EL LETRADO: EL MANDAMIENTO PRINCIPAL
28 Se le acercó un letrado que los había oído discutir; viendo lo bien que les había respondido, le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?
29 Respondió Jesús: El primero es: “¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor;
30 por eso amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza”.
31 El segundo es este: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mayor que éstos no hay ningún otro mandamiento.
32 El letrado le dijo: ¡Muy bien, Maestro!. Es verdad lo que has dicho, que es uno solo y que no hay otro fuera de Él,
33 y que el amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento y con toda la fuerza y el amar al prójimo como a sí mismo está por encima de todos los holocaustos y sacrificios.
34 Viendo Jesús que había respondido inteligentemente, le dijo: No estás lejos del reinado de Dios. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
28 Se le acercó un letrado que los había oído discutir; viendo lo bien que les había respondido, le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?
Siguen presentes los interlocutores de Jesús de las dos controversias anteriores (12,13-17.18-27). Hasta ahora se han presentado grupos (fariseos, herodianos y saduceos); ahora lo hace un individuo, un letrado o un escriba, especialista en la interpretación de la Ley, que, según el esquema de Marcos es fariseo (2,16) y forma parte del círculo de los adversarios de Jesús (11,27b).
El letrado se adelanta y se dirige a Jesús (“Se le acercó”). Es un canonista insatisfecho con la doctrina dominante. No pretende comprometer a Jesús, pero, viendo la maestría con que éste interpreta la Escritura, quiere saber lo que opina sobre una cuestión difícil (“le preguntó”). La forma como el autor introduce el episodio: acercamiento del personaje a Jesús y pregunta a éste,indica que, como en aquellas ocasiones, la cuestión planteada ahora aborda un problema debatido entre las diferentes escuelas teológicas del judaísmo de la época.
Para dirigirse a Jesús, el letrado no usa ninguna fórmula de cortesía; al contrario que los grupos anteriores (12,14.19), no abre su pregunta llamándolo “Maestro”. Este hecho y su posterior aprobación entusiasta de la respuesta de Jesús (v. 32), indican que tiene ya formada su opinión sobre el tema de su pregunta y quiere ver si la de Jesús coincide con la suya, Jesús. Ha estado brillante en su controversia con los saduceos, como el mismo letrado lo reconoce (“viendo lo bien que les había respondido”). Si lo llamara “Maestro” al principio, tendría que aceptar o, al menos, respetar la opinión de Jesús, aunque fuera contraria a la que él mantiene. Por eso se reserva el designarlo así; le dará o no el título de “Maestro” una vez oída su respuesta.
La objetividad de este hombre, en su juicio sobre la actuación de Jesús con los saduceos, que ha corregido al mismo tiempo la idea de los fariseos sobre la resurrección, es la que le permite acercarse a Él. Sabe ver los hechos como son; no tiene lealtades que estorben su visión de la realidad.
El fondo de su pregunta es éste: según la tradición de Israel, ¿qué es lo más importante para Dios?, ¿cuál es la expresión suprema de su voluntad? y, por lo tanto, lo primario en el comportamiento del hombre.
La cuestión era debatida en las escuelas. Los rabinos contaban en la Ley 613 mandamientos. Prevalecía la opinión de que el solo precepto del sábado tenía tanto peso como todos los demás mandamientos de la Ley juntos. La pregunta del letrado se plantea de modo teórico; pretende que Jesús, tan acertado en sus respuestas, tome posición en este debate.
29 Respondió Jesús: El primero es: “¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor;
30 por eso amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza”.
Jesús comienza su respuesta citando el llamamiento de Dt. 6,4-5 (“¡Escucha, Israel!”). Así empezaba el “Shema”, profesión de fe que los judíos piadosos recitaban dos veces al día, mañana y tarde.
Las palabras introductorias: “¡Escucha, Israel!”, no eran, sin embargo, necesarias para responder a la pregunta del letrado. Se ve que Jesús no solamente va a enunciar el mandamiento, sino que va a proclamarlo, haciendo suya la exhortación de Moisés al pueblo. Pero no nombra a Moisés ni cita explícitamente la Escritura; Él mismo hace el llamamiento a todo Israel, invitándolo implícitamente a la encomienda (1,15).
En el “Shema”, el precepto del amor no tenía el suficiente relieve, pues estaba ahogado en otras prescripciones y advertencias. De hecho, además de las dos bendiciones iniciales y la bendición final, comprendía Dt. 6,4-9 (precepto de amar a Dios), Dt. 11,13-21 (principio de la retribución, premio y castigo) y Nm. 15,38-41 (precepto de llevar borlas en el manto).
