LOS DISCÍPULOS Y LA RIQUEZA
23 Jesús, mirándolos en torno, dijo a sus discípulos:
¡Con que dificultad van a entrar en el Reino de Dios los que tienen el dinero!
24 Los discípulos quedaron desconcertados ante estas palabras suyas. Jesús reaccionó diciéndoles de nuevo: Hijos, ¡que difícil es entrar en el reino de Dios para los que confían en las riquezas!.
25 Mas fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios.
26 Ellos enormemente impresionados se decían unos a otros: Entonces, ¿quién puede subsistir?
27 Jesús, fijando la mirada en ellos, les dijo: Humanamente, imposible, pero no con Dios; porque con Dios todo es posible.
28 Pedro empezó a decirle: Pues mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos venido siguiendo.
29 Jesús declaró: Les aseguro: No hay ninguno que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras, por causa mía y por causa de la buena noticia,
30 que no reciba cien veces más: ahora, en este tiempo, casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, entre persecuciones y, en la edad futura, vida definitiva.
23 Jesús, mirándolos en torno, dijo a sus discípulos: ¡Con que dificultad van a entrar en el Reino de Dios los que tienen el dinero!
Los discípulos no preguntan a Jesús, Él toma la iniciativa. Su mirada se detiene en cada uno afectuosamente, subrayando la importancia de lo que va a decir y preparándolos para su novedad.
Jesús resume lo sucedido con el rico poniendo de relieve el obstáculo que constituye la riqueza para entrar en el Reino. El rico que había acudido a Jesús era un propietario de tierras (“tenía muchas posesiones”); ahora Jesús habla de los ricos en general (“los que tienen el dinero, riquezas”). Para un rico, la entrada en el Reino depende de la renuncia a los bienes. Aparece aquí la diferencia entre la vida definitiva a la que aspiraba el rico y que puede alcanzar si cumple los mandamientos referentes al prójimo y el Reino de Dios, en el cual no entra, por haber rechazado la invitación que Jesús le había hecho. El Reino no puede referirse en concreto más que a la comunidad de Jesús y éste prevé que lo mismo va a pasar en lo sucesivo con los que poseen riquezas (“van a entrar”).
El tema del Reino de Dios aparecía en la primera perícopa del tríptico, a propósito de los chiquillos(10,15), figura de los que se hacen últimos de todos y servidores de todos (9,35-37). El rico no estaba dispuesto a ser último, por eso no ha aceptado la invitación de Jesús. El apego a la riqueza ha sido el obstáculo.
Jesús enuncia un principio general. No excluye del todo la posibilidad de que un rico entre en el Reino de Dios, pero esta es muy exigua; la esclavitud de la riqueza es muy fuerte y para los ricos la opción es muy difícil pues no quieren renunciar a la seguridad que da el dinero.
Jesús por tanto, no viene a proponer el camino de la salvación final, ya conocido por la ética expresada en los mandamientos de Moisés y común a otras culturas. Tampoco viene a ser un maestro de moral, sino a establecer ya desde ahora el reinado de Dios sobre los hombres. Reinado que ha de desembocar, por supuesto, en la vida definitiva. Pero Jesús no pretende solamente que el hombre pueda superar la muerte, sino que exista una sociedad nueva que ayude a cada uno a alcanzar la plenitud humana. No entrar en el Reino de Dios, significa pues, excluirse de la comunidad de Jesús, primicia de la nueva sociedad, y de la vida que Dios comunica con su Espíritu y que abre la puerta a la plenitud.
24 Los discípulos quedaron desconcertados ante estas palabras suyas. Jesús reaccionó diciéndoles de nuevo: Hijos, ¡que difícil es entrar en el reino de Dios para los que confían en las riquezas!
25 Mas fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios.
Las palabras de Jesús siembran el desconcierto entre sus discípulos. En el judaísmo se consideraba la riqueza señal de bendición divina y ellos pensaban que en el reino de Dios (la nueva sociedad) continuaría existiendo la riqueza individual, sin pensar en la dependencia que ésta crea. Por eso la afirmación de Jesús es para ellos algo insólito e inesperado.
