LOS DIRIGENTES CUESTIONAN LA AUTORIDAD DE JESÚS
27b En el templo, mientras Él iba andado, se le acercaron los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores
28 y se pusieron a preguntarle: ¿Con qué autoridad actúas así?, o sea, ¿quién te ha dado a ti la autoridad esa para actuar así?
29 Jesús les replicó: Les voy a preguntar una sola cuestión; contéstenmela y entonces les diré con que autoridad actúo así.
30 El bautismo aquel de Juan, ¿era cosa de Dios o cosa humana? Contéstenme.
31 Ellos razonaban entre sí, diciéndose: Si decimos “de Dios”, dirá “Y entonces ¿por qué razón no le creyeron?”.
32 Pero si decimos “cosa humana”… (Tenían miedo de la multitud, porque toda la gente pensaba que Juan había sido realmente un profeta).
33 Y respondieron a Jesús: No lo sabemos. Jesús replicó: Pues tampoco yo les digo con qué autoridad actúo así.
27b En el templo, mientras Él iba andado, se le acercaron los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores…
Tercera y última vez que Jesús entra en el templo. Aunque los dirigentes traman su muerte (11,18), Jesús camina solo por el recinto, sin que se mencionen sus discípulos ni algún otro acompañante. No busca el apoyo popular ni se aprovecha de la simpatía de la multitud. Aparece solo entre la gente. Mientras que los dirigentes tienen miedo de Él (11,18), Jesús no lo tiene de ellos. El texto, desde el primer momento, centra su atención en los dos protagonistas del relato: Jesús y sus adversarios.
Mientras caminaba por el templo, Jesús es abordado por las autoridades supremas de Israel. El movimiento de aproximación a Jesús de esas autoridades se describe en el texto griego en presente. Así insinúa Marcos que la actitud hostil de los dirigentes judíos respecto a la persona, mensaje y actividad de Jesús sigue vigente en su época y que, como entonces, procede de la mala fe.
Se le acercan los tres grupos que componían el Sanedrín o Gran Consejo (8,31), es decir, los exponentes del poder religiosos-político (sumos sacerdotes que era la aristocracia sacerdotal), del poder legal-intelectual (los letrados o escribas, que eran los teólogos y juristas) y los del poder económico (los senadores o ancianos, que eran los grandes terratenientes y la aristocracia civil). El hecho de que sea el Consejo en pleno el que aborda a Jesús para enfrentarse con Él, indica la gravedad de la situación.
Marcos menciona las tres categorías anteponiendo a cada una el artículo determinado “los”, que gramaticalmente totaliza a cada grupo. No es verosímil, sin embargo que quiera indicar que los 71 miembros del Sanedrín se acercaron a Jesús. Hay que pensar, sin duda, en una delegación. Pero al utilizar el artículo totalizante, quiere expresar la unanimidad de las facciones del Consejo en su oposición a Jesús.
De los tres grupos, los senadores son mencionados en último lugar, al contrario de 8,31, donde ocupaban el primero. Allí se hablaba del rechazo de Jesús y su muerte en el plano de la decisión: los senadores parecían ser los instigadores principales. Aquí se trata del enfrentamiento personal con Él en el templo, y los sumos sacerdotes, administradores de éste, y los letrados, cuyas escuelas se encontraban dentro de Él, pasan a primer plano. De hecho, Jesús había anunciado que su condena a muerte y la entrega a los paganos sería obra de estas dos categorías (10,33). Los senadores representan para Marcos algo así como el poder en la sombra, que utiliza a los otros dos grupos para llevar a efecto sus propósitos criminales contra Jesús.
Por otra parte, el hecho de que los tres grupos coincidan en el mismo lugar y momento y se acerquen juntos a Jesús, sugiere que estaban esperando a que éste se presentase en el templo para abordarlo. No describe Marcos un encuentro casual, sino el primer acto de un enfrentamiento preparado y calculado. Es casi una emboscada.
28 y se pusieron a preguntarle: ¿Con qué autoridad actúas así?, o sea, ¿quién te ha dado a ti la autoridad esa para actuar así?
Se acercan a Jesús como una comisión oficial, con el propósito de investigar. Ellos, como representantes del supremo órgano de gobierno de la nación (el Sanedrín), se consideran la autoridad legítima, avalada por Dios. Por eso, se creen con derecho a someter a Jesús a interrogatorio.
