DOCTRINA DE LOS LETRADOS: EL HIJO/SUCESOR DE DAVID
35 Reaccionando Jesús, preguntó mientras enseñaba en el templo: ¿Cómo dicen los letrados que el Mesías es hijo de David?
36 David mismo, dijo movido por el Espíritu Santo: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies” (Sal. 110,1)
37a David mismo lo llama “Señor”; entonces, ¿de dónde sale que es hijo suyo?
37b La multitud, que era grande, lo escuchaba con gusto.
35 Reaccionando Jesús, preguntó mientras enseñaba en el templo: ¿Cómo dicen los letrados que el Mesías es hijo de David?
36 David mismo, dijo movido por el Espíritu Santo: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies” (Sal. 110,1)
37a David mismo lo llama “Señor”; entonces, ¿de dónde sale que es hijo suyo?
37b La multitud, que era grande, lo escuchaba con gusto.
35 Reaccionando Jesús, preguntó mientras enseñaba en el templo: ¿cómo dicen los letrados que el Mesías es hijo de David?
Después de las controversias y preguntas, Jesús reanuda su enseñanza. Como el día anterior (11,17), su enseñanza se dirige, dentro del templo, a la gente en general. No se ve la razón por la que Marcos, repite que la enseñanza de Jesús tiene lugar en el templo, si no ha salido de allí (11,27b). Sin embargo, teniendo en cuenta el apelativo “Señor” que va a aplicarse al Mesía (36-37), puede haber aquí una alusión a Mal. 3,1: “De pronto entrará en su templo el Señor que buscáis”.
La frase inicial: “Reaccionando Jesús”, pone esta perícopa en inmediata conexión con la anterior. De hecho, Marcos, afirma que la pregunta de Jesús es una reacción, y la mención en ella de los letrados lleva a pensar en el letrado que acaba de plantearle la cuestión sobre el mandamiento principal (12,28).
Antes Jesús había alabado la inteligente respuesta de aquel letrado (12,34a). Pero este hombre no reaccionó a las palabras de Jesús de que no estaba lejos del reinado de Dios (12,34b), que contenía una invitación implícita a darle la adhesión. Lo reconoció por Maestro (12,32), pero no por Mesías. Ahora Jesús, ante el pueblo, va a señalar el obstáculo que impide a los letrados ese reconocimiento: precisamente la idea que ellos tienen del Mesías. Y, como los letrados, por su función docente, gozan de tantas influencia en el pueblo, impiden la adhesión de éste a Jesús.
La cuestión del mesianismo de Jesús estaba pendiente desde la entrada en Jerusalén y la aclamación mesiática de la multitud (11,9s). Ahora Jesús la aborda, y lo hace poniendo públicamente en duda la validez de la doctrina que los letrados enseñan al pueblo sobre el Mesías, al que llaman “hijo de David”.
En la pregunta de Jesús, la expresión “hijo de David” no lleva artículo. Como denominación de origen, Jesús quiere sólo saber con qué fundamento los letrados enseñan que el Mesías tiene por padre a David. La formulación interrogativa (“¿Cómo dicen los letrados…”) suscita la duda sobre la legitimidad de esa enseñanza.
Aunque la expresión “hijo de David” no aparece en el Antiguo Testamento, muchos de los textos que hablaban de la dinastía davídica se habían aplicado al Mesías[1]. Las promesas hechas a David sobre su descendencia incluían las sucesión en el trono. Ser “hijo de David” implicaba también ser su sucesor o heredero.
Pero hay más. En las lenguas semíticas, “hijo de” no significa solamente ser descendiente de alguien, sino, sobre todo, tener por modelo al padre y comportarse como él, con sus mismos criterios y sus mismas líneas de conducta. El que no actúa así, aunque sea descendiente, no puede llamarse “hijo”. De este modo, el apelativo “hijo de” tiene más carga de “semejante a“ que de “engendrado por”.
Sobre los textos citados y sobre este significado como un segundo David, como un rey guerrero y victorioso, que restauraría la gloria de Israel como nación, liberando con la fuerza al pueblo del dominio extranjero. Su venida estaría precedida por la de Elías, que habría de poner todo en orden antes de la manifestación del Mesías (9,11-13)
La gente había aclamado a Jesús a las puertas de Jerusalén, viendo en él a ese Mesías objeto de la expectación judía e identificado su llegada con la del “reinado de nuestro padre David” (11,9-10). Tal había sido también la invocación del ciego, figura de los discípulos, a la salida de Jericó (“hijo de David, Jesús”). Ésta fue además la idea mesiánica de Pedro, rechazada por Jesús como “la de los hombres”, en contraposición a “la de Dios” (8,33).
