa[6].

Para Jesús, por tanto, la diversidad de hombre y mujer, la atracción mutua y la unión sexual fueron pretendidas por Dios. La autorización del repudio, en cambio, no se atribuye a Dios sino a Moisés. El criterio para juzgar sobre la licitud o ilicitud del repudio es, por tanto, la realidad humana según el designio divino y, a su luz, la legislación posterior sobre esta cuestión fue coyuntural e injusta.

Así pues, la diferenciación entre hombre y mujer tiene un objetivo de unidad. Se constituye en la pareja un vínculo libre más fuerte que el que unía a una persona con sus padres. Ambos, el hombre y la mujer, se emancipan de la tutela paterna y, en consecuencia, cada miembro de la pareja ha de cuidar y proteger al otro, sustituyendo la protección de su familia de origen. Constituyen una unidad autónoma y libre por el nuevo compromiso mutuo, sin relación con ritos o instituciones. Que dos personas formen un solo ser indica que la vida es común a ambas e implica que ninguno de los dos es superior al otro. Donde hay dos hay diferencia; donde hay uno hay identificación e igualdad. No se puede hablar de predominio de uno sobre el otro ni de derechos preferentes o privilegios de una parte.

El aviso final de Jesús “lo que Dios ha emparejado[7], que un ser humano no lo separe”, invalida el mandamiento dado por Moisés que no reflejaba el designio de Dios: la perfecta unidad entre el hombre y la mujer, de la que nace la perfecta igualdad. No se puede atentar contra esa unidad por ninguna de las dos partes. Jesús condena el acto unilateral de uno u otro cónyuge porque destruye la unidad creada por Dios. Contrapone el acto humano al acto divino. Rechaza la validez del mandamiento de Moisés por dos razones: por permitir el repudio y por considerar al hombre superior a la mujer. No suaviza la Ley ni la interpreta;  simplemente la deroga.

Pero, ¿cómo empareja Dios al hombre y a la mujer de una manera tan definitiva? No basta para ello el mero instinto sexual; éste es insuficiente para crear una unidad indestructible. Ahora bien, si el vínculo con los padres incluía el amor y la fidelidad a ellos, la ruptura de ese vínculo no puede hacerse sino por un amor y una fidelidad más fuertes. En el plano humano, por tanto, el instinto va acompañado o elevado por el mutuo amor. Es así el amor, un amor superior al de los padres, el que hace de los dos uno; él funda la monogamia y la indisolubilidad que aparecen en el designio creador. Las personas y no las instituciones, son el fundamento del matrimonio[8].

Resumiendo. En sus palabras Jesús expone ante todo una realidad básica: la diversidad sexual querida por Dios. A continuación menciona el momento inicial y el resultado final de un proceso, que comienza por el abandono de los padres y termina en la perfecta unidad de la pareja. No hay que pensar que esta unidad se alcanza automáticamente por la unión sexual; la creación de los lazos que hacen de los dos uno, exige una colaboración duradera. La perfecta unión es una meta que, sin embargo, debe ser alcanzada en esta vida. Es la realización del designio de Dios sobre la pareja humana.

Las palabras de Jesús se oponen a la costumbre ancestral de la sociedad judía y del mundo antiguo: el matrimonio como contrato entre dos familias, en el que los padres de cada parte decidían la unión de sus hijos, prescindiendo de su consentimiento y anulando su libertad, queda sustituido por la decisión personal de cada uno de los miembros de la futura pareja. De ahí el texto: “el ser humano dejará a su padre y a su madre” que implica esa decisión.

Hay que notar además que al tratar de la unión del hombre y la mujer Jesús no menciona la fecundidad, que queda implícita. Lo que resalta es la unión por amor de dos seres humanos, unión que incluye, un mismo proyecto vital, un crecimiento y una maduración compartidos y armónicos (“un solo ser”), que son el camino de la plenitud humana. Según esta concepción, lo primero en el matrimonio es el desarrollo de las personas mediante un amor que los va identificando[9].

