LA RUINA DE LA NACIÓN JUDÍA, NO FIN, SINO PRINCIPIO
5a Pero Jesús se puso a decirles:
5b Cuidado con que nadie los engañe.
6 Llegarán muchos diciendo en nombre mío: “yo soy” y extraviarán a muchos.
7 En cambio, cuando empiecen a oír estruendo de batallas y noticias de batallas, no se entusiasmen; tiene que suceder, pero todavía no es el fin.
8 Es decir, se levantará nación contra nación y reino contra reino, habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambres: eso es el principio de los dolores.
5a Pero Jesús se puso a decirles:
Hay que notar la composición “su puso” en lugar de “les dijo”. No se trata de una enseñanza sino de información. Jesús a continuación va a describir la suerte de sus discípulos describiéndola con rasgos paralelos a los de su pasión. Va a exponerles como en ellos va a realizarse el destino del Hijo de Hombre, siendo fieles al seguimiento y a la misión que éste incluye.
5b Cuidado con que nadie los engañe.
La llamada inicial a la precaución (“Cuidado”) deja en suspenso la pregunta anterior de los discípulos, sin hacer caso a la urgencia expresada por el imperativo que la introducía (4: “Dinos”). Jesús cambia el centro de atención, llevándolo de los acontecimientos externos a las personas mismas de los que preguntan, forzándolos a un tiempo de reflexión. La pregunta esperaba un oráculo; en cambio Jesús les reponde con un aviso. Expresaban ellos su preocupación por Israel; Jesús expresa su preocupación por ellos. Les hace considerar su situación personal en el futuro como precaria y en peligro. Pueden ser víctimas de la manipulación de otros que los desvíen del camino que deben seguir.
El peligro es dejarse engañar por los dichos de ciertos individuos y supone la credulidad del grupo. Jesús introduce un elemento de duda sobre el criterio de los discípulos, intentando socavar su seguridad; pretende impulsarlos a una vigilancia continua. De hecho, alguien podría comunicarles una información falsa, cuyo efecto sería el “engaño”, el extravío, intentando persuadirlos a aceptar un programa contrario al de Jesús (10,45: “prestar servicio y dar la vida en rescate por todos”). Y el peligro de ser extraviados se deberá a que el falso objetivo que les van a proponer puede encontrar un fuerte eco en sus deseos y aspiraciones. Se deduce que el engaño va a situarse en la línea nacionalista.
6 Llegarán muchos diciendo en nombre mío que yo soy y extraviarán a muchos.
Los impostores. La repetición del verbo engañar / extraviar muestra que esta frase explicita la actividad engañosa predicha antes. Habrá muchos sujetos que transmitan la misma información (“yo soy”). Estos sujetos “llegan”, sea porque vengan de fuera, sea porque de pronto destacan en la comunidad, al pasar del silencio a la expresión verbal.
Esos sujetos afirmarán no hablar en nombre propio, no proponer una opinión o certeza suya particular, sino que atribuirán el dicho a Jesús mismo.
Existe un paralelo entre la actividad de estos individuos y la de los profetas del Antiguo Testamento. Sin embargo, mientras aquellos identificaban su palabra con la de Yahvé (“Dice el Señor”), los de Marcos la identifican con la de Jesús. La Expresión diciendo en nombre mío equivale, en estilo indirecto, a la fórmula profética: “Esto dice el Señor”.
“Yo soy” aparece como fórmula de identificación de Dios en Éx 3,14; Dt 32,39; Is 43,10s; 52,6, y significa prácticamente “Dios va a salvar”. Ese es el contenido del falso mensaje. Supuestamente, Jesús habla de sí mismo por boca de los muchos, en el sentido de la declaración mesiánica de Pedro camino de Cesarea: “Tú eres el Mesías” (8,29), traducida aquí a primera persona: “Yo soy (ése)”. Es decir, como Pedro en aquella declaración, rechazada por Jesús (8,30:”Conminó”), los impostores atribuyen a Jesús el papel de Mesías davídico, intentan hacer creer que Jesús glorioso asume el papel de Mesías nacionalista y, por el valor teológico de la fórmula “Yo soy”, (Dios va salvar), que Él encarna la ayuda divina a Israel y hace suya la causa de la nación.
