PARÁBOLA DE LA VIÑA Y LOS LABRADORES
1 Entonces se puso a hablarles en parábolas: Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó una atalaya, la arrendó a unos labradores y se marchó al extranjero.
2 A su tiempo envió a los labradores un siervo, para percibir de los labradores su tanto de la cosecha de la viña.
3 Y, agarrándolo, lo apalearon y lo enviaron de vacío.
4 De nuevo les envió otro siervo; a éste lo descalabraron y lo trataron con desprecio.
5 Envió a otro, y a éste lo mataron; y a muchos otros, a unos los apalearon y a otros los mataron.
6 Todavía tenía un hijo amado; se lo envió el último, diciéndose: “A mi hijo lo respetarán”.
7 Pero los labradores aquellos se dijeron: “Este es el heredero. ¡Venga!, lo matamos y será nuestra la herencia”.
8 Y agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
9 ¿Qué hará el dueño de la viña? Irá a acabar con esos labradores y dará la viña a otros.
10 Ni siquiera han leído el pasaje aquel: “La piedra que desecharon los constructores se ha convertido en piedra angular.
11 Es el Señor quien lo ha hecho: ¡Qué maravilla para los que lo vemos! (Sal, 118,22-23)
12 Estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que la parábola iba por ellos;pero tuvieron miedo a la multitud y, dejándolo se marcharon.
1 Entonces se puso a hablarles en parábolas: Un nombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó una atalaya, la arrendó a unos labradores y se marchó al extranjero.
Sin interrupción, Jesús se dirige a sus adversarios utilizando un lenguaje parabólico. Hablar en parábolas es el modo como Jesús se había dirigido a “los de fuera” cuando trataba del reinado de Dios (4,2.11.33). Aunque en esta ocasión no se habla expresamente del Reino, como se verá en la exposición que sigue, la parábola en cuestión tiene una estrecha relación con Él.
En el episodio anterior (11,27-33), Jesús ha puesto en evidencia la mala fe de los dirigentes, al preguntarles sobre la misión de Juan Bautista. Su respuesta interesada los incapacita para juzgar el caso de Jesús. Ahora, con esta parábola y su aplicación, va a responder a la cuestión que le habían planteado los representantes del Sanedrín sobre su autoridad (11,28), mostrándoles que son ellos los que, por su infidelidad a Dios, no tienen autoridad divina. Es Él, el Hijo amado de la parábola, el que tiene esa autoridad.
En la parábola, Jesús empieza citando un conocido pasaje de Is. 5,1-2. La cita es libre; elige los trazos principales de Isaías, pero introduce cambios. El enfoque de Marcos es distinto al de Isaías, en donde junto al propietario, aparece sólo la viña, objeto de todos sus desvelos, pero que en vez de responder a ellos, produce un fruto inaceptable. La viña lo es todo: objeto, primero, de amor y, luego, de rechazo. Ella es la culpable de la mala calidad del fruto. Por eso, su destino final será la destrucción (Is. 5,5-6)
El autor, en cambio, desdobla el contenido del símbolo, separando el aspecto positivo -la viña plantada y cuidada- del negativo -los malos frutos- que, en Isaías, estaban concentrados en la viña misma. La parábola no dice que la viña no produjera frutos apropiados, sino que el dueño no los recibe, porque los arrendatarios se niegan a dárselo. La culpa de esta situación no es achacable a la viña, sino a los labradores, que son los responsables de ella. Por eso, al final, el castigo recae sobre éstos.
En este evangelio, la viña es objeto únicamente de la solicitud del propietario, quien la planta y no escatima nada para que prospere y produzca fruto. Con relación a ella, no se habla de rechazo o destrucción.
Para Isaías, el propietario (“mi amigo”) representa a Dios, y la viña, como era tradicional, al pueblo de Israel (Is. 5,7). Para el autor, también el dueño (v9), designado primero como “un hombre”, representa a Dios, pero la viña no se identifica, sin más, con el pueblo de Israel. Esto lo vemos claramente por dos razones: Porque en este evangelio, como ya se ha indicado, al distinguir entre la viña y los arrendatarios, hace de ella una realidad enteramente positiva, y porque en la aplicación de la parábola, la viña se transfiere a otros.