Contra la mentalidad y praxis de la cultura judía, Jesús rehabilita a la mujer afirmando su igualdad con el varón. En la unión creada por el amor, no hay lugar para decisiones unilaterales que destruyan la pareja. La práctica judía del repudio presupone, por tanto, que en la relación matrimonial no existe un vínculo capaz de formar “un solo ser”.

Jesús restaura la obra de Dios. Nótese su independencia ante los fariseos, su libertad frente a las instituciones y frente a su fundador, Moisés, que ha desvirtuado el designio divino. La legislación fue redactada conforme a los intereses del varón; en este aspecto, la institución legal estaba viciada desde sus orígenes.

Como apareció en la escena de la transfiguración, Moisés estaba orientado a Jesús y recibía instrucciones de Él (9,4). Ahora Jesús corrige lo escrito por Moisés. Dios no legisla, sino que crea; se expresa en la creación y no en la Ley. Y crea una realidad que tiene sus leyes internas, no externas.

La exigencia de Jesús supone una concepción del matrimonio completamente distinta de la que rige en la sociedad judía. En ésta, la unión de la pareja no se realiza por el amor mutuo, sino por el dominio del varón y la sumisión de la mujer. De ahí que dé pie a una interminable casuística. En el planteamiento de Jesús, el factor de unión es el amor que realiza la perfecta unidad, y esa realidad está por encima de toda legislación y toda casuística. Si el amor fallase, dejaría de existir el vínculo. Jesús no distingue entre un matrimonio natural y el matrimonio cristiano; expone el proyecto de Dios para toda pareja humana.

Al proponer este ideal de matrimonio, Jesús pone de relieve el potencial de desarrollo humano que representa esa unión para la vida de la pareja[10]. 

No se señala reacción alguna por parte de los fariseos ni de las multitudes, que no vuelven a aparecer en escena.

10 De nuevo en la casa, los discípulos le preguntaron sobre aquello.

Vuelve a mencionarse la casa/hogar, que alude a la de Cafarnaúm (9,33), pero que esta vez se sitúa fuera de esa ciudad. Esto confirma que esa “casa” es figura de la comunidad de Jesús, donde está Él con los dos grupos de seguidores, los discípulos/los Doce, procedentes del judaísmo y los que no proceden de él.

El grupo de discípulos pregunta a Jesús sobre el mismo asunto que los fariseos. A pesar de la claridad de la argumentación de Jesús, no han quedado convencidos por ella o no la han entendido. Aunque no muestran desacuerdo o sorpresa (Mt. 19,10), su pregunta delata que les cuesta renunciar al principio de superioridad masculina.

11 Él les dijo: Quien repudia a una mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera.

12 Y si ella, repudiando a su marido se casa con otro, comete adulterio.

Jesús ya no usa argumentos tomados de la Escritura; los que ha expuesto antes conservan todo su valor. Ahora se limita a reafirmar la igualdad de hombre y mujer rechazando las dos posibilidades de repudio: ni el marido puede repudiar por su cuenta a la mujer ni tampoco la mujer al marido. La prueba de que la unión no se disuelve por la decisión unilateral de uno de los dos cónyuges es que en caso de segundo matrimonio, se comete adulterio[11]. Mientras los fariseos habían dicho solamente “marido/mujer”, suprimiendo los vínculos, Jesús dice: “su mujer/su marido”; es la pertenencia mutua la que hace la unidad.

Que la mujer repudiase al marido era inconcebible en la sociedad judía del tiempo de Jesús, aunque sí se daba en las sociedades paganas[12]. Precisamente la mención de este caso, al que Jesús no ha aludido ante los fariseos, confirma que la casa/hogar representa la comunidad mixta en la que se encuentran presentes, tanto los seguidores procedentes del judaísmo como los que no proceden de él. Éstos últimos son capaces de entender que la mujer pueda repudiar al marido.

