INSTRUCCIÓN DE JESÚS: EL SERVICIO
42 Convocándolos, Jesús les dijo: Saben que los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que sus grandes les imponen su autoridad.
43 No ha de ser así entre ustedes; al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes tiene que ser su servidor,44 y el que quiera entre ustedes ser primero tiene que ser esclavo de todos;
45 porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate por todos.
46a Y llegaron a Jericó
42 Convocándolos, Jesús les dijo: Saben que los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que sus grandes les imponen su autoridad.
Ante la reacción que el deseo de Santiago y Juan suscita en los diez, Jesús los convoca. El texto griego parece indicar que los convocados son los diez que estaban ausentes y que habían mostrado su indignación por la pretensión de los dos hermanos. En cualquier caso, las palabras de Jesús se dirigen al grupo entero, porque todo él participa de la misma mentalidad de los hijos de Zebedeo y está movido por la misma ambición que éstos.
“Convocar” o “llamar a sí” supone en el convocante una autoridad para hacer comparecer a los convocados. En el caso de Jesús, se trata de la autoridad del Espíritu. Con este verbo el texto insinúa que existe una distancia entre los convocados y el propio Jesús. No se trata de una distancia física, sino ideológica; las expectativas mesiánicas de los Doce y sus aspiraciones no coinciden con las de Jesús. La convocación se convierte, pues, en una invitación a que los Doce se aproximen a Jesús, es decir, a que rompan la distancia figurada que los separa de Él.
La instrucción que sigue: “les dijo”, se formula en griego en presente histórico. Señala así el autor la actualidad en su época de la enseñanza de Jesús y de la problemática que aborda. En sus palabras, Jesús parte de un dato sobradamente conocido por los Doce. En los pueblos paganos (“las naciones”), el poder existente es tiránico y opresor; los gobernantes paganos son unos déspotas y la aristocracia, creada por ellos y al servicio de sus intereses, abusa de su poder sobre el pueblo. Los dos verbos que describen el comportamiento de los jefes de las naciones y de sus grandes, “dominar” e “imponer su autoridad”, expresan una opinión claramente desfavorable sobre el modo como se ejerce entre los pueblos paganos la acción de gobernar.
Con esta apelación a los regímenes paganos, insinúa Jesús que tanto los Zebedeos, que han pretendido asegurarse los primeros puestos en el reino mesiánico, como los otros diez, que también aspiran a lo mismo, intentan reproducir (aunque basándose en razones más de índole religioso que políticas) el modo como en la sociedad pagana se ejerce el poder. Conciben a Jesús como un Mesías dominador, al estilo de “los jefes de las naciones”, y ellos, a su vez, desearían desempeñar el papel de “los grandes” y gozar de su autoridad y de su prestigio social. En realidad, pretenden instaurar en nombre de Dios, con Jesús a la cabeza, un régimen como el de los paganos, a pesar de conocer bien los efectos perniciosos que tiene sobre el pueblo.
43 No ha de ser así entre ustedes; al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes tiene que ser su servidor,
En la severa advertencia que sigue, Jesús establece la radical oposición (“al contrario”) entre el sistema opresor que rige los pueblos paganos y el tipo de relación que debe existir entre los suyos. Pone así de relieve el contraste de su comunidad, primicia de la nueva sociedad humana o reino de Dios, con una organización social, como la pagana, basada en la tiranía y el despotismo de gobernantes y aristócratas.
La primera parte del aviso: “el que quiera hacerse grande…” atañe a las relaciones intra-comunitarias (“entre ustedes”… “su servidor”…) y excluye terminantemente de ellas todo dominio de unos sobre otros. En la comunidad de Jesús, la grandeza no se mide por los patrones que rigen la sociedad. No viene determinada, como en ella, por el poder que uno tenga, por el puesto que ocupe en la escala social o por los títulos de prestigio que ostente. Para Jesús, la verdadera grandeza es la que confiere el servicio. No es el poder, ni el rango, ni los títulos lo que engrandece al ser humano, sino su disponibilidad y entrega a los otros. Por eso, la única grandeza a la que han de aspirar sus discípulos es la del servicio mutuo. Entre ellos no debería existir otra ambición, otro deseo que éste.