Jesús, en cambio, destaca el mandamiento que resume la actitud exigida por Dios respecto a Él en la antigua alianza. Está interpretando el sentido profundo de la Ley. Recuerda a Israel que su único Señor es Dios, no los dirigentes que explotan al pueblo (11,17), ni el César que lo somete (12,16).
Consecuencia y exigencia de la unicidad de Dios como Señor es el amor total del hombre a Él, amor que significa entrega y fidelidad. Interiormente, el israelita ha de estar orientado hacia Dios con toda su realidad: el corazón, que denota la inteligencia y los sentimientos; el alma, es decir, la vida, la existencia individual y concreta; la mente, la facultad para comprender o la manera de pensar; y la fuerza, la capacidad de actuar, poniéndola toda al servicio del plan de Dios. Como se ve, entre los tres miembros que figuran en Dt. 6,4-5 (“corazón”, “alma”, “fuerza”), Jesús intercala otro, mente, que explicita y subraya una de las denotaciones de corazón.
Es posible que con ello quiera recordar a Israel su contumacia (10,5), es decir, la oposición de sus ideas a las de Dios y la terquedad en mantenerlas, para exhortarlo a rectificar. La enumeración, sin embargo, es ante todo una manera retórica de expresar que el hombre entero se debe a Dios.
Con su proclamación, Jesús pide a Israel que rompa con todos los otros señores, los que él ha denunciado antes. El mandamiento es tan exclusivo que no admite simultáneamente otras vinculaciones. El amor a Dios expresa el reconocimiento de su señorío y lo hace realidad, centra al hombre en Dios y lo identifica con su voluntad. Los intereses de Dios se hacen intereses del hombre.
“Dios” es denominación absoluta; “Señor”, relativa. La relación del israelita con ese Señor es la de obediencia (Ex. 24,7; Dt. 11,13-15.26-28; 30,15-18; Jos. 24,24), pero no basada en la imposición ni en el temor, sino en una relación personal y profunda con él (amor), que ha de traducirse en una conducta acorde con su voluntad.
31a El segundo es este: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
La respuesta de Jesús rebasa la pregunta del letrado: el mandamiento primero de todos no es uno sólo, va unido a un segundo del que no se puede disociar; en la antigua alianza el amor-fidelidad a Dios era inseparable del amor-lealtad al prójimo. Para ser verdadero, el amor a Dios tenía que traducirse en amor al hombre. La relación con Dios, expresada en el primer mandamiento, ha de reflejarse en el comportamiento con los seres humanos; tiene esa consecuencia necesaria.
Para enunciar el segundo mandamiento, Jesús cita el texto de Lv. 19,18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, que no estaba incluido en el “Shema”. En este texto del Levítico, el prójimo se refiere a los compatriotas, aunque en Lv 19,34 se extiende a los inmigrantes extranjeros; es posible que en épocas posteriores no se entendiese el mandamiento en sentido tan restringido.
Tal como lo formula el Levítico, el paradigma del amor al prójimo era el amor a sí mismo; es decir, cada uno encuentra en sí la norma de la propia conducta con los demás. Los bienes que desea para sí mismo debe desearlos para los otros; lo que él procura evitar para sí debe procurar evitarlo para los demás. Sin embargo, la expresión “como a ti mismo” fue ordinariamente entendida en el judaísmo en sentido de abstención, es decir, no hacer al prójimo lo que uno no querría que le hiciesen a él. Dios era el valor absoluto (“con todo tu corazón...”); el hombre, relativo (“como a ti mismo”). El segundo mandamiento tendía a crear condiciones de convivencia humana; su práctica habría sido la preparación para la plenitud del reino mesiánico.
Por esta unión de los dos mandamientos queda patente que el amor a Dios no lleva de por sí a la expresión religiosa, sino al comportamiento ético. De los contenidos del Antiguo Testamento Jesús corrobora la línea profética, dejando de lado la cultual o sacerdotal (cf. 1Sam. 15,22; Ez. 1,11; Os. 6,6; Sal. 51,20-21; 40,7; Prov. 21,3: 16,7).
31b Mayor que éstos no hay ningún otro mandamiento.
Con esta declaración final relativiza Jesús todos los demás mandamientos y preceptos, que aparecen como secundarios, accesorios, dispensables. Son los dos que ha mencionado los que deben regular la vida del israelita; ninguna otra práctica es esencial. Jesús echa así abajo la pretensión de muchas piedades religiosas, entre ellas la farisea, que se imaginaban honrar a Dios mientras se olvidaban del hombre.