En la casa, Jesús no habla de indisolubilidad, sino sólo de repudio. En la relación matrimonial no cabe que una parte tenga derechos sobre la otra y no viceversa. Esto muestra que la pregunta de los discípulos encubría una resistencia a la igualdad del hombre y la mujer. No hay reacción de los discípulos, como antes no la hubo de los fariseos y de la multitud.



A MANERA DE SÍNTESIS:

Jesús y su grupo van camino de Jerusalén. Las multitudes que se dirigen también a la capital se van asociando a su viaje y él aprovecha la oportunidad para enseñarles. Como en ocasiones anteriores (4,1-34; 6,34), su enseñanza trata del amor universal de Dios, amor que implica la igualdad ente los seres humanos.

En esto se presentan los fariseos que, con intención de tentar a Jesús, esto es, de desviarlo de su línea, le preguntan si es lícito al hombre repudiar a su mujer. La pregunta sobre una cuestión admitida por la tradición y la praxis judía, nace de la sospecha de loa fariseos de que Jesús, el predicador de la igualdad entre los seres humanos, pretenda extenderla también al ámbito doméstico, entre marido y mujer, aponiéndose así a la Ley de Moisés y a las opiniones de los doctores. Ellos esperan que no se atreva a tanto y que, renunciando a su postura, acepte la superioridad y el dominio de los hombres.

Jesús coloca la cuestión en el marco de la Ley, expresión según los fariseos, de la voluntad divina. La pregunta hace ver que Jesús considera a los fariseos -grupo que no existía en tiempo de Moisés- como los exponentes de la mentalidad de la sociedad judía de su época y, por lo tanto, de la de las multitudes que lo acompañan.

Los fariseos mencionan, no un mandamiento de Moisés, sino un permiso dado por él: el marido puede repudiar a su mujer si le da un acta de divorcio que le permita contraer matrimonio con otro hombre.

En su respuesta, Jesús explica en primer lugar por qué existía ese mandamiento en la Ley: no porque expresara la voluntad de Dios sino por una cesión de Moisés ante la contumacia del pueblo, que se resistía a admitir el designio de Dios sobre el matrimonio.

A continuación Jesús cambia el enfoque de la cuestión: el punto de partida para resolverla no es la Ley de Moisés, sino el acto creador, en el que se expresó el designio divino. Enlazando varios textos del Génesis, lo expone de esta manera:

El fundamento del matrimonio es la diferencia entre los sexos y la mutua atracción. De ahí nace que tanto el hombre como la mujer rompen el vínculo que los unía con sus padres para formar libremente una pareja, que tiene como meta llegar a ser un solo ser. Y, dado que el vínculo con los padres incluía el amor filial, el nuevo vínculo ha de basarse en un amor más fuerte. Es este amor y no el mero instinto, lo que nos asegura la permanencia, el que va realizando la unidad.

De todo esto se deduce:

  • Que la unión del hombre y de la mujer es querida por Dios y pertenece a su designio sobre el ser humano.
  • Que la condición de la mujer es igual a la del varón, puesto que “ya no son dos sino un solo ser”, sin que uno pueda arrogarse superioridad sobre el otro.
  • Que en consecuencia, ninguno de los cónyuges, unilateralmente y por propia iniciativa, disolver la unión querida por Dios.
  • Que la legislación de Moisés en este punto, tenía un vicio de origen y no reflejaba la voluntad divina.
  • Que la práctica cultural del judaísmo, en la cual el matrimonio se hacía por medio de un contrato entre las familias sin respetar la libertad y la voluntad de los contrayentes, era contraria al designio de Dios, pues sin libertad no hay amor ni puede alcanzarse el objetivo de la pareja humana.

De nuevo en la casa-comunidad, los discípulos preguntan a Jesús sobre lo mismo, señal de que no han aceptado esta doctrina. Ellos, que pretenden ser superiores dentro de la comunidad, no admiten la igualdad en la relación de pareja.