Ahora bien, el servicio o diakonía que propone Jesús a los suyos y que según Él, los hará “grandes”, no es el que se presta de manera forzosa, obligado por las circunstancias y porque no queda más remedio, sino el que se realiza de forma voluntaria, el que nace del interés y de la preocupación por el otro, de la disposición a ayudarle en todo lo que necesite, del deseo de buscar siempre su bien y su realización. En definitiva, es el servicio que nace del amor. Servir por obligación humilla; servir por amor enaltece.
El servicio que los discípulos han de prestarse entre sí constituye una exigencia que deriva del hecho mismo de ser seguidores de Jesús, y comporta un quehacer, una tarea, un ejercicio continuo de amor al prójimo que, cuanto más noble y desinteresado sea, más engrandece al ser humano. A ese quehacer y a ese engrandecimiento es al que Jesús invita. En su comunidad todos han de ser servidores, todos han de estar al servicio los unos de los otros, y sólo así llegarán a ser “grandes”. El servicio mutuo garantiza que ninguno sea tratado como siervo o considerado como inferior y que entre todos reine la igualdad.
En esta primera parte del aviso queda patente que el servicio que se presta por amor es el único camino que lleva a los discípulos de Jesús a ser “grandes”. Con otras palabras, que la línea del desarrollo o crecimiento humano se encuentra, para Jesús, en la práctica del amor.
La cuestión sobre “quien era el más grande” se había suscitado ya entre los discípulos tras el segundo anuncio que Jesús hizo sobre su muerte y resurrección (9,30-34). En aquella ocasión, Jesús advirtió a los Doce que debían renunciar a toda pretensión de preeminencia mundana, enseñándoles cuál era la verdadera grandeza: “si uno quiere ser primero, ha de ser el último de todos y servidor de todos” (9,35). Pero, a la vista de la petición de los Zebedeos (10,37) y de la reacción de los restantes miembros del grupo (10,41), aquella lección cayó en saco roto. Por eso, Jesús tiene que volver a insistir en ella.
44 y el que quiera entre ustedes ser primero tiene que ser esclavo de todos;
La segunda parte del aviso (v44) no es un simple paralelo de la primera (v43b) que repite, con otras palabras, el mismo contenido de aquella. Aunque en las dos partes aparece el “entre ustedes”, para indicar que uno y otro aviso se refieren por igual al comportamiento que ha de caracterizar a los Doce, el empleo en la segunda parte con términos y expresiones nuevas [1], y el ámbito sin restricciones del servicio que se pide en ella (“esclavo de todos”), son indicios de que estamos ante una perspectiva diferente. En efecto, de la cuestión de la grandeza, se ha pasado a la de la primacía; de la invitación a hacerse servidor, se ha pasado a las relaciones con todos. Se da, por tanto, en esta segunda parte una progresión respecto a la primera: “ser primero” es más que “ser grande”; “ser esclavo” es la condición ínfima a que puede llegar un siervo. Y “ser esclavo de todos” supera los límites de “ser su servidor”.
Si en la primera parte del aviso (43b) Jesús proponía a los Doce algo inadmisible según los parámetros sociales (que para llegar a ser grandes tenían que ser servidores), ahora les propone algo que en cualquier sociedad se consideraría completamente descabellado: que para ser “primeros” han de hacerse esclavos de todos. Para Jesús, la primacía, es decir, la dignidad más alta a la que puede aspirar un seguidor suyo, no se alcanza con el máximo poder, rango o prestigio, sino precisamente con lo contrario. Es “primero” el que se sitúa en el nivel social más bajo, el de los esclavos. Con su nueva propuesta, una vez más, Jesús sale al paso de las ambiciones de sus discípulos.
Es la primera vez que aparece en este evangelio la palabra “esclavo”/“siervo”. Como es sabido, la esclavitud estaba muy extendida en la antigüedad, cuando se consideraba un fenómeno normal e incluso como un estado natural del ser humano. La sociedad greco-romana de la época de Jesús no sólo legitimaba la esclavitud, sino que basaba en ella todo su sistema productivo. En sentido estricto, el término “DOULOS” (en latín “SERVUS”) designa a toda persona desprovista de libertad, cuyos derechos y trabajo estaba íntegramente en manos de otro, que era su señor y amo y de quien era propiedad. En términos más generales, se usan estos mismos términos para designar a toda aquella persona que se veía obligada a realizar trabajos de servidumbre para poder sobrevivir, así como a las personas que pagaban sus deudas sometiéndose a un régimen de trabajo para su acreedor. En estos casos, la palabra “DOULOS” habría que traducirla por “SIERVO”.
