Marcos 10,46b-52

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INCOMPRENSIÓN DE LOS DISCÍPULOS: EL CIEGO BARTIMEO

46b Cuando iba alejándose de Jericó con sus discípulos y una considerable multitud, el hijo de Timeo, Bartimeo, un ciego mendigo, estaba sentado junto al camino.

47 Al oír que era Jesús Nazareno, se puso a gritar:  “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!”.

48 Muchos le conminaban a que guardase silencio, pero él gritaba mucho más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”.

49 Jesús se detuvo y dijo: “llámenlo”. Llamaron al ciego diciéndole: “¡Ánimo, levántate, que te llama!”.

50 Él, tirando a un lado el manto, se puso en pie de un brinco y se acercó a Jesús.

51 Reaccionó Jesús preguntándole: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Rabbuní, que recobre la vista”.

52 Jesús le dijo: “Márchate, tu fe te ha salvado”. Inmediatamente recobró la vista y lo seguía por el camino.


46b Cuando iba alejándose de Jericó con sus discípulos y una considerable multitud, el hijo de Timeo, Bartimeo, un ciego mendigo, estaba sentado junto al camino.

Entre la llegada a Jericó y la salida de ella, no se menciona actividad alguna de Jesús en esa ciudad. Llega y sin intervalo narrativo, se aleja de Jericó[1]. No hay la más mínima alusión a la gesta de la conquista de la ciudad por los israelitas, tras su paso del Jordán y su entrada en la tierra de Canaán[2]. Esa gesta, hecha a costa de vidas humanas, no es para Marcos, motivo de orgullo. El evangelista, en su narración, no alimenta la memoria guerrera y triunfalista de la nación. Al contrario, el verbo usado por Marcos, para expresar el alejamiento de Jesús y sus acompañantes de Jericó, se utiliza en el AT para designar el éxodo de Egipto[3]. Así, Marcos, caracteriza a Jericó como un lugar de opresión. Jesús toma distancia de la ciudad y de lo que ella representa en el camino del éxodo definitivo que culminará en su muerte-resurrección[4].

Con la salida de Jericó empieza el último tramo de la subida a Jerusalén. Jesús va acompañado de sus discípulos y de una considerable multitud de gente. Su subida a la capital despierta gran expectativa. Esta multitud, sin artículo determinado, está compuesta, sin duda de peregrinos que van a celebrar la Pascua[5]. Conocen la fama de Jesús y en Jericó se han incorporado a su cortejo[6].

Es de notar que Marcos, no dice “lo seguían sus discípulos y una considerable multitud”, sino simplemente “alejándose (él) de Jericó con sus discípulos y una considerable multitud…” Por lo tanto, no hay seguimiento de los que van con él, aunque Jesús se destaca del grupo. La llegada a Jericó se describe en plural; la salida en singular.

Aparece un ciego, sin nombre propio. Es sorprendente el doble modo de identificarlo. En primer lugar se le designa en griego como el hijo de Timeo, pero inesperadamente, añade Marcos, el equivalente arameo “Bartimeo”. Esta presentación es insólita, pues, excepto en este caso, cuando el evangelista inserta el equivalente griego de un término arameo, el arameo precede y la traducción griega va introducida por una expresión explicativa que explica lo que significa la palabra o a lo que se refiere.

Por una parte, la repetición en griego y arameo, que no explica nada y sólo acentúa la importancia del término “Timeo”, y, por otra, el hecho de que el ciego carezca de nombre propio, hacen dudar de que el hijo de Timeo, Bartimeo constituya un verdadero patronímico y levantan la sospecha de que la denominación tenga un sentido figurado. De hecho, para identificar a un individuo, Marcos, pone de ordinario el nombre propio seguido del patronímico, expresado éste por un simple genitivo. Por ejemplo: “Santiago el de Zebedeo” (1,19; 2,14; 3,17).