No vienen a dialogar con Jesús de forma amistosa, ni a informarse de las razones que lo llevan a actuar así. Su pretensión va más allá. A la vista de la actuación de Jesús en el templo y de su enseñanza, los sumos sacerdotes y los letrados buscaban, desde el día anterior, una manera de acabar con Él (11,18). Ahora, los representantes del Consejo en pleno, van a pedirle cuentas de su comportamiento, a desenmascararlo públicamente como un falso profeta y, a ser posible, a obtener de Él una declaración imprudente que les permita poder denunciarlo y condenarlo[1][1].
Se dirigen a Jesús omitiendo todo título. Ni siquiera le dan el de “Maestro” (12,14). No le reconocen ninguna autoridad. Tampoco utilizan ninguna fórmula de cortesía. Directa y bruscamente le hacen dos preguntas. La primera (¿con qué autoridad actúas así?) pretende averiguar qué clase de autoridad se atribuye a Jesús para hacer lo que hace. La segunda (¿Quién te ha dado a ti la autoridad esa para actuar así?), que explicita la anterior, versa sobre el origen de esa autoridad. Ambas preguntas se formulan en el texto griego con tono despectivo, como si Jesús fuera la última persona de podría pensarse que tuviera autoridad alguna.
También en la sinagoga de su tierra la gente se había hecho dos preguntas insidiosas sobre el origen del saber y de las actuaciones portentosas de Jesús (6,2b). La misma desconfianza muestran ahora los dirigentes sobre la autoridad que se atribuye Jesús en su actuación y el origen de ésta[2][2].
Por otra parte, la cuestión de la autoridad de Jesús ha aparecido ya antes en Marcos. Al comienzo de su ministerio, los fieles de la sinagoga de Cafarnaún reconocieron en su modo de enseñar una autoridad que no tenían los letrados, sus maestros oficiales. Y el pasaje de la curación del paralítico (2,1-13) ha mostrado claramente que la vida nueva que Jesús ofrece a los hombres dimana de la autoridad divina que posee (2,10). Por eso, Él puede conferir a los Doce autoridad sobre los demonios (3,15) y los espíritus inmundos (6,7). Ahora, sin embargo, los representantes del Sanedrín con su interrogatorio ponen en entredicho esa autoridad.
Los dirigentes no consideran ni por un momento si la actuación de Jesús estaba justificada, si su denuncia del templo el día anterior (11,17) correspondía a un abuso real o si cumplía textos de la escritura. (Zac. 14,21; Jer. 7,11). Como representantes del Consejo y encargados del buen funcionamiento de las instituciones se creen con derecho a pedirle explicaciones. Le exigen que justifique su actuación declarando qué clase de autoridad es la suya y quién la respalda. Intentan llevarlo al terreno jurídico. De hecho, piensan que la actuación de Jesús ha sido una usurpación de poder. Son ellos los garantes y custodios del orden y de la organización del templo; Jesús no es nadie para interferir en eso.
Hay que ver, sin embargo, en su insistencia sobre las cosas que hace Jesús, un contenido más amplio que las acciones del día anterior. Seguramente la afirmación está en relación con el conjunto de la actividad de Jesús y de la totalidad de su vida. La actuación de Jesús en el templo, centro de la institución judía, no ha hecho más que culminar una actividad y un enfrentamiento que se había prolongado durante toda su labor en Galilea (2,6-11.16-17.23-27; 3,1-6.22-30; 7,1-13). Las autoridades no pueden tolerarla y pasan a la acción. Quieren saber qué títulos ostenta Jesús para actuar así. No les importa la opinión favorable de la gente que lo ha aclamado como Mesías a su llegada a Jerusalén (11,9) y que ha acogido favorablemente su denuncia del día anterior. Ellos no están dispuestos a reconocerlo por Mesías; han optado ya contra Jesús y buscan sólo como llevarlo a la ruina (11,18a).
Considerándose custodios del orden establecido por Dios, piden credenciales a Jesús. Pero éste no tiene credenciales jurídicas. Su única credencial es su mensaje y su actividad liberadora, y lo pertinente de su denuncia del templo, apoyada por los profetas antiguos. Su caso es parecido al de estas grandes figuras carismáticas, de las que el Mesías había de ser culminación.
29 Jesús les replicó: Les voy a preguntar una sola cuestión; contéstenmela y entonces les diré con que autoridad actúo así.