32 El letrado le dijo: ¡Muy bien, Maestro!. Es verdad lo que has dicho, que es uno solo y que no hay otro fuera de Él,
33 y que el amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento
y con toda la fuerza y el amar al prójimo como a sí mismo está por encima de todos los holocaustos y sacrificios.
El letrado se había acercado a Jesús al ver la pertinencia de su respuesta a los saduceos (v. 28: bien) y vuelve a expresar su aprobación por la respuesta que Jesús le ha dado a él (v. 32: Muy bien). Este hombre, docto en la Escritura (vv. 28.32: letrado), sabe leerla y comprenderla, y reconoce que las palabras de Jesús son el compendio de la antigua revelación. Ahora, viendo que ha confirmado su propia opinión, lo llama Maestro. Desde el punto de vista doctrinal, se pone decididamente del lado de Jesús.
En su respuesta, el letrado corrobora lo dicho por Jesús (“Es verdad lo que has dicho”) y reitera sus palabras, aunque omitiendo la introducción: Escucha, Israel, y no mencionando a Dios, por respeto hacia Él. No pretende exhortar a Israel, quiere sólo reafirmar y glosar lo dicho por Jesús. De hecho, añade a la declaración de que Dios es uno (que es uno solo) la frase no hay otro fuera de él, uniendo Dt 6,4 y Dt 4,35, y subrayando fuertemente la unicidad de Dios; es la formulación negativa de la hecha por Jesús: es el único ´señor (v. 29). Como en Dt 6,5, usa una división tripartita (corazón… entendimiento… fuerza), pero, en lugar de alma y mente, como ha dicho Jesús, dice sólo entendimiento; pone así el acento sobre el conocimiento, no sobre la vida (alma).
Hay que notar, sin embargo otra diferencia entre la formulación del mandamiento primero que hace Jesús y la que expresa el letrado. La de Jesús, siguiendo a Dt. 6,5, está personalizada (nuestro Dios… tu corazón… tu alma… tu inteligencia… tu fuerza); la del letrado, no. Usa una forma infinitiva impersonal (el amarlo), en lugar de personal (amarás). De hecho, no se siente interpelado por él. No dice: “nuestro Dios,” “nuestro corazón, etc.”, que sería la respuesta personal de un israelita; suprime los posesivos. Lo mismo hace con el segundo mandamiento: en lugar de “como a nosotros mismos”, lo pone en tercera persona (“como a sí mismo”). La pregunta que dirigió a Jesús (v.28) era, pues, teórica, de escuela, no vital.
La relativización hecha antes genéricamente por Jesús: “Mayor que éstos no hay ningún otro mandamiento”, el letrado la refiere, concretándola, a los “holocaustos y sacrificios”. Estos ritos, que pretendían asegurar la relación del israelita con Dios, quedan subordinados al amor a Dios a prójimo que son los que verdaderamente unen con él.
Deprecia así la praxis ritualista de la religión a favor de su componente interior, el amor a Dios, y de la relación con el prójimo. Pone la religión personal y espontánea por encima de los ritos estereotipados. El culto religioso según la Ley pierde importancia. El letrado invierte así la escala de valores existente, según la cual el objeto primordial de la vida del hombre era dar culto a Dios; como Jesús, se alinea con los profetas en detrimento de los sacerdotes. En sus palabras de reconocimiento de que el amor a Dios y al prójimo supera todo acto de culto (esta por encima de todos los holocaustos y sacrificios) resuenan una serie de textos del AT, de inspiración profética.
En el templo, donde están Jesús y el letrado, se pretende dar culto a Dios mientras se oprime y explota al pueblo; se ignora el amor al prójimo y, con ello, se falsea el amor a Dios.
34a Viendo Jesús que había respondido inteligentemente, le dijo: No estás lejos del reinado de Dios.
Jesús aprecia la respuesta del letrado. La frase. “Viendo que había respondido inteligentemente”, está en paralelo con la que el letrado pronunció sobre Jesús en v. 28 (“viendo lo bien que les había respondido”). Jesús ve en él un hombre que sabe reconocer la verdad. Quiere darle la oportunidad de dar el paso definitivo.
El reinado de Dios está cerca (1,15) y, en palabras de Jesús, su interlocutor no está lejos de él. Poner al hombre como valor supremo después de Dios y comprender que son indisociables la relación con Dios y la relación con el hombre, como ha hecho el letrado, acorta esa distancia. Con sus palabras (“no estás lejos”), Jesús le abre el horizonte del reinado de Dios, que deja atrás toda la antigua época (1,15: “ha terminado el plazo”). Hasta ahora, este hombre ha comprendido en el terreno teórico; la mención del “reinado” lo invita implícitamente a dar un paso más.