Con estos precedentes no tiene nada de extraño que en aquellos pueblos regidos por déspotas y dominadores, a los que aludía Jesús al comienzo de su instrucción y que los Doce conocían tan bien (v42), exista la esclavitud o la servidumbre forzosa, pero que el propio Jesús invite a los suyos a ser esclavos o siervos parece chocar frontalmente con su propuesta anterior (v43b). Si en su comunidad todos han de estar al servicio los unos de los otros, de forma que entre ellos reine la igualdad, la esclavitud o la servidumbre forzosa queda excluida de su ámbito.
La clave para entender la nueva propuesta de Jesús se encuentra en el “de todos”, que señala a los destinatarios del servicio que han de prestar esos “esclavos” y que, por lo dicho, no puede referirse a los que forman parte de la comunidad (“esclavo de todos ustedes”).
La mención de los jefes de las naciones al principio de la instrucción hace ver que ese “todos” abarca la humanidad entera, en particular a los paganos.
Para un seguidor de Jesús “ser esclavo de todos” no significa asumir un estado de condición humillante que le viene impuesto por otra persona, sino que, como antes “servidor de ustedes”, constituye también una exigencia que deriva de la propia vocación cristiana, y conlleva el reconocimiento de los demás como señores, es decir, como personas libres, la solidaridad con cuantos en la sociedad son víctimas de la opresión de los poderosos, y la disposición a devolverles la dignidad humana que se les ha arrebatado. La expresión alude, pues, a la esclavitud institucionalizada por los regímenes paganos mencionados al principio de la instrucción (v42) y, al mismo tiempo, caracteriza a los discípulos de Jesús como los que no tienen afinidad alguna con el poder opresor: pueden ser víctimas de él, pero nunca cómplices.
Si la sociedad pagana se divide en dos estamentos, el de los dominadores y el de los dominados, el seguidor de Jesús no puede aliarse con los primeros, sino que ha de ponerse voluntariamente junto a los segundos y, desde la solidaridad con ellos, ha de procurar sacarlos de su situación injusta. Para ello, lo primero que tiene que hacer es tratarlos como nunca serán tratados por sus opresores: como señores, como hombres libres. Así tomarán conciencia de su dignidad como seres humanos y sabrán que nada ni nadie podrá arrebatársela.
Como ya se ha indicado, en esta segunda formulación el ámbito de los destinatarios del servicio que han de realizar los Doce es más amplio (“esclavo de todos”) que el de la primera (“servidor de ustedes”). El primer aviso (v43b) repite el mismo criterio que ya había expuesto Jesús en 9,35: dentro de su comunidad no hay otra grandeza que la del servicio a todos sus miembros. El segundo aviso (v44) transfiere ese mismo criterio a la relación con toda la humanidad. Frente a ella, el seguidor de Jesús que quiera parecerse a Él, alcanzar su talla, es decir, llegar a la cima de su desarrollo personal (“ser primero”), tiene que estar dispuesto a considerar y tratar a todos los seres humanos como señores y como hombres libres (“esclavo de todos”) y, especialmente, a aquellos que en la sociedad no son reconocidos como tales y están sometidos al dominio de los poderosos. De este modo, va procurando extender a nivel social el tipo de relaciones que se viven dentro de la comunidad; el clima de entrega, disponibilidad, libertad e igualdad que existe en ella ha de ser también el que hay que ir creando en la sociedad.
Jesús caracteriza, por tanto, a sus seguidores como los que, dentro de la comunidad, son “servidores” y, respecto a la humanidad, son “esclavos”/”siervos”. Ambas funciones se oponen diametralmente a toda concepción profana o religiosa de dominio y poder. “Servidor” es el que por amor se pone a disposición de los demás miembros de la comunidad; “esclavo”/”siervo” es el que reconoce como señores o personas libres a los hombres de cualquier raza y condición y, por sentido de justicia, trabaja por la liberación de todos los oprimidos. La labor del seguidor de Jesús no se limita, por tanto, a la comunidad, sino que se extiende al mundo que le rodea.