30 El bautismo aquel de Juan, ¿era cosa de Dios o cosa humana? Contéstenme.
Ante la actitud inquisitoria de los dirigentes y su pretensión de juzgar con autoridad divina sobre la legalidad o no de cualquier actuación, Jesús va a proponerles una pregunta que descubra sus verdaderas intenciones y saque a la luz sus intereses reales. El hecho de que Marcos no introduzca sus palabras con el verbo “contestar” o “responder”, que se encuentra dos veces en la contra-pregunta de Jesús (vv 29 y 30) sino que utilice el simple “decir” indica que Jesús se dirige a sus oponentes en tono brusco, en consonancia con la brusquedad con que éstos se han dirigido a Él, y es además, señal de que Él no está dispuesto a dejarse intimidar por ellos. Los dirigentes le han hecho dos preguntas; a Él, para desenmascarar su mala intención, le basta una sola pregunta, que va a centrar el problema, aunque tiene la seguridad de que no se la responderán.
En su réplica, Jesús retoma las palabras que los dirigentes han usado en su primera pregunta (v28a y v29). Con eso Marcos llama la atención del lector sobre el punto central del episodio: la autoridad de Jesús.
Éste no se deja intimidar; se muestra dispuesto a responder sobre la autoridad que le asiste en su actuación, si ellos, a su vez, le contestan a la pregunta que les hace. Que responda a lo que le han preguntado depende ahora de la decisión de ellos. Pero además, les exige la respuesta, manifestando implícitamente que posee una autoridad superior a la de ellos. Es Él quien lleva ahora la iniciativa.
Al proponerles que se pronuncien sobre si el bautismo de Juan era cosa de Dios o cosa humana, Jesús los está poniendo ante el mismo dilema que estaba implícito en la segunda pregunta de ellos: si su autoridad proviene o no de Dios. Ha comprendido perfectamente que sus inquisidores quieren llevarlo al terreno jurídico, en el que Él, por carecer de títulos oficiales que respalden su actuación, estaría perdido. Por eso, con el dilema que les plantea, los sitúa en otro terreno; el profético o carismático. Si los dirigentes reconocieran que Juan, que carecía de títulos oficiales, era enviado de Dios, podrían también aceptar que la autoridad que tiene Jesús proviene de Dios.
Los dirigentes querían juzgar sobre el origen de la autoridad de Jesús, pero Él les dice que no pueden hacerlo sin decidir antes cual era el del bautismo de Juan. De hecho, el comienzo de la frase: “el bautismo aquel de Juan” enfoca la cuestión de la autoridad de Jesús desde una nueva perspectiva, la de la autoridad divina frente a la autoridad humana. Por otra parte, el relieve dado en el texto griego a las palabras “del cielo”, colocadas antes del verbo (“¿del cielo era o de los hombres?”), insinúa cual es la respuesta correcta al dilema que les plantea.
Es decir, la opinión que se tenga sobre Juan Bautista, que no poseía credenciales jurídicas. Jesús menciona “el bautismo de Juan”, pero no se refiere exclusivamente al rito, ya que éste no era más que la expresión de la enmienda o cambio de vida que pedía el Bautista. El objeto de la cuestión es el mismo Juan y su ministerio. Juan anunció la llegada de Jesús como “el más fuerte que él” (1,8), y la enmienda predicada por él (1,4) fue asumida por Jesús como condición para el reinado de Dios (1,15). Quien no hubiese hecho caso del mensaje de Juan no podía aceptar a Jesús.
De hecho, nadie puede juzgar ni comprender el mesianismo de Jesús si no ha entrado en la vía de la enmienda predicada por Juan (1,4), es decir, si previamente no ha roto con la injusticia. Los dirigentes son precisamente aquellos a los que Jesús ha tachado de “bandidos”, los que practican la injusticia y la explotación del pueblo, valiéndose de la institución religiosa que dirigen (11,17). Y está claro que ellos, los administradores de la “cueva de bandidos” en la que han convertido el templo, habían hecho caso omiso de la exhortación de Juan a la enmienda. De ahí, el aprieto en el que los pone Jesús con su pregunta.
31 Ellos razonaban entre sí, diciéndose: Si decimos “de Dios”, dirá “Y entonces ¿por qué razón no le creyeron?”.
32 Pero si decimos “cosa humana”… (Tenían miedo de la multitud, porque toda la gente pensaba que Juan había sido realmente un profeta).
