Marcos 10,32-34

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TERCER ANUNCIO DE LA MUERTE-RESURRECCIÓN

32 Estaban en el camino, subiendo a Jerusalén. Jesús iba delante de ellos, y estaban desconcertados; los que lo seguían sentían miedo. Esta vez se llevó con Él a los Doce y se puso a decirles lo que iba a sucederle:

33 Miren, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los Letrados. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos;34se burlarán de Él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará


32a Estaban en el camino, subiendo a Jerusalén. Jesús iba delante de ellos, y estaban desconcertados; los que lo seguían sentían miedo.

Continúa el itinerario de Jesús. Ahora en su recta final hacia Jerusalén, el centro político y religioso del judaísmo, que aparece por primera vez como meta del camino[1].

Subir a Jerusalén” era una forma estereotipada que se usaba, cualquiera que fuera el punto de partida geográfico, para indicar la ida a la ciudad santa y al templo. Sin embargo, el evangelista, al designar una vez más a la ciudad con su forma helenizada y no hebrea[2] la despoja de su sentido sacro. Jerusalén es la ciudad en la que le espera a Jesús la muerte.

Jesús encabeza el grupo; va a cierta distancia marcando el camino[3]. Va con resolución, con firmeza, dispuesto a enfrentarse a su destino y como animando a los suyos a ir tras él. La idea de que Jesús “les llevaba la delantera puede tener aquí un profundo significado cristológico, indicando decisión, conciencia, aceptación de la misión encomendada por el Padre. Con Jesús suben sus discípulos (“ellos”), incluidos en el plural inicial (“estaban en el camino”) que han sido los protagonistas del episodio anterior (10,23-31); van con él, señal de compañía, pero con relación a ellos no se habla de seguimiento. Junto a los discípulos se menciona un segundo grupo “los que seguían”.

Se reconocen de nuevo los dos grupos de seguidores de Jesús que han ido apareciendo a lo largo del evangelio: los que proceden del judaísmo (llamados los discípulos o los Doce) y los que no provienen de él y que no tienen una denominación fija.

La disposición de ánimo de cada grupo no es la misma; los Discípulos estaban desconcertados; los que siguen sentían miedo. El uso de dos verbos con matices diferentes confirma que se trata de dos grupos distintos.

La diferente reacción de los dos grupos se debe a las expectativas de cada uno de ellos. Los discípulos, que siguen pensando en el éxito que aguarda a Jesús como Mesías, manifiestan el mismo estado de desconcierto que mostraron en el episodio anterior (10,24), cuando Jesús anunció la dificultad que iban a tener los ricos para entrar en el reino de Dios (10,23). El desconcierto, por tanto, proviene de la falta de recursos de todo tipo (y que proporciona el dinero) con que viaja Jesús a Jerusalén. En su deseo de triunfo, no comprenden cómo, desprovisto de esos medios, Jesús pueda tomar el poder en el capital.

Los que siguen”, en cambio, que no tienen aspiraciones de poder, son conscientes del peligro que entraña la subida a Jerusalén y sienten miedo, pues aunque no han oído las anteriores predicciones de la pasión y muerte de Jesús (8,31 y 9,31) dirigidas sólo a los Doce/los discípulos, la segunda condición del seguimiento que Jesús ha propuesto a los dos grupos (“cargue con su cruz8,34) y su invitación a que estén dispuestos a dar la vida por él y por la buena noticia (8,35), les hace comprender que la subida a la capital va a representar una amenaza para él y los suyos. No se trata, por tanto, de gente enardecida por la perspectiva de llegar a Jerusalén con Jesús como líder. No muestran entusiasmo alguno ante la subida, sólo temor. Pero a pesar del miedo no abandonan a Jesús. Ellos, como lo indica la denominación “los que seguían”, son para el evangelista, los verdaderos seguidores de Jesús.

Es notable como Marcos, subraya en este pasaje la distinción entre los dos grupos, insinuando abiertamente que los discípulos no seguían a Jesús, mientras que el otro grupo sí. La falta de seguimiento de los discípulos quedará patente en los episodios siguientes.

32b  Esta vez se llevó con Él a los Doce y se puso a decirles lo que iba a sucederle

La última vez que Jesús tomó consigo a un grupo de seguidores fue antes de la escena de la transfiguración, cuando se llevó con él a Pedro, Santiago y Juan (9,2). Ahora separa de la totalidad al grupo de los Doce (“se llevó con él a los Doce”), es decir, a los representantes del nuevo y definitivo Israel, incluidos a su vez en el círculo más amplio de los discípulos de Jesús procedentes del judaísmo. En este momento en que emprende la subida a Jerusalén va a exponerles de nuevo lo que ya les ha anunciado anteriormente en dos ocasiones (8,31 y 9,31): el trágico destino que aguarda al Hijo del hombre (“se puso a decirles lo que iba a sucederle”).