En este pasaje Marcos, usa la fórmula completa “hijo de”, que ha aparecido solamente en 10,35, siguiendo a los nombres propios “Santiago y Juan, los dos hijos de Zebedeo”. Crea así un paralelo entre Bartimeo y los dos hermanos, aunque en el caso del ciego omite el nombre propio, indicio de que estamos, como en otras ocasiones[7], ante un personaje representativo.  Así mismo, al designarlo como “el hijo de Timeo, Bartimeo”, Marcos, establece una relación entre esta denominación y el modo sorprendente como el ciego se dirige a Jesús con un título de clara connotación mesiánica: “hijo de David, Jesús”, creando así un vínculo entre el personaje en cuestión y su forma de concebir a Jesús.

Otro hecho que hace dudar del valor patronímico de la denominación, es que en griego el nombre propio “Timeo” sería “TÍMAIOS”, conocido por el célebre diálogo de Platón, mientras Marcos, pone la forma “TIMAÍOS”/”BAR-TIMAÍOS”, que no es nombre propio, sino un adjetivo cuyo significado es “altamente apreciado o estimado”; “precioso”; “de gran aprecio”.

Por otra parte, la figura del ciego tiene un precedente en 8,22b-26, donde representaba a los discípulos, a los seguidores de Jesús procedentes del judaísmo. Dado ese precedente y la incomprensión que han mostrado los discípulos después de la primera curación de la ceguera (8,33; 9,10.32; 10,37), no tiene nada de extraño que también aquí la figura del ciego represente al grupo de los discípulos/los Doce.

De hecho, exigen esta interpretación los paralelos entre esta perícopa y 10,35-41, donde se narraba la petición de Santiago y Juan, que pretendían obtener de Jesús los primeros puestos en el reino mesiánico. Además del uso en ambos pasajes de la fórmula “hijo de”, antes citado, de la repetición en los dos del verbo “sentarse” (10,37.40.46b) y de la correspondencia entre “en tu gloria” (10,37) y la denominación “Hijo de David”, de la que trataremos más tarde, el paralelo que más resalta es el que presenta la pregunta de Jesús al ciego: “¿Qué quieres que haga por ti?”, con la que había hecho a los dos hermanos: “¿Qué quieren que haga por ustedes?”. Esto muestra que también aquí el ciego es una figura representativa de los Doce/los discípulos, de cuya mentalidad han sido exponentes los dos hermanos.

La figura del ciego describe la situación de los discípulos que, “aunque ven, no perciben” (4,12; 8,18). ¿Cuál es la realidad que escapa ahora a su percepción?. Atendiendo a los paralelos citados, la ceguera de los discípulos corresponde a la concepción mesiánica contenida en la petición de Santiago y Juan (10,37) hecha para “el día de tu gloria”, es decir, el día de tu triunfo. Esperan que Jesús, que va camino de Jerusalén y al que reconocen como Mesías (8,29), triunfe en la capital y se proclame rey, ellos quieren participar de su reinado.

Para indicar el sentido de la ceguera, el evangelista inserta aún otras marcas. El ciego es un mendigo que estaba sentado, inmóvil, “junto al camino”. Esta última expresión ha aparecido ya en la explicación de la parábola del sembrador (4,15) para designar a los que, cuando oyen el mensaje, un agente enemigo, Satanás, se lo arrebata. El agente enemigo es la ideología de poder, en este caso, la que es propia del mesianismo davídico. Teniendo esa concepción del Mesías, también los discípulos aspiran al poder y rivalizan por obtenerlo (9,34; 10,37). Esto los hace refractarios al mensaje (8,32) abiertamente expuesto a ellos por Jesús sobre el destino del Hijo del hombre. Se han mantenido al margen del camino de Jesús y, en consecuencia, no pueden seguirlo.

Se indica que el ciego es un mendigo, es decir, alguien que no es autónomo ni vive por sus propios medios; está a merced de la ayuda que otros quieran prestarle. “Ciego” y “mendigo” describen la falta de desarrollo humano de los discípulos/los Doce, que carecen de criterio propio a causa de la ideología que cierra su horizonte (ciego) y de su dependencia (mendigo) del judaísmo que la propone.