Esta reacción al dicho de Jesús muestra de nuevo que el inconformismo de los primeros llamados, que los movió a seguir a Jesús, era en realidad un deseo de reforma respetando las estructuras sociales, no de un cambio de sociedad.
Jesús no se retracta de lo que ha dicho, pero, para hacer comprender a los discípulos que sus exigencias, aunque parezcan duras, nacen del amor, cariñosamente los llama: “hijos”. Este apelativo lo ha usado antes para dirigirse al paralítico (2,5), figura de la humanidad pagana, y a la mujer con flujos (5,34), figura representativa de los marginados en la sociedad judía. En el diálogo con la sirofenicia, ha hablado del pan de los hijos (7,27), refiriéndose a los judíos. La variedad de los destinatarios del término (paganos, judíos y discípulos) muestra la extensión universal del amor de Jesús.
Insiste Jesús en la misma idea de antes, aunque añade un matiz: el rico no sólo tiene riqueza, sino que confía en ellas, cree que son el mejor medio para asegurar la propia existencia. Jesús ha intentado convencerlo de que hay una riqueza y una seguridad superior (10,21: “un tesoro del cielo”), pero no lo ha conseguido.
Con una frase hiperbólica (“más fácil es que un camello pase…”) acentúa Jesús la práctica imposibilidad de que un rico renuncie a la seguridad que le da la riqueza para entrar en su comunidad (el reino de Dios) y contribuir a la creación de una sociedad nueva.
26 Ellos enormemente impresionados se decían unos a otros: Entonces, ¿quién puede subsistir?
El segundo dicho de Jesús hace gran impresión en los discípulos que no se explican su exigencia. Se preguntan si es posible que el grupo subsista sin el apoyo de la riqueza material. Tienen miedo a las consecuencias de la renuncia que Jesús exige a los ricos. Si Jesús no admite que la riqueza entre en el grupo, no ven horizonte para el futuro y temen que el reino de Dios vaya a ser una sociedad de miserables. También ellos ponen su confianza en el dinero. No perciben las implicaciones del tesoro en el cielo (10,21).
Los discípulos esperaban que la comunidad tuviese asegurada la subsistencia gracias a los pudientes que fueran admitidos en ella. No se dan cuenta de la dependencia que esto crearía para muchos de sus miembros. La igualdad entre todos y, en consecuencia, la libertad serían imposibles o ilusorias.
27 Jesús, fijando la mirada en ellos, les dijo: Humanamente, imposible, pero no con Dios; porque con Dios todo es posible.
Jesús mira fijamente a los discípulos, como había hecho con el rico, subrayando la comunicación personal, antes de proponerle un nuevo planteamiento para su existencia. También los discípulos necesitan un nuevo planteamiento. La mirada de Jesús prepara, como en el caso del rico, una invitación.
De hecho, la declaración que hace Jesús cambia el enfoque. Ellos ven la cuestión de la subsistencia desde el punto de vista puramente humano y la juzgan según la experiencia de su sociedad. Con ese enfoque, el problema de la subsistencia no tiene más solución que el dinero. Pero subsistir es también posible de otro modo alternativo: mediante la solidaridad que existe en el reino de Dios.
La declaración es importante. Ateniéndose a los principios de una sociedad egoísta, para los que no tienen medios materiales es imposible subsistir; pero no al lado de Dios, en el reino donde existe el amor que comunica al Espíritu. La frase: “Con Dios todo es posible”, está en paralelo con la que dijo Jesús al padre del epiléptico: “Todo es posible para el que tiene fe” (9,23). Estar con Dios, equivale por tanto, a tener fe, es decir, plena adhesión y confianza en Él. Los miembros de la comunidad de Jesús son los que creen, los que se fían de Dios. Hay así, dos sociedades contrapuestas: la construida a partir de los principios egoístas, y la que se construye a partir del vínculo con Dios, que es la fe. “¡Todo es posible!” es una afirmación muy fuerte, que subraya las posibilidades que se abren al hombre cuando éste se apoya en Dios.
