Marcos 11,1-11

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ENTRADA EN JERUSALÉN

1Cuando se acercaban a Jerusalén, esto es, a Betfagé y Betania, en dirección al Monte de los Olivos,

1a envió a dos de sus discípulos

2a diciéndoles: Vayan a la aldea que está enfrente de Ustedes y,

2b al entrar en ella, encontrarán enseguida un borrico atado que ningún hombre ha montado todavía; desátenlo y traiganlo.

3 Y si alguien les pregunta por qué lo hacen, contéstenle: Su dueño lo necesita y lo devolverá cuanto antes.

4 Fueron ellos, encontraron el borrico atado a un portón, fuera en la calle, y empezaron a desatarlo. 

5 Algunos a de los que estaban allí les decían: ¡Qué hacen desatando el borrico?

6 Ellos les contestaron como había dicho Jesús, y los dejaron.

7 Le llevaron el borrico a Jesús, le echaron encima sus mantos, y se sentó sobre él.

8 Muchos alfombraron el camino con sus mantos; otros con manojos de hierbas que habían cortado en los campos.

9 Tanto los que iban delante como los que lo seguían gritaban: ¡Sálvanos!

10 ¡Bendito el que llega en nombre del Señor! ¡Bendito el reinado que llega, el de nuestro padre David!¡Sálvanos desde lo alto!

11 Entró en Jerusalén, esto es, en el templo, lo miró todo en torno y, como era ya tarde, salió para Betania con los Doce.


1a Cuando se acercaban a Jerusalén, esto es, a Betfagé y Betania, en dirección al monte de los olivos…

Acercarse a Jerusalén significa, para Jesús, ir al encuentro de los acontecimientos predichos por el (10,33): su pasión y muerte a manos de los dirigentes judíos y de los paganos. Jesús se aproxima a la capital acompañado de la comitiva que ha salido con Él (10,46b), entre los cuales se encuentran sus discípulos.

Aparentemente, los datos topográficos que ofrece Marcos son bastante confusos[1]. El orden de Marcos, Jerusalén, Betfagé, Betania, es el inverso del itinerario a seguir cuando se viene, como es el caso de Jesús y sus acompañantes, de Jericó[2]. Por otra parte, Betania no se encontraba en la ruta ordinaria de los peregrinos, y tanto esta localidad cómo Betfagé estaban situadas en la parte oriental del monte de los olivos[3].

En la frase introductoria aparece una doble construcción local con la proposición griega “eis” y que aparece varias veces en relación con las ciudades de Betfagé y Betania, pero también con el templo. Esto tiene un sentido englobante-englobado. Jerusalén es englobante del templo; y englobante de Betfagé y de Betania.

Esto explica que para el autor, acercarse a Betfagé y Betania equivale a acercarse a Jerusalén. Es decir, en esos lugares se está ya dentro de la órbita de la capital, pues son como un apéndice de ella. Esto muestra cómo en este evangelio, Jerusalén domina las aldeas; Betfagé y Betania se convierten para él, en exponentes del pueblo sometido a los cículos dirigentes que residen en la capital.

Dado que para Marcos, acercarse a Betfagé y Betania equivale a acercarse a Jerusalén, la expresión en dirección al Monte de los Olivos constituye una nueva indicación local que rebasa, topográficamente, la unidad formada por Jerusalén-Betfagé-Betania, aunque como ya se ha indicado, de hecho las dos aldeas estaban situadas en el Monte de los Olivos. Dicho monte aparece así como una meta que deberá ser alcanzada después de haber pasado por Jerusalén y todo lo que esto implica. Jerusalén constituye una etapa en el camino de Jesús hacia el Monte de los Olivos.

La explicación de este extraño itinerario, trazado por Marcos, hay que buscarla en el significado del Monte en los evangelios. Como es sabido, el Monte representa la esfera divina en contacto con la historia, en este caso en relación con la de Israel[4]. Como aparecerá en dos pasajes posteriores, el Monte de los Olivos es figura del Estado glorioso de Jesús tras su resurrección; se explica así que constituya la meta hacia la que éste se encamina. Es la regla de Marcos cuando habla de la muerte de Jesús o alude a ella, de forma explícita o figurada la asocia siempre a la resurrección. En esta ocasión, la mención de Jerusalén anuncia la muerte; la del Monte de los Olivos, la resurrección[5].