Los términos “servidor” y “esclavo”/”siervo” tienen un rasgo en común: ambos, metáfora de la ayuda, colocan al que la practica por debajo de los que la reciben. Es decir, la entrega y la dedicación a los otros, tanto a los miembros de la comunidad como a los de fuera, no se hace “desde arriba”, con superioridad o paternalismo, sino “desde abajo”, al lado de los que no cuentan socialmente y están a merced del arbitrio de los poderosos.
45 porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate por todos.
Jesús termina su instrucción ofreciendo a los Doce la razón de sus avisos anteriores. Comienza autodenominándose “el Hijo del hombre”, expresión que lo designa como modelo de plenitud humana, a la que sus seguidores deben aspirar, y niega categóricamente que su misión vaya a realizarse siguiendo el patrón de los dominadores y de los poderosos de la tierra. No va a ser, como ellos, un déspota, dueño y señor de la vida de sus súbditos, ni un prepotente que impone a los demás su autoridad. Al contrario, a él lo caracterizan su actitud de servicio y su disposición a dar la vida por la liberación de la humanidad.
El primer miembro del dicho final: “porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para ser servido, sino para servir”, está en estrecha relación con el pronunciado antes: “el que quiere hacerse grande entre ustedes tiene que ser su servidor”. El fundamento del servicio mutuo que han de prestarse los discípulos se encuentra en la disposición a servir que caracteriza al Hijo del hombre y que ha de ser normativa para todos ellos. Como Jesús, sus seguidores deben estar al servicio los unos de los otros. Y el servicio del que Jesús es modelo y que ha de presidir las relaciones entre los suyos está siempre en la línea del crecimiento humano, que se realiza en la libertad y en la práctica del amor que comunica vida. Para los discípulos, en consecuencia, el servicio mutuo es el camino hacia el pleno desarrollo personal.
El segundo miembro: “y para dar su vida en rescate por todos” define la misión de Jesús respecto a la humanidad oprimida y, por eso, está especialmente relacionado con el segundo aviso: “y el que quiera entre ustedes ser primero tiene que ser esclavo de todos” (v44). Si a sus discípulos Jesús les propone hacerse esclavos/siervos de todos, Él, por su parte, está dispuesto a “dar su vida” para librar a la humanidad entera de la esclavitud que sufre (“rescatar”) y que les impide su desarrollo y crecimiento personal. “Dar la vida” es el caso extremo del servicio a los otros. En este segundo miembro se ofrece un argumento “a fortiori” del aviso anterior (v44): Si el Hijo del hombre va a llegar hasta dar su vida por los oprimidos, no es mucho pedir a los discípulos que se hagan esclavos/servidores de ellos, para devolverles la dignidad que han perdido. Es más, siguiendo el ejemplo de Jesús, en el servicio que deben prestar a todos tienen que estar dispuestos a llegar, como Él, hasta la entrega total.
Con esta declaración, Jesús advierte una vez más a los Doce que Él no es el Mesías nacionalista destinado sólo a Israel y el que va a someter a los demás pueblos. Su misión, y en consecuencia la de sus seguidores, se extiende a los paganos, pero no para dominarlos, sino para darles la libertad[2].
El término “rescate” (“LYTRON[3]”), aplicable a los esclavos, está en oposición con los verbos “dominar” e “imponer su autoridad”, usados en el v42 para expresar la clase de dominio ejercido por los gobernantes paganos sobre sus súbditos. Esta oposición confirma que el verdadero Mesías no va a reducir a otros pueblos a la esclavitud, sino que va a procurar sacarlos de ella.
Jesús, el Hijo del hombre, que, por la plenitud del Espíritu de Dios que está en Él (1,10), es el único hombre totalmente libre, se da “en rescate”[4] para emancipar a los seres humanos oprimidos y esclavizados, que no pueden hacerlo por sí mismos. El texto no señala quien es el que los tiene esclavizados; no se interesa por la identidad del opresor, que puede ser cualquier persona o institución. Todo el acento recae sobre la liberación que, con la entrega de su vida, va a llevar a cabo Jesús.
La metáfora del rescate parece implicar, a primera vista, que Jesús paga un precio a los que tienen al hombre como esclavo, pero en el lenguaje bíblico, el término “rescate” se usa sobre todo para indicar la liberación que hace Dios de la esclavitud de Egipto y de la deportación a Babilonia, sin alusión alguna a que Dios haya tenido que pagar un precio por ellas.