No es que Dios vaya a hacer continuos milagros; la subsistencia será fruto de la actitud de los creyentes, de la fe en Dios, del vínculo con él. La adhesión a Dios establece una comunicación del Espíritu, que potencia al hombre y lo lleva a renegar de sí mismo para entregarse a los demás. Cuando existe este ambiente de entrega de unos a otros por amor. La subsistencia deja de ser un problema.
Es notable la frecuencia de presentes históricos en el relato (vv. 23.24.27). Todos ellos introduciendo dichos de Jesús sobre la riqueza o sobre la confianza en la acción de Dios. Esto es indicio de la dificultad que se experimentaba en las comunidades del tiempo de Marcos para aceptar las exigencias de Jesús.
28 Pedro empezó a decirle: Pues mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos venido siguiendo.
La construcción “Pedro empezó a decirle”, recuerda 8,32, cuando Pedro conmina a Jesús. Este discípulo se hace de nuevo representante y portavoz del grupo, ahora para aducir sus méritos e, implícitamente, para reivindicar sus derechos. No se conforma con el principio enunciado por Jesús; quiere saber lo que les va a tocar a ellos y espera que no sea la miseria, según los temores expresados en la pregunta anterior de unos a otros en el v. 26.: “Entonces ¿Quién puede subsistir?”
Atribuye al grupo dos méritos: haberlo dejado todo, que responde a la verdad (1,18.20) y haber seguido siempre a Jesús, que, como se ha ido viendo a lo largo de los episodios precedentes, no responde a la verdad. Los discípulos acompañan a Jesús materialmente, pero por sus actitudes demuestran que realmente están muy lejos de él y de las actitudes del Maestro. Afirma Pedro que los integrantes del grupo han cumplido las condiciones que Jesús ha exigido al rico, es decir, las condiciones para entrar en el Reino. La afirmación es un desafío a Jesús, quien acaba de decir que la subsistencia no será problema. Pedro espera una aclaración, un compromiso concreto de Jesús respecto al porvenir del grupo.
29 Jesús declaró: Les aseguro: No hay ninguno que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras, por causa mía y por causa de la buena noticia,
30 que no reciba cien veces más: ahora, en este tiempo, casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, entre persecuciones y, en la edad futura, vida definitiva.
La respuesta de Jesús empieza con una fórmula enfática (“Les aseguro”) que afirma la certeza de lo que va a prometer, pero sin referirse en particular al grupo de discípulos. De hecho, Jesús no responde al “nosotros” de Pedro con un “ustedes”, sino que enuncia un principio general válido para cualquier seguidor. No decide en qué situación se encuentran los discípulos; ellos verán si realmente se han cumplido esas condiciones y si lo han seguido. Si no experimentan la ayuda de Dios, ellos deben preguntarse por qué. Ya antes se imaginaban estar identificados con Jesús, cuando en realidad no aceptaban su programa. Jesús no les reprocha su infidelidad. Les expone el principio para que ellos mismos saquen las consecuencias.
La declaración de Jesús se enuncia en forma negativa, de modo que no admite excepciones. En la primera enumeración que hace Jesús, los miembros están unidos por la disyuntiva “o” que indica diversas posibilidades o alternativas. No hay que dejar todo lo que la enumeración contiene para obtener el premio de cien veces más; pero hay que abandonar cualquier bien material o romper cualquier vínculo familiar que sea obstáculo para responder a la invitación de Jesús. Cualquier apego que limite la libertad, impida o dificulte la adhesión a Él y la dedicación a proclamar la buena noticia. Es lo opuesto a la negativa del rico.
Este abandono es voluntario, no forzado. No se debe a la persecución, de la que aún no se ha hablado, sino a una exigencia personal de fidelidad al llamamiento de Jesús y al deseo de asumir su proyecto de vida, que sería inviable en determinadas circunstancias personales.
La renuncia se hace “por causa mía y por causa de la buena noticia”. Su motivo es pues, en primer lugar, la adhesión a Él, el modelo de hombre. Así se empieza el camino de la plenitud humana. En segundo lugar por la propagación del mensaje. La renuncia deja libre al seguidor para practicarlo y proclamarlo. No son dos motivos independientes. La adhesión a Jesús es inseparable del compromiso con su misión. Se consideran así los dos aspectos, ser y actuar, incluidos en el verbo “seguir”, que significa cercanía y camino. Recorrer el mismo camino, es decir, tener una actividad como la de Jesús, es lo que hace posible estar cerca de Él y ser como Él. No se puede ser sin actuar; es el actuar lo que va determinando el ser.