1b envió a dos de sus discípulos 2diciéndoles: Vayan a la aldea que está enfrente de Ustedes…

Jesús envía dos discípulos, lo que recuerda el pasaje de 6,7 cuando envió a los Doce de dos en dos. Esta referencia parece indicar que los dos enviados actúan como testigos suyos y representan a todo el grupo. En aquella ocasión pretendía Jesús que los Doce se pusieran en contacto con gente de otras creencias y costumbres, para que salieran de su estrecha mentalidad judía; ahora los manda a la aldea para que salgan de su idea mesiánica.

Aunque se han mencionado dos aldeas Betfagé y Betania, los discípulos han de ir a una sola (la aldea); el contraste entre las dos aldeas nombradas y el singular la aldea, sin más precisión, muestra que esta no designa un lugar geográfico, sino simbólico. El término la aldea aparecido ya en el episodio de la curación del ciego de Betsaida (8,22-26); se trataba allí del lugar de donde Jesús sacó al ciego (8,23) y donde le prohibió volver (8,26); por alusión a Jer. 31,31, Es figura de la tierra de opresión, en donde domina una falsa concepción del Mesías que incapacita, a los que la hacen suya, para reconocer el verdadero mesianismo de Jesús. Aquí la aldea aparece en relación de dependencia con la ciudad, Jerusalén, el centro del judaísmo, y es figura del pueblo dominado por la capital y sometido ideológicamente a ella. Por eso, las dos aldeas antes nombradas, englobadas, según Marcos en Jerusalén, quedan despojadas de su propia identidad como localidades y subsumida ahora bajo el término la aldea que las representa a ambas.

La aldea a la que deben dirigirse los discípulos está enfrente de ustedes. Dado el sentido peyorativo que tiene en Marcos el término la aldea, la expresión enfrente de, denota hostilidad y señala el enfrentamiento existente entre la aldea y los discípulos de Jesús (de Ustedes); la aldea aparece así enfrentada con ellos. Es decir, el pueblo que profesa la ideología de la institución judía, la aldea, es hostil a los discípulos de Jesús. Por eso, Jesús no los envía para que se instalen en la aldea, ni siquiera para que se pongan en contacto con sus habitantes, sino solamente para que en ella realicen un encargo.

2b al entrar en ella, encontrarán enseguida un borrico atado que ningún hombre ha montado todavía…

El borrico no está en un lugar oculto, sino en un lugar público y bien accesible; puede ser encontrado sin esfuerzo por cualquiera.

La mención del borrico y la escena que sigue aluden al texto de Zac. 9,9 que describe al rey Mesías no violento: Mira a tu Rey que llega, justo, victorioso, humilde, cabalgando un asno. La montura real era la mula; el asno era la propia de un servidor. El texto de Zacarías describe a continuación la acción de ese rey: “Destruirá los carros de Efraín y la caballería de Jerusalén; destruirá los arcos de guerra y dictará paz a las naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra” (9,10).  Será pacífico no sólo en su actitud contraria a la guerra, sino también en su actividad, destruyendo las armas, y su reino no se limitará a Israel, se extenderá a todo el mundo conocido. Es una concepción del Mesías diametralmente opuesta al mesianismo davídico tradicional.

Nunca había conocido Israel un líder que cumplirse esa profecía que nadie ha montado todavía[6]. La frase de Jesús es una denuncia de la historia pasada, siempre caracterizada por la violencia y el dominio. En semejante tradición de exaltación de la fuerza y el poder tenía necesariamente que oscurecerse la idea del Mesías propuesta por el texto profético.

La frase: desátenlo y traiganlo da relieve a la autoridad de Jesús que actúa como si el borrico fuese suyo[7].

El sentido figurado de la escena que Marcos superpone a la narración, insinúa que los dos enviados, que ya deberían conocer la imagen del verdadero Mesías, repetidamente expuesta por Jesús, deben rescatar de la tradición de Israel la idea del mesianismo pacífico[8]. De hecho, el borrico está atado, es decir, este pasaje profético no puede ser utilizado, porque de suyo, es ignorado en la teología oficial. Los enviados deben constatar, en primer lugar, que el mesianismo que Jesús representa se encontraba ya en los antiguos libros y, en segundo lugar, que la institución judía ha cribado el texto de la Escritura, seleccionando los pasajes que concordaban con sus propuestas nacionalistas y relegando al olvido otros que contradecían esa ideología. Se ve así el sentido del envío de los dos: deben constatar que el mesianismo expuesto por Jesús corresponde a datos de la Escritura. La predicción tan detallada que Jesús hace conviene más al sentido figurado del envío que a un suceso real, y está en consonancia con la interpretación figurada de la aldea.

