Marcos 11,15b-19

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DENUNCIA DEL TEMPLO

15b Entró en el templo y empezó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el templo; volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían las palomas

16 Y no consentía que nadie transportase objetos atravesando por el templo.

17 A continuación se puso a enseñar, y les decía: ¿No está escrito: “Mi casa ha de llamarse casa de oración para todos los pueblos? Ustedes, en cambio, la tienen convertida en una cueva de bandidos.

18 Lo oyeron los sumos sacerdotes y los letrados y buscaban cómo acabar con él; es que le tenían miedo, porque toda la multitud estaba impresionada de su enseñanza.

19 Cuando llegó el anochecer, salió fuera de la ciudad.


15b Entró en el templo y empezó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el templo; volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían las palomas

Al llegar a Jerusalén, Jesús, sin más dilación entra en el templo que ya había inspeccionado detenidamente el día anterior y que, para Marcos compendia el significado de la ciudad santa. Jerusalén no es sino una prolongación del templo.

Aunque se supone que Jesús llega a Jerusalén acompañado de sus discípulos (11,15a), el autor prescinde de ellos y se concentra en Jesús. El texto sólo contempla su entrada en el templo y su actuación en él. La triple mención del templo (dos veces en el v15 y una en el v16) indica que la atención del relato está puesta en la reacción de Jesús ante él.

Como la tarde anterior se había hecho cargo de todo (11,11), Jesús entra directamente para actuar. Se enfrenta Él solo con el comercio autorizado del templo; no asocia a los discípulos a su acción, para que ésta no se interprete como un acto de fuerza que pretende hacerse con el control del templo para establecer dentro de él un nuevo orden, sino como una acción profético-mesiánica, que puede calificarse en toda regla como subversiva.

El comercio autorizado se situaba en el atrio o patio de los gentiles, el más exterior del templo y que lo rodeaba. Era lo primero que veía el visitante. Allí se permitía a los paganos y a los prosélitos orar al Dios de Israel. Pero tanto ellos como los demás peregrinos, no encontraban en aquel atrio un ambiente que favoreciera la oración, sino el bullicio de un mercado.

La acción de Jesús se dirige primero contra las personas (vendedores y compradores); después contra las cosas (las mesas y los asientos).

En primer lugar, echa del templo a vendedores y compradores, desautorizando así el comercio organizado dentro de él e, indirectamente a aquellos que lo legitiman (la jerarquía del templo). Fuera de la venta de palomas, no se especifica lo que se compraba y se vendía, pero por los documentos de la época se sabe que eran animales destinados a los sacrificios y otros dones, como vino, aceite y sal, mismo que se ofrecían junto con ellos. El precio de las licencias para la instalación de los puestos comerciales los fijaba el sumo sacerdote. Había tiendas que pertenecían a la familia del sumo sacerdote. La jerarquía del templo no se limitaba sólo a autorizar las licencias sino que en parte ella misma lo dirigía. Incluso es posible que el comercio de animales para los sacrificios estuviese en manos de la poderosa familia del sumo sacerdote Anás.

Es significativo que Jesús no expulse únicamente a los vendedores sino también a los compradores. Si lo que pretende es sólo evitar que el templo se convierta en un mercado, hubiera bastado con echar de él a los vendedores. Así los fieles se verían obligados a adquirir fuera del recinto sagrado los animales y los dones destinados a los sacrificios.  Pero al expulsar también a los compradores, el texto está indicando que Jesús no sólo condena la venta en el templo con las ganancias que esto reporta, sino que desaprueba igualmente su compra. Es decir, que está en desacuerdo con la creencia de los compradores  en la validez de los sacrificios. Con su actuación, Jesús se opone tanto al comercio autorizado en el templo, como al culto sacrificial que se realiza en él. Para Jesús, Dios no puede ser el pretexto para organizar un lucrativo negocio religioso, ni ofrece su favor o su perdón a cambio de sacrificios y de dones materiales.

