LOS DISCÍPULOS Y LOS NUEVOS SEGUIDORES
13 Le llevaban chiquillos para que los tocase, pero los discípulos se pusieron a conminarles.
14 Al verlo, Jesús les dijo indignado: Dejen que los chiquillos se acerquen a mí; no se lo impidan, porque sobre los que son como éstos reina Dios.
15 Se lo aseguro: quien no acoja el reinado de Dios como un chiquillo, no entrará en él.
16 Y después de abrazarlos, los bendecía imponiéndoles las manos.
13 Le llevaban chiquillos para que los tocase, pero los discípulos se pusieron a conminarles.
Como la escena anterior (10,10), también ésta se desarrolla en la casa[1], figura de la comunidad de Jesús, formada por dos grupos de seguidores: el de los discípulos/los Doce, procedentes del judaísmo y el otro grupo, el de los que no proceden de él. Sólo en la perícopa siguiente (10,17) se indicará que Jesús sale de la casa. Marcos hace ver que “la casa” es la comunidad, el lugar donde se puede encontrar a Jesús.
Hay un intento de llevar chiquillos a Jesús; el autor no precisa quien se los lleva, solamente indica la finalidad que pretenden: que Jesús los toque. Los individuos anónimos que llevan a los chiquillos no son ciertamente los discípulos, que se oponen a este acercamiento; son hombres[2], que, por tener acceso a la casa-comunidad, han de ser seguidores de Jesús y se identifican sin duda alguna con los que no proceden del judaísmo. Estos seguidores llevan a los chiquillos a Jesús para que tengan contacto con Él.
El término “chiquillos” viene cargado de sentido figurado a partir de 9,36. Es decir, también aquí, el evangelista designa como chiquillos a individuos que han dado adhesión a Jesús aceptando plenamente su mensaje y adoptando su actitud: a los que se hacen últimos de todos y servidores de todos (9,35). Son los pequeños que quieren acercarse a Jesús para expresarle su adhesión (9,42).
El verbo “llevar” usado en esta frase, se ha encontrado en este evangelio solamente en 2,4, a propósito del paralítico, figura de la humanidad pagana, llevado a Jesús por cuatro portadores. Este paralelo confirma que los “chiquillos” representan a individuos no judíos o excluidos de Israel, y ajenos, por tanto al grupo de los discípulos/los Doce.
Llevarlos a Jesús “para que los tocara”, es la misma frase que se ha usado en el episodio del ciego (8,22b) y supone el deseo de que Jesús les comunique su fuerza. De hecho, como ha aparecido a propósito de la mujer con flujos, el contacto con Jesús transmite una fuerza de vida (5,30) que se identifica con el Espíritu.
La denominación “chiquillos” implica que cumplen las condiciones del seguimiento (9,34: “ser últimos de todos y servidores de todos”), pero les falta aún que, como respuesta a su adhesión, Jesús les infunda esa fuerza de vida. Es decir, tienen la disposición necesaria para encontrarse con Jesús, pero aún no han recibido el Espíritu (1,6).
Hay un fuerte contraste entre los que llevan a los chiquillos a Jesús y la actitud de los discípulos. Éstos, que deberían acoger a los chiquillos como a Jesús mismo (9,37), los rechazan, conminan a los portadores como si tuvieran un mal espíritu, al modo como Pedro había conminado a Jesús (8,32). Esto muestra que los discípulos continúan en la misma actitud manifestada entonces por Pedro y que valió a este el apelativo de “Satanás” (8,33).
Aunque el autor no lo explicita, el significado de la figura de los “chiquillos” hace ver la razón que mueve a los discípulos para oponerse a los que los conducen, si manifiestan actitudes prepotentes y poco amables. Los discípulos, cuyo ideal es la gloria de Israel, pretenden monopolizar el seguimiento (9,38) e impedir que los que hacen suyo el mensaje universalista se acerquen a Jesús, es decir, sean integrados en la comunidad. Aparece de nuevo la tensión entre los dos grupos.