Jesús no niega que el Mesía sea descendiente de David. Pero no es eso lo que cuenta. Lo importante es si va a seguir el modelo de David. Esa es la doctrina que enseñan los letrados y que Jesús va a desautorizar.
36 David mismo, movido por el Espíritu Santo, dice: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies”.
Jesús va a refutar la doctrina de los letrados mediante un texto de la Escritura, con palabras atribuidas a David mismo. Cita el Sal 110,1, texto bien conocido, del que Jesús afirma que fue pronunciado bajo la inspiración del Espíritu, lo que equivale a decir que refleja el designio de Dios (8,33).
El texto del salmo habla de la entronización celeste de un personaje (“sientate”…”mi Señor”), quien le confiere la condición divina (“a mi derecha”). Su realeza es la misma de Dios, y éste se encarga de someterle sus enemigos (“hasta que ponga tus enemigos bajo tus pies”). Esta última frase está en relación con 12,9, donde se describía la intervención del dueño de la viña (Dios), que acabaría con los labradores asesinos (Israel y, en particular, sus dirigentes).
El texto citado, si se interpreta mesiánicamente, como hace Jesús, afirma que el Mesías (“mi Señor”), al estar sentado a la derecha de Dios (“el Señor”), tiene su misma autoridad y está investido de la realeza divina. Su función no será someter por la fuerza a sus adversarios, como hacen los poderosos de este mundo. Será Dios mismo el que con la potencia de su amor los derrotará.
37a David mismo lo llama “Señor”; entonces, ¿de dónde sale que es hijo suyo?
Para referise a lo dicho por David, usa Jesús el presente histórico: lo llama Señor. Actualiza así la voz de David para la multitud que lo escucha: la actitud de David respecto al Mesías no fue cosa del pasado, sigue teniendo vigencia para el judaísmo de la época.
Apoyándose en el texto del salmo, Jesús rebate la concepción mesiánica propugnada por los letrados (“¿de dónde sale que es hijo suyo?”). El argumento de Jesús es el siguiente: no puede ser hijo/sucesor de David ni un segundo David, aquel a quien se proclama vasallo de ese futuro rey, reconociéndole una categoria mayor que la suya. En consecuencia, el Mesías no puede tener por modelo a David; no será como él un rey guerrero y victorioso, ni tendrá por misión restaurar la gloria pasada de Israel.
El Mesías, sentado a la derecha de Dios, tiene su misma autoridad, y su realeza, al ser la propia de Dios, es trascendente y tiene una proyección universal. Se ejerce sobre la humanidad entera y su sede no será Jerusalén (ámbito terrestre), sino el trono de Dios (ámbito celestial). Por tanto, el reinado del Mesías no será como el de los reyes de este mundo; no se ejercerá con el dominio y la imposición, sino con el despliegue de la potencia de vida y amor de Dios mismo. Por eso, la restauración de la monarquía davídica y la hegemonía de Israel sobre los demás pueblos, esperadas para la época mesiánica e incompatibles con la soberanía universal de Dios, no son, para Jesús, más que vanas ilusiones.
Explícitamente, Jesús en este episodio no se proclama Mesías. Su pregunta es teórica, sin ilusión alguna a su persona. No pretende, pues, en primer lugar, definir su propia identidad, sino, ante todo, impugnar las ideas de los letrados sobre el Mesías. Para ello establece una oposición entre el Mesías “hijo de David” tiene por padre y modelo suyo a David; el Mesías “Señor de David”. posee la autoridad y la realeza de Dios mismo, y es, por consiguiente, el Hijo que tiene por Padre y modelo a Dios.
Aunque Jesús insiste solamente en la falsedad de la doctrina sobre el Mesías triunfante, concebido como un segundo David, al haberse él manifestado como Mesías y al haber sido aclamado como tal por el pueblo (11,9-10), todo el pasaje puede también aplicarse a su persona. De este modo, además de rechazar el mesianismo davídico nacionalista fomentado por la enseñanza oficial, la argumentación de Jesús deshace, implícitamente, todo equívoco en el pueblo sobre su propio mesianismo.