Teniendo esto en cuanta, puede decirse que para el evangelista, la viña es figura del Israel fundado sobre la elección divina y la alianza con Dios (plantó una viña), y como tal, llamado a constituir una sociedad modélica para todos los pueblos de la tierra. En efecto, esa elección y esa alianza estaban en función de un proyecto: hacer de Israel un pueblo ejemplar, en el que reinara el derecho y la justicia (Is. 5,7), y a través del cual los demás pueblos pudieran llegar al conocimiento del verdadero Dios, estableciendo unas relaciones humanas acordes con su designio. Apuntaban, por tanto, a la implantación del reinado de Dios no sólo sobre Israel, sino sobre la humanidad entera. Por eso, cuando el proyecto divino fracasa con Israel, Dios no desiste de él, sino que lo ofrece a otros para que sean ellos los encargados de realizarlo. Esto explica que al final, la viña no sea destruida por el dueño, sino transferida a otros.
Como en Isaías, también en este evangelio, el propietario se desvive por su viña. Las atenciones y los cuidados que ésta recibe de él son, en Isaías, la prueba del amor de Dios para con su pueblo, Israel. El autor la muestra que el proyecto divino de vida y plenitud para todos (la viña), empezando por Israel, expresa el amor de Dios no sólo por este pueblo, sino también por toda la humanidad.
Un rasgo peculiar del autor respecto a Isaías es que el dueño arrendó la viña a unos labradores. Éstos no son los propietarios de la viña; hay un dueño (Dios) que está por encima de ellos y al que tienen que rendir cuentas. El desarrollo de la parábola hará ver que los labradores representan a todo Israel, aunque de manera particular, a los dirigentes, encargados de conducir al pueblo para que produzca el fruto que Dios espera de Él. Es decir, Dios ofrece su proyecto (la viña), primero, a Israel (los labradores), pero no a título de patrimonio, sino para que éste responda a su don dando el fruto adecuado.
La marcha del dueño refleja una práctica ordinaria en Palestina y en particular en Galilea. La de un propietario que arrienda una finca a unos labradores, estableciendo como condiciones del arriendo que le entreguen una parte de la cosecha. Lo deja todo en manos de los labradores; ellos serán responsables de cultivar la viña para que produzca sus frutos, en conformidad con la voluntad del arrendatario.
2 A su tiempo envió a los labradores un siervo, para percibir de los labradores su tanto de la cosecha de la viña.
3 Y, agarrándolo, lo apalearon y lo enviaron vacío.
El dueño, figura de Dios, aunque ausente, no se desentiende de la viña. Envía siervos para reclamar los frutos que le corresponden. En el lenguaje alegórico de la parábola, los siervos que el dueño va enviando, representan a los profetas. Hay que notar que éstos no eran enviados sólo a los dirigentes, sino también al pueblo, pidiendo a todo Israel que diese el fruto descrito por Is. 5,7[1]. Por eso los labradores de la parábola no constituyen sólo una representación de los dirigentes de Israel, sino que engloban también al pueblo. Es el pueblo entero, comenzando por sus dirigentes, que son los responsables de él, el que a lo largo de la historia ha ido rechazando a los enviados de Dios.
El dueño manda al primer siervo “a su tiempo”. En ese mismo “tiempo” serán enviados todos los demás siervos, por lo que el término (“kairós”) designa aquí, como en otros textos anteriores[2], el tiempo de la antigua alianza, dentro del cual Israel tenía que haber dado el fruto esperado por Dios.
El siervo enviado tiene por misión percibir de los labradores la parte de la cosecha que corresponde al dueño. Exigir parte del fruto marca el derecho de propiedad. Los labradores se niegan a entregarlo. Quieren vivir independientes del propietario, haciendo caso omiso de sus demandas. La relación que se establece entre el propietario y los labradores es de rebeldía; se niegan a cumplir su compromiso. Se comportan como si la viña fuera suya; no reconocen el derecho y la autoridad del dueño. De este modo, el lado negativo existente en la viña de Isaías se encarna en Marcos, en personajes humanos: los labradores.