El texto, sin embargo, no indica ninguna reacción del letrado. Lo lógico sería preguntar a Jesús cómo podría superar la distancia que lo separa del reinado de Dios. Lo mismo que su primera aprobación de la respuesta de Jesús a los saduceos lo llevó a acercarse a él y preguntarle (v.28), así su segunda aprobación de las palabras de Jesús (v32: ¡Muy bien, Maestro!) habría debido disponerlo a prestar atención a su anuncio, Pero no la hace; se conforma con encontrar la solución a la cuestión de escuela. No aspira a ese reinado que le anuncia Jesús: permanece dentro de su tradición, sin deseo de novedad.
El letrado reconoce a Jesús como experto a quien consultar en un problema teórico, pero no como guía a quien seguir. Sin embargo, con la mención del reinado de Dios, Jesús le está indicando que la revelación que conoce por la Escritura no es algo absoluto, sino relativo; que necesita dar un paso más. El tiempo de la antigua alianza (1,15;11,13) era de preparación y ya ha terminado. Pero el letrado no lo comprende o no lo acepta; considera lo transitorio como definitivo.
Por eso Jesús ha estimado solamente la inteligencia de su respuesta. Comprender dónde está lo esencial es ya una ventaja y abre la posibilidad de opción. Con la mención del reinado de Dios, Jesús le ha dado la ocasión de hacerla. En ese caso, tendría que romper con el grupo al que pertenece, el de los que quieren matar a Jesús por la denuncia que ha hecho (11,17-18).
Resumiendo: En medio del templo, Jesús ha repetido en otros términos su primera proclamación en Galilea: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reinado de Dios”. Enmendaos y tened fe en esta buena noticia (1,15). La exhortación a la enmienda la ha hecho con el llamamiento a Israel (“¡Escucha, Israel!”), que ha pronunciado como suyo y que atañe de manera particular a los dirigentes, cuyo comportamiento ha puesto al descubierto con la parábola de los viñadores (12,1-9). Al mismo tiempo, anuncia el reinado de Dios, dejando entrever su inminencia.
En cuanto al letrado, que pertenece a la élite de la intelectualidad judía, el tenor de sus palabras hace ver que no ha aplicado a su persona la llamada a la enmienda; luego, con su falta de reacción, muestra que tampoco tiene fe en el anuncio del reinado de Dios. Es un teólogo especulativo, que no traduce en su vida las conclusiones a las que lo lleva su ciencia.
34b Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Al ver el acierto y el rigor de las respuestas de Jesús, que ha puesto en su sitio a fariseos y herodianos (12,13-17), a los saduceos (12,18-27) y zanjado la difícil cuestión propuesta por el letrado, “nadie se atrevía a hacerle más preguntas”. El interrogatorio a que se ha visto sometido por unos y por otros ha terminado y Jesús ha salido airoso de la prueba.
Todos ha sido invitados a la enmienda, pero nadie reacciona ni se compromete a cambiar de vida. No atreverse a preguntar significa que temen a las respuestas que Jesús pueda darles; perciben en ellas un peligro: los desmontaría de sus posiciones, exigiéndoles a todos la renuncia a la injusticia y, a los dirigentes, a la explotación del pueblo.
RESUMEN:
En esta perícopa, Jesús no está definiendo lo que tiene que ser el cristiano, sino lo que habría debido se el juicio. En el Antiguo Testamento el absoluto era Dios, un absoluto externo al hombre, al que éste debía darse por entero; un Dios al que el hombre puede ofrecer y, de hecho, debe entregar su persona. Por otra parte, el ideal de amor al prójimo que el Antiguo Testamento propone. “amarlo como a uno mismo”, establece el carácter relativo de ese amor, que no lleva a la entrega personal: no hay que darse a los otros como uno se da a Dios (“con todo el corazón”); la limitación humana (“como a ti mismo”) se proyecta en el amor a los demás.
Con Jesús el planteamiento cambia: no es el hombre quien tiene que darse a Dios, es ante todo Dios quien se da al hombre, comunicándole su propia vida, el Espíritu, y haciéndolo hijo suyo (1,11: “Tú eres mi Hijo”). En correspondencia con ese amor de Dios se ha entregado a uno mismo. Es decir, el Hombre, a semejanza de Dios, ha de darse a los otros con un amor sin medida y sin condiciones, dispuesto a arrostrar, si fuera preciso, la muerte misma, como lo hará Jesús (10,45).