Los discípulos actúan como superiores, pretenden establecer un cerco en torno a Jesús. No toleran que otros le den su adhesión sin aceptar los ideales del judaísmo. Lo mismo que han intentado impedir que un seguidor del otro grupo liberase, identificado con Jesús en su acción (9,38), ahora intentan impedir que los que se identifican con Jesús en su actitud tengan acceso a él. Ven una amenaza para su nacionalismo en la afluencia a la comunidad de nuevos miembros que renuncian a toda ambición de gloria, no aceptan el dominio de unos sobre otros ni creen en el privilegio de Israel; por eso intentan oponerse. Los que deberían hacer presente a Jesús, se hacen obstáculo, se interponen entre Jesús y los que desean acercarse a Él. Pretenden que toda relación con Jesús pase por ellos; sostienen que la comunidad de Jesús ha de hacer suyos los ideales judíos; no aceptan la universalidad.
Parece reflejarse aquí un conflicto de tiempos posteriores. Los judaizantes procuran impedir que la comunidad aumente por la incorporación de nuevos miembros, judíos o paganos de origen que no comparten sus propios ideales.
14 Al verlo, Jesús les dijo indignado: Dejen que los chiquillos se acerquen a mí; no se lo impidan porque sobre los que son como éstos reina Dios.
La reacción de Jesús es fuerte. Esta es la única vez que en este Evangelio Jesús se muestra indignado y, para colmo, con miembros de su propia comunidad[3]. El comportamiento de los discípulos le resulta intolerable y les prohíbe que sigan obstaculizando el acceso de los “chiquillos”[4].
La prohibición de Jesús relaciona esta perícopa con la del que expulsaba demonios (9,38), figura de un seguidor no israelita, nueva indicación de que el término “chiquillos” designa a estos seguidores.
Por otra parte, el texto mismo pone en paralelo a estos “chiquillos” con el de la escena en la casa de Cafarnaúm (9,36-37). En esa escena Jesús decía: “uno de estos chiquillos”; en el caso de la presente perícopa dice: “los que son como éstos”, indicando así que tienen la misma actitud. Los “chiquillos”, gracias a su opción, tienen abierto el acceso a Jesús. Así sucede con todos los que se hacen últimos de todos y servidores de todos.
El reinado de Dios se ejerce sobre ellos mediante el don del Espíritu-vida, gozan así del especial amor y protección de Dios; son los ciudadanos del Reino. El reinado de Dios no es algo futuro, sino presente; se ejerce sobre los que responden a su amor, siendo fieles a Jesús y siguiéndolo[5].
Indirectamente la frase de Jesús excluye del reinado de Dios a los discípulos, que no aceptan este mensaje. Es un aviso y una nueva invitación a dar un importante paso.
15 Se lo aseguro: quien no acoja el reinado de Dios como un chiquillo, no entrará en él.
Jesús termina con un dicho solemne. Afirma que la actitud de estos seguidores es indispensable para entrar en el Reino, cuya primicia es la comunidad cristiana[6]. Como el evangelista ha expuesto antes (4,11: el secreto del reinado de Dios), Dios manifiesta su amor universal ofreciendo a todos los hombres sin distinción la plenitud de vida. Cuando el hombre acepta el ofrecimiento, recibe la vida de Dios y así Dios reina sobre él. Los “chiquillos” que lo han aceptado dando plena adhesión a Jesús, son modelo de aceptación de ese reinado. Para ellos, el reinado de Dios ya no está cerca (1,15) sino presente; su opción ha colmado la distancia que lo separaba y entran así en el ámbito donde reina Dios[7].
Acoger, aceptar el reinado de Dios como un chiquillo significa cumplir las condiciones del seguimiento expresadas por Jesús (8,34) y, en particular, la primera (“reniegue de si mismo”, explicitada en 9,35: “hacerse último y servidor de todos”.
Puede apreciarse que en este contexto Marcos usa dos veces la misma palabra griega (basileia) en dos sentidos diferentes. La primera vez va asociada al verbo “acoger/aceptar”, que se usa para personas, para un mensaje o para un don, pero no para un lugar. Por eso en esta ocasión la palabra baisleia significa reinado: lo que se acoge es el reinado de Dios, aceptando la vida que Él ofrece. La segunda vez va asociada al verbo “entrar”, que ha de referirse a un lugar, lo que confiere a basileia el significado de reino, es decir, el ámbito donde se ejerce el reinado.