Como puede apreciarse, la cuestión central de la perícopa no es la de si el Mesías va a ser o no descendiente de David, sino cómo hay que concebirlo. Jesús no niega esa descendencia, pero sí rechaza rotundamente, que David sea para el Mesías, el modelo a seguir.
37b La multitud, que era grande, lo escuchaba con gusto.
La descalificación que hace Jesús de la enseñanza de los letrados encuentra un eco favorable en la gran multitud que lo escucha, Desde el principio (1,22; 11,18), la gente prefiere la doctrina de Jesús a la de los letrados. La frase “lo eschuchaba con gusto” es, sin embargo, paralela a la que usó Marcos, con relación a Herodes (6,20). Éste escuchaba con gusto a Juan Bautista, pero acabó dándole muerte.
También la multitud que ahora disfruta escuchando a Jesús acabará poniéndose al lado de sus enemigos para darle muerte (15,11-13). A la larga, el nacionalismo y la violencia tendrán más atractivo para ella que la propuesta de Jesús.
ALGUNAS NOTAS FINALES.
En esta perícopa pueden considerarse dos aspectos: el de la forma y el del fondo.
En cuanto a la forma, es de notar que Jesús, que ha respondido categóricamente a las preguntas de los adversarios (12,17.24-27) y a la del letrado (12,29), ahora, hablando a la multitud, no expone la conclusión de su argumento de forma asertiva, como propia (“Por tanto, si David lo llama Señor, no puede ser hijo / sucesor suyo”); usa, en cambio, la forma interrogativa (“¿De dónde sale…?”). Es decir, no impone su autoridad al pueblo, sino que lo incita a pensar. Son sus oyentes los que han de completar el razonamiento y sacar su conclusión; no deben cambiar de opinión por autoridad externa, ni siquiera por la de Jesús, sino por propio convencimiento, viendo la solidez de la argumentación que Jesús les propone.
Este modo de actuar de Jesús enlaza con el dicho de 3,27[2]. “El fuerte” representa la institución judía. Jesús elimina su influjo y el de su doctrina sobre el pueblo, mostrando que son contrarios al designio de Dios. Lleva así a cada uno a la convicción personal, con lo que el individuo queda libre y puede abandonar espontáneamente el sistema ideológico del judaísmo. Éste, que actúa imponiendo su autoridad, queda desarmado (“atar al fuerte”; 3,27).
En cuanto al fondo, puede preguntarse por qué Jesús que, en ocasiones anteriores, ha debatido con los letrados sobre el origen de su autoridad (3,22-30) y sobre la pureza ritual (7,1-13), y que ha impugnado su doctrina sobre la llegada de Elías como precursor del Mesías (9,11-13.14), elige ahora la cuestión del Mesías para desacreditar la doctrina que enseñan. Esta elección está en relación con la mención del reinado/reino de Dios, que acaba de hacer (12,34) y a la que el letrado no ha respondido como expuso Jesús con ocasión del discurso en parábolas (4,11), el secreto del reinado de Dios por la humanidad entera.
Esta concepción de Dios que desbanca todas las ideas religiosas anteriores, es la gran novedad que Jesús revela y el punto central de su mensaje. Ahora bien, lo más opuesto a esa concepción es la doctrina del Mesías nacionalista y xenófobo, que limita la salvación a Israel. Es la gran deformación de la realidad de Dios y permite el desprecio o el odio al resto del género humano, justificando la violencia y el dominio de los demás pueblos.
De hecho, con el Mesías “hijo de David”, el reinado de Dios se traduciría en un reino visible, el de Israel, y sería, universal sólo por conquista. Para Jesús, en cambio, el reinado de Dios engloba a toda la humanidad y su universalidad se realiza con la hermandad de todos los pueblos.
[1] 2Sam. 7,16: “Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia, tu trono permanecerá”. Is. 11,1: “Retoñará el tocón de Jesé, de su cepa brotará un vástago”. Además ver Is. 9,6; Ez. 34,24; Sal. 2,6; 89,29ss.36-38, etc.
[2] “Nadie puede meterse en la casa del fuerte y saquear sus bienes si primero no ata al fuerte”