Se trata de un personaje inmóvil (estaba sentado), es decir, instalado o asentado en una ideología, la del mesianismo nacionalista, contraria a Jesús.

Todos estos datos confirman que el hijo de Timeo, Bartimeo no es un patronímico, sino un epíteto descriptivo. Es sabido que, en expresiones semitizantes, la expresión “hijo de” a menudo no denota la descendencia carnal, sino solamente una estrecha relación con el término que lo sigue, entre ellas, la de adicto o discípulo.

El referente de Timeo, “muy apreciado” o “estimado”, puede establecerse en oposición a “despreciado” que Jesús se aplicó a sí mismo en la escena de la sinagoga de su tierra (6,4). El “despreciado” fue Jesús, por no secundar el fanatismo nacionalista de sus compatriotas. El “apreciado” es, por tanto, el opuesto: el Mesías nacionalista y triunfador. “Hijo de” indica así una relación de pertenencia o adhesión. El ciego, es decir, los discípulos/los Doce, son los adictos del Apreciado.

De ahí que el calificativo ciego se coloque tras la denominación “el hijo de Timeo, Bartimeo”; si se tratase de una simple curación, normalmente iría antes de ella (“un ciego, el hijo de Timeo”), pues la condición del individuo tendría prioridad sobre su denominación. Al colocarse después, indica precisamente que la ceguera es consecuencia de lo expresado por el epíteto.   

47 Al oír que era Jesús Nazareno, se puso a gritar: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!”,

La información que llega al ciego es que está pasando Jesús  “el Nazareno”. Así lo había llamado el poseído de la sinagoga de Cafarnaúm (1,24). Como Nazaret (1,9) pertenecía al sector fuertemente nacionalista de Galilea, tanto en el caso del poseído como ahora, se atribuye a Jesús ese espíritu y se espera una actuación violenta suya en Jerusalén. Tal es el ambiente que rodea a Jesús. Aparece así el motivo por el que la multitud lo acompaña.

Se presupone que el ciego tiene noticia de Jesús. El conocimiento previo que tiene de éste y el título que le atribuye  (“Hijo de David”) refuerzan la idea de que el ciego representa a los discípulos/los Doce. No sólo se dirige a Jesús, sino que lo hace a gritos, como antes algunos poseídos por espíritus inmundos (1,23; 3,11; 5,5; 9,24), indicio del mal espíritu que lo anima.

El apelativo usado por el ciego (“Hijo de David”, Jesús), que antepone el título al nombre propio, descubre la causa de la ceguera: el objetivo de su adhesión es el hijo, sucesor de David, el segundo David, modelo de rey guerrero y triunfador, que ve encarnado en Jesús. Ha identificado a “el Nazareno” con “el Hijo de David”. Los discípulos/los Doce, representados por el ciego, supeditan la persona de Jesús al papel histórico que ellos le atribuyen: el Mesías victorioso. Es este filtro el que les impide conocer a Jesús y percibir su mensaje. Son adictos o discípulos del “apreciado”, no de un Mesías vilipendiado y derrotado.

La curación del primer ciego (8,22b-26) preparaba el reconocimiento del mesianismo de Jesús; Bartimeo, el segundo ciego, resume lo sucedido desde aquel reconocimiento. Los discípulos/los Doce habían interpretado el mesianismo de Jesús en clave tradicional judía y, a pesar de las predicciones de la pasión y muerte, siguen pensando en un Mesías glorioso y vencedor.

La petición del ciego: “ten compasión de mí”, usa un verbo griego (“ELEEÓ, ELEISON”) que denota una piedad o misericordia que se manifiesta en una ayuda concreta. Esta expresión se usaba especialmente para dirigirse a señores terrenos. Los discípulos/los Doce -el ciego- suplican la ayuda de Jesús para salir de la situación en la que se encuentran, sin darse cuenta de que es su propia ideología la que los ciega.