El evangelista describe el comportamiento de los labradores con el primer siervo. Después de maltratarlo, lo mandan de vuelta sin haber podido cumplir el encargo recibido. Primera constatación del fracaso de la misión profética en Israel. Los profetas fueron enviados para denunciar la injusticia en que vivía el pueblo y reclamar los frutos que Dios esperaba de él. Pero los labradores no pueden darle la parte que le corresponde porque, en realidad, no tienen un fruto positivo que ofrecerle. El trato que dan a los siervos, opuesto a la justicia y al derecho, lo prueban sobradamente.
Como ya se ha indicado, los labradores representan a todo Israel, pero en primer término a los dirigentes, quienes dominan, desvían y corrompen al pueblo. Ellos son los principales responsables de que en el pueblo no haya justicia ni derecho (Is. 5,7). Lo que hacen con los enviados de Dios es la mejor expresión de su comportamiento habitual. Su conducta con los siervos delata su obstinación, su contumacia. Han suplantado a Dios, asumiendo la función que sólo a él le corresponde y haciendo coincidir su voluntad con la de ellos, como intérpretes del designio divino. Han tomado el puesto de Dios, pero no para amar o ayudar, sino para dominar, para imponer su modo de pensar y de actuar.
Ambos, el propietario y los labradores, “envían” al siervo, pero de formas distintas. El propietario para recabar el fruto; los labradores, lo envían de vuelta al propietario pero “de vacío”[3]. Para Dios nada; para ellos, todo. No reconocen el derecho de propiedad de Dios y reaccionan con violencia ante sus enviados. Pretenden usurpar lo que no les pertenece. Quieren apropiarse de una viña que no es suya, pero no para que produzca el verdadero fruto, sino para explotarla a su antojo.
Israel se fundó sobre la elección y la alianza con Dios, y Dios esperaba que su pueblo respondiese a su amor practicando la justicia y el derecho, creando una nuevas relaciones humanas, que fueran modélicas para los demás pueblos. Eso es lo que no ha encontrado, por culpa, sobre todo, de los dirigentes. A las distintas muestras de amor de Dios por su pueblo, manifestado en el envío de los profetas, Israel y en particular sus dirigentes, responde con una escalada de odio.
4 De nuevo les envió otro siervo; a este lo descalabraron y lo trataron con desprecio.
5 Envió a otro, y a éste lo mataron; y a muchos otros, a unos los apalearon y a otros los mataron.
El amor de Dios no cesa; envía otro siervo a los mismos labradores. La reacción de éstos es aún más violenta. Esta vez no sólo utilizan la violencia física, sino también la moral (“despreciar”). El desprecio es la justificación de su agresión contra el segundo siervo. Desprestigian al nuevo enviado de Dios; no lo reconocen como profeta. Ni siquiera se molestan en enviarlo de vuelta con las manos vacías, como lo hicieron con el primero, pues no dan por válida su misión.
A pesar de la guerra que le han declarado los labradores, el propietario insiste en sus demandas de frutos de justicia y derecho, enviando más siervos. El autor subraya el amor paciente de Dios por su pueblo; no reacciona con violencia ante el rechazo a sus enviados, sino que vuelve a interpelarlo una y otra vez. Pero la acción divina, que busca frutos de vida, encuentra una respuesta de muerte: “Envió a otro y a éste lo mataron”.
Ni siquiera ante esta violencia, Dios se da por vencido; Él sigue llamando, sin resultado alguno, a las puertas del corazón de su pueblo, para que se convierta y cambie de actitud. Como lo describe la parábola, al mucho amor se opone, sin justificación alguna, el mucho odio. Dios es el único dueño de la viña. El cometido de los labradores consistía en cuidarla para que ella misma diera fruto, no en apropiársela. Su función era subsidiaria: la viña la ha plantado el Señor, es Él quien le ha dado vida. Ellos tenían que favorecer la expansión de esa vida, el desarrollo de las potencialidades dadas, crear las condiciones para el fruto.
Pero los labradores, dirigentes y pueblo, han sido infieles a Dios a lo largo de la historia de Israel. El amor de Dios no ha cesado nunca, pero ellos no han correspondido a él, como lo prueba el maltrato y la muerte inflingida a sus enviados. Esa infidelidad continúa. El ejemplo de los dirigentes inficiona a todo el pueblo y se crea una sociedad sin justicia ni derecho. Hay un paralelo con la higuera estéril (11,13); la institución judía (templo) que debía producir fruto, no lo ha hecho; lo mismo ocurre con el conjiunto de la sociedad israelita.