Sin embargo, a diferencia de lo afirmado por Marcos en las dos predicciones anteriores, en esta ocasión el evangelista no usa el verbo “enseñar”, sino simplemente el verbo decir. Enseñar supone exponer algo que el discípulo debe asimilar y aplicar a su propia vida. En cambio, decir, implica solamente dar una información. Esta tercera predicción es pues, informativa. En ella anuncia Jesús, clara y detalladamente la suerte que va a correr[4].

33 Miren, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos;

34 se burlarán de Él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará. 

Introducido con una llamada de atención (“Miren”), Jesús dirige a los Doce este tercer y definitivo anuncio de su pasión, que completa y desarrolla los dos anteriores. Solamente en esta predicción se nombra a Jerusalén, se señala una doble entrega de Jesús (a las autoridades judías y a los paganos), se habla de su condena a muerte y se consignan los ultrajes y la violencia física que va a padecer antes de ella.

El hecho de que este anuncio vaya dirigido solo a los Doce indica que el otro grupo de seguidores que también acompaña a Jesús en la subida a Jerusalén no comparte las expectativas triunfalistas de los Doce. Sus miembros no proceden del judaísmo oficial ni profesan sus ideales. Son los que han renunciado a la ambición de poder y han hecho suya la propuesta de Jesús de ser “último de todos y servidor de todos” (9,35).

Contrasta el plural inicial “estamos subiendo”  que asocia a Jesús al grupo de los Doce, que sube con él, con el destino que aguarda al Hijo del hombre. Se insinúa así que los Doce/los discípulos no van a correr en la capital  la misma suerte que Jesús. Es decir, que ellos no van a ser capaces de seguirlo hasta el final.

Como en las predicciones anteriores (8,31 y 9,31), también en esta Jesús se auto designa “el Hijo del hombre”, pero esta denominación no tiene, como en aquellas ocasiones, valor inclusivo. Aquí se refiere sólo a Jesús, como él mismo lo afirma expresamente “se puso a decirles lo que iba a sucederle” (10,32b), y lo confirman los minuciosos detalles sobre la pasión que se incluyen en este dicho. Se explica así que Marcos no considere este anuncio como una enseñanza sino como una información.

Jesús describe con detalle lo que va a sucederle. Señala, en primer lugar, que va a ser entregado a las autoridades judías. No especifica quien lo va a entregar, pero el lector de Marcos ya conoce la identidad de este personaje (3,19).

En la primera predicción (8,31) se hablaba de que Jesús iba a ser rechazado por los tres grupos que componían el Sanedrín: los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados. En ésta, en cambio, entre los que condenan a muerte a Jesús no se menciona a los senadores, representantes de la aristocracia laica de Jerusalén y detentadores del poder económico. Aunque parecen ser los principales instigadores de la hostilidad hacia Jesús[5], su omisión aquí probablemente se deba a que Marcos los considera el poder en la sombra. Cuando se trata de actuar directamente contra Jesús, lo hacen por medio de los otros dos grupos del Sanedrín: los sumos sacerdotes, máximos responsables del templo y del culto, y los letrados, celosos intérpretes y custodios de la Ley de Moisés y modelo de observancia. Estos dos grupos son los exponentes de las dos realidades que constituyen el orgullo del pueblo judío: el templo y la Ley, quienes van a condenar a muerte al Mesías de Dios. Se perfila así el fracaso de la antigua alianza.

El término “condenarán” es nuevo respecto a los otros anuncios de la pasión. Jesús afirma que las autoridades judías no se desembarazarán de él de cualquier forma; habrá un proceso judicial y en él se determinarán claramente las responsabilidades.

Ni el sistema religioso judío ni el legal toleran la figura del Hombre pleno (“El Hijo del hombre”); no soportan su libertad, su rechazo de toda discriminación social y religiosa, su superación de la Ley, su universalismo, su tarea emancipadora con el pueblo. El mensaje y la actividad de Jesús encuentran en los dirigentes judíos, deseosos de conservar sus privilegios y su dominio sobre el pueblo, una oposición total, que desembocará en su condena a muerte.

La mención de Jerusalén y del papel que van a desempeñar las autoridades judías mira directamente al nuevo Israel (los Doce). Éste no puede ya sentirse atraído por el centro del judaísmo (Jerusalén), en donde Jesús va a encontrar la muerte; ni vinculado al templo, regido por la jerarquía sacerdotal (los sumos sacerdotes), enemiga de Jesús; ni tampoco a la Ley, en manos de intérpretes deshumanizados y rigoristas que han hecho de ella un absoluto (los letrados). Ante los acontecimientos que anuncia, Jesús espera que los Doce abandonen definitivamente sus ideales triunfalistas y rompan con una institución religiosa y legal que es capaz de llegar al asesinato para defender sus intereses, en contra de toda justicia. Los Doce deberían desligarse de un sistema que, al condenar a Jesús va a hacer patente su traición a Dios.

Pero además de anunciar que va a ser condenado a muerte por los dirigentes judíos, Jesús predice que éstos, a su vez, lo entregarán a los paganos, última ofensa para un judío, quienes después de escarnecerlo y flagelarlo lo ejecutarán. Marcos señala, por tanto, que los paganos actuarán por instigación de las autoridades judías.