No hay que restringir el segundo motivo de la renuncia (“por causa de la buena noticia”) a la dedicación a una actividad misionera itinerante. La difusión de la buena noticia no se hace sólo por la predicación, sino también por la forma de vida y la presencia en la sociedad.
La renuncia se ve sobradamente compensada por la promesa del céntuplo que hace Jesús. En la enumeración de lo que el hombre abandona, “la casa” no significa sólo el lugar de habitación, sino también el hogar, la familia especificada a continuación por los hermanos y los padres. Jesús afirma que el que deja una familia encuentra cien. “Hermanos suyos, hermanos, hermanas y madre” son para Jesús los seguidores que realizan el designio de Dios (3,34) y Él acaba de llamar a los discípulos “hijos” (10,24). Aparecen así los vínculos de afecto que reinan entre Jesús y los suyos y dentro de la comunidad. La nueva familia será una comunidad de amor profundo y cordial, elementos que la constituirán como tal.
El que abandona bienes para dar la adhesión a Jesús y por la propagación de la buena noticia va a encontrar en esta vida cien veces más, también casas y campos. Este dicho confirma también que en la comunidad de Jesús, los miembros de posición modesta han conservado lo que tenían, pero poniendo todo a disposición de los demás. Esto no perjudica a la igualdad dentro del grupo ni crea dependencia, pues los que ayudan no se ponen por encima de los que ahora no tienen. Lo que hay está disponible para todos. Es la comunidad de los pobres que comparten unos con otros y así obtienen su independencia y se emancipan de la opresión. En lugar de vivir del trabajo de otros (como el rico), según el sistema injusto, trabajan (campos) y comparten el fruto.
Lo primero que encuentra el que deja algo para poder ser libre y dar la adhesión a Jesús, es por tanto, amor, acogida, calor humano (familia). Lo segundo, medios de subsistencia para poder vivir con dignidad. No es lo primero el dinero, sino el amor. Donde hay amor no hay penuria. Esta solidaridad que se encuentra en la nueva familia es lo que Jesús expresaba al decir “Con Dios todo es posible” (v. 27). Se pone la confianza en el amor que comparte y no en el dinero acumulado.
En el Reino o sociedad nueva habrá afecto y abundancia para todos, pero sin desigualdad ni dominio. Es la situación que Jesús describe para la vida presente. Una vida próspera por la solidaridad de todos. Este es el Reino de Dios en la tierra, constituido por grupos humanos que viven con este amor. Es el Reino en el que hay que entrar, el lugar en donde Dios ejerce su reinado y que los ricos encuentran tanta dificultad en aceptar.
La promesa de prosperidad responde a la pregunta “¿Quién puede subsistir?”, cuyo trasfondo era la decepción e inseguridad de los discípulos porque la ausencia de gente adinerada en el grupo ponía en cuestión el sustento de todos. De este modo ante el temor que ellos han expresado, Jesús asegura que el Reinado de Dios excluye toda miseria, es más, que multiplica los bienes por cien, solo que esto no se hace acaparando, sino compartiendo. Sin embargo, la sociedad cuyos fundamentos se niegan, cuya injusticia se denuncia y cuya insatisfacción se pone de manifiesto ante la realidad del amor mutuo, desaprueba el estilo de vida de las comunidades de Jesús y lo manifestará de diversas maneras pudiendo llegar a perseguirlas (“entre persecuciones”).
La abundancia es fruto de la renuncia al egoísmo expresada antes por Jesús en la primera condición del seguimiento (8,34 “reniegue de sí mismo”). La persecución corresponde a la hostilidad de la sociedad expresada en la segunda condición (8,34 “Cargue con su cruz”). Además, esos seguidores heredarán, por supuesto, la vida definitiva, superarán la muerte, pero después de una vida plena en este mundo.