6 Todavía tenía un hijo amado; se lo envió el último, diciéndose: “A mi hijo lo respetarán”.
7 Pero los labradores aquellos se dijeron: “Este es el heredero. ¡Venga!, lo matamos y será nuestra la herencia”.
8 Y agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
Viendo que con los siervos-profetas todo era inútil, el propietario-Dios apela al último recurso: el envío final y decisivo de su hijo amado. Con el término “amado/querido” o si se prefiere “único”, el evangelista está aludiendo sin duda alguna a Jesús (1,11; 9,7), el Mesías que no viene a tomar venganza, sino a ofrecer la salvación, a demostrar hasta donde llega el amor de Dios. Pese al continuo rechazo, siempre espera algo de los seres humanos, no los considera definitivamente endurecidos. Dios no se da por vencido. En Jesús, suprema manifestación de su amor, va a presentarse a su pueblo. Es, sin embargo, la última oportunidad. No habrá otra después de ésta, porque el Hijo es lo máximo que Dios puede dar; es la imagen exacta del Padre, posee su misma vida-amor, constituye su presencia entre los hombres. El “último” marca el final del plazo (“kairós”), el final de la antigua alianza.
El envío del Hijo debería convencerlos. Pero ellos ponen sus propios intereses por encima de los de Dios y, una vez más, se niegan a reconocer sus derechos. La expresión “los labradores aquellos” insiste en señalar a los responsables, recordándoles su posición subordinada.
Los labradores hablan entre ellos y llegan a una decisión común. Aunque saben quién es el nuevo enviado, lo ven como un rival, como alguien que puede privarlos de lo que, de hecho, han usurpado, y se proponen matarlo para excluir toda alternativa a su ambición de dominio y apropiación. Resolverían así la situación para siempre, matando al heredero, el último recurso del propietario, nadie más reclamaría la herencia y pasaría a sus manos, según las prácticas ordinarias entre propietarios y arrendatarios en Galilea.
La acción con la que piensan obtener su propósito va a ser común, y esto los hace a todos (dirigentes y pueblo) responsables de lo que va a ocurrir. Es una decisión consciente y compartida, que muestra hasta donde están dispuestos a llegar con tal de quedarse con la herencia. La herencia es un término técnico para designar a la tierra y al pueblo de Israel. Al matar al legítimo heredero, se apoderarían ilegítimamente de la herencia. El proyecto divino dejaría de ser así de Dios y pasaría a ser propiedad de ellos; suplantarían a Dios y asumirían sus funciones.
Inmediatamente pasan de la decisión a la ejecución. El evangelista utiliza los verbos “agarrar” y “matar” que, respectivamente abrían y cerraban la reacción violenta de los labradores ante los siervos. Indica así que lo que hacen con el heredero resume y culmina todo lo anterior. La maldad de los labradores llega a su colmo. No sólo echan mano del hijo y lo matan, sino que además ultrajan su cadáver, negándole una sepultura digna. Asesinan al hijo y heredero y encima, no se molestan ni en enterrarlo; arrojan su cuerpo fuera del cercado como a un perro, para que se lo coman las alimañas. Dicho en otros términos, excluyen definitivamente a Jesús del proyecto de Dios que, empezando por Israel (los labradores), tenía como objetivo la transformación de la humanidad entera.
Los que deberían aceptar a Jesús como el Mesías salvador de Israel, lo arrojan fuera de la sociedad israelita como enemigo del pueblo. Se comportan con Él igual que si se tratara de un maldito, un excomulgado o un impuro (Lv. 14,41). Al último y definitivo enviado de Dios lo eliminan hasta de su memoria (ausencia de sepultura), como si nunca hubiese existido en Israel. Frustran así para siempre el plan divino sobre ese pueblo.