3 Y si alguien les pregunta por qué lo hacen, contéstenle: Su dueño lo necesita y lo devolverá cuanto antes.

Jesús los instruye sobre cómo contestar a cualquiera que les pregunte. Advierte a los enviados que algunos pueden extrañarse de su acción.

A la posible pregunta deben responder: su dueño lo necesita. Por la alusión al texto de Zacarías, el dueño del borrico es el Mesías, es decir Jesús[9]. Al añadir y lo devolverá cuanto antes, indica que la manifestación mesiánica que va a realizar Jesús, va a ser breve; sólo tiene por objeto aleccionar a los discípulos y a la gente que lo acompaña, y dar su verdadero carácter a la entrada de Jesús en Jerusalén. Él no necesita el texto profético para sí mismo, pues su actitud no depende de la Escritura, nace de la experiencia del Espíritu; pero no quiere que nadie pueda asociarlo a la idea de un rey como los del pasado. Su actuación en Jerusalén no va a buscar un reconocimiento político.

4 Fueron ellos, encontraron el borrico atado a un portón, fuera en la calle, y empezaron a desatarlo.

5 Algunosa de los que estaban allí les decían: ¡Qué hacen desatando el borrico?

6 Ellos les contestaron como había dicho Jesús, y los dejaron.

Los enviados encuentran el borrico. Como les había dicho Jesús, el animal está atado, pero a la vista de todos; no tienen dificultad para dar con él. En la comunidad judía, la Escritura es accesible a todos, pero algunos de sus textos están neutralizados o ignorados por aquellos que controlan el acceso a la misma (el borrico atado a un portón).

Jesús había dicho a los enviados: si alguien les pregunta. De hecho, los que preguntan son varios: algunos de los que estaban allí, es decir, de los afincados en la aldea, sin moverse de ella; en otras palabras, algunos de los que han recibido la interpretación oficial de la Escritua y la siguen sin cuestionarse esa interpretación, porque nadie les ha propuesto otra. Éstos se sorprenden de la acción de los discípulos de poner, figuradamente, de relieve un texto mesiánico olvidado, pero no se oponen a ella. Son gente de buena voluntad que, ante una alternativa, no reacciona con violencia.

Al oír que es el dueño del borrico quien lo reclama, aquellos individuos de la aldea no oponen resistencia; aceptan el anuncio de la presencia del Mesías y comprenden que éste se comporta como estaba anunciado en el texto profético. Los dos enviados cumplen el encargo de Jesús y se llevan el animal.

De cara a la esperanza mesiánica, la institución judía hacía una selección de los textos del Antiguo Testamento en sentido triunfalista. Jesús, a su vez, hace suya otra lectura. Dentro de los variados mesianismos que podían deducirse del Antiguo Testamento, aprueba el de Mesías pacífico y universal y rechaza los otros.

7 Le llevaron el borrico a Jesús, le echaron encima sus mantos, y se sentó sobre él.

8 Muchos alfombraron el camino con sus mantos; otros con manojos de hierbas que habían cortado en los campos.

Los discípulos cumplen con exactitud el encargo; de un modo casi mecánico ejecutan la orden de Jesús. En el caso de una persona distinguida, era señal de honor poner el manto sobre la cabalgadura: eso es lo que hacen los discípulos con sus mantos para honrar a Jesús. El manto es figura de la persona (10,50) y, al poner los suyos encima del borrico, subrayan la dignidad de Jesús, muestran su adhesión a Él como rey mesiánico[10]. Solamente ponen los mantos los dos que han llevado el borrico, pero ellos, desde el principio representan a todo el grupo. En la escena que sigue no se menciona al resto de los discípulos.

El borrico simboliza el texto de Zacarías como expectativa profética. Sin ser ayudado, Jesús se sienta en la montura, dando figura al rey predicho por el profeta[11]. Sentarse, en vez de montarse, confiere a su gesto dignidad regia[12] y señala, al mismo tiempo, que su identificación con el Mesías pacífico anunciada por el profeta es permanente.