48  Muchos le conminaban a que guardase silencio, pero él gritaba mucho más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”

Aparece inesperadamente un numeroso grupo (“muchos”) que va con Jesús, pero que no se identifica con la “considerable multitud” que lo acompañaba a la salida de Jericó, pues la designación “muchos” tiene un ámbito más restringido que la gran multitud, y ésta no ha vuelto a mencionarse en el episodio.

Los “muchos” quieren impedir que el ciego se dirija a Jesús como “Hijo de David” y que, en calidad de tal, le haga una petición. El modo como expresa el evangelista la oposición de estos muchos al ciego es “le conminaban”, verbo característico de las expulsiones de espíritus inmundos por Jesús (1,25; 3,12; 4,39 y 9,25). Los “muchos” están actuando, por tanto, como lo hacía Jesús. Consideran que el grito del ciego equivale a la manifestación de un espíritu inmundo, es decir, contrario al plan de Dios.

También el verbo “guardar silencio”, como orden ha sido usado exclusivamente por Jesús dirigiéndose al viento, figura del mal espíritu de los discípulos durante la travesía del lago. Los “muchos” siguen actuando como Jesús. No toleran que les identifique de esa manera, contraria a como él se presenta y actúa. Además, quizás, quieren evitar que ese grito inflame los ánimos de la multitud.

Pero el ciego no hace caso de la conminación; continúa gritando “Hijo de David, ten compasión de mí”, aunque esta vez suprimiendo el nombre propio “Jesús”. No ve en él siquiera a la persona, sino sólo el papel histórico que le atribuyen: el salvador político-militar de Israel. El ideal de líder reformista y nacionalista que los discípulos/los Doce proyectan en Jesús es lo que los ciega, pero ellos no se dan cuenta. Piden ayuda, pero aferrándose a la causa de su ceguera. Creen que la ayuda sólo puede venirles del Mesías davídico. En realidad, la petición del ciego corresponde a la de los Zebedeos (10,37). Al percibir que pasa la comitiva y que él, por su situación no puede incorporarse a ella, teme ser excluido del triunfo de Jesús y pide ser asociado a él. Los discípulos/el ciego, no desean otra cosa más que asegurar su relevante participación en el triunfo que esperan de Jesús.

49 Jesús se detuvo y dijo: “llámenlo”. Llamaron al ciego diciéndole: “¡Ánimo, levántate, que te llama!”

50 Él, tirando a un lado el manto, se puso en pie de un brinco y se acercó a Jesús.

Jesús se detiene. Él, que había caminado dispuesto a llegar a la meta aunque los discípulos no lo siguieran (10,32), se detiene ahora para darles ocasión a que lo sigan. En cuanto ve la necesidad, está dispuesto a actuar. Su disposición a seguir hasta el final, aunque sea solo, muestra la fidelidad de Jesús al Padre. El detenerse para ayudar al ciego/los discípulos, la fidelidad a los suyos.

Jesús atiende inmediatamente la súplica del ciego y, por medio de “los muchos” lo llama. El verbo “llamar” denota intensidad de voz e implica , por tanto, distanciamiento. Ha sido usado por Jesús, respecto a los Doce en la escena del “chiquillo” (9,35) y, como entonces, indica aquí la distancia entre la mentalidad del ciego/los discípulos y la suya. Por otra parte, aparece tres veces en el v49, para subrayar su importancia. La segunda vez se encuentra en presente histórico, señal de que la llamada de los “muchos” al ciego, sigue teniendo vigencia en tiempos de Marcos

Jesús va por el camino; el ciego está sentado junto al camino. Jesús no se acerca al ciego; es éste el que tiene que ir adonde está él. Dice a los “muchos” que llamen al ciego y éstos, al hacerlo, siguen actuando como Jesús y, esta vez, por encargo suyo. Ahora colaboran en la actividad de Jesús. Tampoco ellos se acercan al ciego, que no está en el camino sino junto a él. Lo llaman sin apartarse de Jesús.