El final de la frase “a los que vendían y a los que compraban en el templo pone una nota de indignación que preludia el tono de las palabras de Jesús en la escena siguiente (v17).

En la actuación de Jesús con vendedores y compradores se cumple el texto de Zac. 14,21bY ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos aquel día”.  Su enérgico gesto es al mismo tiempo denuncia profética y manifestación mesiánica (“aquel día” equivale al “Día del Señor”).

Según el pensamiento de los profetas, el culto sacrificial, en función del cual se justifica y organiza el comercio del templo, no había existido en la primera época de Israel, como se ve, por ejemplo en Jer. 7,22: “Cuando saqué a sus padres de Egipto, no les ordené ni hablé de holocaustos y sacrificiosy en Am. 5,25: “¿Es que en el desierto, durante cuarenta años, me traían ofrendas y sacrificios, casa de Israel?”.  La tienda del desierto, antecesora del templo, había sido el signo de la presencia salvadora de Dios, de su actividad a favor del pueblo.

Pero en el templo que Jesús conoció, el culto sacrificial y el comercio religioso derivado de él, habían eclipsado la presencia de Dios y desvirtuado su verdadero rostro; el Dios liberador y salvador había pasado a ser un Dios exigente y explotador que, en vez de dar vida, la exige para sí. El Dios generoso y misericordioso se había vuelto un Dios comerciante e interesado, que ofrece sus favores a cambio de que se le sacrifiquen animales o se le ofrezcan dones materiales.

Tras la expulsión de vendedores y compradores se describe una nueva acción de Jesús: “volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían palomas”.  Aunque a los cambistas y a los vendedores de palomas no los expulsa del templo y los deja dentro de él pero sin función alguna, el echar por tierra sus mesas y asientos, les impide ejercer su actividad comercial. Es una forma tan contundente como la utilizada antes con vendedores y compradores de desautorizar el negocio que unos y otros tenían montado en el templo y de oponerse a sus prácticas.

Los cambistas garantizaban que todos los ingresos económicos que entraban en el templo (impuestos, aranceles, donativos, etc.) se efectuaran con la moneda apropiada, no con la moneda griega o romana de uso corriente, considerada profana o impura, sino únicamente la antigua moneda hebrea o la acuñada por la ciudad de Tiro, en cuyas caras no había ninguna imagen humana. Con su actividad hacían posible el pago de lo que constituía la principal fuente de riqueza del templo: el impuesto anual de medio ciclo (o dos dracmas) que obligaba a todos los judíos mayores de veinte años, incluidos los de la diáspora, y que no podía hacerse con dinero corriente. Jesús, al volcarles las mesas e impedirles su actividad no reconoce la distinción entre monedas sacras y profanas, y muestra su rotunda oposición al impuesto anual que obligatoriamente había que pagar al templo y, en general, a que el culto a Dios se asocie con el dinero.

Para Jesús, lo mismo que para Dios, no hay monedas que sean más aceptables que otras; lo único importante con relación al dinero es qué uso se hace de él y a qué intereses sirve. Como puede apreciarse, la insólita acción de Jesús atenta contra el sistema económico que hacía del templo la mayor empresa financiera de la época.

Hay un comercio con el que Jesús se enfrenta de manera especial: el de los vendedores de palomas.

El evangelista, al separar a éstos de los demás vendedores, les concede una particular importancia. La paloma era el animal que ofrecían los más pobres. Las leyes sobre los sacrificios permitían, en nombre de Dios, la explotación de la gente del pueblo con menos recursos económicos. Jesús se opone a esta práctica y con su gesto (volcar) la reprueba. El Dios defensor de los pobres y los desvalidos no puede ser su explotador.