Hay otros grupos distintos del de los discípulos. En primer lugar, muchos que alfombraron el camino con sus mantos, gesto inspirado en 2Re 9,13, donde los oficiales reconocen de esta manera la realeza de Jehú[13]. El término muchos representaba en el episodio anterior (10,48) el grupo de seguidores no israelitas, identificados con Jesús. El enlace con aquel pasaje da a este el mismo significado; pero la acción de estos muchos va más allá que la de los discípulos: no sólo rinden homenaje a Jesús, muestran también su adhesión al camino (alfombraron el camino) que sigue este Mesías humilde y pacífico, dispuestos a exponer sus vidas con Él (sus mantos). De modo parecido, otros, posiblemente nuevos simpatizantes cuya identidad no se precisa, se unen al homenaje esparciendo hierbas y hojas por el suelo en honor de ese mesías.

9 Tanto los que iban delante como los que lo seguían gritaban: ¡Sálvanos!

10 ¡Bendito el que llega en nombre del Señor! ¡Bendito el reinado que llega, el de nuestro padre David! ¡Sálvanos desde lo alto!

Al empezar la subida a Jerusalén, Jesús iba a la cabeza (10,32). Ahora son otros los que ocupan ese lugar (los que iban delante). Éstos le quitan la iniciativa a Jesús y pretenden marcarle la ruta; han suplantado el liderazgo de Jesús, se han hecho protagonistas. Los que seguían ya no van por el camino marcado por Jesús, como al principio de la subida a Jerusalén; ahora todos tienen que amoldarse al itinerario que señalan los que van a la cabeza.

Al empezar la subida, los que seguían a Jesús, que llevaba la delantera, sentía miedo (10, 32), sabiendo que el camino de Jerusalén implicaba graves riesgos; por contraste, estos que siguen han perdido el miedo, unen su aclamación a la de los que preceden, se suman a su entusiasmo y a su esperanza de triunfo. Aunque van con Jesús, no lo siguen; se dejan guiar por los que se han puesto a la cabeza.

Los que van delante y los que van tras ellos gritaban, verbo que Marcos ha usado anteriormente con referencia a los espíritus inmundos (3,11; 5,5; 9,24) y al ciego de Jericó (10,47), lo que sitúa las aclamaciones que siguen en una línea contraria al proyecto mesiánico de Jesús.

La primera aclamación responde a la idea mesiánica del pueblo: comienza con una oración a Dios, interpretada por lo que sigue. Pide a Dios la salvación: hosanna es igual a sálvanos por medio de un Mesías enviado por Él. El grito ¡bendito el que llega!, tomado del Sal. 118,25 se aplicaba a un General triunfante; aquí aclama la esperanza mesiánica que ven en Jesús.

La nueva aclamación: ¡Bendito el reinado que llega, el de nuestro padre David!, interpreta la anterior y expresa la idea que los manifestantes se hacen del Mesías; éste tiene por padre a David, el rey guerrero y victorioso; Él es, por tanto, el modelo que el Mesías ha de reproducir; será como un nuevo David. Para estos manifestantes, con el Mesías llega el reinado de David, opuesto al reinado de Dios anunciado por Jesús (1,15).

El primero será el reinado de un dominador que cambie todo por la fuerza y aplaste cualquier resistencia; el segundo es un reinado que libera, potencia y transforma al ser humano. Como figura del padre, David implica la dependencia y la falta de libertad[14].

El grito del ciego Bartimeo hijo de David, se recoge aquí con otra formulación[15]. Como aquél apelativo, esta aclamación es contraria a la realidad y al propósito de Jesús.

¡Sálvanos desde el cielo!; piden que el reinado del nuevo David, que ellos identifican con Jesús, sea apoyado por Dios. La frase refleja un falso concepto de Dios, el de un soberano que apoya y legitima el poder dominador y la estructura social que éste genera.

Jesús había expresado la necesidad del cambio de vida para preparar el reinado de Dios (1,15). Para el de David, en cambio, no hace falta más que sumisión y fuerza coactiva. Un líder así se impone, no invita a seguirlo, como hizo Jesús (8,34), que respeta la libertad del ser humano.

La escena refleja claramente dos concepciones opuestas de la misión de Jesús: la de los que le rinden homenaje como mesías pacífico y como Él, están dispuestos a entregar su vida por la liberación de la humanidad, y la de los que lo aclaman como un nuevo David, es decir, como un Mesías nacionalista y guerrero, dominador de las naciones.

El uso abundante del presente histórico a lo largo de la perícopa es indicio de que Marcos puede estar reflejando la situación existente en su propia época.

11 Entró en Jerusalén, esto es, en el templo, lo miró todo en torno y, como era ya tarde, salió para Betania con los Doce.