Las palabras que dirigen los “muchos” al ciego (“¡Ánimo, levántate, que te llama!”), para exhortarlo a que haga caso de Jesús, son palabras que en otras ocasiones había usado Jesús mismo.  “¡Ánimo!” apareció en 6,49, en la segunda travesía del lago. “¡Levántate!” lo había dicho Jesús al paralítico (2,11) y a la hija de Jairo (5,41). Exhortan al ciego a dejar su posición de inmovilidad (sentado junto al camino) y acercarse a Jesús que lo llama.

Los “muchos” tienen, por tanto, los mismos criterios de Jesús y actúan del mismo modo. En primer lugar se oponen a la denominación “hijo de David” y a la petición que se apoya en ella. Luego colaboran con Jesús transmitiendo su llamada y emplean los términos usados antes por él. Su actitud y su actuación calcan la de Jesús; están en sintonía con él.

Estos datos, insertados por el evangelista, fuerzan a identificar a estos “muchos” con el grupo de seguidores de Jesús no procedentes del judaísmo oficial. Son el segundo grupo de su comunidad, el que junto con los discípulos, apareció calificado como “muchos” en la comida “en la casa/hogar”, cuando tras la llamada de Leví, se constituyó idealmente la futura comunidad universal[8].

Así pues, el grupo de seguidores no procedentes del judaísmo, que es numeroso (muchos) primero se opone frontalmente (le conminaban) a la idea que los discípulos/los Doce (el ciego) tienen de Jesús, y, después, por encargo de Jesús mismo (llámenlo), exhortan al ciego, animándolo a tener confianza (¡Ánimo!), estimulándolo a salir de su inmovilidad (¡Levántate!) e invitándolo a acercarse a Jesús (¡Que te llama!).

Saber que Jesús lo llama cambia por completo al ciego. Hay que relacionar esta llamada con la anterior de Jesús a los Doce, donde Marcos, usó el mismo verbo (9,35). Entonces, cuando los discípulos discutían sobre quién era el más grande, Jesús llamó a los Doce para decirles: “Si uno quiere ser primero, ha de ser último de todos y servidor de todos”, nueva formulación de la primera condición del seguimiento: “Si uno quiere venirse conmigo, reniegue de sí mismo” (8,34), que Jesús había enunciado para los dos grupos, el de los discípulos y el de los seguidores no procedentes del judaísmo. Jesús ha repetido la advertencia en la admonición anterior a los Doce: “el que quiera hacerse grande entre ustedes tiene que ser servidor de ustedes” (10,43).

La llamada de Jesús provoca el gesto del ciego: “tirando a un lado el manto”[9]. Siendo el manto figura de la persona misma (5,27), el gesto significa su ruptura con lo que ha sido su vida o su trayectoria personal. Indica así, el evangelista, que los discípulos/los Doce se han decidido a cumplir las condiciones del seguimiento: renuncian a los valores que hasta ahora profesaban (8,34) y aceptan ser últimos y servidores (9,35). Pasan de “la idea de los hombres” a “la idea de Dios” (8,35).

El ciego/discípulos sale de su inmovilidad (se puso en pie de un brinco); es la condición para poder andar y acercarse a Jesús. Nótese que Marcos, no dice simplemente “se levantó”, sino que usa un verbo que denota prontitud e indica una decisión instantánea. No es Jesús quien va hacia él, sino que él se acerca a Jesús que está en el camino hacia Jerusalén, es decir, hacia su pasión y muerte (10,33). El acercamiento, que suprime la distancia, significa la adhesión a la persona de Jesús y la aceptación de su destino.

51 Reaccionó Jesús preguntándole: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Rabbuní, que recobre la vista”

52a Jesús le dijo: “Márchate, tu fe te ha salvado”.