La mención de estos dichos es señal de que los mensajes inspirados no eran insólitos en la comunidad. Los que hablan identifican sus palabras con las de Jesús; eso es lo que les confiere capacidad para persuadir, dando autoridad a su mensaje y haciendo eficaz su influjo. El interés en que se acepte lo que dicen es tan grande que no retroceden ni ante la impostura misma. Se trata evidentemente de fanáticos de una causa. A este mensaje falsamente inspirado, opone el evangelista el presente discurso, que representa también un mensaje de Jesús glorioso, pero esta vez verdadero.
La evaluación negativa incluida en el verbo “extraviarán” muestra que Jesús no acepta el papel de Mesías nacionalista ni va a efectuar, por tanto, la restauración esperada.
Lo mismo que el número de impostores (muchos), también el número de los que acepten su mensaje y se extravíen será cuantioso (muchos). Esto muestra la expectación que reinará en el grupo de discípulos; la mayoría no renuncia al ideal nacionalista. Esta efervescencia coincide con la de Pedro y los demás que han hecho la pregunta a Jesús.
Apenas hay distinción entre el nacionalismo judío y el del grupo de discípulos. La única diferencia estriba en la diversa identidad del instaurador del reino mesiánico. Para los creyentes, será Jesús; para los judíos, un mesías aún desconocido, que se presentará en su momento (13,21-22). Reaparece la diferencia radical entre la salvación propuesta por Jesús y la que esperan los discípulos. Para éstos, la salvación se verifica a nivel sociológico, por una intervención portentosa de Dios. Para Jesús comienza a nivel personal, por un cambio en la vida de los individuos (salvación por apropiación, responsabilidad del hombre). La nueva sociedad, el reino de Dios, será el resultado de la existencia y de la acción del hombre nuevo.
En resumen: Jesús predice la aparición en el grupo de discípulos, de un considerable número de individuos con el mismo mensaje profético falso, en el que le atribuyen el papel de Mesías davídico que ha de evitar el desastre y dar la victoria a Israel; Predicen la vuelta de Jesús glorioso para salvar a Israel en el momento crítico y llevar a cabo el programa de restauración que no realizó en su vida histórica. La actividad de los impostores tendrá éxito: muchos se dejarán engañar.
7 En cambio, cuando empiecen a oír estruendo de batallas y noticias de batallas, no se entusiasmen; tiene que suceder, pero todavía no es el fin.
Jesús enuncia los acontecimientos futuros que fundaban la esperanza de los discípulos: se combatirá en el territorio de Palestina, en lugares cercanos o distantes de donde están ellos; lo sabrán por percepción directa (estruendo de batallas). O a través de otros (noticias de batallas). La guerra de invasión está en proceso.
Pero eso no debe suscitar el entusiasmo, pues no es verdad que esos hechos anuncien la llegada “del fin”. Los discípulos corren, pues, un doble peligro: uno exterior, procedente de los impostores (v. 7a) (cf. 8,33: ”La idea de los hombres”). El segundo, el entusiasmo, es más grave, pues es el que los expone a ser víctimas del engaño.
Según el uso de Marcos, el auxiliar “tiene que”, denota una necesidad que procede de la relación de determinados sucesos con el designio divino. La necesidad puede ser de dos clases: antecedente, cuando los sucesos son parte del plan divino y, por tanto, directamente queridos por Dios (necesidad supra/extra-histórica); consecuente, cuando los sucesos no son parte del plan divino pero se derivan inevitablemente de la respuesta de los hombres a ese plan (necesidad intra-histórica) (cf. 8,31: “tenía que padecer mucho”). En otras palabras, los acontecimientos o son efectos de una decisión divina o bien son la consecuencia histórica de actos humanos.