Jerusalén, que incluía Betfagé y Betania, representantes de la aldea dominada por la capital, incluye y domina asimismo el templo: no sólo el pueblo está manipulado por los dirigentes; también lo está la imagen de Dios.

En contra de la expectativa de los que lo aclamaban como mesías davídico, esperando de Él un acto inmediato de fuerza contra los dirigentes del templo y una proclama mesiánica, Jesús no pasa a la acción; su camino no desemboca en el triunfo terreno, ni su objetivo al subir a Jerusalén es hacerse del poder político-religioso[16].

El cortejo que lo acompañaba ha quedado fuera de la ciudad. Jesús entra solo en Jerusalén y nadie lo recibe ni lo aclama: la ciudad que sería la del Mesías no se identifica con Él ni Él con ella. Jerusalén, la ciudad Santa, centro del judaísmo, la capital del reino de David y del Mesías esperado, es una ciudad como otra cualquiera[17] que ignora la presencia de Jesús. Este encuentra en ella un vacío, que anuncia el antagonismo[18].

Entra en el templo, que va a ser el escenario de su actividad en los días sucesivos, pero esa actividad va a quedar desvinculada del entusiasmo popular y de la esperanza de restauración que ha rodeado su llegada. Lo inspecciona todo en el templo. Es la última vez que aparece en Marcos el verbo mirar entorno, referido antes siempre a personas (3,5.34; 5,32; 9,8; 10,23); ahora abarca toda la realidad del templo[19].

Era ya tarde para actuar aquel día[20], y quizá Marcos quiera indicar que también lo era para encontrar una solución a lo que ha visto Jesús en el templo; no hay nada que hacer; el sistema no tiene remedio. Después de hacerse cargo de la situación abandona Jerusalén (salió) y se dirige a Betania[21], lugar que, como se ha indicado antes, está incluido en la aldea.

Jesús no se instala en Jerusalén, sino en la periferia dominada ideológicamente por ella. Va a alojarse con los Doce a donde habitan los oprimidos por la ideología del judaísmo; entre ellos ha ejercido siempre su labor. La mención de los Doce recuerda la última predicción de la muerte-resurrección, hecha a los Doce (10,32-34), la única que nombraba a Jerusalén.



[1] Las indicaciones locales de Marcos no responden de ninguna manera a la verdad; deben haber sido redactadas por alguien que no conocía bien la posición de la ciudad santa.

[2] Los críticos señalan que Marcos debería haber citado antes a Betfagé qué a Betania, que estaba más alejada de la capital, pero evidentemente, Marcos no pretende indicar un itinerario preciso.

[3] Betfagé que es identificada por los especialistas modernos como una ciudad situada al sur de la antigua vía romana, en el lado oriental del monte de los olivos, a unos 3 km al noroeste de Betania en dirección a Jerusalén de la que dista 1 km. Según otros autores se trata de un recinto situado fuera de Jerusalén, que comenzaba en el límite del Santuario es decir, delante del muro este de la ciudad; los textos rabínicos lo consideran como parte de Jerusalén, como un poblado en el Monte de los Olivos. Betania por su parte, dista unos 3 kms de Jerusalén y está situada en el borde de la pendiente oriental del monte de los olivos. Como indican inscripciones funerarias, estaba habitada por Galileo. El monte de los olivos forma parte de una cadena montañosa situada al norte de Jerusalén Y se encontraba exactamente enfrente del templo, a una distancia de 1 km aproximadamente. A este Monte estaban ligadas expectativas escatológicas fundadas en Zac. 14,4 y según Flavio Josefo, en lo alto de él debía revelarse el Mesías.

[4] Los rabinos asociaron el Monte de los Olivos con la resurrección de los muertos y la llegada del Mesías. Los judíos esperaban que la aparición del Dios Israel, que vendría a salvar a Jerusalén y a hacer justicia de sus enemigos tendría, lugar en el Monte de los Olivos. Igualmente sobre él debía aparecer el Mesías para  iniciar la liberación de Israel. Algunos autores colocan sobre el Monte de los Olivos la aparición escatológica de Dios, y Flavio Josefo la del Mesías.

[5] El Monte de los Olivos, como figura del estado glorioso de Jesús, se menciona en 14, 26 donde Jesús, desde el aposento alto situado en la ciudad, donde ha instituido la Eucaristía, símbolo de su pasión y muerte, sale para el Monte de los Olivos. En la narración que sigue, sin embargo, no se menciona el monte, sino solo una finca llamada Getsemaní, lo que prueba que ese monte tiene un valor simbólico: designa la meta final de Jesús que alcanza con su resurrección. En 13,3 Jesús es representado sentado en el Monte de los Olivos, es decir ya resucitado y exaltado.