Jesús ha expuesto insistentemente su destino (8,31; 9,31; 10,33); sus discípulos se han resistido permanentemente a aceptarlo (8,32; 9,32; 10,35), pero la insistencia de Jesús ha sido una invitación continua a darle la adhesión. Al primer gesto que la manifiesta, Jesús responde. Su prontitud es prueba de su amor por los suyos.

Cuatro veces ha aparecido a lo largo del relato el nombre de Jesús[10]. Tal insistencia refleja que la perícopa está centrada en él. Lo que se ventila en ella es la adhesión auténtica a Jesús. Sólo esa adhesión sacará a los discípulos de su ceguera/incomprensión.

La pregunta de Jesús al ciego es la misma que hizo a los Zebedeos. Así Marcos, muestra que el ciego representa a los discípulos/los Doce.

El ciego le contestó”; todavía es ciego, pero ha adquirido conciencia de su ceguera y ahora sabe lo que debe pedir. Ya no llama a Jesús “Hijo de David”, ni espera solución de ese personaje; lo llama Rabbounií (“mi Señor”, nuevo modo de designar a Jesús con un título que se daba a Dios mismo. Ha reconocido en Jesús al Hombre-Dios, al Mesías Hijo de Dios (1,1)

Su petición, expresada en griego con el mismo verbo que Marcos utilizó en la curación del primer ciego (8,24), relaciona de nuevo ambos personajes. Los dos son figura de los discípulos. Además, el hecho de que el ciego hable de “recobrar la vista” y no simplemente de ver, muestra que el personaje es consciente de que en un determinado momento ha pasado del ver a la ceguera. Es decir, que lo que lo ha cegado es su negativa a aceptar el camino de Jesús.

En paralelo con el padre del chiquillo epiléptico (9,22), el ciego, consciente por fin de su ceguera, pide la curación a Jesús. Esta petición necesitaban los discípulos para librarse de la idea mesiánica que les impedía el seguimiento y la misión, según les había dicho Jesús (9,29: “esta ralea no puede salir más que pidiéndolo”). La ceguera equivale a un espíritu inmundo y saldrá sólo cuando ellos mismos se lo pidan a Jesús. Sin la conciencia de encontrarse en un estado negativo y sin el deseo de cambio, no es posible la verdadera conversión.

No hay palabra ni gesto alguno de curación por parte de Jesús. Las palabras “márchate, tu fe te ha salvado” recuerdan las que dijo Jesús a la mujer con flujos (5,34) y señalan la comunicación del Espíritu, respuesta de Jesús a la adhesión que ha manifestado el ciego y a su deseo de salir de su ceguera.  La fe que salva al ciego es la adhesión a Jesús y la confianza en él. Jesús no lo ha tocado, pero la adhesión ha realizado el contacto. No hace falta simbolizarlo.

52b Inmediatamente recobró la vista y lo seguía por el camino.

La visión es inmediata. Ahora los discípulos, representados por el ciego, aceptan el mesianismo de Jesús. Captan sus valores (“recobró la vista”) y pueden empezar a seguirlo. Ya no se quedarán inmóviles junto al camino. Se ponen en movimiento detrás de Jesús. Por fin están en el camino. Es la primera vez desde la declaración mesiánica de Pedro (8,30) que, de forma figurada, se señala que los discípulos siguen a Jesús.

Nadie expresa admiración ni surge aclamación alguna tras la curación del ciego.

Como una nota general a la presente perícopa, es bueno notar que hay algo peculiar. Las otras dos veces que un personaje discapacitado es figura representativa de los discípulos (el sordo en 7,32 y el ciego en 8,22b), éste permanece pasivo y es llevado a Jesús por otros. No era él sino esos otros los que eran conscientes de la situación negativa en la que se encontraba y los que suplican a Jesús que la remedie. Aquí, en cambio, la iniciativa la tiene el ciego mismo, que pide insistentemente a Jesús que se compadezca de él y que le devuelva la vista.