La frase de Jesús supone que puede haber diversas maneras de acoger o aceptar el reinado de Dios, ofrecido a todos, pero una sola de ellas es válida, la representada por los “chiquillos” es decir, la que hace suyo el ejemplo de Jesús.
También los discípulos desean el reinado de Dios, pero en términos de poder, prestigio y gloria. Sienten que el reinado llega con Jesús, pero no aceptan el modo como Él lo propone. Jesús pone en evidencia de nuevo la mentalidad de los discípulos, haciéndoles ver que lo que esperan es falso; no se puede tener la expectativa del reinado de Dios y abrigar ambiciones de dominio individuales o nacionales de cualquier tipo. “La idea de Dios” no es “la de los hombres” que ellos mantienen (9,33). El reinado de Dios exige la igualdad entre los hombres y los pueblos, y excluye todo tipo de dominio de unos sobre otros.
16 Y después de abrazarlos, los bendecía imponiéndoles las manos.
Como había hecho Jesús antes con un “chiquillo” (9,36), también ahora abraza a éstos, mostrándoles su identificación y afecto. El autor describe así la relación que instaura Jesús con todos sus seguidores, la más opuesta a la distancia y la severidad; no toma la actitud de “Señor” de los suyos, sino la de amigo y familiar. Como se ha explicado antes (9,37) esta efusión de Jesús se corresponde con lo que afirmó Él mismo cuando, estando rodeado de seguidores no israelitas, fueron a buscarlo su madre y sus hermanos (3,35)
Bendecir equivale a comunicar vida, que en el contexto evangélico se identifica con la comunicación del Espíritu. El contacto con Jesús que se pretendía queda sobrepasado por el abrazo y por la imposición de manos, gesto de bendición, pues no se trata de una bendición cualquiera. El verbo griego (kateulogeo), de valor intensivo, expresa la efusión o la ternura de la bendición de Jesús. Se verifica así la abundante comunicación de vida que anunciaba Jesús a los que han producido el fruto del mensaje (4,24). Estos entran en el Reino, la comunidad humana donde Dios reina infundiendo su Espíritu que es vida.
[1] La escena anterior con el chiquillo se desarrolló en la casa-comunidad (9,33). Aquél estaba ya en ella. Ahora llegan otros nuevos chiquillos, introducidos por los que ya pertenecen a ella.
[2] Así lo muestra el pronombre masculino utilizado (autois), que designa a aquellos que los acercan y son conminados por los discípulos.
[3] Puede recordarse la ira de Jesús ante la obcecación de los fariseos (3,5)
[4] La frase da a entender que los discípulos lograban mantener a los “chiquillos” alejados de Jesús.
[5] El reino, aunque es futuro, actúa fuertemente ya en el presente. Esto es posible porque Jesús no sólo lo anuncia, sino que también lo acerca a los hombres en el presente.
[6] Algunos autores afirman que es precisamente la pobreza de los niños lo que lleva a Jesús a darles la importancia que merecen. El niño continuamente recibe de los otros; por eso el Reino de Dios no puede ser dado más que a los que, como ellos (9,37) son capaces de recibir. Para otros, la perícopa muestra que el discípulo debe liberarse de prejuicios egoístas y ser ante Dios como un niño.
[7] Jesús transformó las concepciones escatológicas del reino y lo presentó como un don de Dios y como una experiencia de la que puede participar el ser humano, aquí y ahora, si tiene la capacidad de recepción de un niño. Por la falta de una motivación para la promesa del reino de Dios a los niños, los comentadores han pasado revista constantemente a las cualidades del niño, pero es más oportuno presuponer que la promesa del reino a los niños deba ser entendida como revelación de la gracia de Dios, que está destinada a los pobres, a los indefensos (Mc. 11,25), a los niños. Antes Jesús usó u chiquillo para advertir a sus discípulos contra la ambición de grandeza. Ahora lo hace modelo de adultos. Alude a la no resistencia de los niños que están viniendo a Jesús. Modestia, inocencia, dependencia, confianza, sencillez y frescura, han sido sugeridas como el punto de comparación para recibir el reino de Dios como los chiquillos.