Los dirigentes se muestran inseguros y ponderan entre ellos los pros y contras de cada alternativa. Descartan desde el principio la primera parte del dilema: que el bautismo de Juan hubiera sido cosa de Dios, pues admitirlo, habría significado auto inculparse y poner a Jesús en bandeja el reproche. De hecho, si hubieran reconocido que era de Dios, habrían debido aceptar la predicación de Juan y expresar con el bautismo el cambio de vida. Pero el dominio que ejercen sobre el pueblo y la explotación religiosa a que lo tienen sometido es la prueba evidente de que no habían renunciado a su injusticia. Han puesto sus ambiciones e intereses personales por encima de Dios y están dispuestos a defenderlos como sea. Para justificar su falta de fe en Juan, desearían que lo que Él pedía no era cosa de Dios, es decir, que Juan era un falso profeta. Pero tampoco se atreven porque también esto iría contra ellos mismos, pues el pueblo, al que tenían sometido, se les pondría en contra. Aunque la multitud no aparece en la escena, el temor que muestran los dirigentes a la opinión pública insinúa que la discusión entre ellos y Jesús se desarrolla en medio de la gente.
Es la segunda vez que aparece el miedo de los dirigentes. Antes tenían miedo a Jesús, que podría arrastrar a la multitud en contra de ellos (1,18). Ahora tienen miedo a la multitud misma, si contradicen una persuasión arraigada en ella. Jesús los ha puesto en una difícil alternativa; o delatar su propia injusticia o desafiar la opinión de la gente.
33 Y respondieron a Jesús: No lo sabemos. Jesús replicó: Pues tampoco yo les digo con qué autoridad actúo así.
Finalmente, responden a Jesús, pero en la alternativa, optan por no pronunciarse, mostrando su mala fe y el predominio de su interés personal. Ellos rechazan la enmienda, son opresores conscientes de su injusticia y no quieren rectificar. Sus motivaciones nada tienen que ver con Dios, cuya invitación han rechazado en la persona de Juan. Su táctica es política. Buscan sólo conservar su poder y proteger sus intereses; se mantienen en una postura ambigua que no los compromete. Pero eso les lleva de momento a no poder condenar, como pretendían, la actividad de Jesús ni desautorizarlo públicamente. Tendrán que tolerar su enseñanza y tenderle trampas para cazarlo. Más tarde, utilizarán la traición de un discípulo para tomarlo preso. Su respuesta es una retirada que los juzga, desenmascarando sus verdaderas intenciones.
Utilizando de nuevo la formulación que emplearon sus adversarios, Jesús se niega categóricamente a responder a la mala fe. Para introducir las palabras de Jesús, Marcos, no emplea tampoco aquí el verbo “responder”, pero tanto en la respuesta evasiva de los dirigentes, como en la negativa de Jesús a darles cuenta de su actuación, de nuevo, el evangelista usa el presente histórico, aludiendo sin duda a la situación de la comunidad cristiana de su tiempo respecto a los dirigentes de Israel. Ha fracasado el primer ataque de las autoridades contra Jesús. Aparentemente, se ha llegado a un punto muerto. Pero de suyo Jesús ha respondido en modo más clamoroso que si hubiese hecho una declaración solemne. Confundiendo a sus adversarios con la pregunta sobre el bautismo de Juan, afirma el origen divino de su propia misión. Ellos no tienen más remedio que admitirlo.
Jesús desafía así a las autoridades supremas de Israel, que se le han acercado con ánimo inquisitorial, intentando abrumarlo con su prestigio. No les reconoce autoridad alguna, ni responde al autoritarismo. No acepta que, movidos por malas intenciones, pretendan juzgar su actividad y oponerse a ella. El enfrentamiento es formidable: un carpintero de pueblo, que desde hace algún tiempo se dedica a reunir un grupo de seguidores y a ponerse de parte de los oprimidos social y religiosamente, cuestiona los fundamentos del sistema religioso judío. Una especie de líder carismático procedente de la despreciada Galilea, se permite desafiar al Consejo supremo de Israel, a los garantes de las instituciones, a las autoridades legítimamente constituidas, a los representantes de Dios. Y lo más sorprendente es que los reduce a la impotencia y al silencio.
[1] El objetivo de sus preguntas es tenderle una trampa a Jesús para hacerle decir cualquier cosa que pueda llevarlo a su destrucción
[2] Los adversarios ven en la acción de Jesús en el templo y en la palabra que la interpretaba, el signo de una insostenible presunción.