Las batallas, es decir, la invasión de Palestina, sucederán en todo caso (tiene que suceder). La nación judía está necesariamente orientada a la ruina, porque, al oponerse al plan de Dios, ha desencadenado un proceso histórico que la lleva inevitablemente al desastre (necesidad consecuente). El verbo “tiene que suceder”, que denota la acción llevada a su término, indica que, aun refiriéndose en primer lugar a las batallas, es decir, a la invasión de Palestina, incluye también su desenlace: la destrucción de la capital y del templo. La ruina, que Jesús había predicho como cierta y total (13,2), aparece ahora como invitable.
Con la frase “todavía no es el fin” deshace Jesús el presupuesto que podría fundar una interpretación favorable de los sucesos futuros, cortando de raíz el motivo del entusiasmo. Para la nación judía, tanto la invasión como la totalidad de los sucesos tendrá solamente consecuencias desastrosas; habrá ruina, pero ésta no desembocará en restauración (“el fin”). Invalida así la expectación nacionalista y muestra la falsedad del mensaje de los impostores.
La negación de la proximidad del “fin” priva de sentido a la pregunta sobre la señal (13,4b), que habría significado la intervención divina para detener la destrucción e instaurar el reinado del Mesías.
Por otra parte, la frase “todavía no es el fin” contiene una negación y una afirmación. Afirma la existencia futura del “fin” o reino mesiánico, pero niega su conexión con los acontecimientos mencionados y, por tanto, su proximidad. Jesús prevé un lapso de tiempo indeterminado entre esos acontecimientos y el fin. Existirá “el fin”, tiempo utópico, aquel en que se realizará el cambio definitivo, pero no se determina su fecha ni qué acontecimientos lo precederán.
8 Es decir, se levantará nación contra nación y reino contra reino, habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambres: eso es el principio de los dolores.
Esta nueva serie de calamidades indica un estado de guerra (“se levantará”), que es la causa de las batallas mencionadas antes (episodios de la guerra); por otra parte describe una situación de desastre (terremotos, hambres).
La guerra empezará por iniciativa de una nación o reino contra la nación judía, llamada también reino. Nación contra nación remite al plano étnico, social; reino contra reino, al plano de la organización, institucional. Pueden así designar la misma realidad. Esta identificación indica que la hostilidad existe no sólo a nivel de dirigentes, sino también a nivel de pueblos.
Los terremotos, en sentido figurado (cf, Jl 2,10; Jr 49,20ss) expresan la violencia de la invasión, que aparece como un fenómeno irresistible, fuera del control de las fuerzas humanas, así como su rapidez y el terror que produce. La pluralidad de terremotos corresponde a la pruralidad de “batallas” en v. 7. Las hambres, por el número plural, se asimilan a los terremotos y pueden expresar la estela que va dejando tras de sí la invasión.
Jesús propone su propia interpretación de los hechos: los inevitables sucesos (tiene que suceder) que los discípulos interpretan erróneamente como “fin”, inauguran, por el contrario, una época de dolores. Lo característico de este principio es que son “los dolores de parto” de la humanidadad nueva.
El principio de los dolores engloba todo el período que culmina en la destrucción del templo. Éste representa, pues, el comienzo de una serie de aflicciones orintadas hacia “el fin”, que no sera un mero final, sino la culminación de un proceso de gestación significado por la metáfora del parto. La salvación no se realizará por un cambio brusco de la situación, sino por una maduración lenta, por un proceso de desarrollo.
Es decir, a partir de la caída de Jerusalén, el proceso histórico queda orientado hacia el fin. La identificación de esta ruina con “el principio de los dolores” introduce un nuevo horizonte de esperanza más allá del desastre de la nación judía. Dentro de la historia de la humanidad, que comenzó con un “principio”, que da comienzo a su período último. El nuevo principio introduce en la historia un dinamismo que ha de culminar en “el fin”, que afectará a la humanidad entera.