Dirigentes y pueblo han maltratado y asesinado sucesivamente a los enviados que, de parte de Dios, les recodaban las exigencias divinas. Finalmente asesinan también al Hijo, matando con Él la última esperanza. Así traicionan el plan de Dios sobre Israel; renuncian a su historia, que arranca de la elección divina y de la alianza con Dios. El asesinato del Hijo es un intento de eliminar a Dios mismo. Al enfrentarse con Él y rechazarlo en la persona de Jesús, dejan de ser el pueblo de Dios. No se dan cuenta que, matando a Jesús, el Mesías, firman ellos mismos su sentencia de muerte. Al intentar apoderarse del proyecto de Dios, van a provocar la destrucción de Israel como nación.
9 ¿Qué hará el dueño de la viña? Irá a acabar con esos labradores y dará la viña a otros.
Tras la parábola viene la aplicación. Con una pregunta, formulada en futuro, Jesús invita a los representantes del Sanedrín a juzgar el comportamiento de los arrendatarios y a calcular sus consecuencias. Su invitación a que ellos mismos emitan un veredicto, evoca la de Is. 5,3. La palabra “el dueño”, que aparece en la pregunta y que se refiere al “hombre” del principio de la parábola traduce el griego “Kyrios”, “Señor”, título propio de Dios, y se opone a la pretensión de los labradores de adueñarse definitivamente de la viña. Si éstos pensaban que, matando al heredero se apoderarían de ella, están completamente equivocados. La viña sigue teniendo un dueño: Dios, que está por encima de ellos y les hará pagar su crimen.
Jesús no espera la respuesta. Él mismo saca las consecuencias. Nótese que en esta ocasión, el autor no emplea el verbo “matar”, usado varias veces en la parábola, sino el verbo “acabar con/destruir”, que indica el aniquilamiento total. Como en Is. 5,5, el resultado será la completa destrucción de los malvados. El crimen de aquellos labradores tiene el efecto diametralmente contrario al pretendido por ellos. No sólo no logran adueñarse de la viña, sino que lo que han hecho los conducirá a su absoluta perdición. Es decir, los dirigentes judíos y el pueblo, al matar al Hijo, se labran su propia ruina. Su contumacia los lleva a la destrucción de Israel como nación y de sus instituciones. Pero esto no supondrá el fin del proyecto divino que, arrancando de Israel, miraba a la humanidad entera. Dios intervendrá para salvar su viña-proyecto y “se la dará a otros”. El horizonte del texto se abre a los paganos.
Por causa de la infidelidad de los dirigentes y el pueblo, plasmada en la parábola en el comportamiento de los viñadores, Israel, pese a la elección y la alianza divinas, no desembocará en el reino de Dios. La responsabilidad principal de este desenlace la tienen los dirigentes, que han deformado y corrompido las instituciones y la sociedad judía, arrastrando consigo al pueblo en su rechazo a las exigencias divinas. Por eso, el proyecto de Dios pasa a otras manos. Va a cesar el papel de Israel como pueblo elegido. Otros pueblos lo asumirán y serán los encargados de ir haciendo realidad el reinado de Dios en la historia.
El profeta Jeremías había anunciado ya la sustitución de la antigua alianza por una nueva (Jer. 31,31-34) y algunos textos del AT. apuntaban a la existencia universal de la alianza con Dios (Gen 9,8-17; Is. 56,7). El cambio de alianza, que no tenía porqué haberse realizado de manera traumática, de hecho, no sólo no se hace de forma pacífica, sino violenta. La oposición y el rechazo a Dios por parte de Israel, y sobre todo de sus dirigentes, que se comportan como bandidos (11,17), han llevado a esta situación.
10 Ni quiera han leído el pasaje aquel: “La piedra que desecharon los constructores se ha convertido en piedra angular.
11 Es el Señor quien lo ha hecho: ¡qué maravilla para los que lo vemos! (Sal, 118,22-23)
Jesús usa el sarcasmo para demostrar a sus interlocutores que leen selectivamente la Escritura y que no consideran los textos, que contradicen su propósito dominador y su ideal triunfalista. Leen la Escritura no para aprender de ella, sino para afianzar sus posiciones.