[6] El hecho de que nadie lo haya montado antes redunda en honor de Jesús. Significa una distinción especial. Se sigue aquí la regla según la cual un animal o un objeto no debe haber servido a otro si se quiere honrar con él a la persona a la cual está destinado.

[7] Se trata del derecho real a requisar medios de transporte, conocido en toda la antigüedad. En 1Sm. 8,17 se lee: “El Rey tomará sus siervos y sus siervas, sus mejores jóvenes y sus asnos para que le sirvan”.  También este derecho lo tenían los rabinos.

[8] Jesús trae a la memoria las antiguas promesas sobre el Mesías.

[9] El asno es reivindicado como montura del Mesías; su propietario es el Rey mesiánico, el cual según Marcos ejercita su derecho real.

[10] Ponen los mantos sobre el borrico; esto y la escena que sigue recuerdan una entronización real en Israel.

[11] Al entrar en Jerusalén sobre un asno, Jesús llama la atención sobre el significado simbólico de esa entrada.

[12] Sentarse en lugar de montarse tiene probablemente por objeto simbolizar la dignidad real del que monta la cabalgadura. Un autor opina que Jesús se sienta como un dignatario.

[13] Extender los mantos por tierra era una muestra extraordinaria de honor. Se habla que la ceremonia se usaba para distancias cortas. Además hay testimonios del uso de extender mantos y de esparcir hierbas aromáticas en el camino, por ejemplo, durante la entrada del emperador Heraclio en Jerusalén.

[14] El amor de un padre, de un marido, de una madre, especialmente en esta época, es paternalista, posesivo, dominador (10,29-30); donde el padre se abandona pero no se recupera en la comunidad de Jesús, por ser, en la sociedad de aquella época, una figura autoritaria.

[15] Bartimeo invoca a Jesús como hijo de David; estos no, sino que hablan de nuestro padre David. Aquel suplica; estos, aclaman. Aparte de esto, hay que notar que nuestro padre David se contrapone a su Padre del cielo (11,25).

[16] Jesús entró en Jerusalén para hacer un acto mesiánico a los ojos de todos, pero en vez de alimentar la agitación popular, se retira a una relativa soledad. Llega con un tropel humilde compuesto de gente tímida. Ninguna cohesión, ninguna consigna, sólo un momento de entusiasmo. Jesús elige una entrada mesiánica incontestable, puesto que realiza un texto mesiánico (Zac. 9,9), pero al mismo tiempo muy modesta. Esa sencillez, en la que había insistido el profeta, debía hacer comprender que no venía a establecer un reino temporal y no era tal que provocaste inútilmente la vigilancia de los romanos.

[17] Como se ha indicado, Marcos no utiliza nunca la denominación sacral IEROUSALÉM, sino la profana HIEROSOLYMA

[18] El v. 11 se concentra únicamente en Jesús y los Doce. Así se subraya el carácter episódico del acontecimiento y no se considera su efecto. Parece que la manifestación terminó ante las puertas de Jerusalén. Jesús entra en la ciudad para cumplir las promesas mesiánicas, no las expectativas políticas. Su entrada en la ciudad sucede sin reacción del pueblo y termina sorprendentemente, en Marcos, sin ser notada. Fuera de los muros hay aclamaciones; dentro hay silencio. La ciudad que le pertenece como descendiente de David se le resiste. Así se anuncia su destino.

[19] Observa el tráfico indigno que se desarrolla en el templo. No es la mirada de un turista curioso, sino la de un juez que penetra las intenciones y discierne las situaciones.

[20] Al oscurecer se cerraban las puertas del templo.

[21] Jesús se va a Betania quizás para marcar su ruptura con el lugar del culto oficial, cerrado a la revelación. La amenaza que representa Jerusalén hace a Jesús precavido; no se queda allí por la noche. Dejar la ciudad a una hora tan tardía es una cosa insólita; todo el mundo quería estar dentro de los muros de la ciudad antes que las puertas se cerraran, para estar al seguro de ladrones y de otros personajes peligrosos. En el caso de Jesús, la ciudad, con las puertas cerradas, es más parecida a una prisión que a un lugar que ofrece protección contra los peligros de la noche.



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