Es llamativo el contraste entre la realidad del templo y la profunda veneración por el lugar santo manifestada en muchos salmos. Entre ellos el Sal. 42,5 / 61,5 / 63,3 / 122,1. Ahora, en cambio, el espectáculo que ofrece el templo es lamentable. Se ha convertido en un auténtico mercado donde se trafica con lo religioso, se despoja a los fieles de sus recursos económicos, se explota a los más pobres y se ofrece a Dios un culto que no es el que Él quiere. En medio de este ambiente, la presencia divina no se percibe; todo está centrado en el dinero y en el sacrificio de animales.

16 Y no consentía que nadie transportase objetos atravesando por el templo.

Junto a las acciones anteriores, Jesús realiza una nueva: impedir el transporte de objetos o utensilios a través del templo. Cualquiera que sea la naturaleza de los mismos, lo que está claro es que una prohibición de este género sólo se explica desde el profundo respeto que Jesús siente por el templo. Con esto quiere evitar que el lugar santo sea profanado y evidenciar en qué se ha convertido.

A pesar del carácter sacro que la teología oficial le atribuía, el templo se usaba como lugar de tránsito de una parte a otra de la ciudad, como un atajo para transportar cualquier cosa, sin respeto alguno por la pretendida sacralidad del lugar. Esta era responsabilidad de los sacerdotes que al convertirlo en un mercado hicieron que la gente le perdiera el respeto. El sistema religioso judío que, en teoría tendía a sacralizarlo todo, ha acabado profanando lo que él mismo consideraba como lo más sagrado.

La nueva acción de Jesús está en consonancia con las anteriores. Todas manifiestan la gran consideración y el respeto que Jesús tiene hacia el templo, pero no por lo que éste en realidad es (un mercado), sino por lo que debería haber sido: signo de la presencia de Dios en medio del pueblo y, como aparecerá a continuación, el lugar de encuentro de todos los hombres con Él (“casa de oración para todos los pueblos”).

Por consiguiente, la actuación de Jesús en el templo no tiene nada de irreverente. Los irreverentes son los que consienten todo lo que ocurre en él. Jesús reacción por la indignación que le produce ver profanado el templo. Son las autoridades del templo las que no lo respetan ni lo veneran; en cambio es Jesús quien lo respeta, aunque actúe de una forma tan escandalosa.

17a A continuación se puso a enseñar, y les decía: ¿No está escrito: “Mi casa ha de llamarse casa de oración para todos los pueblos?

La actuación de Jesús va seguida de una enseñanza que explica su comportamiento.

La enseñanza que transmite Marcos es breve. El texto no señala quiénes son los destinatarios de la enseñanza, por lo que podría pensarse que va dirigida a todos los que se encontraban en el templo, es decir, al pueblo en general. Sin embargo la pregunta retórica del inicio es el género que Jesús utiliza sólo cuando los oyentes son conocedores de la Escritura. Por eso es mas lógico suponer que las palabras transcritas por el autor se dirigen directamente a las autoridades del templo, que son las responsables de lo que ocurre en él, y sólo de forma indirecta, el resto de los presentes.

En su enseñanza, Jesús cita en primer lugar un texto de Isaías que describe el designio de Dios sobre el templo: “ser casa de oración para todos los pueblos” (Is. 56,7), aunque el contexto restringe este horizonte a los prosélitos del judaísmo. Jesús, sin embargo, al citar sólo el verso 7 lo amplía a los paganos en general, viendo en el texto profético la expresión de la misión universal que el templo estaba llamado a desempeñar. Destaca así Jesús, la finalidad primordial del templo: ser un lugar donde los hombres de todas las razas y naciones pudieran encontrarse con el verdadero Dios y relacionarse personal y directamente con él. Todo lo demás debía estar en función de esa finalidad. Si lo principal no se cumple, el resto carece de sentido.

Ahora bien, para atraer a los paganos al conocimiento del único Dios, Israel debía haber constituido una sociedad justa, según el espíritu de su Ley, pero como le demuestra el templo mismo, se ha vuelto una sociedad explotadora que no es modelo para nadie. Por culpa de sus dirigentes, Israel ha traicionado su misión. El templo, que encarna a la nación, en vez de ser un foco de atracción para todos los pueblos, se ha convertido en “una cueva de ladrones”. La vocación universalista de Israel se ha visto frustrada.