En la predicción anterior se describen los ultrajes y la violencia física que va a padecer Jesús antes de su muerte. Aquel que los discípulos consideran el glorioso Mesías (8,29) será objeto de mofa (“se burlarán de él”) y del máximo desprecio (“le escupirán”) y, después de ser castigado con el látigo (“lo azotarán”), será ejecutado (“lo matarán”).

Aunque no se precisa la clase de muerte que va a sufrir, el hecho de que sean los paganos los ejecutores de la condena insinúa ya la crucifixión. Un condenado a muerte por las autoridades judías y ejecutado por los paganos es la antítesis del Mesías esperado por Israel y de toda expectativa humana de un salvador.

El panorama que traza Jesús en este anuncio no puede ser más trágico. Las autoridades de Israel, por medio de los paganos, le harán sufrir humillaciones y tormentos, y conseguirán acabar con él. Pero a pesar de todo, su fracaso histórico no será definitivo: “a los tres días resucitará”. Si el propósito de los dirigentes es arrebatarle la vida, para borrar así definitivamente de la historia la memoria de Jesús, no se saldrán con la suya: la Vida va a vencer a la muerte. Ahí está el triunfo del verdadero Mesías, no en derrotar por la fuerza a sus adversarios, imponiéndose sobre ellos, sino en demostrar con su resurrección que su camino de servicio y entrega a los demás desemboca en una vida nueva que va a durar para siempre.

Al revés de las predicciones anteriores, tras este anuncio no se menciona la incredulidad o incomprensión de los discípulos; lo que sigue lo hará patente.

Hay que notar además, que en este anuncio no aparece ninguna causalidad divina. El destino que le aguarda a Jesús se debe a hombres enemigos del proyecto de Dios. Ni siquiera el verbo “ser entregado” puede interpretarse como pasivo con agente divino, pues Marcos, deja bien claro que es Judas Iscariote el que entrega a Jesús a los sumos sacerdotes (14,10.42). No en vano ha previsto el evangelista esta acción de Judas al nombrarlo en la lista de los Doce: “Judas Iscariote, el mismo que lo entregó” (3,19).

Otro punto que conviene resaltar es que, como en ningún otro pasaje, se acentúa el contraste entre la figura de “un hijo de hombre” de Dn 7,13 y “el Hijo del hombre” Jesús. Si aquél iba a triunfar y a recibir autoridad sobre todas las naciones (Dn. 7,14), Jesús, en cambio, va a ser humillado y condenado a muerte por las autoridades judías y ejecutado por los paganos.

Las notables diferencias entre esta última predicción y las dos anteriores se deben, sin duda, al hecho de que los Doce, aferrados a la idea del Mesías davídico y al deseo de triunfo terreno, no reaccionaran favorablemente a los otros dos anuncios de la muerte-resurrección.

Por eso, al emprender la subida a Jerusalén, que puede suscitar falsas esperanzas mesiánicas, Jesús quiere dar la última batalla contra esa mentalidad, para ver si los términos de la tercer predicción, mucho mas detallada que las anteriores, hacen comprender por fin a los discípulos que su idea del Mesías y sus expectativas de éxito son erróneas. Sin embargo, los episodios siguientes pondrán de manifiesto que el propósito de Jesús se verá nuevamente frustrado.



[[1]] Jesús deja Galilea, país abierto al extranjero, y va a Jerusalén, a su destino trágico. El narrador ha informado a sus lectores que Jesús se ha dirigido a Cesarea de Filipo (8,27), ha atravesado Galilea (9,30) y ha llegado a Judea, a la otra orilla del Jordán (10,1), pero no ha dicho a dónde se dirigía. Ahora, por primera vez señala que se encamina a Jerusalén. Hay que recordar que para muchos autores, Jerusalén no es principalmente un lugar geográfico sino sobre todo un concepto teológico.

[2] HIEROSOLYMA en vez de la forma hebrea clásica y solemne HIEROUSALÉM que tiene además una connotación de sacralidad, asimilando al griego los nombres de ciudades en las que estaba situado un templo.

[3] El Jesús que camina delante y los que siguen sus pasos detrás de él son la representación gráfica de la idea del seguimiento. Jesús irá también delante de sus discípulos en 14,28 y en 16,7, pero en 10,32 va a la vista de ellos. En los otros dos casos no. Jesús les precede abriendo un camino que sube hacia Jerusalén. Antes han bajado los escribas para vigilar a Jesús y condenarle (3,22; 7,1). Ahora es él quien asciende para presentar su proyecto mesiánico. Jesús les precede simbolizando así el destino que aguarda a los futuros cristianos.

[4] Leído a la luz de la Pascua, ahora no se trata de una instrucción sino de un descubrimiento de lo que de hecho sucedió y que se expondrá detalladamente en el relato de la pasión.

[5] En 8,31 se les nombra en primer lugar.



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