De hecho, los dirigentes religiosos y políticos darán muerte a Jesús para impedir su actividad liberadora con el pueblo, sin darse cuenta de que, en virtud de esa muerte, los oprimidos/esclavos van a quedar libres y que ella va a ser, por tanto, el rescate de la humanidad. Sus enemigos creen quitarle la vida, pero en realidad, Él la da libremente y, con su entrega, ofrece a esos oprimidos la posibilidad de emancipación.
El “rescate” denota el primer paso en el proceso del desarrollo humano. Obtiene la libertad, condición indispensable para ese desarrollo, pero la labor del Hijo del hombre no termina ahí. A partir de ese punto, comienza el camino hacia la plenitud de vida. En otras palabras, el objetivo de Jesús no se limita a la liberación de la víctima de los regímenes opresores, sino que mira la potenciación de todos los seres humanos para que avancen hacia su plena realización.
El pronombre “todos” tiene cierta ambigüedad. Se trata de un “todos” no como cantidad definida sino como potencial, puesto que a todos se ofrece la liberación pero no todos la aceptan. En adelante, todos los seres humanos pueden llegar a ser libres; el serlo o no dependerá de la opción personal de cada uno.
46a Y llegaron a Jericó
En su camino a Jerusalén (10,32) Jesús había pasado al otro lado del Jordán, entrando en territorio de Judea (10,1). Ahora llega a Jericó[5], la primera ciudad conquistada por Josué al entrar en la tierra prometida (Jos. 6). Pero el evangelista cambia su significado: es la entrada a la tierra de opresión donde Jesús va a sufrir la muerte.
El verbo “llegaron” se encuentra en griego en presente histórico, indicando que para Jesús y los suyos, este itinerario es siempre actual. El éxodo, o camino de Jesús, es el que permanentemente han de recorrer sus seguidores. El plural integra a Jesús en el grupo.
Termina así la primera etapa del viaje hacia Jerusalén. La segunda partirá de Jericó (10,46b) y concluirá en la capital (11,11).
[1] “Ser primero” en lugar de “hacerse grande”; “esclavo de todos” en lugar de “su servidor”
[2] Esta instrucción de Jesús se opone frontalmente a la ideología judía que despreciaba a los demás pueblos y que, en su fantasía, pensaba que, en la era mesiánica, los paganos, vencidos por el Mesías, serían siervos de los judíos. El judaísmo anterior a Cristo soñaba con el Hijo de David como un dominador judío del mundo, que sometería a los paganos a su yugo. En Isaías hay pasajes donde los paganos sirven a Israel (45,14; 49,22; 60,4-966,12). Separados del contexto, estos pasajes se prestaban a imaginar una futura gloria ante el mundo entero y un dominio político sobre las naciones (Ez. 28,25; Miq. 4,13; Ag. 2,6; Zac. 14,14). Como ya ha aparecido en la perícopa del paralítico, la misión del Hijo del hombre, al contrario de lo que aparece en el libro de Daniel, no será dominar a las demás naciones, sino comunicarles vida.
[3] LYTRON es principalmente el precio del rescate pagado para liberar a un prisionero de guerra o a un esclavo, o bien para satisfacer una fianza. En el contexto romano, donde la esclavitud era un fenómeno común, los lectores de Mc., habrían pensado en el rescate pagado en dinero por la liberación de un esclavo.
[4] Hay una relación muy estrecha con las acciones de Dios con las que liberó a su pueblo de la esclavitud, tanto en el Éxodo como en la vuelta del exilio. El término rescate no se refiere a la suma que hay que pagar por el rescate de una persona, sino al proceso mismo de liberación.
[5] Jericó era la última etapa antes de llegar a Jerusalén y el lugar de reunión de los peregrinos galileos antes de la marcha a través del desierto de Judea. La ciudad fue reconstruida por Herodes del Grande, que murió allí. Posteriormente fue adornada por Arquelao que fijó ahí una guarnición romana. Se descendía a ella desde Jerusalén en cinco horas. Era una especie de barrio de Jerusalén, pero sin la austeridad de la ciudad santa. Estaba situada a 250 mts. bajo el nivel del mar, en un oasis de la hondonada del Jordán.