17b Ustedes, en cambio, la tienen convertida en una cueva de bandidos.

Después de citar a Isaías, Jesús formula su acusación. Lo hace poniendo de relieve el contraste entre lo que el templo debería haber sido y lo que en realidad es. Pone así de manifiesto cómo el sistema religioso judío, que tiene en el templo se expresión suprema. Ha traicionado el designio de Dios.

En continuidad con lo dicho anteriormente sobre los destinatarios de la enseñanza de Jesús, el pronombre “ustedes” puesto enfáticamente al principio de la frase, no designa al pueblo llano, que es la víctima de la institución, sino a las autoridades del templo que son las que han hecho de él lo que Jesús ha denunciado.

La expresión que usa Jesús para designar la realidad del templo (“cueva de ladrones” está tomada de Jer. 7,11a. Con estas palabras termina Jeremías una invectiva contra la conducta del pueblo, en la que denuncia el culto hipócrita (Jer. 7,8-10). En el mismo contexto, el profeta anuncia la destrucción del templo (Jer. 7,12-14)

No hace Jesús una pregunta como en Jer. 7,11a, sino que afirma un estado existente. El templo se ha convertido en un lugar donde los bandidos ocultan su botín. La denuncia de Jesús es muy fuerte; acusa a los dirigentes del templo de ser unos bandidos y a lo que ellos atesoran es el producto de lo que, en nombre de Dios, han robado al pueblo. Al llamarlos bandidos, equipara su actividad a la que los salteadores de caminos. Como ellos, esos hombres no son más que unos ladrones.

Aunque Jesús no la mencione, para los que conocen el texto de Jeremías resuena en el ambiente la amenaza de destrucción del templo.

Es de notar que la actuación de Jesús acaba en enseñanza, no en un intento de desbancar  a las autoridades del templo para llevar a cabo una reforma dentro de él. Jesús no pretende apoderarse del control del templo ni reformar esa institución. Como lo puso de manifiesto el pasaje de la higuera sin fruto, la situación del templo es irreversible; el tiempo de ponerle remedio ha pasado ya. Lo que quiere Jesús es denunciar públicamente en qué han convertido los dirigentes la casa de Dios y hacer tomar conciencia al pueblo de la explotación de que es objeto. Su pretensión de fondo es dejar vacía la casa del fuerte (3,27).

18 Lo oyeron los sumos sacerdotes y los letrados y buscaban cómo acabar con él; es que le tenían miedo, porque toda la multitud estaba impresionada de su enseñanza.

La enseñanza de Jesús hace reaccionar de inmediato a dos de los grupos que componían el Sanedrín: los sumos sacerdotes y los letrados, señal de que se han sentido directamente aludidos por la denuncia pública de Jesús.


El primer grupo, formado por la aristocracia sacerdotal o alto clero, constituía la suprema autoridad del templo. El segundo, formado por los doctores o especialistas de la Ley, estaba encargado de la interpretación de la misma. Son estos dos grupos que se mencionan en el tercer anuncio de la pasión (10,33) los responsables de la condena a muerte de Jesús y de su entrega a los paganos para que lo ejecuten.

Los sumos sacerdotes eran los que más se beneficiaban con el comercio del templo; los letrados, los que con su interpretación de la Ley justificaban los abusos que se cometían en él. Ambos grupos, ante la actuación de Jesús y su denuncia pública, dan por descontado que hay que eliminarlo. Consideran que lo que hace y dice es peligroso para sus intereses y buscan la manera de eliminarlo. No piden explicaciones ni intentan dialogar con Jesús; no están dispuestos a reconocer sus errores y enmendar su conducta. El poder no dialoga, no rectifica, sólo reprime o elimina.