Confirma Jesús lo expuesto en la parábola con la cita del Sal 118,22, que utiliza la metáfora de la construcción. Los dirigentes judíos pretenden construir su edificio/institución, prescindiendo de la piedra angular (Jesús el Mesías) que Dios había designado. Esta piedra que han desechado, corresponde a “lo arrojaron fuera” de la parábola. Los “constructores” están en paralelo con los labradores, pero la metáfora cambia. Aquí se trata del edificio que han erigido sin apoyarse en la piedra que Dios tenía destinada a ser piedra angular. LA expresión destaca la función y la responsabilidad de los dirigentes que son los encargados de ir edificando al pueblo sobre las bases puestas por Dios.
El Antiguo Testamento estaba orientado hacia el cumplimiento de la promesa del Mesías. Pero, a lo largo de la historia, Israel ha ido rechazando a los enviados de Dios que tenían por cometido prepararlo para la época mesiánica. Por eso cuando llega el Mesías, es completamente rechazado por aquellos que, en teoría, tenían que estar preparados para acogerlo. La culpa de esto la tienen los dirigentes, que han ido creando en Israel una estructura social y religiosa contraria al plan de Dios. La construcción que han levantado no es válida, por haber prescindido de la piedra elegida por Dios. Pero Él se formará un nuevo pueblo, edificado sobre Jesús, que abarcará, en principio, a la humanidad entera.
El cambio de alianza y la constitución del nuevo pueblo, incluyendo la desaparición de las antiguas instituciones, es voluntad de Dios mismo. No se hace por designio humano, sino que es obra del Señor y aparece como una maravilla para los que lo contemplan. Es la nueva demostración de la fidelidad de Dios. Indica la experiencia de los que pertenecen a la nueva comunidad universal.
El uso del término “Señor” (“Kyrios”) pone en relación estos versículos con la parábola anterior. De hecho, éstos anuncian el desenlace previsto por Dios: la muerte del Hijo no significará el fin de su misión. Tras su resurrección, Él va a ser el eje del nuevo proyecto universal, en el podrán integrarse los judíos. La infidelidad del hombre no limita la generosidad de Dios. El rechazo dará pie a una nueva muestra de su amor: la resurrección de Jesús y la formación de la nueva comunidad universal. Esta es la gran maravilla. El reinado de Dios va a realizarse a pesar de la oposición de Israel.
12 Estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que la parábola iba por ellos; pero tuvieron miedo a la multitud y, dejándolo se marcharon.
Los representantes del Sanedrín han comprendido el sentido de la parábola. Se dan cuenta de que iba por ellos. La parábola encerraba una denuncia de toda la historia de Israel que les afecta de manera especial a ellos, que son los que rigen los destinos de ese pueblo en el presente. Ha dejado al descubierto la disposición interior que los mueve y el deseo homicida que llevan dentro. Por medio de la parábola, han quedado completamente desautorizados. Ellos que, atribuyéndose autoridad divina pretendían juzgar acerca de la autoridad de Jesús (11,18), son enemigos de Dios y, por tanto, no pueden hablar ni actuar en su nombre. Pero la realidad denunciada no los hace reflexionar, sino que los incita a usar la violencia. Quiren apresar a Jesús, pero no se atreven. Los detiene el hecho de que la multitud está de su parte.
Antes tenían miedo de Jesús, porque podía amotinar a la multitud contra ellos (11,18). Más tarde no se pronuncian sobre la cuestión que les plantea Jesús acerca del bautismo de Juan por miedo a enfrentarse a la opinión de la gente (11,29). Ahora temen a la multitud, por la popularidad de que goza Jesús. Siempre es la opinión popular la que detiene su acción.
Actúan en función de su propia seguridad. Temen todo alboroto que pueda poner en peligro su poder. Saben que no son queridos. Los motivos de su conducta miran siempre a ellos mismos y a su posición, nunca al bien del pueblo.
Si toman medidas contra Jesús, confirmarán ante la multitud que son ellos los descritos en la parábola como asesinos. Ante una situación tan peligrosa, optan por marcharse y dejar a Jesús allí. Se retiran hasta una nueva ocasión, pero sin desistir de su empeño de acabar con él.
[1] “Esperó derecho… espero justicia” cf. Os. 10, 12 y Am. 6,12
[2] Mc. 1,15; 11,13
[3] Significa “con las manos vacías”.