CONDUCTA DE LOS LETRADOS
38 Entre lo que enseñaba, dijo: ¡Cuidado con esos letrados que gustan de pasearse con largas vestiduras y de las reverencias en las calles,
39 de los primeros asientos en las sinagogas y de los primeros puestos en los banquetes;
40 esos que expolian los hogares de las viudas y simulan orar largamente. Esos tales recibirán una sentencia muy severa.
38 Entre lo que enseñaba, dijo: ¡Cuidado con esos letrados que gustan de pasearse con largas vestiduras y de las reverencias en la calle…
Como parte de su enseñanza, Jesús previene al pueblo contra ciertos letrados. Si en la perícopa anterior, con su pregunta inicial, Jesús siembra la duda (“¿Cómo dicen los letrados…?”), en ésta, con su advertencia inicial, pone en guardia a la gente. A continuación, ridiculiza y censura el comportamiento de algunos letrados, haciendo ver su realidad.
En primer lugar muestran una vanidad insaciable y un ansia desmedida de honores. Visten de manera especial, con largas vestiduras, distintas de los demás, para señalar su calidad de maestros, y buscan las reverencias como muestras de respeto de la gente en los lugares públicos. Ellos han hecho de la Ley que enseñan un medio para obtener el reconocimiento de los demás y situarse por encima de todos. Cuando la gente les da muestras de profundo respeto, dan prestigio a su magisterio.
A la afirmación y reconocimiento de la superioridad corresponde la sumisión del pueblo. Se exalta a la persona mucho más que al contenido de lo que proponen; el prestigio de la función hará que se acepte sin crítica su doctrina. Toda su conducta esconde una ambición de dominio sobre el pueblo por medio del saber.
39 de los primeros asientos en las sinagogas y de los primeros puestos en los banquetes…
Por su deseo de preeminencia y prestigio, quieren tener los primeros puestos, ponerse por encima de los demás, ocupar un lugar destacado tanto en los ámbitos religiosos (“en las sinagogas”) como en los civiles (“en los banquetes”).
En la sinagoga había algunos asientos de honor, situados sobre un estrado, de espaldas al arca o armario donde se conservaban los rollos de la Ley y de cara a los asistentes. Era allí donde los letrados tomaban asiento, para que todo el pueblo pudiera verlos e identificarlos como maestros. En los banquetes había divanes donde se recostaban los invitados; los letrados pretendían ocupar los más cercanos a la presidencia.
Los primeros puestos o divanes manifiestan la ambición de ser “primeros”. Es lo contrario de lo que debe suceder entre los seguidores de Jesús: “el que quiere entre vosotros ser primero, tiene que ser esclavo de todos” (10,44), conforme a la conducta de Jesús mismo: “porque tampoco el Hijo del Hombre ha venido para ser servido, sino para servir” (10,45).
Subrayando su superioridad, los letrados crean desigualdad y afirman su poder sobre el pueblo. Invaden todos los terrenos y no sólo el ámbito de su magisterio o de la sinagoga, sino también los lugares públicos (“plazas y calles”) y las reuniones de sociedad (“banquetes”).
Crean una mediación necesaria; hacen que el pueblo no pueda prescindir de ellos y, por tanto, nunca llegue a ser adulto, capaz de decidir por sí mismo. Lo reducen a la sumisión, expresada en la postura de reverencia.
40a esos que expolian los hogares de las viudas y simulan orar largamente...
Jesús ha descrito la vanidad de ciertos letrados y su deseo de preeminencia y reconocimiento público. Ahora pasa a una acusación directa, primero de codicia, luego de hipocresía.
En el ámbito privado, se aprovechan de gente desamparada e indefensa, cuyo prototipo eran las viudas, junto con los huérfanos. Probablemente aprovechaban sus conocimientos de derecho para explotarlas. No tienen hombre que las defienda. Los piadosos, los intachables, los que saben tanto, despojan de sus bienes a gente incapaz de defenderse. Viene a propósito el texto de Jr. 7,5-7: “Si enmiendan su conducta y sus acciones, si no explotas al emigrante, al huérfano y a la viuda, entonces habitaré con ustedes en este lugar”.
Además, ostentan su piedad hacia Dios pronunciando en público largas oraciones. Es el último trazo del retrato. El primero ha sido en torno al “yo”: la vanidad y el deseo de ser reconocidos como superiores (vv. 38-39); el segundo, respecto al prójimo: la injusticia que cometen con los débiles (v. 40a: las viudas) el último, respecto de Dios, simulando una estrecha unión con él.
Resumiendo lo anterior, se ve que Jesús, en su enseñanza, invita a la multitud a darse cuenta de lo que tienen ante los ojos. En la perícopa precedente había creado la duda sobre la validez de la doctrina de los letrados acerca del Mesías, esperando que la gente sacase su conclusión personal. Tampoco ahora propone teorías ni conclusiones propias; enuncia hechos comprobables. Invita a la objetividad, a examinar la conducta de ciertos letrados, que es notoria, y a enfrentarse con lo que ven, y juzgarlo, haciendo su evaluación de los mismos, Es decir, que el pueblo, examinando los usos sociales admitidos, adquiera espíritu crítico y así se haga libre. Que no se deje llevar de las apariencias ni acate autoridades impuestas, sino que estime las cosas y a las personas en su valor real.
La apariencia de virtud de ciertos letrados es falsa. En realidad están muy lejos de Dios (7,6s). Si el pueblo es capaz de ver los hechos, distinguirá entre la clase y los individuos que la componen y no se dejará guiar por maestros de la clase descrita. Jesús quiere liberar al pueblo de la trampa religiosa que lo mantiene esclavo.
40b Esos tales recibirán una sentencia muy severa.
A toda esta exterioridad que encubre la injusticia, anuncia Jesús un juicio muy severo, porque lo importante es el amor a Dios y al prójimo (12,33) y no ostentar una piedad que acaba en hipocresía.
Su sentencia está en relación con lo dicho en la parábola anterior (12,1-12); no dan fruto para Dios e impiden que la viña lo dé. A esta infidelidad a Dios corresponderá la intervención del dueño de la viña (12,9), en particular contra la clase dirigente y la institución. Dios va a rechazar a éstos con especial severidad.
Por una parte, no hay que aceptar la enseñanza de individuos que se comportan así. Por otra, su apariencia de virtud es falsa. Si es capaz de ver estos hechos, el pueblo no se dejará guiar por gente a la que Dios se enfrenta.