Jesús no repite la argumentación anterior, insiste sólo en las consecuencias: el hombre no puede sin más repudiar a su mujer. Pero como en la casa-comunidad hay seguidores que no proceden del judaísmo y conocen otras costumbres, entre las cuales la mujer si puede repudiar a su esposo, Jesús añade también la contrapartida: tampoco la mujer puede repudiar al marido. Ninguno de los dos, por separado puede destruir el vínculo, por lo que un nuevo matrimonio en estas condiciones sería un adulterio.

Jesús se independiza de su cultura. Desmitifica la Ley de Moisés, mostrando que surgió no sólo de una revelación divina, sino también en concretas circunstancias históricas. Para hacer comprender la relación hombre-mujer, no tiene en cuenta la legislación sino la realidad del ser humano según el proyecto de Dios. Su enfoque pone de manifiesto las posibilidades de la unión conyugal para el desarrollo de las personas.



[1] Probablemente peregrino de Judea y Transjordania que van a Jerusalén con motivo de la Pascua cercana.

[2] Como en 8,10, su presencia puede ser un recurso literario, por eso ya no se mencionan al final de la escena.

[3] El debate ilustra la posición de los fariseos que a continuación será estigmatizada como contraria a la voluntad divina Los fariseos evitan el “a ustedes” que Jesús utiliza y citan Dt. 24,1, poniendo el acento en el repudio como un derecho del marido.

[4] El acta de divorcio debía entregarse a la mujer en presencia de dos testigos. La institución del certificado de divorcio debe entenderse como un límite al arbitrio del hombre y una protección para la mujer. La simple manifestación de la voluntad ya no bastaba.

[5] La argumentación de los fariseos es: Moisés permitió repudiar a la mujer, puesto que prescribió darle el acta de separación.

[6] Las citas del Gn. a que nos hemos referido pretender fundar la unidad de los cónyuges en la acción y en la voluntad creadora de Dios. En Gn 1,17 se interpreta como creación de una pareja: macho y hembra; en 2,24 se habla expresamente de la especie humana constituida por los dos, por eso se omite “se unirá a su mujer”. El hecho de que el ser humano abandone al padre y a la madre y los dos se conviertan en una sola carne, se presenta como consecuencia querida por Dios, por el mismo acto creador que ha producido al hombre y la mujer y no como en Gn 1,23, porque la mujer fuese tomada del hombre.

[7] El verbo (synezeuxen) utilizado en esta perícopa, que se traduce como “sujetar juntos a un yugo” así como el que significa “dejar la casa paterna” podrían insinuar lo difícil de la decisión para el matrimonio, pero más aún de la vida en común. La unión con Gn. 1,27 hace ver que Dios crea al hombre y a la mujer y concibe la unión de dos seres humanos como indisoluble.

[8] La unión conyugal, no sólo física, crea vínculos permanentes y de orden moral. Vínculos tan fuertes como los de sangre, que se consideran indisolubles. Así, el matrimonio no puede entenderse como el derecho de uno sobre el otro, sino como unidad original, definitiva y responsable entre dos seres humanos.

[9] El verdadero problema consiste en cómo poder conducir a las personas al paraíso del amor, a la auténtica voluntad de Dios como era “al principio”. No hay legislación en el mundo que pueda sustituir esto. La única cosa que, en la concepción de Jesús, se debería seguir de verdad es el amor, el amor como era el proyecto de Dios desde el origen de la creación.

[10] La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio y el divorcio no deben verse como rígidos reglamentos para atormentar al infortunado, sino como un modo de poner de relieve el potencial de las relaciones matrimoniales para permitir a los seres humanos desarrollar una profunda confianza y solidaridad mutuas. 

[11] Los paganos no consideraban adúltera a una mujer que se divorciaba de su marido y se casaba con otro. Jesús es más severo y plantea la cuestión de modo distinto.

[12] Jesús tiene en cuenta la costumbre grecorromana que permitía a la mujer repudiar al marido. Una mujer judía podía poner pleito para inducir a su marido a divorciarse de ella, pero ella no podía divorciarse de él.

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