La reacción de los sumos sacerdotes y letrados recuerda la de los fariseos y herodianos que en Galilea se pusieron a maquinar contra Jesús para acabar con él (3,6). El hecho de que ahora no se hable de planes para matarlo, sino únicamente del modo cómo hacerlo, muestra hasta que punto aquel alborotador provinciano se ha vuelto un peligro para las autoridades religiosas y políticas de la capital. Ya en dos ocasiones, letrados llegados de Jerusalén han denigrado a Jesús, presentándolo como enemigo de Dios o entablando una controversia contra él acerca del respeto a la tradición (7,1-13). Las autoridades centrales, por tanto, estaban al corriente de su enseñanza y actividad.  Pero Galilea quedaba fuera de su control político. Ahora que Jesús se encuentra en Jerusalén, pueden llevar a cabo su propósito criminal. La actuación de Jesús en el templo es la gota que derramó el vaso.

La enseñanza de Jesús en el templo y la reacción de los dirigentes ante ella recuerdan también lo narrado en Jer. 26, donde los sacerdotes y los falsos profetas intentaban por todos los medios dar muerte al profeta por haber reprochado al pueblo su mala conducta y anunciarle que, si no se enmienda, el templo será destruido. En este evangelio los que se proponen dar muerte a Jesús son los sumos sacerdotes y los letrados, como en el caso de Jeremías eran los sacerdotes y los falsos profetas.

Según el autor, la razón por la que quieren matarlo es el miedo que le tienen. Pero ese miedo tiene a su vez, una causa: la acogida favorable que la enseñanza de Jesús ha encontrado en la gente. La multitud congregada en el templo no se ha sentido ofendida por la enseñanza; al contrario, está unánimemente impresionada de forma positiva por ella. Ha comprendido la verdad de lo que enseña Jesús y está de su parte. La posición y el dominio de los dirigentes se ven seriamente amenazados. El influjo que Jesús ejerce sobre el pueblo supone para ellos un peligro. Como los dirigentes piensan sólo en categorías de poder, temen que Jesús, que los ha denunciado públicamente, incite a la multitud contra ellos y encabece una revuelta para deponerlos. Pero el que denuncia la corrupción del templo e insinúa su fin no pretende hacerse con el control de éste, ni imponerse por la fuerza a sus adversarios. En la actuación de Jesús no hay el menor atisbo de una actitud zelota ni de una táctica de violencia. Como se ha notado, los discípulos no han tomado parte en la acción de Jesús; éstos han aparecido solamente como acompañantes en el camino de ida a Jerusalén (11,15a). Ni siquiera se señala su presencia en el templo.

La reacción positiva de la multitud, tal como la describe el autor, está en paralelo con la de los fieles de la sinagoga de Cafarnaúm al comienzo del ministerio público de Jesús (1,22). En uno y otro caso se señala la impresión favorable que causa la enseñanza de Jesús en la gente y el peligro que esa buena acogida supone para los dirigentes. En Cafarnaúm es la autoridad de los letrados la que se ve cuestionada; aquí la de los sumos sacerdotes y los letrados. Es posible que el autor haya querido poner en paralelo las dos reacciones para que el lector no espere demasiado de esa acogida favorable de la multitud. Los fieles de la sinagoga acabaron rechazando a Jesús (6,1b-6); la multitud acabará pidiendo que lo crucifiquen (15,6-15).

19 Cuando llegó el anochecer, salió fuera de la ciudad.

La estancia de Jesús en el templo se prolonga durante todo el día. A pesar de la reacción de los dirigentes, que podía preverse, Jesús no abandona la ciudad hasta el final de la jornada. Los dirigentes  tienen miedo de él, pero él se siente seguro en medio de la multitud. Sin embargo, no pernocta en Jerusalén. No se dice que esta vez vaya a Betania (11,11) de la que se había alejado (11,12); se subraya, en cambio, que abandona la ciudad, para dar a entender el peligro que corre en ella y quizás también su distanciamiento de todo lo que Jerusalén representa. No se mencionan los discípulos.



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