El episodio describe además, una curación definitiva, pues el antes ciego va a seguir a Jesús en el camino. Es decir, los discípulos/los Doce van a aceptar plenamente el programa de Jesús.

Cabe preguntarse, sin embargo, si Marcos, está describiendo un acontecimiento real, pues hasta el final del evangelio el grupo de los discípulos/los Doce seguirá sin entender ni aceptar el mensaje de Jesús. Por eso, es más razonable pensar que se trata de un episodio ideal que refleja la situación de los discípulos de Jesús procedentes del judaísmo, en tiempo de Marcos. De hecho, como apareció ya en 2,15, la existencia del grupo de seguidores que ni proceden del judaísmo parece una proyección hecha por Marcos, en el tiempo de Jesús de la realidad de su época, incluyendo la tensión que existía entre los dos grupos. En el evangelio, esta tensión, que se manifestó claramente en la perícopa del chiquillo (9,33), en el exorcista anónimo (9,38) y en la de los chiquillos llevados a Jesús (10,13), aparece también en este episodio. Cuando Marcos, escribe su evangelio, los discípulos/los Doce (el ciego) siguen manteniendo su ideología nacionalista y esperan la restauración del reino de Israel. Por su parte, los seguidores no procedentes del judaísmo se oponen públicamente a esta deformación del mensaje de Jesús. No sólo eso; exhortan a los discípulos/los Doce a que se den cuenta de su ceguera y acudan a Jesús, del que están distanciados, para que éste los cure.

El episodio se sitúa cuando Jesús se está acercando a Jerusalén. Se trata, por tanto, de la actitud ante la pasión y muerte cercanas de Jesús. Los discípulos/los Doce no la aceptan, obcecados con sus ideologías de gloria. Los otros seguidores, en cambio, sí. En el evangelio, esta diferencia se reflejará más adelante en dos personajes representativos: Simón Pedro, el exponente del grupo judaizante que negará a Jesús (14,66-72); Simón Cirineo, representante de los seguidores ajenos al judaísmo, cargará con su cruz (15,21).

Los seguidores auténticos quieren mostrar a los discípulos lo que sería lógico que hubieran hecho después de las repetidas predicciones de la pasión (8,31; 9,31; 10,33), seguidas de la instrucción sobre las relaciones en la comunidad y con los de fuera (10,42). Deben recapacitar y rectificar al menos ahora, ya en tiempo de Marcos, recordando cómo se equivocaron entonces. La curación del ciego es señal de que el evangelista confía en que los discípulos acaben saliendo de su ceguera.



[1] Jericó puede convertirse en la tentación del descanso. Por ello, Jesús entra pero para salir inmediatamente, como si temiera la seducción.

[2] Jos. 6,1-27

[3] Ex. 13,4-8; Dt. 11,10; 23,5; 24,9; 25,17; Jos. 2,10.

[4] La tierra prometida, por esta vez se puede conseguir no conquistando, sino abandonando de prisa Jericó.

[5] Jericó era tradicionalmente un lugar de acogida de los peregrinos galileos antes de su marcha a Jerusalén a través del desierto de Judea.

[6] Al no caracterizar a la multitud, no se sabe con claridad si, junto a los seguidores de Jesús, coincidieron casualmente en el camino otros que peregrinaban a Jerusalén con motivo de la Pascua.

[7] En (1,40) el leproso; en (2,3) el paralítico; en (3,1) el hombre del brazo atrofiado; en (7,25) la Sirofenicia y en (7,32)  el sordo tartamudo

[8] “Estando él sentado a la mesa en su casa, muchos recaudadores y descreídos se fueron reclinando a la mesa con Jesús y sus discípulos: de hecho, eran muchos y lo seguían” Mc. 2,15

[9] El ciego no debía de tener puesto el manto, sino extendido por tierra para sentarse sobre él y para usarlo recoger las limosnas. Además es importante destacar que el manto era todo lo que el mendigo tenía, y por tanta, la única cosa de la que puede separarse.

[10] Vv. 47.49.50.52



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